La forma pelotuda de interpretar la frase bíblica, es representarnos a Dios como un viejo barbudo, y a nosotros hechos a su imagen y semejanza.
La otra, inquietante y bella -explorada desde la antiguedad por múltiples aproximaciones-, es interpretar que nuestro cuerpo es espejo del Cosmos, y que los grandes principios y fuerzas que modelan uno, tienen expresión y correspondencia en el otro.