jueves, noviembre 17, 2022

EL SINSENTIDO DEL SINSENTIDO

Sostiene John Gray, uno de los pensadores europeos reputados en la actualidad, que uno de los presupuestos del pensamiento científico occidental es el no asumir que el cosmos o el universo obedece a un propósito o responde a una intención. Si interpreto bien, lo que el autor quiere decir con esto no es forzosamente que el mundo carezca de propósito, sino que para el conocimiento científico, interesado en desentrañar las causas y los efectos de los fenómenos, el tema es irrelevante o resulta fuera de lugar.

Este presupuesto da la medida de la grandeza y la miseria del pensamiento científico occidental, pues ocuparse de las causas y los efectos de las cosas es magnífico, pero limitarnos a ello, una absurda y arbitraria restricción. En efecto, desde ese punto de vista los animales humanos somos apenas “una máquina complicada de hacer mierda”, en palabras del gran poeta guatemalteco-mexicano Luis Cardoza y Aragón, y aunque en efecto seamos una complicada máquina de hacer mierda, somos también mucho más que eso, según mi propia experiencia y según lo testimonian los vestigios artísticos, religiosos, tecnológicos y científicos de quienes nos han precedido en el tiempo.

Si el pensamiento científico es el terreno de los cómos y de los porqués -cómo y por qué ocurren los fenómenos-, podría decirse que el campo de la Filosofía es el de los para qués, es decir, el de los propósitos y el sentido.

El propósito y el sentido -no solo de la vida humana, sino del cosmos en el cual esta se inscribe-, es uno de los pocos asuntos que desde mi punto de vista merecen la pena ser discutidos, pero es imposible abordarlo desde un punto de vista exclusivamente racional. Mejor dicho, es posible hacerlo así, pero de esa forma nunca obtendremos una respuesta satisfactoria y definitiva. Para los teístas resulta sencillo afirmar que el mundo obedece a la intención o el propósito de la divinidad (de materializarse, según unas versiones, o de obsequiarnos la existencia, según otras), pero para aquellos que nos balanceamos en la duda, el asunto se presenta más problemático.

Por otro lado, hay que decir también que, aunque el asunto no pueda dirimirse en términos estrictamente racionales, ello no significa que del todo no pueda dirimirse, pues los seres humanos somos mucho más (o mucho menos) que seres racionales. La mutilación operada sobre el animal humano por el pensamiento occidental moderno y las ciencias que de él se nutren y derivan, es precisamente esa: pretender que somos únicamente animales racionales, o que en la razón reside nuestro único valor o nuestra característica distintiva.  

Ignoro si lo que quiero expresar puede traducirse a otras lenguas, y me pregunto si la proximidad fonética y semántica entre sentido -la dirección o el curso de un suceso o acontecimiento- y sentido -aquello que sentimos en nuestro fuero interno- es una mera casualidad, pero de ser este el caso, habrá que considerarla una coincidencia afortunada.

En efecto, el sentido es algo que debe ser sentido, más que pensado, o que en todo caso puede ser pensado, pero cuya respuesta escapa a lo estrictamente racional e involucra a la totalidad del animal humano, incluyendo sus experiencias pasadas, sus deseos, sus expectativas, sus sospechas, sus anhelos, sus terrores y sus sueños.

¿Acaso el hecho de que las respuestas que podemos darle a esta pregunta no sean unívocas ni sean susceptibles de demostrarse según las reglas de la lógica o del método científico las priva de toda importancia y valor?

La del propósito o el sentido de la vida humana es una pregunta cuya respuesta nace del corazón, del co-razón, no exclusivamente del pensamiento racional, y no por ello carece de importancia ni puede ignorarse. Hacer esto es, a mi juicio, una prueba más de la terrible mutilación del animal humano operada por el unilateralismo del pensamiento occidental, cuyas consecuencias sufrimos en todos los campos de la vida.

domingo, noviembre 13, 2022

ISLA

 

Luego de mi último naufragio, me convertí poco a poco en esta isla. No es un territorio amable, bello ni hospitalario, pero me he acostumbrado a él. Sin embargo, no estoy sola, han llegado otros náufragos. Primero los vi chapotear a lo lejos, confundidos con las olas; luego los miré acercarse con ilusión y esperanza que pronto desaparecieron.  ¿Hay algo más triste y más solo que ser una isla?

TRAMPAS DE LA MEMORIA

 

La primera vez que mi amigo Roy y yo acampamos en una playa, teníamos 15 años. No recuerdo por qué razón terminamos en un lugar apartadísimo: el pueblo más cercano estaba como a hora y media de marcha cruzando varios cerros pelados. Una mañana, descubrimos que se nos habían acabado los bastimentos y decidimos ir hasta allá. Bajo el sol de las 10 de la mañana, la caminata era infernal, pero no para nuestros cuerpos juveniles. Durante el trayecto no dejamos de cantar. El repertorio era limitado, pero ambos chapurreábamos la canción de Piero: “Es un buen tipo mi viejo…” Aunque no la sabíamos completa, improvisábamos. Bajo el sol ardiente, nos desgalillábamos cuando llegaba el climax: “yoooo soy tu sangre mi viejo, soy tu silencio y tu tiempo…” Y también: “Viejo mi queriiido vieeeejo, ahora ya camiiina leeeerdo!…”

Cantábamos con tanta convicción como si nuestros padres ya hubieran muerto. No obstante, un recuento rápido me revela que entonces ellos rondaban la cincuentena, bastante menos que mi edad hoy. Cantar esa canción era una forma de identificarnos con su desdicha más o menos secreta, más o menos pública y escandalosa: los dos veníamos de familias “problemáticas”, no porque las acosaran la pobreza o las privaciones, sino el veneno del alcoholismo y el desamor.

Roy se suicidó joven, antes de cumplir 40 años. Ya entonces la vida nos había llevado por caminos distintos. Mi padre y el suyo murieron dos décadas después que él, marchitos y decrépitos, con pocos años de diferencia.

Hoy, a veces canturreo Mi viejo y me acuerdo mucho de Roy, no tanto de mi viejo.

martes, noviembre 01, 2022

UNA VIDA BUENA

 

Quiero creer que la mayoría de nosotros tenemos una idea más o menos definida de lo que consideramos “una buena vida” o “una vida buena.” Conste que no me refiero aquí a la abundancia de recursos materiales, mucho menos monetarios, sino a vivir conforme a lo que consideramos deseable, es decir, “bueno”. Ello contrasta con nuestra generalizada incapacidad para adecuar el diario vivir a esa idea, a ese ideal. Cuando no renunciamos de entrada al menos a intentarlo, desistimos al primer traspié o responsabilizamos a otros -la sociedad, la historia, la familia, el sistema capitalista, lo que sea-, por nuestra timidez, nuestro fracaso o nuestra cobardía. Desgraciadamente, la cobardía, como el miedo, es contagiosa y puede pasar por sensatez, y así terminamos todos conformándonos, adecuándonos a esta mediocre monotonía del trabajo rutinario y el consumo obligatorio, enajenados de la aventura magnífica de la vida.