Como el monótono zumbido de los abejones, hace muchos años escucho el nombre de Clarice Linspector, reputándola como uno de los escritores más originales del siglo XX.
Solo ahora, sin embargo, llega a mis manos su “La pasión según G. H.”
Su lectura tiene un efecto vivificante y devastador. ¿Qué es esto? ¿Una novela? ¿Un libro de filosofía? ¿Una meditación sobre el ser? ¿Un trance iniciático? Es todo eso y mucho más, o tal vez, como preferiría ella misma, mucho menos...
Es un progresivo despojarse de todo, un acto de magia para desnudar la desnudez, un batir de alas en la nada para que resplandezca la oscuridad. Es la carne macerada, disecándose a sí misma. Persiguiéndose. Es el testimonio de una redención y de una perdición. (¿Puede haber una sin la otra?) Es un problema tratar de parecer inteligente cuando hay que hablar de libros así. La vida se resiste, se resiste a ser dicha, encasillada, mancillada y manipulada en las palabras. Y sin embargo ella, Clarice Linspector, roza, reza peligrosamente el límite de lo indecible. Deliciosa caricia a tu mente para que te animes a una caminata en el borde del suplicio, del silencio... Take a walk on the wild side.
Las palabras son galimatías. Trucos. Juegos. Miguitas de pan que dejamos con la ilusión de que signifiquen algo, de que señalen en alguna dirección.
Esta novela desvela. Hace trizas y atiza el fuego, al mismo tiempo que aviva la sed. Libro raro, ensimismándose en su camino de sombras. “Una incursión en el desierto”. Una tropelía, una insolencia, una hijueputada, una provocación maravillosa.
Una excursión a las fronteras del yo en búsqueda del ser. ¿Será eso? Todo lo que diga puede ser usado en mi contra y no dice nada de ella, del libro, del texto, de la meditación. ¡Santa condenada, reputísima virgen vestal, qué alto tu vuelo en las profundidades!
Si al menos un susurro de esas sombras se agitara en tu mente bailarías conmigo esta tarde...
Solo ahora, sin embargo, llega a mis manos su “La pasión según G. H.”
Su lectura tiene un efecto vivificante y devastador. ¿Qué es esto? ¿Una novela? ¿Un libro de filosofía? ¿Una meditación sobre el ser? ¿Un trance iniciático? Es todo eso y mucho más, o tal vez, como preferiría ella misma, mucho menos...
Es un progresivo despojarse de todo, un acto de magia para desnudar la desnudez, un batir de alas en la nada para que resplandezca la oscuridad. Es la carne macerada, disecándose a sí misma. Persiguiéndose. Es el testimonio de una redención y de una perdición. (¿Puede haber una sin la otra?) Es un problema tratar de parecer inteligente cuando hay que hablar de libros así. La vida se resiste, se resiste a ser dicha, encasillada, mancillada y manipulada en las palabras. Y sin embargo ella, Clarice Linspector, roza, reza peligrosamente el límite de lo indecible. Deliciosa caricia a tu mente para que te animes a una caminata en el borde del suplicio, del silencio... Take a walk on the wild side.
Las palabras son galimatías. Trucos. Juegos. Miguitas de pan que dejamos con la ilusión de que signifiquen algo, de que señalen en alguna dirección.
Esta novela desvela. Hace trizas y atiza el fuego, al mismo tiempo que aviva la sed. Libro raro, ensimismándose en su camino de sombras. “Una incursión en el desierto”. Una tropelía, una insolencia, una hijueputada, una provocación maravillosa.
Una excursión a las fronteras del yo en búsqueda del ser. ¿Será eso? Todo lo que diga puede ser usado en mi contra y no dice nada de ella, del libro, del texto, de la meditación. ¡Santa condenada, reputísima virgen vestal, qué alto tu vuelo en las profundidades!
Si al menos un susurro de esas sombras se agitara en tu mente bailarías conmigo esta tarde...
Nos relacionamos con nuestro cuerpo como si fuera una cosa, algo ajeno y exterior a nosotros mismos, y así perdemos toda comunicación con él y terminamos tiranizándolo. Nos tiranizamos de la misma forma como tiranizamos a los demás (si nos lo permiten), a los animales y a las cosas... Liberarnos acaso empieza por liberar nuestro cuerpo, y liberar nuestro cuerpo acaso empiece por reestablecer la capacidad de comunicarnos con esa dimensión de nosotros mismos. Además de las convenciones sociales, los horarios inflexibles y la opresiva dinámica social que nos subyuga imponiéndonos ese ritmo agotador, frenético, vivimos dominados por los miedos. “¿Y qué pasaría si hago lo que quiero, lo que mi cuerpo y mi ser me piden que haga? ¿Rompería todo lo que he construido? ¿Mi familia, mi trabajo, mi pareja, mi vida?” Así terminamos por hacer nada. Bajamos el cogote y seguimos empujando, pariendo a poquitos la muerte de cada día. Hasta que, en otra vuelta del camino, regresa la comezón, el cosquilleo incesante que nos invita a intentar algo distinto, a no conformarnos con la interminable agonía