Introducción
Ignoro las razones por las que el autor o autora del presente manuscrito decidió comentar los textos del filósofo presocrático haciéndose llamar “La Coneja”, un seudónimo casi tan intrigante y enigmático como la figura del mismo Heráclito. En ocasiones he pensado que lo hizo como un guiño al famoso “Tío Conejo”, célebre personaje de la literatura infantil costarricense y encarnación local del “tricker” o tramposo de la tradición oral en muchas regiones del planeta. El único dato cierto del que disponemos sobre “La Coneja”, indica que vivía en San José de Costa Rica a mediados de los años 70 del siglo pasado, pues el documento está fechado en el mes de julio de 1977.
El original llegó a mis manos hace alrededor de veinte años por un amigo común, hoy fallecido; en aquel momento no le presté mayor atención ni tuve la curiosidad de preguntarle detalles acerca de su autor o autora. Hace algunas semanas, vaciando las gavetas de mi escritorio, lo encontré entre otros papeles destinados al reciclaje y, tras una relectura, llegué a la conclusión de que no me corresponde a mí -que apenas estudié Filosofía algunos años en la Universidad de Costa Rica-, sino a lectores más criteriosos, determinar si tiene algún valor.
Aunque “La Coneja” no se molestó en indicar de dónde había tomado los textos de Heráclito que comenta, tras una breve investigación, mi buen amigo, el Dr. Jorge Jiménez, concluyó que se trata de las versiones del libro “Heráclito: textos y problemas de su interpretación”, del gran erudito italiano Rodolfo Mondolfo, publicado por la Editorial Siglo XXI (primera edición, 1966; segunda edición corregida y aumentada, 1971.)
Debo admitir que el título bajo el que aquí se publican -tan obvio como notoriamente cortazariano-, es una ocurrencia mía, así como el subtítulo que lo acompaña. Por lo demás, se ha transcrito y se publica sin modificación alguna.
R.S.
San José, Costa Rica, julio 2021
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Y dejó dicho el viejo Heráclito: “Aun siendo este logos real, siempre se muestran los hombres incapaces de comprenderlo, antes de haberlo oído y después de haberlo oído por primera vez. Pues a pesar de que todo sucede conforme a este logos, ellos se asemejan a carentes de experiencia, al experimentar palabras y acciones como las que yo expongo, distinguiendo cada cosa de acuerdo con su naturaleza y explicando cómo está. En cambio, a los demás hombres se les escapa cuanto hacen despiertos, al igual que olvidan cuanto hacen dormidos.”
La Coneja: Y yo me asombro, me maravillo con cada una de tus palabras, pues ¿qué quiere decir exactamente que “el logos es real”? En esa sola frase, en esa simple afirmación, se condensan muchas de mis dudas e inquietudes de hoy, pues sostener que hay algo que podemos llamar “real” (más allá de nuestras fantasmagorías y delirios), supone que podemos distinguirlo o reconocerlo como tal. Y ojo, viejo cascarrabias: escribo deliberadamente reconocerlo y no “conocerlo”, pues si somos capaces de distinguir algo como real, es porque algo en nosotros tiene esa misma condición…
Lo real, sugerís, no son los cuerpos que percibimos ni creemos ser -en incesante cambio y transformación, es cierto-, tampoco la conciencia que nos hace apercibirnos de ellos, sino más bien las leyes o principios que rigen el mundo, incluyéndonos a nosotros mismos… Por eso “todo sucede conforme a este logos.”
De modo que lo real, lo verdaderamente real, no es visible y manifiesto, sino invisible y subyacente, y por ello mismo los hombres “somos incapaces de comprenderlo”, hechizados como vivimos por lo que aparece y se manifiesta a nuestros sentidos…
¿Es eso? ¿Eso es lo que quisiste decir, viejo Heráclito? ¿No ha desgastado tus palabras, como a los viejos guijarros del río, el curso de los siglos? Pues de interpretarte bien, me inclino a estar de acuerdo.
Pero no puedo pasar por alto el cierre de tu reflexión: que a los hombres se nos escapa el logos, de la misma forma en que se nos escapa cuanto hacemos despiertos y olvidamos cuanto hacemos dormidos.
Más allá del velado desprecio que trasuntan tus palabras, de su altanería o soberbia, hay algo radicalmente cierto en esto. Y lo digo por experiencia, porque también yo vivo la mayor parte del tiempo como dormido, y poco o casi nada de lo que hago despierto me parece verdaderamente real… Aunque esto último lo sé precisamente por ciertos momentos excepcionales en los que he creído, he sentido, romper la burbuja de mis sensaciones y de mis pensamientos para rozar, intuir o asomarme a algo real. Así, solo el despertar nos revela el sueño y solo el sueño nos revela el despertar. Sueño y despertar, ¿son dos rostros de lo mismo?
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Y dijo Heráclito el Oscuro: “Por eso conviene seguir lo que es general a todos, es decir, lo común; pues lo que es general a todos es lo común. Pero aun siendo el logos general a todos, los más viven como si tuvieran una inteligencia propia particular.”
La Coneja: Vivimos todos bajo la misma férrea (y sutil) ley que todo lo modela y determina el curso de las cosas, el flujo de los acontecimientos, mas sin embargo, obstinados como niños pequeños, quisiéramos que las cosas fueran según las imaginamos y deseamos, y nos empeñamos en percibirlas de esa forma, y no según su propia naturaleza.
Pues somos humanos, viejo Heráclito, demasiado humanos, es decir, criaturas mortales, aferradas al ego y aterradas por la sospecha de que vamos a desaparecer. Es, pues, el ego, el yo -nuestra raíz y nuestro anclaje en este mundo cambiante-, lo que nos aleja del logos, lo común, lo general, y nos induce al error… ¡Triste realidad! Pues si fuéramos capaces de renunciar a las ilusiones que nacen de aferrarnos al yo y pudiésemos abrirnos sin reparos a la captación y comprensión del logos, lo común, lo general, acaso advertiríamos que también nosotros somos de acuerdo a lo común, lo general, el logos, y descubriríamos que, en cierta forma somos como espejos donde se refleja el mundo, y el mundo es como un espejo en el que nos reflejamos…
¿Y qué veríamos en ese espejo, viejo Heráclito? Veríamos, sí, el vértigo del cambio, de la incesante transfiguración de las llamas de ese fuego que imaginaste como metáfora fundamental del mundo, pero al cabo descubriríamos también que, pese al cambio incesante, la llama no se extingue… Y, acaso, comprender que somos parte de ese fuego infinito y deslumbrante bastaría para redimirnos del terror a desaparecer y de las miserias asociadas a nuestra condición mortal.
Sin duda, sí, “conviene seguir lo que es general a todos, lo común”, pero aceptarlo implica aceptar nuestra finitud, y eso parece más allá de nuestras fuerzas.
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Y dijo el Oscuro de Efeso: “El sol tiene el tamaño de un pie humano.”
La Coneja: …pues ilimitado es el río del Espacio-Tiempo, y lo que a nuestros ojos parece imponente, resulta insignificante desde otras perspectivas. De modo que, en el vasto cosmos, menos que un pie humano, menos que la uña del dedo meñique del pie de un recién nacido, resulta nuestro venerable astro…
Pero decime, viejo gruñón: ¿acaso en los pliegues de tu esquiva frase late también la sugerencia de que, pese a su magnificencia indudable, insignificante es el sol si lo comparamos con el ser humano? Pues, en el cosmos, tal vez no todo sea cuestión de dimensiones… ¿Y cuál sería el rasero para valorar la importancia de las cosas, de los hechos y fenómenos cósmicos? ¿Acaso la complejidad? Pues de ser así, de ser la complejidad integrada en cada fenómeno el rasero para valorar la trascendencia o “el significado” de los hechos cósmicos, los seres humanos seríamos, en efecto, infinitamente mayores que los soles, toda vez que nuestro cuerpo integra los elementos resultantes de la combustión y el colapso de estrellas ya extinguidas… Así, turbia en mi visión, revolotea la imagen de algo que viene tomando forma desde los más remotos confines del universo, algo que no cesa de producir nuevas y más complejas formas, y de lo cual nosotros somos un eslabón más en su ruta hacia la plenitud del auto-descubrimiento…
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Y dijo Heráclito de Efeso: “Si la felicidad estuviera en los deleites del cuerpo, llamaríamos felices a los bueyes cuando encuentran legumbres para comer.”
La Coneja: Y bien podemos llamarlos felices; ¿por qué no hacerlo? Pero nosotros no somos bueyes, y aunque sean magníficos los deleites del cuerpo, tan pronto los satisfacemos, surgen otras necesidades, se abren otras interrogantes. ¿Llamaremos “felicidad” al estado que nos sobreviene cuando hemos respondido a tales preguntas? Si así lo hacemos, admitamos entonces que nuestra felicidad es transitoria, pues responder a unas preguntas, implica siempre abrir otras: cruzamos umbrales que nos colocan ante nuevos horizontes. No en vano, se acuñó la metáfora de “hambre de conocimientos” o “hambre de saber”. Y esa es insaciable.
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Y se dice que dijo el viejo Heráclito: “Se purifican manchándose con otra sangre, como si alguien, después de haber entrado en el lodo, tratase de limpiarse con otro lodo. Parecería que estuviera loco si alguno de los hombres lo observara al obrar de esta manera. Y dirigen oraciones a estos simulacros, tal como si uno dirigiese la palabra a las mansiones sin conocer a los dioses ni a los héroes quiénes son.”
La Coneja: Tal parece, viejo gruñón, que las leyendas sobre tu talante altanero, o más bien despreciativo y burlón, son bien fundadas, pues un poco de empatía y compasión para con nosotros, simples mortales, habría bastado para ahorrarte estas palabras.
En efecto, nos comportamos como dementes en nuestros tratos con los inmortales; en efecto, la locura anida en nuestros corazones… ¿No comprendes, acaso, nuestro desamparo y orfandad? ¿No entiendes, en fin, que privados de la visión del logos que aviva el fuego infinito, desarraigados del cosmos, la vida se convierte en un capricho absurdo y el cosmos en un teatro de locos? De ahí que busquemos el consuelo de los inmortales, la comunión con ellos en la sangre y el lodo.
¡Pero cuidado, viejo Heráclito! Que la razón -ni siquiera en la forma magnífica de tu logos-, no lo es todo ni lo revela todo, y acaso en esa comunión con la sangre y el lodo, en ese oscuro encuentro con lo que nos constituye y conforma, se esconde otra forma de entendimiento y de relación con lo que nos rodea, menos aséptica y menos distante que tu logos; una forma de entendimiento y de relación que nos reconoce también como carne y sangre y lodo, como criaturas sintientes y mortales sedientos de inmortalidad… ¿Y no es esto acaso así? ¿No ofrece esta imagen un retrato más fiel de nosotros, de nuestra miserable y grandiosa humanidad? Pues tu visión del fuego y del logos, hermosa como es, elude la carne y la sangre, los mocos y la caca que también nos constituyen, esa condición para muchos embarazosa e incluso inaceptable…
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Y, según dicen, sentenció Heráclito: “Al ser alimentado de la misma manera que la llama, el sol no solo es nuevo cada día, sino que es continuamente nuevo.”
La Coneja: Evanescente es el presente y escurridizo el fluir del tiempo, no hay duda de ello, viejo Heráclito, pero si entiendo bien, si no estoy desencaminado con lo que aquí decís, también estás sugiriendo que el cosmos es un proceso de generación permanente, y que incluso los cuerpos que envejecen, que envejecemos, se renuevan sin cesar. El cosmos siempre está apareciendo, siempre está surgiendo, siempre está naciendo o se está creando, al mismo tiempo que se extingue y está consumiéndose… De esta forma, asistimos a un prodigio, a un acto permanente de prestidigitación; más aun, somos testigos asombrados y parte de él…
¿Puede, entonces, una cosa ser “vieja” y “nueva” a la vez? ¿Puede consumirse algo al tiempo que se renueva? (También podría decir: ¿puede renovarse algo sin consumirse?) ¿Hasta ese punto es absoluto el presente? (Estoy tentado de escribir: “¿es omnipresente el presente’”.)
Ya lo ves, viejo Heráclito: como el mono araña me escabullo por las ramas, me escabullo en las palabras. Aunque vos nada sabés del mono araña ni nada querés saber de mí…
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Y dejó dicho Heráclito de Efeso: “No habría armonía si no hubiese agudo y grave, ni animales sí no hubiera hembra y macho, que están en oposición mutua.”
La Coneja: Aquí el fuego estalla en infinidad de chispas; cada una de ellas tiene un color particular, una intensidad y duración únicas, pero todas derivan del mismo fuego y todas dicen de él, cada una de ellas lo revela. También nosotros somos como chispas del gran fuego universal, de ahí nuestra parcialidad. Pues cada uno tiene una condición única y está en una posición única, por lo que su perspectiva es única también.
Así, pues, la armonía -sugerís-, es la superación de las contradicciones, o mejor, la reunión de las contradicciones, la suma de las parcialidades.
Vivimos en el mundo de la multiplicidad, en el mundo de la contradicción, en el mundo de las oposiciones, pero estas contradicciones, estas oposiciones, revelan la armonía de la totalidad, la plenitud de la totalidad.
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Y sostuvo Heráclito el Oscuro: “Si todas las cosas se convirtieran en humo, las narices sabrían distinguirlas.”
La Coneja: Y una vez más, viejo Heráclito, me deslumbra tu penetrante intuición.
El cosmos es sustancialmente diverso; aunque por un prodigio inexplicable todo cuanto existe apareciera idéntico ante nuestra mirada (“humo”), su diversidad constitutiva persistiría… y nosotros podríamos distinguirla.
Hoy sabemos que esta diversidad es resultado del proceso cosmológico. La variedad de elementos (átomos) que constituyen la materia, es producto de dicho proceso. ¿Y qué son el olfato, la vista y demás sentidos mediante los cuales nos relacionamos con el mundo, sino medios o vías de conocimiento de la diversidad del mundo? La Vida, indisociable de la Conciencia, produce en su despliegue estos medios o vías de conocimiento.
Por tanto, viejo Heráclito, el cosmos genera la diversidad de elementos que lo constituyen al tiempo que produce también los medios por los que dicha diversidad puede ser aprehendida o conocida por la vida y la conciencia.
La sensibilidad al medio propia de los seres vivos (incluyendo la conciencia que registra y unifica los datos sensoriales), coevoluciona con el proceso de diversificación y articulación constante de la materia, propio del proceso cosmológico.
Si toda la diversidad del cosmos quedara reducida a humo, persistiría como diversidad, pero además, la conciencia y sus órganos sensoriales serían capaces de reconocerla como tal, pues mundo y conciencia coevolucionan.
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Y dijo Heráclito de Efeso: “Lo que se opone es concorde, y de los discordantes [se forma] la más bella armonía, y todo se engendra por la discordia.”
La Coneja: Aquí, viejo Heráclito, apuntás a “la raíz del cacho”, como solemos decir en mi tierra, pues afirmar que todo cuanto existe surge de la oposición de los contrarios, de su antagonismo y de su interacción, ya es audaz, pero agregar que los contrarios, juntos, configuran una unidad armónica en la que la oposiciones se anulan o desaparecen para convertirse en “la más bella armonía”, es trascender la raíz del cacho y señalar lo invisible y, ¿por qué no?, lo que trasciende o está más allá de lo patente, del mundo manifiesto.
Vivimos y morimos en el mundo de los antagonismos y la contradicción, pero esa dualidad en discordia sin fin, esa conflagración permanente de la que somos testigos y en la que también ardemos, revela la velada armonía.
Vivimos en un mundo de parcialidades, necesariamente en pugna, que revelan la unidad subyacente de todo, su armonía deslumbrante. ¿Es esto lo que estás diciendo, viejo chamán?
Fragmentación, atomización, oposición, discordia; pero también lo opuesto: integración, complementariedad, danza, armonía. Las contradicciones y su contradicción, la armonía: tal el mundo que somos.
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Y dijo Heráclito el Oscuro: “Enteros y no enteros, convergente divergente, consonante disonante: de todos uno y de uno todos.”
La Coneja: Cualquier cuerpo, cualquier fenómeno que consideremos es, por definición, limitado y parcial, pero también complementario de su opuesto. La complementariedad de los opuestos revela la unidad de la que estos dimanan: antes del dos, el uno.
Habitantes de lo múltiple (y múltiples nosotros mismos), podemos inferir lo uno a partir de lo múltiple, lo diverso y contradictorio.
Hasta la brizna más pequeña hunde sus raíces en una grieta de lo absoluto y para nacer debe romper el mundo; solo así podemos existir y solo así podemos apreciar y conocernos como integrantes de algo infinitamente mayor.
Solo desde la fragmentación puede concebirse (y apreciarse) la plenitud de la totalidad; el todo y las partes se iluminan recíprocamente, se requieren para revelarse. Cada uno le confiere sentido al otro: sin el estallido de las partes, el todo es solo vaporosa posibilidad, oscuridad en la oscuridad; sin remitirse a la totalidad, las partes son como borrachos perdidos en la noche profunda.
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Y sentenció el Oscuro de Efeso: "Todo animal es llevado a pastar mediante latigazos.”
La Coneja: Con frecuencia nos resulta en extremo difícil reconocer el bien, lo justo y lo correcto, es cierto, pero no olvides, viejo gruñón, que “el bien” es a menudo una imposición de los poderosos que se asumen como dueños de todo -incluidas “la verdad” y “el bien”-. Entonces es preciso huir a la montaña y nutrirse de hierbas puras y salvajes, como cuentan que tú mismo hiciste y haría muchos siglos después otro cascarrabias, el viejo Nietzsche. No fueron latigazos los que te llevaron a las praderas del logos, sino tu búsqueda de una verdad más alta que la que rumiaban a tu alrededor. Quizás sea cierto que todo animal domesticado debe ser llevado a pastar mediante latigazos, pero los libres pastan allá donde los amos no alcanzan a ceñirles la soga.
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Y se dice que sentenció Heráclito el Oscuro: “A los que ingresan en los mismos ríos sobrevienen otras y otras aguas; y salen almas por exhalación de las cosas húmedas.”
La Coneja: Lo desconcertante aquí es la reunión de dos ideas de órdenes tan distintos en una misma frase, pues lo de las aguas y el río, bien dicho está, y nos sumerge en la eterna disyuntiva de la identidad y el cambio… Disyuntiva que, como sabemos, no es tal, sino más bien paradoja que paraliza el espíritu y disloca la lógica del pensamiento, revelándonos sus limitaciones, para iluminar el fuego armónicamente contradictorio del mundo…
Lo de las almas, en cambio, me resulta difícil de seguir. ¿Querrías decir, acaso, que la vida -y por lo tanto las almas- están indisociablemente asociadas al agua? Como todo lo invisible, “el alma” se presta a todas las metáforas, es territorio libre para la imaginación.
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Y dejó dicho el viejo Heráclito: “Los cerdos gozan con el cieno más que con el agua pura.”
La Coneja: Y está bien que así sea, pues cada ser juzga o valora según su naturaleza. Asumir que lo que es bueno para uno, ha de serlo para todos, es el principio de la violencia, la opresión y la arbitrariedad.
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Y escribió Heráclito de Efeso: “Este cosmos, uno mismo para todos los seres, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que siempre ha sido, es y será fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas.”
La Coneja: Antes bien: los dioses -como quiera que los concibamos o los imaginemos-, son parte de este fuego siempre vivo y cambiante: lo mismo que nosotros, surgen y desaparecen en la eterna respiración del cosmos. Pienso en soles; pienso en galaxias; pienso en esa multitud de cuerpos y fenómenos celestes apenas conocidos y de dimensiones inconmensurables… ¿Acaso hay algo que merezca con mayor justicia el apelativo de “dioses”? Y también ellos, también esos dioses formidables de donde surgimos, nacen y perecen en el pulso rítmico del universo.
Medida: ritmo. Hay formas de comunicarnos que no requieren de palabras; antes bien, las rehúyen como a la peste. Por eso, viejo Heráclito, celebro que cuando hablas del logos, te refieras a la medida, al ritmo mediante el cual las formas nacemos y perecemos, antes que a las palabras mediante las cuales pensamos, pues sobre el eterno logos que anima el fuego del cosmos, también podemos comunicarnos bailando.
Apenas somos una chispa, un fugaz destello en alguna llama de ese “fuego eternamente viviente” que es el cosmos. Celebrémoslo.
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Y escribió Heráclito de Éfeso: “Lo uno, lo único sabio, no quiere y [sin embargo] quiere ser llamado con el nombre de Zeus”
La Coneja: Mucho me temo, viejo Heráclito, que la necesidad de nombrar las cosas es nuestra, y que a ese “uno” del que hablas lo trae sin cuidado el nombre que le demos. Por eso me parece sabia tu prevención: “no quiere y sin embargo quiere ser nombrado con el nombre de Zeus…”
Cada nombre, cada palabra, trae aparejada una imagen, una idea, una visión: de ahí tu reticencia a designar con el nombre de “Zeus” a ese uno, pues la idea de Zeus entre los tuyos es muy distinta de tu idea de ese uno. Mediante las palabras, nos enlazamos a los otros. Valernos de una misma palabra para designar dos ideas distintas, es el origen de la confusión, y la finalidad de las palabras, su única utilidad, es comunicarnos.
Nuestras ideas de las cosas, aquellas a las que nos referimos cuando hablamos, son personales, pues hablamos siempre de imágenes mentales; sin embargo, para comunicarlas debemos valernos de palabras compartidas o comunes. La comunicación es siempre aproximativa, tentativa y, en cierta medida, fallida; los equívocos son inevitables, más aun, son consustanciales a la comunicación misma.
¡Si tan solo imaginaras la cantidad de nombres que “lo uno” ha recibido en el curso de los siglos! ¡Si supieras de las multitudes que han muerto tratando de imponerle a otros su forma de nombrarle o defendiendo la suya!
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Y el Oscuro de Efeso escribió: “El camino hacia arriba [y] hacia abajo [es] uno solo y el mismo.”
La Coneja: Todos los órdenes o planos del cosmos responden a la misma ley, el logos, ese continuo ir-haciéndose en donde se entrelazan creación y destrucción: desde las primeras manifestaciones de energía cósmica hasta las creaciones del espíritu humano, y más allá de nosotros mismos, hasta aquellas manifestaciones de la energía-materia-inteligencia cósmica que apenas imaginamos o intuimos, todo responde al mismo logos y todas constituimos, por tanto, un solo camino. “Como arriba es abajo”, se lee en otra parte. Por eso, no importa cuál camino emprendamos -la psique o el cosmos-, al final, todos llevan a Roma. Pero claro, de Roma vos nada sabés…
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Y dijo Heráclito de Efeso: “Los necios, aun oyendo, se asemejan a los sordos: el proverbio, justamente, es testigo de ellos: que "hallándose presentes están ausentes".
La Coneja: Vivimos sonámbulos, es cierto, pero en defensa propia. La realidad, afuera, parece demasiado ruda, preferimos la fantasía de nuestros pensamientos. A veces nos percatamos de eso, pero a los pensamientos, oponemos otros pensamientos, como si así nos libramos del conjuro. No abrimos el pecho al abrazo del mundo. ¿De dónde viene tanta defensividad? ¿De la culpa? ¿Acallamos un grito siempre? Disculpá que te hable así, viejo Heráclito. Tu espejo es fecundo, en mis pensamientos resuenan ecos de tu voz.
Por otro lado, solo unos pocos consiguen estar presentes. Gente así ha habido siempre y en todas partes: en China, Lao Tse decía en tu época cosas muy parecidas a las tuyas. En los pequeños cacicazgos del bosque tropical húmedo que había donde vivo ahora, seguramente también los hubo, pero sus palabras no llegaron a nosotros. Finalmente, las raíces del espíritu humano se hunden en la mente y no en la geografía.
¿Por qué nos cuesta tanto vivir? Sería infinitamente más fácil si tan solo nos abandonáramos, si dejáramos de resistirnos al torrente del río, a las flameantes llamas de la hoguera. Pero nos detiene el terror a disolvernos, la idea de dejar de ser. (¡Como si fuéramos; es decir, como si cada uno de nosotros, en tanto individuo, fuera!)
Por todo ello escuchamos y seguimos como ausentes.
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Y el Oscuro de Efeso sentenció: “Los límites del alma, por más que procedas, no lograrías encontrarlos aun cuando recorrieras todos los caminos: tan hondo tiene su logos.”
La Coneja: Del alma, como de casi todo lo invisible, conviene hablar poco. Sabemos que está ahí porque la experimentamos en nuestras percepciones, emociones, imaginaciones y pensamientos, pero más allá de eso, empiezan los tartamudeos. El alma se nos presenta como “la interioridad” de nuestro cuerpo, su reverso y su doblez, pero tan real como este.
Sabemos que todo cuerpo viviente tiene asociada una conciencia, una psique, un alma, y que en cierta forma la crea o la alumbra. También sabemos que toda conciencia es al mismo tiempo conciencia de un entorno, de un mundo. Así, con el alma se fundan el Yo y su mundo, lo uno y lo otro, la identidad y la alteridad, pero esa dualidad es ilusoria, porque el Yo, la psique, el alma -como quiera que nos la representemos-, emerge del mundo.
Así, pues, esta paradoja de reconocernos uno en lo Otro, otro en lo Uno, y sin embargo y al final de cuentas uno, solamente Uno, es el logos insondable del alma.
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Y dejó dicho el Oscuro Heráclito: “Una sola cosa es lo sabio, conocer la Razón, por la cual todas las cosas son gobernadas por medio de todas.”
La Coneja: Lo fácil, lo obvio, hubiese sido decir que todas las cosas son gobernadas por una, la Razón, el logos, pero “el diablo está en los detalles”, como suele decirse, y no es tan simple: “todas las cosas son gobernadas por medio de todas”, escribís. He ahí el fondo misterioso y casi impenetrable de la imagen. De esta forma, el cosmos se convierte en un caleidoscopio, en un juego de espejos en el que lo menos influye y determina a lo más, tanto como esto a aquello: interpenetración y coajuste permanente de todo cuanto existe, hasta configurar un tapiz movedizo, más parecido a un pensamiento que al engranaje de una máquina; más parecido a una hoguera flameante, que a una ecuación… El logos, la Razón que rige el mundo, es el resultado de esta interacción: es Ley, porque obedece; ordena y manda, porque se pliega mansamente. No pretende nada y por eso todo se ajusta a ella.
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Y escribió el viejo Heráclito: “Me he investigado a mí mismo.”
La Coneja: …Y no podías sospechar, cuando escribiste esto, que el más célebre de tus coterráneos aconsejaría más de un siglo después: “Conócete a ti mismo”, y que esta frase se convertiría en máxima y guiaría los pensares y las búsquedas de miles y miles de personas en tierras distantes como la mía, muchos siglos después…
Pero lo importante aquí es lo que la frase dice sin decir, pues investigarse a sí mismo es investigar el universo, pues cada ser no solamente es un universo en miniatura, sino también resultado de la evolución de todo el universo, de modo tal que los seres humanos vivimos para experimentar en nuestra existencia las leyes que rigen el universo. Y eso fue lo que hiciste vos, viejo Heráclito, y así llegaste al logos.
Y por eso estamos agradecidos.