Hay muchas cosas de mí que ignoro. No me refiero al futuro, a aquello
que sucederá y que, por eso mismo, nos está vedado: sabemos de
cierto que hemos de morir, aunque ignoremos las circunstancias en que esto
ocurrirá. No me refiero a eso.
Ignoro quien soy, ignoro lo que soy. He vivido, soy el resultado de una historia, pero reducirme a
eso, definirme en función de lo que he hecho y de lo que me ha ocurrido, sería
cerrarme, limitarme, bloquear las posibilidades de cambio y de transformación,
cerrarle el paso a lo posible y desconocido.
No sé quién soy, no sé lo que soy.
Tengo pistas, sé algunas cosas: sé algo de mi cuerpo, retengo trozos,
cicatrices, evidencias de mi historia, sé de mi mente, sé de mis costumbres, de
mis deseos y temores; sé de mis afectos, de mis creencias y aficiones, sé
muchas cosas de lo que he sido, de lo que he hecho, de lo que me ha ocurrido,
pero decir que soy eso, reducirme a eso, sería dar la espalda a lo posible, a
lo potencial, a lo desconocido.
Quiero ser lo que no he sido; quiero ser lo que no soy. Quiero
averiguar, quiero experimentar; quiero que lo posible sea en mí y me lleve de
su mano a lo desconocido. Quiero experimentar, explorar, descubrir las
posibilidades de esto que soy cuyo fundamento y fondo desconozco.
¿Qué soy? No lo sé.
Acepto este desafío.