domingo, noviembre 13, 2022

TRAMPAS DE LA MEMORIA

 

La primera vez que mi amigo Roy y yo acampamos en una playa, teníamos 15 años. No recuerdo por qué razón terminamos en un lugar apartadísimo: el pueblo más cercano estaba como a hora y media de marcha cruzando varios cerros pelados. Una mañana, descubrimos que se nos habían acabado los bastimentos y decidimos ir hasta allá. Bajo el sol de las 10 de la mañana, la caminata era infernal, pero no para nuestros cuerpos juveniles. Durante el trayecto no dejamos de cantar. El repertorio era limitado, pero ambos chapurreábamos la canción de Piero: “Es un buen tipo mi viejo…” Aunque no la sabíamos completa, improvisábamos. Bajo el sol ardiente, nos desgalillábamos cuando llegaba el climax: “yoooo soy tu sangre mi viejo, soy tu silencio y tu tiempo…” Y también: “Viejo mi queriiido vieeeejo, ahora ya camiiina leeeerdo!…”

Cantábamos con tanta convicción como si nuestros padres ya hubieran muerto. No obstante, un recuento rápido me revela que entonces ellos rondaban la cincuentena, bastante menos que mi edad hoy. Cantar esa canción era una forma de identificarnos con su desdicha más o menos secreta, más o menos pública y escandalosa: los dos veníamos de familias “problemáticas”, no porque las acosaran la pobreza o las privaciones, sino el veneno del alcoholismo y el desamor.

Roy se suicidó joven, antes de cumplir 40 años. Ya entonces la vida nos había llevado por caminos distintos. Mi padre y el suyo murieron dos décadas después que él, marchitos y decrépitos, con pocos años de diferencia.

Hoy, a veces canturreo Mi viejo y me acuerdo mucho de Roy, no tanto de mi viejo.