sábado, diciembre 18, 2021

UN SUEÑO

Sueño que en los dedos del cadáver de mi padre están escritas sus últimas palabras, pero tan pronto las leo, la tinta se disuelve en una mancha irreconocible; aunque alcancé a leerlas, trato de recordarlas sin conseguirlo. Miro la mancha de tinta a la que han quedado reducidas sus palabras, y lloro con mis hermanos...

lunes, noviembre 29, 2021

SÍMBOLOS


Puesto a considerar entre aquellos que, empujados por una fe poco cultivada, interpretan literalmente los símbolos y los toman por la realidad, y aquellos otros que, movidos por una soberbia altanera, se cierran a su trascendencia, su sentido y su valor, considero infinitamente más ignorantes y torpes a estos últimos.

lunes, octubre 11, 2021

CUATRO

¡Urge un viaje al presente!

      - 0 -

Me asomo al borde una revelación, pero me detiene el vértigo de caer en ella y perderme para siempre...

       - 0 -

En vez de somatizar, hay que psico-matizar

      - 0 -

¡Qué maravillosa elastilacidad la de la telaraña, capaz de elongarse, no sé, un diez o un quince por ciento sin colapsar! De las telarañas, algunos admiran su fortaleza; yo, su elasticidad.



jueves, julio 22, 2021

EL F(J)UEGO INFINITO (La Coneja dialoga con Heráclito)


 

Introducción

Ignoro las razones por las que el autor o autora del presente manuscrito decidió comentar los textos del filósofo presocrático haciéndose llamar “La Coneja”, un seudónimo casi tan intrigante y enigmático como la figura del mismo Heráclito. En ocasiones he pensado que lo hizo como un guiño al famoso “Tío Conejo”, célebre personaje de la literatura infantil costarricense y encarnación local del “tricker” o tramposo de la tradición oral en muchas regiones del planeta. El único dato cierto del que disponemos sobre “La Coneja”, indica que vivía en San José de Costa Rica a mediados de los años 70 del siglo pasado, pues el documento está fechado en el mes de julio de 1977.  

El original llegó a mis manos hace alrededor de veinte años por un amigo común, hoy fallecido; en aquel momento no le presté mayor atención ni tuve la curiosidad de preguntarle detalles acerca de su autor o autora.  Hace algunas semanas, vaciando las gavetas de mi escritorio, lo encontré entre otros papeles destinados al reciclaje y, tras una relectura, llegué a la conclusión de que no me corresponde a mí -que apenas estudié Filosofía algunos años en la Universidad de Costa Rica-, sino a lectores más criteriosos, determinar si tiene algún valor.  

Aunque “La Coneja” no se molestó en indicar de dónde había tomado los textos de Heráclito que comenta, tras una breve investigación, mi buen amigo, el Dr. Jorge Jiménez, concluyó que se trata de las versiones del libro “Heráclito: textos y problemas de su interpretación”, del gran erudito italiano Rodolfo Mondolfo, publicado por la Editorial Siglo XXI (primera edición, 1966; segunda edición corregida y aumentada, 1971.) 

Debo admitir que el título bajo el que aquí se publican -tan obvio como notoriamente cortazariano-, es una ocurrencia mía, así como el subtítulo que lo acompaña.  Por lo demás, se ha transcrito y se publica sin modificación alguna.


R.S.

San José, Costa Rica, julio 2021



- 1 -

Y dejó dicho el viejo Heráclito: “Aun siendo este logos real, siempre se muestran los hombres incapaces de comprenderlo, antes de haberlo oído y después de haberlo oído por primera vez. Pues a pesar de que todo sucede conforme a este logos, ellos se asemejan a carentes de experiencia, al experimentar palabras y acciones como las que yo expongo, distinguiendo cada cosa de acuerdo con su naturaleza y explicando cómo está. En cambio, a los demás hombres se les escapa cuanto hacen despiertos, al igual que olvidan cuanto hacen dormidos.”

La Coneja: Y yo me asombro, me maravillo con cada una de tus palabras, pues ¿qué quiere decir exactamente que “el logos es real”? En esa sola frase, en esa simple afirmación, se condensan muchas de mis dudas e inquietudes de hoy, pues sostener que hay algo que podemos llamar “real” (más allá de nuestras fantasmagorías y delirios), supone que podemos distinguirlo o reconocerlo como tal. Y ojo, viejo cascarrabias: escribo deliberadamente reconocerlo y no “conocerlo”, pues si somos capaces de distinguir algo como real, es porque algo en nosotros tiene esa misma condición… 

Lo real, sugerís, no son los cuerpos que percibimos ni creemos ser -en incesante cambio y transformación, es cierto-, tampoco la conciencia que nos hace apercibirnos de ellos, sino más bien las leyes o principios que rigen el mundo, incluyéndonos a nosotros mismos…  Por eso “todo sucede conforme a este logos.” 

De modo que lo real, lo verdaderamente real, no es visible y manifiesto, sino invisible y subyacente, y por ello mismo los hombres “somos incapaces de comprenderlo”, hechizados como vivimos por lo que aparece y se manifiesta a nuestros sentidos…

¿Es eso? ¿Eso es lo que quisiste decir, viejo Heráclito? ¿No ha desgastado tus palabras, como a los viejos guijarros del río, el curso de los siglos? Pues de interpretarte bien, me inclino a estar de acuerdo.  

Pero no puedo pasar por alto el cierre de tu reflexión: que a los hombres se nos escapa el logos, de la misma forma en que se nos escapa cuanto hacemos despiertos y olvidamos cuanto hacemos dormidos. 

Más allá del velado desprecio que trasuntan tus palabras, de su altanería o soberbia, hay algo radicalmente cierto en esto. Y lo digo por experiencia, porque también yo vivo la mayor parte del tiempo como dormido, y poco o casi nada de lo que hago despierto me parece verdaderamente real… Aunque esto último lo sé precisamente por ciertos momentos excepcionales en los que he creído, he sentido, romper la burbuja de mis sensaciones y de mis pensamientos para rozar, intuir o asomarme a algo real. Así, solo el despertar nos revela el sueño y solo el sueño nos revela el despertar. Sueño y despertar, ¿son dos rostros de lo mismo?


- 2 -

Y dijo Heráclito el Oscuro: “Por eso conviene seguir lo que es general a todos, es decir, lo común; pues lo que es general a todos es lo común. Pero aun siendo el logos general a todos, los más viven como si tuvieran una inteligencia propia particular.”

La Coneja: Vivimos todos bajo la misma férrea (y sutil) ley que todo lo modela y determina el curso de las cosas, el flujo de los acontecimientos, mas sin embargo, obstinados como niños pequeños, quisiéramos que las cosas fueran según las imaginamos y deseamos, y nos empeñamos en percibirlas de esa forma, y no según su propia naturaleza.

Pues somos humanos, viejo Heráclito, demasiado humanos, es decir, criaturas mortales, aferradas al ego y aterradas por la sospecha de que vamos a desaparecer.  Es, pues, el ego, el yo -nuestra raíz y nuestro anclaje en este mundo cambiante-, lo que nos aleja del logos, lo común, lo general, y nos induce al error… ¡Triste realidad! Pues si fuéramos capaces de renunciar a las ilusiones que nacen de aferrarnos al yo y pudiésemos abrirnos sin reparos a la captación y comprensión del logos, lo común, lo general, acaso advertiríamos que también nosotros somos de acuerdo a lo común, lo general, el logos, y descubriríamos que, en cierta forma somos como espejos donde se refleja el mundo, y el mundo es como un espejo en el que nos reflejamos…

¿Y qué veríamos en ese espejo, viejo Heráclito? Veríamos, sí, el vértigo del cambio, de la incesante transfiguración de las llamas de ese fuego que imaginaste como metáfora fundamental del mundo, pero al cabo descubriríamos también que, pese al cambio incesante, la llama no se extingue… Y, acaso, comprender que somos parte de ese fuego infinito y deslumbrante bastaría para redimirnos del terror a desaparecer y de las miserias asociadas a nuestra condición mortal.

Sin duda, sí, “conviene seguir lo que es general a todos, lo común”, pero aceptarlo implica aceptar nuestra finitud, y eso parece más allá de nuestras fuerzas. 


- 3 -

Y dijo el Oscuro de Efeso: “El sol tiene el tamaño de un pie humano.”

La Coneja: …pues ilimitado es el río del Espacio-Tiempo, y lo que a nuestros ojos parece imponente, resulta insignificante desde otras perspectivas.  De modo que, en el vasto cosmos, menos que un pie humano, menos que la uña del dedo meñique del pie de un recién nacido, resulta nuestro venerable astro…

Pero decime, viejo gruñón: ¿acaso en los pliegues de tu esquiva frase late también la sugerencia de que, pese a su magnificencia indudable, insignificante es el sol si lo comparamos con el ser humano? Pues, en el cosmos, tal vez no todo sea cuestión de dimensiones… ¿Y cuál sería el rasero para valorar la importancia de las cosas, de los hechos y fenómenos cósmicos? ¿Acaso la complejidad? Pues de ser así, de ser la complejidad integrada en cada fenómeno el rasero para valorar la trascendencia o “el significado” de los hechos cósmicos, los seres humanos seríamos, en efecto, infinitamente mayores que los soles, toda vez que nuestro cuerpo integra los elementos resultantes de la combustión y el colapso de estrellas ya extinguidas… Así, turbia en mi visión, revolotea la imagen de algo que viene tomando forma desde los más remotos confines del universo, algo que no cesa de producir nuevas y más complejas formas, y de lo cual nosotros somos un eslabón más en su ruta hacia la plenitud del auto-descubrimiento… 


- 4 -

Y dijo Heráclito de Efeso: “Si la felicidad estuviera en los deleites del cuerpo, llamaríamos felices a los bueyes cuando encuentran legumbres para comer.”

La Coneja: Y bien podemos llamarlos felices; ¿por qué no hacerlo? Pero nosotros no somos bueyes, y aunque sean magníficos los deleites del cuerpo, tan pronto los satisfacemos, surgen otras necesidades, se abren otras interrogantes. ¿Llamaremos “felicidad” al estado que nos sobreviene cuando hemos respondido a tales preguntas? Si así lo hacemos, admitamos entonces que nuestra felicidad es transitoria, pues responder a unas preguntas, implica siempre abrir otras: cruzamos umbrales que nos colocan ante nuevos horizontes. No en vano, se acuñó la metáfora de “hambre de conocimientos” o “hambre de saber”. Y esa es insaciable.


- 5 -

Y se dice que dijo el viejo Heráclito: “Se purifican manchándose con otra sangre, como si alguien, después de haber entrado en el lodo, tratase de limpiarse con otro lodo. Parecería que estuviera loco si alguno de los hombres lo observara al obrar de esta manera.  Y dirigen oraciones a estos simulacros, tal como si uno dirigiese la palabra a las mansiones sin conocer a los dioses ni a los héroes quiénes son.”

La Coneja: Tal parece, viejo gruñón, que las leyendas sobre tu talante altanero, o más bien despreciativo y burlón, son bien fundadas, pues un poco de empatía y compasión para con nosotros, simples mortales, habría bastado para ahorrarte estas palabras. 

En efecto, nos comportamos como dementes en nuestros tratos con los inmortales; en efecto, la locura anida en nuestros corazones… ¿No comprendes, acaso, nuestro desamparo y orfandad? ¿No entiendes, en fin, que privados de la visión del logos que aviva el fuego infinito, desarraigados del cosmos, la vida se convierte en un capricho absurdo y el cosmos en un teatro de locos? De ahí que busquemos el consuelo de los inmortales, la comunión con ellos en la sangre y el lodo.

¡Pero cuidado, viejo Heráclito! Que la razón -ni siquiera en la forma magnífica de tu logos-, no lo es todo ni lo revela todo, y acaso en esa comunión con la sangre y el lodo, en ese oscuro encuentro con lo que nos constituye y conforma, se esconde otra forma de entendimiento y de relación con lo que nos rodea, menos aséptica y menos distante que tu logos; una forma de entendimiento y de relación que nos reconoce también como carne y sangre y lodo, como criaturas sintientes y mortales sedientos de inmortalidad… ¿Y no es esto acaso así? ¿No ofrece esta imagen un retrato más fiel de nosotros, de nuestra miserable y grandiosa humanidad? Pues tu visión del fuego y del logos, hermosa como es, elude la carne y la sangre, los mocos y la caca que también nos constituyen, esa condición para muchos embarazosa e incluso inaceptable…


- 6 -

Y, según dicen, sentenció Heráclito: “Al ser alimentado de la misma manera que la llama, el sol no solo es nuevo cada día, sino que es continuamente nuevo.” 

La Coneja: Evanescente es el presente y escurridizo el fluir del tiempo, no hay duda de ello, viejo Heráclito, pero si entiendo bien, si no estoy desencaminado con lo que aquí decís, también estás sugiriendo que el cosmos es un proceso de generación permanente, y que incluso los cuerpos que envejecen, que envejecemos, se renuevan sin cesar. El cosmos siempre está apareciendo, siempre está surgiendo, siempre está naciendo o se está creando, al mismo tiempo que se extingue y está consumiéndose… De esta forma, asistimos a un prodigio, a un acto permanente de prestidigitación; más aun, somos testigos asombrados y parte de él… 

¿Puede, entonces, una cosa ser “vieja” y “nueva” a la vez? ¿Puede consumirse algo al tiempo que se renueva? (También podría decir: ¿puede renovarse algo sin consumirse?) ¿Hasta ese punto es absoluto el presente? (Estoy tentado de escribir: “¿es omnipresente el presente’”.)

Ya lo ves, viejo Heráclito: como el mono araña me escabullo por las ramas, me escabullo en las palabras. Aunque vos nada sabés del mono araña ni nada querés saber de mí…  


- 7 -

Y dejó dicho Heráclito de Efeso: “No habría armonía si no hubiese agudo y grave, ni animales sí no hubiera hembra y macho, que están en oposición mutua.”

La Coneja: Aquí el fuego estalla en infinidad de chispas; cada una de ellas tiene un color particular, una intensidad y duración únicas, pero todas derivan del mismo fuego y todas dicen de él, cada una de ellas lo revela. También nosotros somos como chispas del gran fuego universal, de ahí nuestra parcialidad. Pues cada uno tiene una condición única y está en una posición única, por lo que su perspectiva es única también.

Así, pues, la armonía -sugerís-, es la superación de las contradicciones, o mejor, la reunión de las contradicciones, la suma de las parcialidades. 

Vivimos en el mundo de la multiplicidad, en el mundo de la contradicción, en el mundo de las oposiciones, pero estas contradicciones, estas oposiciones, revelan la armonía de la totalidad, la plenitud de la totalidad.


- 8 -

Y sostuvo Heráclito el Oscuro: “Si todas las cosas se convirtieran en humo, las narices sabrían distinguirlas.”

La Coneja: Y una vez más, viejo Heráclito, me deslumbra tu penetrante intuición. 

El cosmos es sustancialmente diverso; aunque por un prodigio inexplicable todo cuanto existe apareciera idéntico ante nuestra mirada (“humo”), su diversidad constitutiva persistiría… y nosotros podríamos distinguirla. 

Hoy sabemos que esta diversidad es resultado del proceso cosmológico. La variedad de elementos (átomos) que constituyen la materia, es producto de dicho proceso.  ¿Y qué son el olfato, la vista y demás sentidos mediante los cuales nos relacionamos con el mundo, sino medios o vías de conocimiento de la diversidad del mundo? La Vida, indisociable de la Conciencia, produce en su despliegue estos medios o vías de conocimiento.  

Por tanto, viejo Heráclito, el cosmos genera la diversidad de elementos que lo constituyen al tiempo que produce también los medios por los que dicha diversidad puede ser aprehendida o conocida por la vida y la conciencia.

La sensibilidad al medio propia de los seres vivos (incluyendo la conciencia que registra y unifica los datos sensoriales), coevoluciona con el proceso de diversificación y articulación constante de la materia, propio del proceso cosmológico. 

Si toda la diversidad del cosmos quedara reducida a humo, persistiría como diversidad, pero además, la conciencia y sus órganos sensoriales serían capaces de reconocerla como tal, pues mundo y conciencia coevolucionan.


- 9 -

Y dijo Heráclito de Efeso: “Lo que se opone es concorde, y de los discordantes [se forma] la más bella armonía, y todo se engendra por la discordia.”

La Coneja: Aquí, viejo Heráclito, apuntás a “la raíz del cacho”, como solemos decir en mi tierra, pues afirmar que todo cuanto existe surge de la oposición de los contrarios, de su antagonismo y de su interacción, ya es audaz, pero agregar que los contrarios, juntos, configuran una unidad armónica en la que la oposiciones se anulan o desaparecen para convertirse en “la más bella armonía”, es trascender la raíz del cacho y señalar lo invisible y, ¿por qué no?, lo que trasciende o está más allá de lo patente, del mundo manifiesto. 

Vivimos y morimos en el mundo de los antagonismos y la contradicción, pero esa dualidad en discordia sin fin, esa conflagración permanente de la que somos testigos y en la que también ardemos, revela la velada armonía. 

Vivimos en un mundo de parcialidades, necesariamente en pugna, que revelan la unidad subyacente de todo, su armonía deslumbrante. ¿Es esto lo que estás diciendo, viejo chamán?

Fragmentación, atomización, oposición, discordia; pero también lo opuesto: integración, complementariedad, danza, armonía. Las contradicciones y su contradicción, la armonía: tal el mundo que somos.


- 10 -

Y dijo Heráclito el Oscuro: “Enteros y no enteros, convergente divergente, consonante disonante: de todos uno y de uno todos.”

La Coneja: Cualquier cuerpo, cualquier fenómeno que consideremos es, por definición, limitado y parcial, pero también complementario de su opuesto. La complementariedad de los opuestos revela la unidad de la que estos dimanan: antes del dos, el uno. 

Habitantes de lo múltiple (y múltiples nosotros mismos), podemos inferir lo uno a partir de lo múltiple, lo diverso y contradictorio. 

Hasta la brizna más pequeña hunde sus raíces en una grieta de lo absoluto y para nacer debe romper el mundo; solo así podemos existir y solo así podemos apreciar y conocernos como integrantes de algo infinitamente mayor. 

Solo desde la fragmentación puede concebirse (y apreciarse) la plenitud de la totalidad; el todo y las partes se iluminan recíprocamente, se requieren para revelarse. Cada uno le confiere sentido al otro: sin el estallido de las partes, el todo es solo vaporosa posibilidad, oscuridad en la oscuridad; sin remitirse a la totalidad, las partes son como borrachos perdidos en la noche profunda.


- 11 -

Y sentenció el Oscuro de Efeso: "Todo animal es llevado a pastar mediante latigazos.”

La Coneja: Con frecuencia nos resulta en extremo difícil reconocer el bien, lo justo y lo correcto, es cierto, pero no olvides, viejo gruñón, que “el bien” es a menudo una imposición de los poderosos que se asumen como dueños de todo -incluidas “la verdad” y “el bien”-. Entonces es preciso huir a la montaña y nutrirse de hierbas puras y salvajes, como cuentan que tú mismo hiciste y haría muchos siglos después otro cascarrabias, el viejo Nietzsche. No fueron latigazos los que te llevaron a las praderas del logos, sino tu búsqueda de una verdad más alta que la que rumiaban a tu alrededor. Quizás sea cierto que todo animal domesticado debe ser llevado a pastar mediante latigazos, pero los libres pastan allá donde los amos no alcanzan a ceñirles la soga.


- 12 -

Y se dice que sentenció Heráclito el Oscuro: “A los que ingresan en los mismos ríos sobrevienen otras y otras aguas; y salen almas por exhalación de las cosas húmedas.”

La Coneja: Lo desconcertante aquí es la reunión de dos ideas de órdenes tan distintos en una misma frase, pues lo de las aguas y el río, bien dicho está, y nos sumerge en la eterna disyuntiva de la identidad y el cambio… Disyuntiva que, como sabemos, no es tal, sino más bien paradoja que paraliza el espíritu y disloca la lógica del pensamiento, revelándonos sus limitaciones, para iluminar el fuego armónicamente contradictorio del mundo…

Lo de las almas, en cambio, me resulta difícil de seguir.  ¿Querrías decir, acaso, que la vida -y por lo tanto las almas- están indisociablemente asociadas al agua? Como todo lo invisible, “el alma” se presta a todas las metáforas, es territorio libre para la imaginación. 


- 13 -

Y dejó dicho el viejo Heráclito: “Los cerdos gozan con el cieno más que con el agua pura.”

La Coneja: Y está bien que así sea, pues cada ser juzga o valora según su naturaleza. Asumir que lo que es bueno para uno, ha de serlo para todos, es el principio de la violencia, la opresión y la arbitrariedad. 


- 14 -

Y escribió Heráclito de Efeso: “Este cosmos, uno mismo para todos los seres, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que siempre ha sido, es y será fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas.”

La Coneja: Antes bien: los dioses -como quiera que los concibamos o los imaginemos-, son parte de este fuego siempre vivo y cambiante: lo mismo que nosotros, surgen y desaparecen en la eterna respiración del cosmos. Pienso en soles; pienso en galaxias; pienso en esa multitud de cuerpos y fenómenos celestes apenas conocidos y de dimensiones inconmensurables… ¿Acaso hay algo que merezca con mayor justicia el apelativo de “dioses”? Y también ellos, también esos dioses formidables de donde surgimos, nacen y perecen en el pulso rítmico del universo.

Medida: ritmo. Hay formas de comunicarnos que no requieren de palabras; antes bien, las rehúyen como a la peste. Por eso, viejo Heráclito, celebro que cuando hablas del logos, te refieras a la medida, al ritmo mediante el cual las formas nacemos y perecemos, antes que a las palabras mediante las cuales pensamos, pues sobre el eterno logos que anima el fuego del cosmos, también podemos comunicarnos bailando. 

Apenas somos una chispa, un fugaz destello en alguna llama de ese “fuego eternamente viviente” que es el cosmos. Celebrémoslo. 


- 15 -

Y escribió Heráclito de Éfeso: “Lo uno, lo único sabio, no quiere y [sin embargo] quiere ser llamado con el nombre de Zeus”

La Coneja: Mucho me temo, viejo Heráclito, que la necesidad de nombrar las cosas es nuestra, y que a ese “uno” del que hablas lo trae sin cuidado el nombre que le demos. Por eso me parece sabia tu prevención: “no quiere y sin embargo quiere ser nombrado con el nombre de Zeus…” 

Cada nombre, cada palabra, trae aparejada una imagen, una idea, una visión: de ahí tu reticencia a designar con el nombre de “Zeus” a ese uno, pues la idea de Zeus entre los tuyos es muy distinta de tu idea de ese uno. Mediante las palabras, nos enlazamos a los otros. Valernos de una misma palabra para designar dos ideas distintas, es el origen de la confusión, y la finalidad de las palabras, su única utilidad, es comunicarnos. 

Nuestras ideas de las cosas, aquellas a las que nos referimos cuando hablamos, son personales, pues hablamos siempre de imágenes mentales; sin embargo, para comunicarlas debemos valernos de palabras compartidas o comunes. La comunicación es siempre aproximativa, tentativa y, en cierta medida, fallida; los equívocos son inevitables, más aun, son consustanciales a la comunicación misma.

¡Si tan solo imaginaras la cantidad de nombres que “lo uno” ha recibido en el curso de los siglos! ¡Si supieras de las multitudes que han muerto tratando de imponerle a otros su forma de nombrarle o defendiendo la suya! 


- 16 -

Y el Oscuro de Efeso escribió: “El camino hacia arriba [y] hacia abajo [es] uno solo y el mismo.”

La Coneja: Todos los órdenes o planos del cosmos responden a la misma ley, el logos, ese continuo ir-haciéndose en donde se entrelazan creación y destrucción: desde las primeras manifestaciones de energía cósmica hasta las creaciones del espíritu humano, y más allá de nosotros mismos, hasta aquellas manifestaciones de la energía-materia-inteligencia cósmica que apenas imaginamos o intuimos, todo responde al mismo logos y todas constituimos, por tanto, un solo camino. “Como arriba es abajo”, se lee en otra parte. Por eso, no importa cuál camino emprendamos -la psique o el cosmos-, al final, todos llevan a Roma. Pero claro, de Roma vos nada sabés…


- 17 -

Y dijo Heráclito de Efeso: “Los necios, aun oyendo, se asemejan a los sordos: el proverbio, justamente, es testigo de ellos: que "hallándose presentes están ausentes".

La Coneja: Vivimos sonámbulos, es cierto, pero en defensa propia. La realidad, afuera, parece demasiado ruda, preferimos la fantasía de nuestros pensamientos. A veces nos percatamos de eso, pero a los pensamientos, oponemos otros pensamientos, como si así nos libramos del conjuro. No abrimos el pecho al abrazo del mundo. ¿De dónde viene tanta defensividad? ¿De la culpa? ¿Acallamos un grito siempre? Disculpá que te hable así, viejo Heráclito. Tu espejo es fecundo, en mis pensamientos resuenan ecos de tu voz.

Por otro lado, solo unos pocos consiguen estar presentes. Gente así ha habido siempre y en todas partes: en China, Lao Tse decía en tu época cosas muy parecidas a las tuyas. En los pequeños cacicazgos del bosque tropical húmedo que había donde vivo ahora, seguramente también los hubo, pero sus palabras no llegaron a nosotros. Finalmente, las raíces del espíritu humano se hunden en la mente y no en la geografía. 

¿Por qué nos cuesta tanto vivir? Sería infinitamente más fácil si tan solo nos abandonáramos, si dejáramos de resistirnos al torrente del río, a las flameantes llamas de la hoguera. Pero nos detiene el terror a disolvernos, la idea de dejar de ser. (¡Como si fuéramos; es decir, como si cada uno de nosotros, en tanto individuo,  fuera!) 

Por todo ello escuchamos y seguimos como ausentes.


- 18 -

Y el Oscuro de Efeso sentenció: “Los límites del alma, por más que procedas, no lograrías encontrarlos aun cuando recorrieras todos los caminos: tan hondo tiene su logos.”

La Coneja: Del alma, como de casi todo lo invisible, conviene hablar poco. Sabemos que está ahí porque la experimentamos en nuestras percepciones, emociones, imaginaciones y pensamientos, pero más allá de eso, empiezan los tartamudeos. El alma se nos presenta como “la interioridad” de nuestro cuerpo, su reverso y su doblez, pero tan real como este. 

Sabemos que todo cuerpo viviente tiene asociada una conciencia, una psique, un alma, y que en cierta forma la crea o la alumbra. También sabemos que toda conciencia es al mismo tiempo conciencia de un entorno, de un mundo. Así, con el alma se fundan el Yo y su mundo, lo uno y lo otro, la identidad y la alteridad, pero esa dualidad es ilusoria, porque el Yo, la psique, el alma -como quiera que nos la representemos-, emerge del mundo. 

Así, pues, esta paradoja de reconocernos uno en lo Otro, otro en lo Uno, y sin embargo y al final de cuentas uno, solamente Uno, es el logos insondable del alma.


- 19 -

Y dejó dicho el Oscuro Heráclito: “Una sola cosa es lo sabio, conocer la Razón, por la cual todas las cosas son gobernadas por medio de todas.”

La Coneja: Lo fácil, lo obvio, hubiese sido decir que todas las cosas son gobernadas por una, la Razón, el logos, pero “el diablo está en los detalles”, como suele decirse, y no es tan simple: “todas las cosas son gobernadas por medio de todas”, escribís. He ahí el fondo misterioso y casi impenetrable de la imagen. De esta forma, el cosmos se convierte en un caleidoscopio, en un juego de espejos en el que lo menos influye y determina a lo más, tanto como esto a aquello: interpenetración y coajuste permanente de todo cuanto existe, hasta configurar un tapiz movedizo, más parecido a un pensamiento que al engranaje de una máquina; más parecido a una hoguera flameante, que a una ecuación… El logos, la Razón que rige el mundo, es el resultado de esta interacción: es Ley, porque obedece; ordena y manda, porque se pliega mansamente. No pretende nada y por eso todo se ajusta a ella.


- 20 -

Y escribió el viejo Heráclito: “Me he investigado a mí mismo.”

La Coneja: …Y no podías sospechar, cuando escribiste esto, que el más célebre de tus coterráneos aconsejaría más de un siglo después: “Conócete a ti mismo”, y que esta frase se convertiría en máxima y guiaría los pensares y las búsquedas de miles y miles de personas en tierras distantes como la mía, muchos siglos después… 

Pero lo importante aquí es lo que la frase dice sin decir, pues investigarse a sí mismo es investigar el universo, pues cada ser no solamente es un universo en miniatura, sino también resultado de la evolución de todo el universo, de modo tal que los seres humanos vivimos para experimentar en nuestra existencia las leyes que rigen el universo. Y eso fue lo que hiciste vos, viejo Heráclito, y así llegaste al logos. 

Y por eso estamos agradecidos. 


sábado, junio 26, 2021

PERRO FLACO

 "A todo perro flaco se le pegan las pulgas", sentencia el refrán castellano, pero ¿a quién se pega el perro flaco?

lunes, junio 14, 2021

DOS APUNTES

1

Una cosmovisión es, al mismo tiempo, una explicación del mundo y una guía para la acción humana. Toda cosmovisión implica un sistema de valores, una moral. La importancia práctica de las comosmovisiones, teorías e ideologías, no radica tanto en lo que explican del mundo, como en lo que justifican y legitiman de nuestra conducta.


2

En la Grecia Clásica asistimos tanto a la exaltación unilateral del cuerpo, como a su negación, igualmente unilateral, en la doctrina platónica de las ideas. 

sábado, mayo 22, 2021

GESTACIÓN

Como el niño en el vientre 

de su madre

que oye voces

y sonidos misteriosos

sin comprender de qué se trata


así nosotros 

en el mundo

de los vivos


oh amigos


viernes, mayo 21, 2021

DESPERTAR

 

La blanca luz

del alba

desnuda tu cuerpo

y una inexplicable dicha

sacude mi pecho.

 

Entreabrís los ojos.

Sonreís.

 

El amor es esto.

viernes, mayo 14, 2021

VACACIONES


 Media tarde.


Nubes blancas en la ventana

de la cocina.


Madre y Daisy hornean "suspiros".


La alegría cuaja

en mi corazón.

viernes, abril 09, 2021

TRES

 

Algo hicieron otros para que nosotros fuéramos posibles. Esto no solo es verdad desde la perspectiva societal e histórica -lo que somos culturalmente es el resultado de lo que otros hicieron en el pasado-, sino también en el sentido biológico: nuestra especie es el producto de la evolución adaptativa de infinidad de formas vivas a las condiciones cambiantes del planeta.  Por tanto, lo que sea el futuro depende también, en alguna medida, de lo que hagamos nosotros en el presente. A medida que la conciencia se amplía debemos escoger o elegir entre infinidad de futuros posibles. En eso consiste la inteligencia. El imperativo ético que debemos asumir es hacer real lo posible y hacer que lo posible sea real. Nuestras acciones -incluyendo pensamientos y palabras- no son inocuas: repercuten sobre el devenir.

***

Si "estamos hechos de la misma materia que los sueños", como avizoró Shakespeare, estamos hechos de recuerdos, fantasías y deseos. Pero también de Símbolos y de misterio. Y es de eso de lo que tenemos que escribir.

***

Como tu cuerpo, tu ego ha de morir, así que más vale que entiendas -cuanto antes, mejor-, que lo único perdurable que hay en vos es la energía indoblegable y multiforme de la vida en su despliegue cósmico, y que esta se manifiesta en tu conciencia en las mil formas de los mitos, los daimones, las diosas y los dioses...

viernes, marzo 05, 2021

REGRESO (un cuento)

 

Tan pronto se abrió la compuerta, me envolvió una bocanada de aire húmedo y caliente, como si hubiéramos llegado al infierno. Me recriminé por ese pensamiento y acaricié la urna con las cenizas de papá, como disculpándome con él. Minutos antes nos habían informado que en eran las diez y veintidós de la mañana, hora local de Malabo; yo viajaba en los asientos traseros del avión y la fila para desembarcar apenas avanzaba. Durante el vuelo no había dormido nada; a mi lado venía un adolescente español que se entretuvo jugando con su teléfono celular durante la mitad del vuelo, y el resto durmió a pierna suelta. Fue un alivio: bien advertida estaba sobre los peligros de hablar con extraños; el gobierno tiene lacayos y adeptos y las redes de la policía secreta se extienden hasta España.

Agradecí a las asistentes de vuelo que nos despedían junto a la puerta; cuando pisé la escalera, ya estaba sudando.  Me hice a un lado para dar paso a los pasajeros que venían detrás y me detuve a mirar. ¡Después de quince años, estaba de regreso en mi país! La intensidad de la luz y el verde de las montañas me habían sobrecogido durante las maniobras previas al aterrizaje, pero ahora los colores se habían concentrado. Me embargaban sentimientos contradictorios. Cuando nos refugiamos en España, mi padre juró que no regresaría al país mientras Obiang fuera presidente; jamás imaginó que moriría sin haber visto ese día. Ahora yo volvía para depositar sus cenizas en las faldas de la Caldera, en Bioko sur. Fue su última voluntad.

El oficial de migración estampó el sello de entrada sin haberme mirado a los ojos ni dirigido la palabra; los de aduanas me preguntaron por la urna que cargaba en mis manos y me pidieron pasarla por el escáner. Les mostré los papeles que certificaban su contenido, pero ellos insistieron en que debía hacerlo. No quise contrariarlos. Después de asegurarse de que todo estaba bien, me la devolvieron y me invitaron a seguir sin hacer ningún comentario.

Le había dicho a mis primos que no se molestaran en venir a buscarme, tomaría un taxi. La terminal estaba abarrotada de gente que gritaba ofreciendo servicios o llamando a familiares que llegaban en mi vuelo; rechacé a varios chiquillos que se ofrecieron a cargar mis maletas me alejé del bullicio hasta dar con un hombre canoso que fumaba plácidamente reclinado contra la puerta de un coche.

   - ¿Taxi, señora?

No lo pensé dos veces. El hombre se apresuró a apagar su cigarrillo, me abrió la puerta trasera y depositó la maleta en la cajuela. Quiso hacer lo mismo con la urna, pero lo rechacé indicándole que la llevaría conmigo.

   - ¿A dónde vamos? -me preguntó, ya instalado en su asiento, mirándome por el espejo retrovisor.

El viaje hacia Luba dura alrededor de hora y media; aunque no pasamos por el centro de Malabo, pronto me asaltaron las evidencias del boom petrolero que estalló en el país poco después de que nosotros nos marchamos.  La vía estaba pavimentada y el chófer me habló de los planes de convertirla en una moderna autopista. Entre las casas miserables sobresalían algunas con piscina y vista al mar.

Por el vuelo en que llegué, el conductor adivinó que venía de España. Me contó que tenía dos sobrinos en Alicante; habían marchado siendo muchachos, diez años atrás. Uno había ingresado a la universidad y ahora era ingeniero; el otro seguía trabajando en la construcción, como al principio. Naturalmente, quiso saber sobre mí. Debía ser reservada, pero tampoco quería mostrarme hostil, así que le conté que era enfermera y que era la primera vez que regresaba al país. Eso pareció emocionarlo mucho. Desde luego, habló de cuánto habían cambiado las cosas con el petróleo. Pasábamos en ese momento frente a una escuela: decenas de chiquillos correteaban malvestidos y descalzos tras un balón de tela. Sin disimular mi ironía, le hice ver que había cosas que, sin embargo, parecían no cambiar. Él captó el sarcasmo y me dio la razón. Me sentí un poco más tranquila.  Luego preguntó por el motivo de mi viaje. Cedí al impulso y le conté del último deseo de mi padre. Eso pareció conmoverlo y durante un largo trecho condujo en silencio.

***

Llegué a Madrid siendo niña y, mientras crecía, me nutrí del amor y la nostalgia de mi padre por Bioko, también de su odio contra el dictador. Mis recuerdos infantiles de la isla son escasos: las montañas intensamente verdes que ahora reencontraba, los pescadores que regresaban muy temprano por las mañanas en sus botes a la playa, las calles de Luba llenas de fango y de polvo, mis primos y algunos chiquillos de nuestro vecindario. Eso era todo.

Cuando llegamos a España, mi país era demasiado insignificante para importarle a nadie, y la brutalidad de Teodoro Obiang se consideraba un rasgo folclórico de las costumbres salvajes del dictador de un remoto país africano, tan absurdo y pintoresco como Idi Amín Dada y tantos más. Poco después se descubrieron los yacimientos petrolíferos y se iniciaron las explotaciones; entonces Guinea Ecuatorial se volvió demasiado importante para que las potencias occidentales hicieran mohines por esa minucia de la democracia: los negocios surgían por doquier y lo único importante era no quedar fuera del festín de millones: carreteras, edificios públicos, puertos marítimos y aeropuertos… todo, férreamente controlado por el dictador, sus familiares y su gente de confianza. 

Desde que pusimos un pie en España, papá y mis hermanos se unieron a los grupos de oposición en el exilio; yo seguí sus pasos cuando tuve edad. Mientras estudiaba en la universidad, traté varias veces con funcionarios europeos y norteamericanos que parecían convencidos de que sus países encarnaban y defendían los valores democráticos, pero cuando les mencionabas su respaldo al sanguinario dictador de mi país o al despótico régimen saudí, empezaban a tartamudear y balbuceaban la palabra “geopolítica”. Naturalmente, los más convencidos de su misión civilizadora eran los funcionarios de bajo y mediano rango; cuanto más ascendías en la escala, más fríos y cínicos se mostraban, aunque al final siempre retomaban el argumento de que era preferible estar bajo la égida de Occidente, que bajo la de los tramposos rusos o la de los despiadados chinos…   Yo hacía esfuerzos para no vomitarme, no porque albergara alguna esperanza sobre la bondad intrínseca de los rusos o los chinos, sino por su doble moral a prueba de balas y por su fe absurda en la misión civilizadora de Occidente.

Mi padre era un hombre de menos de treinta años cuando la Independencia; siempre que recordaba su vida en Guinea, utilizaba los viejos nombres coloniales: Santa Isabel, por Malabo; San Carlos, por Luba…, o al menos los utilizaba indistintamente con los que impuso Macías tras la Independencia. Inevitablemente, papá asociaba los nuevos nombres con las desventuras de aquella dictadura. Mi hermano mayor nació en 1968, y los demás lo hicimos ya en un país independiente; para nosotros, los nombres coloniales son vestigio de un pasado que no conocimos y no existen en nuestra memoria.

Aunque nacido en Bococo, mi padre hablaba a menudo de sus años de juventud en las faldas de la Caldera, muy cerca de donde hoy está el pueblito de Musola. Ahí trabajó para una familia catalana propietaria de una finca dedicada a la extracción de maderas y al cultivo de cacao; antifranquistas rabiosos, fueron ellos quienes le inculcaron los ideales democráticos que más tarde lo llevaron al exilio.  Nunca supe por qué motivos mi padre se marchó de Bococo; jamás nos habló de su familia ni tuvimos relación con ellos.  

Mi madre era nativa de Luba. Miembro de una familia de pescadores, conoció a mi padre en uno de sus días libres, cuando él bajaba al puerto a hacer las compras y a veces a emborracharse. Tras el matrimonio se establecieron en Luba; ahí vivíamos muy cerca de nuestros abuelos y tíos maternos, y los chicos crecimos sin hacer mayores distinciones entre hermanos y primos. Nada de esto cambió tras la muerte de mamá, víctima de una infección uterina cuando yo tenía tres años. En cambio, mi padre sí cambió mucho. Luego comprendí que responsabilizaba al gobierno por aquella muerte prematura, pues un sencillo tratamiento médico la hubiera salvado, pero eso era impensable en aquellos años, y lo sigue siendo todavía hoy para muchos. A partir de entonces papá se radicalizó y asumió responsabilidades y riesgos cada vez mayores en el movimiento de oposición a Obiang, que tras deponer y fusilar a su tío en 1979, ya había mostrado sus colmillos de tirano y traicionado cualquier esperanza de democratización.

En 1991, tras uno de los supuestos intentos de golpe de Estado que inventa el tirano cada vez que necesita recordarle a la población su régimen de terror, mi padre supo que venían tras él y logró refugiarse en la Embajada de España en Malabo. Mis hermanos y yo lo seguimos pocos días después. Para nosotros, la adaptación a España fue un reto enorme, pero no una tarea imposible, como resultó para él.

No pasaron muchos años antes de que mis hermanos se marcharan de Madrid a buscarse la vida en otras ciudades; los dos mayores terminaron en Tarragona; Sergio en Bilbao y Antonio, tres años mayor que yo, en Valencia. Yo quedé sola con mi padre. Conforme envejecía, él se llenaba de nostalgia, “como un estuario cuando sube la marea”, leí en alguna parte. Yo lo veía resistirse y batallar, pues entregarse a la nostalgia hubiera significado aceptar el despropósito de la independencia y lo inevitable de la sujeción colonial.

Desde que llegamos a España, nos mantuvimos en contacto con la familia en Luba. Yo, particularmente, no dejé de escribir y de llamar a mis primas Paloma y Trini; lo hice cuando murieron los abuelos y las mayores de mis tías, también para algunas Navidades y para sus bodas. Cuando murió papá y surgió el viaje para cumplir su última voluntad, no dudé en contactar a Paloma, ni ella lo dudó un instante para recibirme en su casa.

***

Al salir de una curva muy cerrada, la pequeña Luba emerge ante mis ojos y el corazón me da un vuelco. Basta mirarla un momento para despertar los recuerdos del viejo puerto y de las calles y edificios frente al paseo marítimo. De no ser por la maquinaria y el movimiento de tierras a lo lejos, se diría que nada ha cambiado. El taxista me explica que se trata del nuevo puerto petrolero en construcción. La carretera desciende zigzagueante hasta el nivel del mar y, poco antes del ayuntamiento, doblamos hacia el barrio Montserrat. El recorrido se me hace ridículamente corto; mis recuerdos infantiles lo habían magnificado.  

En casa de Paloma me esperan los primos y los tíos que todavía viven. Las palabras, los abrazos y los besos revelan sentimientos encontrados: por un lado, ellos deben expresar sus condolencias por la muerte de papá (la urna con sus cenizas es motivo de especial curiosidad entre los niños), pero del otro, la alegría por el reencuentro nos embarga. Luego, los primos me presentan uno a uno a sus hijos, que no disimulan su ansiedad por recibir los regalos que traigo para ellos.  Se trata de cosas sencillas, pero ninguno se va con las manos vacías y todos quedan contentos. Dichosamente, la tarde está soleada y no amenaza lluvia, pues Paloma y su marido han preparado en el patio una gran olla de pescado con yuca y ñame. Yo aporto un litro de ron haitiano que había comprado en el aeropuerto de Madrid, recibido con grandes muestras de aprobación por mis primos.  

Mientras paladeamos la sopa, intentamos hacer un recuento de la situación de los que vivimos en España y de los que quedaron acá. Tanto ellos como yo queremos detalles: ¿Tengo novio? ¿Se casaron mis hermanos? ¿Cuántos hijos tienen? ¿Es fácil conseguir un trabajo allá? En la mirada de los más jóvenes, advierto la férrea determinación de marcharse del país. Tal y como mi padre y sus contemporáneos soñaron con la independencia, ellos sueñan con largarse de aquí.  Poco antes del anochecer, tras casi 40 horas sin dormir, me vence el cansancio y me retiro a descansar.  Paloma me ha preparado el cuarto de sus hijos, que dormirán con ellos mientras yo esté aquí. Es un dormitorio pequeño y muy sencillo que, como todo lo demás, me transporta a mi propia infancia.

Me despierta el griterío de los pájaros y la claridad temblorosa del alba. Tras unos instantes de confusión, recuerdo donde estoy y me invade el deseo irreprimible de ir al mar. Permanezco tendida en la cama mientras el día termina de instalarse, y luego, tratando de no despertar a nadie, me visto y salgo al patio. ¡El aire es tan limpio y la luz tan transparente! Reconozco el canto de algunos pájaros, pero no logro recordar sus nombres. Camino hacia la calle principal y luego me dirijo al puerto. Algunas mujeres se dirigen a la playa a recibir a sus maridos que vuelven de pescar durante la noche; dos o tres responden a mi saludo, otras me miran sin decir palabra.  Es una caminata de quince minutos como mucho.

En el paseo marítimo busco el sitio donde solía sentarme cuando niña a ver el mar, junto al muelle. De pronto, me doy cuenta de que estoy llorando. No es un llanto doloroso, tampoco dulce; ambas emociones se mezclan.  Pienso en mi padre, por supuesto, que murió sin volver a esta tierra que tanto amó, pero también en mis hermanos y en todos los que hemos tenido que marcharnos para aprender a mirarla con ojos nuevos: no solo como una prisión o una aplanadora de sueños, sino también como una posibilidad y una promesa sin cumplir. Al abandonar el país, creamos un futuro para él, pues nos sustraemos a la desesperanza y el escepticismo que reinan aquí.  Permanezco mirando el mar no sé cuánto tiempo, y de la misma forma en que había empezado a hacerlo, sin darme cuenta, el llanto cesa. El sol ya ha asomado detrás de los cerros.

Emprendo el regreso por el mismo camino, pero después de la iglesia de Montserrat me desvío por la calle del río. Aquí se han construido muchas casas; mientras camino, intento hacer un inventario de las nuevas y las viejas. El movimiento de gente es ahora mayor; algunos niños se bañan en los patios y otros parten, uniformados, rumbo a la escuela.

A lo lejos distingo la casa de los Besari. Ángela y su hermano Adrián crecieron con nosotros; curiosamente, nunca, desde que me fui de Luba, volví a pensar en ellos, y solo ahora caigo en cuenta de mi olvido. Enseguida recuerdo al resto de la familia: sus padres y los hermanos mayores. Adrián era algunos años mayor que Ángela y, en mi inocencia infantil, yo me sentía vagamente atraída por él.

No es necesario llegar hasta la casa para descubrir su abandono: parte del techo se ha desprendido y la maleza lo invade todo. De pronto me parece ver a alguien ocultándose entre la vegetación. Mis sentidos se ponen alerta y avanzo despacio para sorprender al intruso. Debemos estar a quince o veinte metros de distancia cuando él se voltea y reconozco a Adrián Besari. Parece un muchacho: alto, fuerte, fibroso. Se ha convertido en un hombre muy hermoso. Mirándolo, apenas puedo creer que sea mayor que yo. Él también me reconoce, pues su expresión se ilumina de repente.

   - ¿Elba? -pregunta-. ¿Elba Moquiso?

   - ¿Adrián? -respondo como si se tratara de un código secreto-. ¿Adrián Besari?

Estallamos al mismo tiempo en una carcajada y corremos a abrazarnos. Tan pronto nos separamos, me pregunta:

   - ¿Sabes qué pasó? ¿Por qué no hay nadie?

Le explico rápidamente que llegué apenas ayer y que no sé nada de su familia.

   - ¿Y tú? -le pregunto-. ¿De dónde vienes, dónde has estado?

Sin entrar en detalles, me cuenta que también ha estado de viaje. No me da ocasión de preguntar más, pues en seguida agrega:

  - Necesito entrar, no tengo otro lugar donde quedarme, pero la puerta tiene un candado.

Entonces recuerdo que Ángela tenía una forma de salir y volver a entrar por el patio trasero, que usaba para unirse con nosotras cuando la castigaban.

   - Creo que puedo ayudarte -le digo.

Lo tomo de una mano y, escabulléndonos entre la maleza, rodeamos la casa hasta llegar al sitio; ahí le muestro dos latas de chapa mal clavadas que, al empujarlas, abren espacio suficiente para que pase una persona. Adrián las empuja, invitándome a entrar. Lo hago sin chistar; una vez adentro, tiro de las latas para que entre él.

El patio interior también está cubierto de maleza. En una esquina, descubro el árbol de limonero que Ángela y yo plantamos en primer grado de la escuela. Adrián va directamente hacia la puerta que desde el patio da a la casa; bastan un par de empujones para que ceda. Lo veo perderse en la penumbra del interior y entonces me dirijo hacia el limonero. Creció hasta una buena altura, el tronco reseco y quebradizo permanece como testigo de que en algún momento dio frutos, pero ahora se ha secado a consecuencia de alguna plaga. Limpio la maleza alrededor del tronco y descubro con infinito alivio que algunos retoños brotan de las raíces. ¡Está vivo!

Pronto caigo en cuenta de la hora. Paloma sin duda estará preocupada, esperándome para desayunar. Llamo a Adrián para decirle que debo irme, pero él no responde. Asumo que, lo mismo que yo, debe estar conmocionado por el regreso.  

   - ¡Me voy! -anuncio-. Estaré aquí unos días. ¡Espero verte pronto!

Con dificultad me las arreglo para salir del patio y camino a toda prisa el trayecto restante. En efecto, Paloma me espera afuera; a la distancia percibo su nerviosismo.

   - ¿A dónde te metiste? -me pregunta, todavía desde lejos-. Estábamos preocupados.

Le cuento de mi despertar al alba y de mi deseo irresistible de ir al mar. 

   - ¿Y fuiste? -inquiere.

   - ¡Por supuesto! Estuve llorando un rato en el muelle, en el mismo lugar al que iba cuando niña. Me hizo bien.

   - Seguro tienes hambre. Vamos a comer algo.

Pero yo necesito contarle de mi encuentro con Adrián.

   - Después, cuando volvía, pasé frente a la casa de los Besari. ¡Qué tristeza encontrarla abandonada! ¿Y a que no adivinas qué?

   - ¿Los Besari? -pregunta ella, ya en camino de la cocina, como despertando un recuerdo de hace mucho tiempo.

    - ¡Ahí estaba Adrián! Venía llegando de no sé de dónde y no podía entrar. Le ayudé a hacerlo por el patio de atrás, ¿recuerdas? La entrada secreta de Ángela.

Mi prima se detiene en seco y me fulmina con la mirada.

   - ¿Adrián? -pregunta-. ¿Viste a Adrián Besari?

   - Sí -respondo-. ¿Por qué?

   - A Adrián Besari lo mataron los de la policía secreta hace como diez años, cuando estudiaba en Malabo. Desde entonces su familia abandonó el pueblo y nunca más supimos de ellos.

                Y por un instante veo los retoños en la raíz del limonero.

 

 

 Febrero 2021