Una sospecha, o intuición, o lo que sea, recurrente en los últimos días: si las palabras son por antonomasia el medio de expresión de lo humano, al mismo tiempo lo metaforizan. La palabra es metáfora del ser humano puesto que la compleja y esquiva relación entre el sujeto psíquico y el ser semeja esa otra relación, no menos problemática y ambigua, entre las palabras y los objetos que designan: las palabras simbolizan lo real, crean en nuestra mente imágenes fantasmagóricas de lo real, de la misma forma en que el yo es una fantasmagoría efímera del ser. Por otro lado y de la misma forma, ambas -el yo y las palabras-, constituyen nuestro único acercamiento posible al ser y a lo real. Las palabras dan testimonio de algo real pero no logran aprehenderlo ni, mucho menos, transmitirlo, de la misma forma en que el sujeto, el yo, es evidencia de algo real que, sin embargo, las palabras tampoco logran aprehender ni, mucho menos, transmitir. Las palabras dicen del sujeto tanto como de las cosas: velan y revelan.