Tal y como existe un punto ciego a la mirada, la muerte se sitúa en un "punto ciego" para la conciencia. La muerte de los otros llega a nuestra conciencia como cualquier dato de los sentidos, pero no le ofrece a ella dato alguno acerca de su propia finitud. Sin duda, parte del horror que nos infunde la muerte deriva del supuesto absurdo de que la conciencia registrará su extinción y perdurará de alguna forma a ella (¡tan inconcebible nos resulta la extinción!) pero, como han dicho los epicúreos de la antiguedad a hoy, "cuando tú existes, ella no está; cuando ella está, tú no existes..."