He arrancado un mundo
de mi pecho
para poder decir,
como el primer humano:
«¡Esto es!»
En este gran mundo,
¿quién amanece? Yo
amanezco.
Canción tradicional
bribri.
Oh, gran astro,
¿qué sería de tu
felicidad
si no estuviéramos
aquellos
para quienes brillas?
Friedrich Nietzsche
«Así hablaba
Zaratustra»
La filosofía es en
realidad nostalgia,
un deseo apremiante de
encontrarse
en todas partes como
en casa.
Novalis
Fragmentos
Introducción
Durante la
mayor parte de mi vida adulta he buscado algo que no sé qué es, presa de la
incomodidad y el desasosiego, a menudo sufriendo sin comprender el motivo, como
si caminara en penumbras sobre un piso irregular o inestable y por ello mismo
rara vez pudiera relajarme o sentirme plenamente tranquilo.
Es verdad que no han faltado
momentos dichosos, muchos en soledad, en medio de la naturaleza, otras veces
contemplando una pintura o respirando en un jardín, apreciando un edificio,
escuchando música o mirando una película, leyendo o escribiendo un libro…
También he sentido esa dicha en la plenitud gozosa del abrazo amistoso, en la hondura
del encuentro erótico e, incluso, en la espejeante conversación con una persona
desconocida. Pero, tras la efervescencia
del instante, reinstalado en el curso de lo que no puedo denominar de otra
forma que “mi vida”, retorna aquella sensación…
Hago un esfuerzo por acercarme a
ella y alumbrar su oscuro rostro con palabras… Incompletud, precariedad,
carencia, temor, inseguridad, insatisfacción, son las primeras que vienen a mi
mente. Desde luego, ese sentimiento, esa sensación, permanece la mayoría del
tiempo en la antesala de mi conciencia, velada por las tareas y las
obligaciones, las rutinas y los mandatos que hacen de mí una persona más o
menos “funcional”… Solo en ocasiones, cuando ese andamio cruje o se tambalea,
asoma el sentimiento en toda su magnitud.
¿De dónde viene esa incomodidad,
esa insatisfacción? ¿No basta acaso con estar vivo? (En mi caso, además, sin
padecer mayores incomodidades ni privaciones, hay que decirlo…) ¿No es acaso la
Tierra nuestro hogar, nuestro sitio en el universo, así sea de manera temporal
o transitoria? ¿Acaso esa precariedad, esa insatisfacción, esa sensación de
inestabilidad y peligro es inherente a la condición de estar vivo?
Tengo la certeza de que el
sentimiento al que me refiero es compartido por muchas personas. Así lo
confirman numerosas miradas que sorprendo en las calles, en la soledad de los
parques, gestos fugaces y anónimos arrebatados al vértigo de los días, captados
a hurtadillas. Así lo sugieren, también, numerosos relatos que leo en los
libros o veo en los filmes, las letras de muchas canciones y poemas, el vértigo
de armonías y melodías provenientes de todas las latitudes... Se trata de un
malestar que Freud y muchos de sus contemporáneos en Europa entrevieron hace ya
más de un siglo.
A menudo
escucho voces de personas que aseguran conocer el remedio para mis males
metafísicos, nunca mejor dicho. Dios, lo llaman, y al camino para llegar a él,
lo llaman fe. También yo he querido
creer, he buscado abrazar una fe en algunos momentos de mi vida, pero a pesar
de mis deseos, la revelación no ha ocurrido.
Desde luego, no pretendo carecer
de toda fe, de alguna fe. Y no me refiero sólo a las pequeñas creencias que nos
ayudan a vivir día a día –no sufriré un accidente ni caeré enfermo de gravedad;
no sobrevenderá una catástrofe inesperada que aniquile el planeta ni me
abducirán alienígenas degenerados–, sino también a ese confuso, voluble e
impreciso sistema de creencias que llamamos “cosmovisión” o “visión de mundo.”
Para bien y
para mal, la cosmovisión o visión de mundo que heredé y en la que me formé es
la de la llamada modernidad occidental, estrechamente relacionada con la
revolución científica y tecnológica que se originó en Europa en los siglos XVII
y XVIII, con el desarrollo de la física newtoniana y, más atrás, con la llamada
“revolución copernicana” que colocó al sol en el centro de nuestro sistema
planetario. De Europa se expandió a los Estados Unidos y al resto del mundo por
medio del colonialismo político, transformando el planeta a una velocidad y a
una escala hasta entonces desconocida. Esa visión de mundo está estrechamente
relacionada con el capitalismo moderno y con la democracia como forma de
gobierno en Europa y en los Estados Unidos; con las sucesivas revoluciones
industriales y tecnológicas; con la configuración de un sistema económico y
político de alcance planetario cada vez más integrado; con las dos mayores
conflagraciones bélicas que ha sufrido la humanidad y con muchas, o casi todas,
las de escala más reducida en los últimos siglos. Junto a descubrimientos científicos
sorprendentes y desarrollos técnicos innegables, ha sembrado miseria,
destrucción y confusión en todas partes, pero muy particularmente en los países
y regiones colonizados por ellos. Como observara con agudeza la pintora guatemalteco-alemana
Nan Cuz, “…cuanto más intensa la luz, más oscuras las sombras que arroja.”
Aunque expulsó
a la Tierra del centro del sistema solar, esta cosmovisión colocó finalmente al
Hombre -más que a la Mujer, desde luego- en el centro del universo. El cosmos,
desde siempre sagrado y en estrecha relación con el origen y los destinos
humanos, se convirtió, al cabo de pocos siglos, en un desierto de dimensiones
inconmensurables, pero carente de sentido... La naturaleza y los restantes
seres vivientes del planeta, fueron poco a poco reducidos a la mera condición
de “objetos”, de “cosas”. Como el Rey que encuentra el Principito en su viaje
interestelar, la especie humana es hoy soberana de un planeta que nadie más
habita, de una “Tierra baldía”, como profetizó T.S. Eliot.
Paralelo a la
cosificación del mundo, corrió la cosificación de los animales e, incluso, de
los seres humanos, aunque por un resto de decoro esto no lo admitan
públicamente los defensores del estatus quo. Por último, todo indica que
estamos en trance de deificar a las cosas. Es profundamente
significativo que el pueblo bribri, en Costa Rica, asimilara el Dios de los
extranjeros a su "deidad de las herramientas". Para ellos, nosotros
rendimos culto al "dios de las herramientas"; habida cuenta de
nuestro modo de vida, no parecen andar muy desencaminados. La profecía marxista de los fetiches coincide
plenamente con la del Popol Vuh: “Y se pusieron todos a hablar: sus comales,
sus ollas, sus piedras de moler. Todos se levantaron y les golpearon las
caras.”
Tras la
“muerte de Dios” certificada por Nietzsche, pero ejecutada metódicamente con
antelación en los laboratorios de las ciencias y las cátedras filosofía
moderna, la especie humana devino en la única fuente de sentido para sí misma y
para el resto del universo. Esta cosmovisión -y la episteme asociada a ella-
han conducido a la humanidad a acuciantes encrucijadas que hoy parecen amenazar
nuestro futuro como especie, la más evidente de todas, la ambiental.
Dichosamente
surgen aquí y allá indicios de una nueva cosmovisión. Estos se advierten tanto
en el campo de las ciencias, como en el de la filosofía, las religiones, la
política y las artes. En las páginas que siguen aspiro a sumar mis esfuerzos en
esa dirección. No pretendo decir algo
que no haya sido escrito, pensado o imaginado antes por otros, pero sí aspiro a
decirlo según lo comprendo, lo entiendo y lo sospecho en este momento. Desde joven tuve el convencimiento de que lo importante
no es tanto la novedad del hallazgo, como el deslumbramiento que produce el
acto de conocimiento.
Desde luego, parto
del bagaje de lecturas y experiencias de mi vida entera, en el curso de la cual
he leído con curiosidad y devoción, con asombro y avidez, con indiferencia y
hastío, a autores de diversas disciplinas, en forma desordenada, intuitiva y
nada sistemática.
La lista de
deudas y agradecimientos es interminable, pero me siento particularmente
afortunado por haber cruzado en mi camino con obras de Platón y Parménides, de
Nietzsche y Alexánder Skutch, de Mircea Eliade y Henry Corbin, de Gilbert
Durand y Marcilio Fisino, de Lao Tse y Hans Jonas, entre otros. Más
recientemente han sido de gran utilidad algunos textos de Fritjof Capra, Ilia
Prigogine, Richard Tarnas y Juan Arnau, así como también algunos artículos de
Humberto Maturana y Francisco Varela sobre la autopoiesis y la biología de la
intencionalidad. A esta larga y heteróclita lista habría que agregar algunas
obras anónimas, pero fundamentales, como el I Ching, el Popol Vuh, la Biblia,
los Evangelios Apócrifos, el Corpus Hermeticum, entre otras. El diálogo con
algunas personas cercanas ha sido un estímulo importante, entre ellas, mi esposa Laura, mi madre, Leticia, y mis buenos y queridos
amigos Jorge Jiménez, Kike Molina, Dorelia Barahona, Silvia Castro, Andrés Marote y Gonzalo
Elizondo.
Con todo, mis
únicas credenciales son las ideas que aventuro y los argumentos con que las
defiendo. En cualquier caso, lo que sigue no es un tratado ni un ensayo
académico, sino una suerte de ensayo filosófico-poético, a la manera de los
antiguos. Esta es la forma en que puedo y elijo representarme y
explicarme el mundo, según mis conocimientos y mi entendimiento, en plenitud de
mi madurez.
Si la infancia
es el amanecer de una vida, la madurez el mediodía y la vejez el ocaso, como
dicta la tradición, durante la última etapa avanzamos de frente hacia el sol
del poniente. A diferencia de lo que ocurre en la niñez, no hay sombras que enturbien
la visión, pero sí el deslumbramiento de lo vivido y aprendido en el camino y del
final que se vislumbra.
1
Antes no había nada, solo vacío.
Y lo vacío se infló como globo y se condensó
como nube y adentro se desató una tormenta.
Llovió con rayería siete instantes seguidos.
Para que la lluvia tuviera donde caer, se
formó la tierra bajo el firmamento.
Y de la tierra nacieron valles y montañas
donde fluyeron los ríos.
Y de los ríos surgieron los mares.
Y de su respiración nació el viento.
Pero faltaba el fuego.
2
Se atrajeron y repelieron las primeras
partículas siguiendo su instinto, y se abrazaron tan estrechamente, en tan gran
número se unieron, que el suelo que pisaban se hundió bajo su peso.
Pero no se precipitaron al abismo, pues en ese
instante se inflamaron y les nacieron alas de fuego.
Y se elevaron los primeros soles que
alumbraron el cielo.
3
En la inmensa oscuridad brillaron los primeros
soles, las primeras estrellas.
Como luciérnagas se atrajeron e iniciaron una
danza que todavía celebran.
Desde lejos, otros soles las imitaron e
iniciaron su festejo.
Y la noche se
llenó de danzas y de fuegos.
4
Copularon las estrellas, fundiéndose y
separándose y volviéndose a fundir, una vez y otra, engendrando cada vez nubes
de polvo y gases que se comprimieron en planetas, cometas y asteroides, donde nuevas
formas de la materia se recombinan y encuentran.
5
La memoria del relámpago habitaba los mares,
los ríos y el viento, y los tres se unieron en el río de las nubes.
De ahí se descargó un relámpago sobre las aguas
adormecidas.
Los elementos que la lluvia había precipitado
del cielo se agitaron en lo hondo, se atrajeron y repelieron siguiendo
apetencias más fuertes que ellos.
Y donde había dos, hubo seis. Y donde había
seis, hubo diez. Y se multiplicaron los elementos.
6
A la deriva en los mares del espacio tiempo se
trenzan y anudan los elementos.
A veces se asocian y complementan, otras veces
se repelen y rechazan.
En su abrazo van constituyendo un “esto” que
se distingue de un “aquello”, un “algo” que se distingue de un “lo otro”.
7
Las moléculas orgánicas se acoplan formando
cuerpos cada vez más ricos y complejos.
Lo que no se atrae, se repele, es la primera ley
que obedecemos.
Así se diversifican y polarizan los elementos.
Pero ahí donde se encuentran éstos, no es un
medio indiferente y neutro, pues les aporta o les arrebata componentes.
Por eso, algunos elementos se pliegan sobre sí
mismos, pero permanecen abiertos para intercambiar con su medio.
8
Al principio se trata de intercambios tímidos,
descargas y moléculas que atraviesan membranas tenues y todavía en proyecto como
si brotaran de un sueño o de un deseo (que a menudo son lo mismo.)
Muchas fórmulas se ensayan, pero solo algunas
logran su cometido.
¿Pero, qué sería de lo aprendido, si no fuese
posible transmitirlo?
El cuerpo inventa la memoria y la memoria
codifica al cuerpo para reproducirlo.
Así aparece el ácido desoxirribonucleico.
9
Esas entidades que lentamente toman forma en
el hirviente océano del planeta, ya son formas vivientes.
El metano y el dióxido de carbono reinan en la
atmósfera, pero ellas producen oxígeno.
El tiempo era entonces abundante -siempre lo
ha sido-, y durante miles de millones de años, mientras la tierra se apacigua y
enfría, son las únicas formas de vida.
Así, el oxígeno reemplaza al metano y al
dióxido de carbono en la atmósfera, y la vida se transforma y prepara su nido.
10
Pero reconsideremos lo sucedido.
¿Acaso esa necesidad de organizarse, palpable ya
desde el inicio, no es señal o indicativo de algo? Atrevámonos a sugerirlo.
Y algo más: lo que ha ocurrido obedece a un férreo
determinismo, a inflexibles leyes inscritas en los elementos mismos, pero igualmente
palpables son el azar y la indeterminación.
Así, el cosmos se conforma empujado por la
férrea necesidad y jalonado por el puro indeterminismo.
11
Ahora que nuevas formas vivientes colonizan el
planeta, esto se percibe con más claridad: aunque su actividad sea puro
reflejo, impulso y reacción, asoma un deseo de movilizarse con libertad:
arriba, abajo; adelante, atrás; derecha, izquierda: la antesala de un sistema
nervioso y de un cerebro capaces de organizar y dirigir conductas y
comportamientos, aunque esos términos resulten todavía excesivos.
Con la naciente autonomía de lo viviente asistimos a una autodeterminación emergente.
12
Otra cosa importante ha sucedido: para lo
viviente, el mundo se ha convertido en fuente de información.
Cada ser viviente instituye un “adentro” y un
“afuera” y depende del medio donde se encuentra. Por eso, necesita conocerlo con
la mayor precisión posible.
En ese esfuerzo adaptativo, lo viviente desarrolla
y diversifica sus sentidos, sus fuentes de información.
13
Dondequiera que haya vida, hay conciencia de
un cuerpo y de un mundo donde ese cuerpo se encuentra. Los sentidos informan a
la conciencia y la conciencia da formas al mundo.
El mundo de un paramecio no tiene colores, sombras
ni sonidos, probablemente solo presión, temperatura y densidad, y en él existen
partículas que incorpora, descompone y expulsa. Nosotros no existimos en su
mundo ni él apenas en el nuestro.
El mundo de una babosa seguramente se compone
de luz y oscuridad, humedad y sequedad, mensajes químicos y formas blandas que
invitan a ser devoradas. A veces asoman sombras, y a veces la aniquilan.
¿Cómo se representa un murciélago a un humano?
Sin duda, de un modo muy distinto al que este se percibe a sí mismo.
Cada forma viviente integra en su mundo
aquello que pueda resultarle útil o necesario.
(Es probable que, de todas las formas
vivientes en nuestro planeta, el cielo estrellado solo exista en el mundo
humano…)
14
En las otras formas vivientes que conocemos, la
conciencia parece estar permanentemente absorbida por el mundo. Los individuos tienen
noción de ser, porque el mundo los hace conscientes con sus datos y estímulos. Los
datos que obtienen del mundo presente los hacen conscientes.
Con nosotros es distinto. La conciencia humana
recibe datos del mundo, pero también recibe y procesa imágenes surgidas
de la conciencia. La conciencia se convierte en otra fuente de información para
la conciencia. La conciencia se objetiva y se hace autoconsciente.
15
Muchos mamíferos sueñan cuando están dormidos,
pero sus sueños se desvanecen tan pronto despiertan. Entonces su conciencia
vuelve a absorberse en el mundo presente.
En nuestro caso, las imágenes de los sueños permanecen
en la conciencia cuando despertamos y coexisten con los datos que la conciencia
obtiene del mundo. De esta forma, la conciencia descubre que, además del mundo presente,
algo más existe en el mundo: la conciencia misma.
16
Además de las
que nos traen los sueños, otro tipo de imágenes a veces asaltan a nuestra
conciencia, dormidos o despiertos: las ideas.
Hoy tenemos
una idea muy equivocada de las ideas, pensamos que son palabras, conceptos, porque
estamos totalmente imbuidos en la cultura escrita. Pero, ante todo y primero
que nada, las ideas son imágenes que asaltan a nuestra conciencia y se
imponen sobre los datos que esta recibe del mundo presente.
17
El lenguaje es la técnica de suscitar imágenes
en la conciencia mediante sonidos. Primero, articulamos sonidos; luego designamos
objetos, lugares, acciones y seres y, por último, los evocamos mediante
imágenes sonoras.
La autoconciencia posibilita el lenguaje y, a
su vez, el lenguaje potencia la autoconciencia. Una y otro solo son concebibles
en especies gregarias como la nuestra.
18
Dondequiera que en el planeta haya fuego, los
seres vivientes huirán, si pueden hacerlo.
Pero hubo aquellos
que, donde los demás huían, giraron sobre sí mismos y caminaron en sentido
contrario.
Hicieron esto porque los torturaba el frío,
porque habían experimentado el calor del fuego y porque “vieron” (en sueños, o
tal vez “como en un sueño”) la imagen del fuego calentándolos.
El dominio del fuego señala el despertar de otra
forma de conciencia en el planeta. Por primera vez, una forma viviente contradijo
sus instintos y siguió una imagen, una “idea” nacida de su conciencia.
O las cavernas.
Nadie ha visto nunca a un primate refugiarse dentro
de una cueva, ¿por qué lo hicieron los homínidos, seres de las praderas por
excelencia?
Porque en su
conciencia alumbraron la imagen, la idea, de un refugio techado y cubierto. Así,
mucho antes de desarrollar los medios tecnológicos para construirlos, se posesionaron
de las cavernas.
Con el despertar de la autoconciencia
asistimos al advenimiento de un nuevo grado de autonomía, de libertad, para lo
viviente.
19
Si algo radicalmente nuevo ha irrumpido en la
conciencia -una idea, una imagen, un sueño-, el continuo del tiempo se ha roto,
instituyéndose un “antes” y un “después”, un pasado y un futuro. Las ideas y
los sueños nos despertaron del sueño del eterno presente a la autoconciencia
del antes y el después, del tiempo y la finitud.
Con el fuego y las cavernas irrumpió algo
nuevo no solo en la conciencia, sino también en el mundo de aquellos seres. Así
se inicia en nuestro planeta la antroposfera, la trans-formación del mundo por
una forma de vida autoconsciente. Desde
luego, la antrosposfera está inscrita en el entorno de lo viviente del cual
emerge.
Y si algo ha ocurrido una vez, puede volver a
ocurrir, y seguramente ocurrirá de nuevo, tarde o temprano.
20
Podemos llamar inteligentes a las
conductas de acercarse al fuego para dominarlo y calentarse con él y de buscar
refugio en las cavernas, porque apuntan en un sentido, en una dirección: la
emancipación de los determinismos del medio, la ampliación de la autonomía para
lo viviente.
Pero no todas las ideas (o imágenes) que
brotan de nuestra conciencia alcanzan su cometido, muchas son contraproducentes
o simplemente fallidas, y las que no lo son, casi siempre deben perfeccionarse para
lograr su propósito.
En el campo de las ideas, lo mismo que en el
de la evolución adaptativa de las formas vivientes, asistimos a innumerables
tentativas fallidas.
La especie humana es potencialmente
inteligente, o, dicho de otra forma, la autoconciencia propende a la
inteligencia.
21
Por medio de
las ideas y los sueños, las formas vivientes cobran conciencia de la conciencia
como fenómeno en el mundo.
Llamemos “mente” a esa forma de conciencia que
se desdobla para hacerse autoconsciente y descubrirse en el mundo.
De manera análoga a la conciencia, que integra
los datos de los sentidos corporales y da formas al mundo presente, la mente
integra y da formas a las imágenes y a las ideas que emergen de la conciencia y
con ellas produce re-presentaciones del mundo.
La mente integra en forma de símbolos
las imágenes que produce la conciencia. Los símbolos (y sus verbalizaciones, los
mitos), son la síntesis que la mente ofrece a la conciencia para re-presentarse,
es decir, para hacerse comprensible a sí misma y al mundo donde se encuentra.
Cuando los cuerpos se hacen símbolo, danzamos.
Y cuando los sonidos se convierten en símbolo,
nacen la música y los cantos.
Danza, música y canto: las raíces del ritual.
22
El mundo con el que las formas vivientes se
relacionan y en el que están inmersas nunca es indiferente, ajeno
o neutro para la conciencia, está investido de valor y significado: una colonia
de amebas prosperará en un medio favorable, pero sucumbirá en uno adverso. De
la misma manera, cualquier representación elaborada por la mente presupone
valoraciones -aunque no las enuncie ni las haga explícitas.
Mundo y mente, mente y mundo, se implican
recíprocamente.
No hay explicación sin implicación.
23
ALGUNAS FORMAS QUE LA
CONCIENCIA DA AL ESPACIO Y AL TIEMPO
(Los símbolos)
EL ESPACIO
|
EL TIEMPO |
EL ETHOS |
Adentro / Afuera |
Inicio / Final |
Seguro / Peligroso |
Penetrante /
Envolvente |
Largo / Corto |
Conocido /
Desconocido |
Unido / Separado |
Permanente / Impermanente |
Deseable / Temible |
Desplegado /
Replegado |
Retorno / Retirada /
Retorno |
Acogedor / Hostil |
Presente / Ausente |
Constante / Inconstante |
Alerta / Distendido |
Animado / Inanimado |
Regular / Irregular |
Similar / Diferente |
Ingerido / Expulsado |
Rápido / Lento |
Auspicioso / Ominoso |
Lleno / Vacío |
Ahora / Antes /
Después |
Agitado / Calmo |
Único / Múltiple |
|
Bueno /malo |
Arriba / Abajo |
|
Orden / Caos |
Derecha / Centro /
Izquierda |
|
|
Adelante / Atrás |
|
|
Claro / Oscuro |
|
|
Caliente / Frío |
|
|
Pesado / Liviano |
|
|
Grande / Pequeño |
|
|
Abierto / Cerrado |
|
|
Mucho / Poco |
|
|
Completo /
Incompleto |
|
|
Creciente /
Decreciente |
|
|
Fluido / Denso |
|
|
Único / Múltiple |
|
|
Continuo /
Discontinuo |
|
|
Masculino / Femenino |
|
|
24
Si traducimos
ese conjunto de formas en acciones o verbos según los sentidos que suelen
adoptar en los símbolos y en los mitos, y los agrupamos siguiendo un criterio
de afinidad o proximidad semántica, encontraremos los siguientes
CONJUNTOS O COMPLEJOS ARQUETÍPICOS (Los verbos del ser) 1- Emerger, Aflorar, Elevar, Irrumpir,
Surgir, Penetrar, Manifestar, Expulsar, Romper, Afirmar…
2- Descender, Carecer, Faltar,
Mermar, Languidecer, Extraviar, Perder, Envejecer, Perecer, Extinguir… 3- Desear, Demandar, Requerir,
Urgir, Indagar, Preguntar, Llamar, Invocar… 4- Buscar, Enviar, Explorar,
Viajar, Relacionar, Comunicar, Transmitir, Transferir, Vincular, Enlazar… 5- Encontrar, Descubrir, Hallar, Aparecer, Revelar, Conocer,
Responder… 6- Alojar, Acoger, Agregar, Capturar, Retener, Atrapar,
Completar, Incorporar, Integrar, Juntar, Unir… 7- Nutrir, Alimentar, Absorber, Devorar, Ingerir, Engullir,
Disolver, Disgregar, Desaparecer… 8- Oponer, Combatir, Contener, Resistir, Rechazar,
Proteger, Negar… 9- Separar, Ordenar, Distinguir, Aclarar, Organizar
… 10- Engendrar, Concebir, Gestar, Formar, Cristalizar,
Crear, Inventar, Idear, Imaginar, Urdir, Elaborar, Construir… 11- Regresar,
Reunir, Volver, Completar, Crecer, Madurar… 12- Propagar, Perdurar, Acumular, Diseminar, Persistir,
Expandir, Conquistar, Reproducir… |
Desde luego, cualquier agrupación tiene siempre
algo de arbitrario y algunos términos podrían encontrar cabida en más de un
sitio; asimismo, el número de conjuntos podría reducirse o ampliarse según el
criterio de quien intente el ejercicio.
Los símbolos
recogen la memoria de la conciencia, como el ADN recoge la memoria del cuerpo en
su aventura planetaria: dioses y diosas, demonios e inframundos, cielos y héroes,
simbolizan la epopeya de la vida y la conciencia.
Forzando, tal vez demasiado, la analogía entre
el ADN y el mundo simbólico, podría decirse que estos doce conjuntos son las “letras”
con las que se escribe la memoria simbólica de la vida en nuestro planeta,
según la produce y registra la mente humana.
25
La conciencia se representa a sí
misma como luz, es decir, la conciencia aparece como luz en la conciencia.
Por eso, entre otras razones, el
sol y el relámpago ha sido desde antiguo símbolos de la divinidad.
26
En el proceso cósmico, distinguimos un férreo
determinismo que se manifiesta desde las primeras formas de la energía, junto a
un eje de indeterminación que también se manifiesta desde las formas primeras
de la energía (i.e. indeterminación cuántica.)
El grado de libertad de un átomo de hidrógeno
es aproximadamente cero; el de una molécula orgánica, es prácticamente
idéntico; el de las primeras formas vivientes, muy reducido… Parece difícil
objetar que la conducta de un jaguar o de un mono araña son más “indeterminadas”
(más libres, menos predecibles, más autodeterminadas) que la de una zompopa, una estrella de mar o un
árbol de jocotes. Conforme las formas
vivientes amplían su mundo y su conciencia, ganan autonomía, autodeterminación y libertad.
Con la autoconciencia esa libertad se amplía,
al punto que los seres humanos transformamos el mundo circundante en
antroposfera. Esta transformación es evidencia palpable de la autonomía
creciente de las formas vivientes…
27
Desde las primeras
radiaciones y energías producto de la singularidad en el origen de este
Universo, pasando por las partículas elementales y subatómicas a los átomos de
hidrógeno y carbono, en continua y progresiva diversificación, hasta las
moléculas orgánicas que desembocan en la vida y la conciencia, y de esta a la
autoconciencia orientada a la inteligencia, el cosmos genera formas entre el determinismo
casi total de la energía y la autonomía (autodeterminación) creciente de las formas
vivas.
En lo que resulta casi un juego de palabras,
podemos decir que el uni-verso se di-versifica…
28
Lo propio de la mente es abstraer y
relacionar. Partiendo de las experiencias de la conciencia individual y de
contenidos transmitidos culturalmente, la mente abstrae y relaciona conceptos e
imágenes. Abstraer es integrar: las experiencias se integran en conceptos más
amplios, o bien en imágenes polisémicas y complejas.
La mente
establece relaciones entre esas abstracciones y con ellas elabora representaciones
explicativas del mundo y de su situación. La teoría de la relatividad cumple,
desde este punto de vista, la misma función que el poema babilónico o el relato
bribri de la creación.
Por su
naturaleza abstracta, estas representaciones son intemporales. Aunque se
originan en el espacio y en el tiempo, “existen fuera del tiempo” o, dicho con
mayor sencillez, “el tiempo no las modifica ni las afecta.”
El ejemplo
más claro de esto son las formas geométricas. La idea de un triángulo
equilátero, de una pirámide o de una esfera, es la misma siempre, y
quienquiera, dondequiera y cuando sea que se las represente, lo hará en su
mente de la misma manera. Otro tanto
puede decirse de la idea de Dios: un ser todopoderoso, creador del
universo, es algo que cualquiera puede representarse en su mente, y quienquiera
que lo haga, dondequiera y cuando quiera que se encuentre, alumbrará más o menos la misma idea.
Las ideas y
las imágenes simbólicas de la mente son “intemporales”, “existen” más allá del
espacio y el tiempo, pero son producidas histórica y culturalmente: como
sabemos, la idea de un Dios único, todopoderoso y creador ex nihilo del
universo, no existía en la mente de los habitantes de América a la llegada de
los conquistadores europeos, ni la idea de Huitzilopochtli existía en la mente
de los españoles que conquistaron México, ni el concepto de los quarks en la de
un científico europeo del siglo XVII.
De este modo, las ideas y los símbolos
surgidos de la mente son intemporales, pero al mismo tiempo son
producidos y reproducidos histórica, cultural e individualmente.
29
Retrocedamos
en el tiempo y tratemos de ponernos en el lugar de aquellos homínidos (o
aquellas homínidas) a quienes se les reveló la idea de utilizar el fuego para
calentarse o de buscar refugio en las cavernas. Resulta fácil imaginar el
estremecimiento y la conmoción que debió causarles esto.
Basta leer la autobiografía o la
correspondencia de científicos, místicos y filósofos a lo largo de todos los
tiempos, para encontrar testimonios de ese estremecimiento, del sentido de lo
“inefable” y lo trascendente que tiene para la conciencia la revelación de las
ideas y los símbolos, pues una cosa es acceder a ellos por la transmisión
cultural, y otra muy diferente que estos “se revelen” directamente a la
conciencia. Por cierto que estas
“revelaciones” suelen tener lugar entre la vigilia y el sueño, cuando la
conciencia no está absorbida por los datos de los sentidos corporales y puede
abrirse a la captación de las ideas e imágenes surgidas de la mente. La
experiencia de lo simbólico tiene siempre algo de revelación y es la fuente de
todas las doctrinas -incluida la científica.
Por este motivo, las experiencias mentales
de lo simbólico de un chamán siberiano, de un místico sufí, cristiano,
budista o hinduista, de Sócrates, Parménides, Johannes Kepler, Juan Jacobo
Rousseau o Niels Bohr, son muy diferentes en sus contenidos, pero igualmente
verdaderas y auténticas.
30
La experiencia de lo simbólico es común a los
humanos. Por tanto, con la misma certeza con la que puede decirse que la vida y
la conciencia son fenómenos cósmicos, debe afirmarse que la mente y la inteligencia
también lo son o, lo que viene a ser lo mismo, el cosmos es también
un fenómeno mental.
El proceso
cósmico consiste en la producción permanente de formas mentales, formas
vivientes, formas materiales y formas energéticas, a partir de las energías
liberadas en la singularidad del origen. (Podemos
agregar aquí las formas sociales que se producen en la historia de especies
como la nuestra.)
El cosmos es un proceso de autoformación
permanente.
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La
interpretación que aquí esbozamos revela el proceso cosmológico como la
producción permanente de formas que asumen grados crecientes de autodeterminación, conciencia y libertad.
Formas de vida más conscientes, más autodeterminadas y libres que las autoconscientes, serían formas mentales de
vida, que además serían formas plenamente inteligentes (a diferencia de las
formas autoconscientes, que solo tenemos destellos o vislumbres de
inteligencia.)
Si la forma humana coexiste en nuestro planeta
con formas de vida no autoconscientes (y con todas las formas de
autoorganización de la energía y la materia cósmica de las que surge la vida),
¿no es concebible que, de existir formas vivientes con mayores grados de autonomía
y consciencia, coexistieran, a su vez, con la vida autoconsciente?
Cabe preguntarse cómo percibiríamos nosotros
esas formas mentales de vida en caso de que existieran. De manera análoga a lo
que ocurre con el mundo físico, al que la conciencia da formas mediante los
sentidos, seguramente nuestra mente le daría sus propias formas:
Si una doncella roza una piedra
¿qué siente la piedra?
¿Otra piedra?
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Si hemos
interpretado correctamente lo que sabemos, para inferir de ello lo que
ignoramos, el proceso cosmológico consiste en la producción de formas
crecientemente autodeterminadas, conscientes y libres, a partir de las energías
liberadas en la singularidad del origen.
El
eje determinismo / autodeterminación revela el proceso cósmico como un campo de
tensiones o, dicho con mayor propiedad, como un campo polarizado.
Sabemos
que uno de esos polos es la energía, tal como la describe hoy la ciencia
física, a saber, fermiones, bosones y demás partículas elementales informando
la materia. Casi todo cuanto ahí ocurre
responde al más férreo determinismo, aunque lo indeterminado también encuentra
cabida.
En
consecuencia, el otro polo del campo cósmico lo ocuparía una fuerza en la que
la autodeterminación, la conciencia y la libertad alcanzarían su máxima expresión.
Se trataría de una fuerza no física, es decir, no espacio-temporal, sino
mental, que interviene y participa activamente en la constante in-formación del
cosmos. (Tal vez, el aspecto hasta hoy inexplicado de la curvatura del
espacio-tiempo obedezca a la naturaleza no espacio temporal, no física, de esa
fuerza.)
Entonces,
ante nuestra mirada maravillada, el proceso cosmológico se revelaría como un
despliegue o manifestación de “energía inteligente”, es decir, como la
incesante producción de formas dentro un campo polarizado entre la pura energía
y la inteligencia pura: energía e inteligencia se revelan, se conforman, se
identifican y “re-conocen” en cada fenómeno cósmico.
Más que de la
causalidad o la causación como la entienden la filosofía y las ciencias, todos
los fenómenos cósmicos seríamos el resultado de la conformación de esas
dos fuerzas o principios en diferentes coordenadas de ese campo polarizado
entre la energía y la inteligencia, entre el espacio-tiempo y la mente.
No somos
seres, sino aconte-seres en la gran manifestación del cosmos.
El misterio
del que nada puede decirse, es la unidad original de energía e inteligencia y
sus razones para manifestarse en el cosmos.
noviembre, 2020