Un par de semanas de dedicación al estudio de la Termodinámica (no, obviamente,
desde la perspectiva de un especialista, sino de quien busca una comprensión básica
del tema) resultaron una experiencia fascinante. Mi foco de atención fue la
Segunda Ley de la Termodinámica, también llamada “Ley de la Entropía” que, en
forma sencilla, dice más o menos lo siguiente: puesto que, hasta donde sabemos,
el universo es un sistema aislado que no intercambia energía con otros sistemas
(es “el único” universo), debemos asumir que toda su energía está aquí, transformándose,
desde el primer momento de su formación, es decir, que su energía se degrada y su
entropía aumenta constantemente en el tiempo.
Que la entropía del universo aumenta significa que, a
medida que el tiempo avanza, la energía que contiene y lo conforma explora, adopta
y agota diversas formas para disiparse. En otras palabras, el universo como un
todo es un conjunto de sistemas y de procesos que tienen lugar para disipar o degradar
la energía potencial contenida en él. La entropía es el resultado de ese
proceso, es decir, lo que queda a medida que la energía contenida en el
sistema, agota sus formas para continuar disipando o degradando su potencial
energético.
Una consecuencia de este razonamiento, es que llegará un
momento en que el universo en su conjunto habrá agotado todas sus posibilidades
de transformación, es decir, un momento en que todo cuanto exista tendrá
exactamente la misma temperatura y la misma forma (o, más precisamente, la
misma “ausencia de forma”), con lo cual todos los procesos de creación y disipación
habrán cesado. Es lo que los especialistas llaman “la muerte térmica” del
universo.
¿Cómo es posible que la entropía del universo aumente
constantemente, si todo cuanto ocurre a nuestro alrededor nos revela más bien
fenómenos de creación de “orden” (u organización) de la materia y la energía?
¿No son acaso las galaxias conglomerados ordenados de miles de millones de
estrellas? ¿Y no son las estrellas aglomeraciones inconmensurables de átomos
que, sometidos a presiones impensables, generan nuevas formas de materia como
los núcleos pesados y liberan energía organizada como radiaciones de luz? Y la
vida misma, ¿no es también un maravilloso fenómeno de organización de átomos, moléculas
y tejidos, que desemboca en la aparición de organismos increíblemente
complejos?
Estos fenómenos son la realidad observable, pero para
que esto ocurra, la energía que los impulsa ha perdido parte de su potencial
transformador (se ha degradado), y parte de ella se ha disipado en el espacio como
calor irrecuperable. Los fenómenos complejos (de los átomos a las galaxias a la
vida) ordenan u organizan materia y energía, pero en ese proceso, hay una
pérdida (disipación) de calor/energía, que se pierde en el universo.
Más todavía: desde una perspectiva termodinámica, el
objetivo de todos estos fenómenos es, precisamente, disipar la energía: galaxias,
estrellas, planetas, cometas, púlsares, organismos biológicos, etc., no son (o
somos) otra cosa que formas en que, impulsada por las leyes de la Fisica, la materia
se organiza con miras a disipar de la manera más eficiente posible la energía
del cosmos.
Ahora bien, si el universo en su conjunto es un
sistema aislado que no intercambia energía con “otros universos”, todo lo que
observamos en él son, por el contrario, “sistemas abiertos” que constantemente
están intercambiando energía y/o materia con su entorno.
La radiación electromagnética que emana de las
estrellas, por ejemplo, es la forma en que se transforma y dispersa la energía
que se genera dentro de ellas, y para formarse, las estrellas debieron
aglutinar cantidades ingentes de gases y polvo estelar. En el orden biológico
ocurre lo mismo: mediante la fotosíntesis, las plantas transforman una parte de
la energía que reciben del sol en azúcares, mientras otra parte de esa energía
se dispersa o se pierde en el espacio como calor inutilizable.
Si el universo es el único sistema aislado, todo lo
demás ocurre o tiene lugar en un estado de desequilibrio energético y calórico
en el que, por una parte, algo (un sistema) toma materia o energía de su
entorno para organizarla y degradarla o disiparla de la manera más eficiente
posible. Este movimiento de tomar energía, organizarla y disiparla se observa
en todos los planos de la realidad, desde la mecánica cuántica de partículas, a
la física atómica, a la química molecular, a la vida orgánica y los sistemas
sociales. Cada uno de estos planos, niveles o escalas de la realidad presupone e
incorpora a los anteriores.
Por ello, desde la perspectiva de la termodinámica y,
más específicamente, de los sistemas complejos o Ciencia de la Complejidad, puede
decirse que el mundo observable se organiza de manera crecientemente compleja
(lo que los especialistas llaman “sistemas anidados”). Los estudiosos de la
Complejidad han identificado patrones mediante los cuales los fenómenos (físicos,
biológicos, sociales) adquieren complejidad o se degradan hacia formas menos
complejas.
El primero y más importante de estos patrones, revela
que cuando aumenta la complejidad de un sistema, emergen características que
resultaban impredecibles a partir de sus elementos constituyentes. Por ello,
desde la perspectiva de la Complejidad y los sistemas complejos, el todo es
siempre más complejo que las partes (es imposible predecir las cualidades de un
sistema complejo a partir de los elementos que intervienen en él). Estas “cualidades
o patrones emergentes” son el núcleo mismo del estudio de la Complejidad.
Además, en su tránsito hacia formas de organización más
complejas, los sistemas parecen tantear o explorar distintas alternativas antes
de encontrar un patrón estable. Los especialistas llaman a esto “espacio de
fases” o “cuenca de atracción”, y al estado de estabilidad, lo denominan “atractor”.
Desde esta perspectiva, y para poner un ejemplo, los
homínidos y las otras especies homo fueron el tránsito por el “espacio
de fases” o la “cuenca de atracción” hacia el homo sapiens, que ha
resultado un estado de relativa estabilidad del género homo. Pero, atención: no es que la especie humana
fuera el destino teleológico de los homínidos o estuviera inscrita en la
evolución de la vida terrestre, más bien las condiciones de la biosfera y los
ecosistemas existentes determinaron las condiciones para que el homo sapiens
fuera una adaptación exitosa y eficiente, es decir, las condiciones constriñen
la evolución de los sistemas hacia formas estables de mayor complejidad.
Pero volvamos a la termodinámica. Si todo fenómeno de
creación de orden local implica forzosamente degradación de la energía
potencial del sistema y aumento de la entropía general, hemos de concluir, en
primer lugar, que todo fenómeno de creación es, en definitiva, un fenómeno de
transformación y, además, un fenómeno de disipación energética y, por tanto, de
“destrucción” del cosmos.
Al tiempo que el universo está en un proceso de
constante transformación, degrada o disipa su potencial energético y aumenta su
entropía. No hay creación sin destrucción; creación y destrucción son fenómenos
correlativos y tienen lugar en el mismo acto y en el mismo momento.
Esta conclusión desafía nuestra lógica y el entendimiento científico del
mundo, mas sin embargo, fue captada y descrita con precisión por símbolos o
sistemas filosófico-religiosos desde la antigüedad.
Dos ejemplos sobresalientes de ello son el Trimurti o
la Danza Nataraja, de la cosmovisión védica hindú, donde el cosmos es el
resultado de una eterna danza en la que intervienen Brahma, el Creador, Vishnu,
el Preservador, y Shiva, el Destructor. Todo lo visible es el resultado de esta
Danza cósmica en la que permanentemente participan los tres Principios.
No menos preciso e igualmente fascinante y poético,
resulta el antiguo símbolo del Ouroboros, el Dragón que se Devora, de origen al
parecer egipcio aunque con resonancias y equivalentes en muchas culturas en todo
el orbe, y que ejerció particular fascinación a los alquimistas europeos. En el
Ouroboros vemos con claridad la imagen de algo que se alimenta de sí mismo y
que, por tanto, toma forma al tiempo que se consume o se destruye. Si todo
cuanto ocurre o existe tiene la finalidad de degradar la energía potencial de
un sistema (el universo, en última instancia), es también una manifestación o
una materialización del potencial de esa energía. Y es ahí donde aparece la
belleza.
Podríamos decir que una cualidad emergente de los sistemas
complejos es la belleza, pero también, la capacidad de apreciarla. Si bien es
cierto que desde una perspectiva termodinámica el único objetivo de todo lo que
ocurre es disipar la energía del cosmos y aumentar su entropía, en el proceso,
de forma inesperada e impredecible, apareció la belleza y aparecieron criaturas
capaces de sobrecogerse con ella.