La belleza me despertó, o desperté a la belleza, alrededor de mis 14 años. Como si algo me sacudiera por dentro, experimenté de pronto una forma de conexión con todo lo que me rodeaba. Aquella noche había salido a caminar por las calles solitarias de mi barrio. La luna plateada iluminaba las nubes fugaces. Noche fría, tal vez de enero. Y así, caminando sin rumbo ni propósito bajo el cielo nocturno, la belleza de la noche me hirió sin aviso previo, despertándome a la conciencia rotunda, irrevocable, de mi soledad y de mi unidad con lo que me rodea; conciencia de un exilio, pero también promesa muda… Solo ahora me pregunto qué parte o qué dimensión de mi ser experimentó aquello, y solo puedo responder que no fue una parte de mí mismo -no mi conciencia, no mi cuerpo, no mis sentidos-, sino aquello que los organiza, que los unifica -la integridad o totalidad de mi ser. ¿El mundo me estaba hablando? ¿La belleza es su lenguaje? ¡Qué grande y hermoso misterio!