Crecí creyendo que la historia de Costa Rica
carecía por completo de las posibilidades de un relato épico (el célebre “En
Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang” con que inicia “Cruz de Olvido”, de Carlos
Cortés). Con “El sitio de las abras”, de Fabián Dobles, descubrí en mi temprana
juventud la épica de la colonización campesina (mestiza) del territorio, una épica
relativamente reciente (digamos, siglos XIX y XX), cuyos ecos resuenan hasta
nuestros días, de la que luego he podido conocer algunos de sus héroes o
protagonistas más tardíos. Es la épica de la voltea, el desmonte, la aventura
familiar en lo profundo de las montañas para crear repastos o terrenos de
cultivo. Una hermosa épica. Más recientemente comprendí que junto a ella, o más
bien antes que ella, hubo al menos dos épicas más: la de la conquista y
colonización hispánica, y la de la resistencia indígena a dicha colonización. Pero,
¿puede haber dos épicas antagónicas como parte de una misma historia? Por contradictorio
que parezca, esto es así. Ambas son parte sustancial y legítima de nuestra
historia. Podríamos, si quisiéramos, agregar a estas la epopeya de la Campaña
Nacional de 1856-57, teñida de acentos nacionalistas, pero válida también. Y podríamos
agregar además la épica implícita en tantas inmigraciones antiguas y recientes:
la de los trabajadores antillanos, la de los centroamericanos (incluidos los panameños
en el sur del país), la de los italianos, la de los chinos, la de los judíos
polacos, la de los libaneses, la de los de los españoles (nuevamente), etc. Así
pues, contrario a lo que creía, nuestra historia ofrece muchas posibilidades para
desplegar relatos épicos. Como decía Leonardo da Vinci, todo es cuestión de "saper vedere".