jueves, diciembre 18, 2025

EL OUROBOROS TERMODINÁMICO

 


Un par de semanas de dedicación al estudio de la Termodinámica (no, obviamente, desde la perspectiva de un especialista, sino de quien busca una comprensión básica del tema) resultaron una experiencia fascinante. Mi foco de atención fue la Segunda Ley de la Termodinámica, también llamada “Ley de la Entropía” que, en forma sencilla, dice más o menos lo siguiente: puesto que, hasta donde sabemos, el universo es un sistema aislado que no intercambia energía con otros sistemas (es “el único” universo), debemos asumir que toda su energía está aquí, transformándose, desde el primer momento de su formación, es decir, que su energía se degrada y su entropía aumenta constantemente en el tiempo.

Que la entropía del universo aumenta significa que, a medida que el tiempo avanza, la energía que contiene y lo conforma explora, adopta y agota diversas formas para disiparse. En otras palabras, el universo como un todo es un conjunto de sistemas y de procesos que tienen lugar para disipar o degradar la energía potencial contenida en él. La entropía es el resultado de ese proceso, es decir, lo que queda a medida que la energía contenida en el sistema, agota sus formas para continuar disipando o degradando su potencial energético.  

Una consecuencia de este razonamiento, es que llegará un momento en que el universo en su conjunto habrá agotado todas sus posibilidades de transformación, es decir, un momento en que todo cuanto exista tendrá exactamente la misma temperatura y la misma forma (o, más precisamente, la misma “ausencia de forma”), con lo cual todos los procesos de creación y disipación habrán cesado. Es lo que los especialistas llaman “la muerte térmica” del universo.

¿Cómo es posible que la entropía del universo aumente constantemente, si todo cuanto ocurre a nuestro alrededor nos revela más bien fenómenos de creación de “orden” (u organización) de la materia y la energía? ¿No son acaso las galaxias conglomerados ordenados de miles de millones de estrellas? ¿Y no son las estrellas aglomeraciones inconmensurables de átomos que, sometidos a presiones impensables, generan nuevas formas de materia como los núcleos pesados y liberan energía organizada como radiaciones de luz? Y la vida misma, ¿no es también un maravilloso fenómeno de organización de átomos, moléculas y tejidos, que desemboca en la aparición de organismos increíblemente complejos?

Estos fenómenos son la realidad observable, pero para que esto ocurra, la energía que los impulsa ha perdido parte de su potencial transformador (se ha degradado), y parte de ella se ha disipado en el espacio como calor irrecuperable. Los fenómenos complejos (de los átomos a las galaxias a la vida) ordenan u organizan materia y energía, pero en ese proceso, hay una pérdida (disipación) de calor/energía, que se pierde en el universo.

Más todavía: desde una perspectiva termodinámica, el objetivo de todos estos fenómenos es, precisamente, disipar la energía: galaxias, estrellas, planetas, cometas, púlsares, organismos biológicos, etc., no son (o somos) otra cosa que formas en que, impulsada por las leyes de la Fisica, la materia se organiza con miras a disipar de la manera más eficiente posible la energía del cosmos.

Ahora bien, si el universo en su conjunto es un sistema aislado que no intercambia energía con “otros universos”, todo lo que observamos en él son, por el contrario, “sistemas abiertos” que constantemente están intercambiando energía y/o materia con su entorno.

La radiación electromagnética que emana de las estrellas, por ejemplo, es la forma en que se transforma y dispersa la energía que se genera dentro de ellas, y para formarse, las estrellas debieron aglutinar cantidades ingentes de gases y polvo estelar. En el orden biológico ocurre lo mismo: mediante la fotosíntesis, las plantas transforman una parte de la energía que reciben del sol en azúcares, mientras otra parte de esa energía se dispersa o se pierde en el espacio como calor inutilizable.

Si el universo es el único sistema aislado, todo lo demás ocurre o tiene lugar en un estado de desequilibrio energético y calórico en el que, por una parte, algo (un sistema) toma materia o energía de su entorno para organizarla y degradarla o disiparla de la manera más eficiente posible. Este movimiento de tomar energía, organizarla y disiparla se observa en todos los planos de la realidad, desde la mecánica cuántica de partículas, a la física atómica, a la química molecular, a la vida orgánica y los sistemas sociales. Cada uno de estos planos, niveles o escalas de la realidad presupone e incorpora a los anteriores.

Por ello, desde la perspectiva de la termodinámica y, más específicamente, de los sistemas complejos o Ciencia de la Complejidad, puede decirse que el mundo observable se organiza de manera crecientemente compleja (lo que los especialistas llaman “sistemas anidados”). Los estudiosos de la Complejidad han identificado patrones mediante los cuales los fenómenos (físicos, biológicos, sociales) adquieren complejidad o se degradan hacia formas menos complejas.

El primero y más importante de estos patrones, revela que cuando aumenta la complejidad de un sistema, emergen características que resultaban impredecibles a partir de sus elementos constituyentes. Por ello, desde la perspectiva de la Complejidad y los sistemas complejos, el todo es siempre más complejo que las partes (es imposible predecir las cualidades de un sistema complejo a partir de los elementos que intervienen en él). Estas “cualidades o patrones emergentes” son el núcleo mismo del estudio de la Complejidad.

Además, en su tránsito hacia formas de organización más complejas, los sistemas parecen tantear o explorar distintas alternativas antes de encontrar un patrón estable. Los especialistas llaman a esto “espacio de fases” o “cuenca de atracción”, y al estado de estabilidad, lo denominan “atractor”.

Desde esta perspectiva, y para poner un ejemplo, los homínidos y las otras especies homo fueron el tránsito por el “espacio de fases” o la “cuenca de atracción” hacia el homo sapiens, que ha resultado un estado de relativa estabilidad del género homo.  Pero, atención: no es que la especie humana fuera el destino teleológico de los homínidos o estuviera inscrita en la evolución de la vida terrestre, más bien las condiciones de la biosfera y los ecosistemas existentes determinaron las condiciones para que el homo sapiens fuera una adaptación exitosa y eficiente, es decir, las condiciones constriñen la evolución de los sistemas hacia formas estables de mayor complejidad.

Pero volvamos a la termodinámica. Si todo fenómeno de creación de orden local implica forzosamente degradación de la energía potencial del sistema y aumento de la entropía general, hemos de concluir, en primer lugar, que todo fenómeno de creación es, en definitiva, un fenómeno de transformación y, además, un fenómeno de disipación energética y, por tanto, de “destrucción” del cosmos.

Al tiempo que el universo está en un proceso de constante transformación, degrada o disipa su potencial energético y aumenta su entropía. No hay creación sin destrucción; creación y destrucción son fenómenos correlativos y tienen lugar en el mismo acto y en el mismo momento.

Esta conclusión desafía nuestra lógica y el entendimiento científico del mundo, mas sin embargo, fue captada y descrita con precisión por símbolos o sistemas filosófico-religiosos desde la antigüedad.

Dos ejemplos sobresalientes de ello son el Trimurti o la Danza Nataraja, de la cosmovisión védica hindú, donde el cosmos es el resultado de una eterna danza en la que intervienen Brahma, el Creador, Vishnu, el Preservador, y Shiva, el Destructor. Todo lo visible es el resultado de esta Danza cósmica en la que permanentemente participan los tres Principios.

No menos preciso e igualmente fascinante y poético, resulta el antiguo símbolo del Ouroboros, el Dragón que se Devora, de origen al parecer egipcio aunque con resonancias y equivalentes en muchas culturas en todo el orbe, y que ejerció particular fascinación a los alquimistas europeos. En el Ouroboros vemos con claridad la imagen de algo que se alimenta de sí mismo y que, por tanto, toma forma al tiempo que se consume o se destruye. Si todo cuanto ocurre o existe tiene la finalidad de degradar la energía potencial de un sistema (el universo, en última instancia), es también una manifestación o una materialización del potencial de esa energía. Y es ahí donde aparece la belleza.

Podríamos decir que una cualidad emergente de los sistemas complejos es la belleza, pero también, la capacidad de apreciarla. Si bien es cierto que desde una perspectiva termodinámica el único objetivo de todo lo que ocurre es disipar la energía del cosmos y aumentar su entropía, en el proceso, de forma inesperada e impredecible, apareció la belleza y aparecieron criaturas capaces de sobrecogerse con ella.