martes, febrero 06, 2024

EL CARIBE Y NUESTRA HERENCIA AFRICANA

(En el Instituto Tecnológico de Costa Rica, el 11 de noviembre de 2023)


A propósito de la reciente celebración del día de la Persona Afrocostarricense, que hoy nos convoca aquí, debemos decir antes que nada que no es preciso tener orígenes africanos --aunque, como veremos enseguida, muchos los tenemos-- para celebrar este día y la herencia africana en lo que somos como nación.

Al hablar de lo afrocostarricense, la mayoría de los ticos partimos de una idea equivocada, pues asumimos que lo afro y lo caribeño son sinónimos o equivalentes, cuando lo cierto es que, en Costa Rica, no solo lo caribeño es afro, ni lo caribeño es exclusivamente afro. En otras palabras, la herencia africana va mucho más allá de nuestra costa caribeña, y en la costa caribeña de nuestro país, hay mucho más que la herencia africana.

Empezaré por lo primero. Nuestra herencia africana no se circunscribe a la costa caribeña del país, puesto que africanos esclavizados llegaron a lo que hoy es Costa Rica con las primeras expediciones de conquista españolas. El comercio de personas africanas sometidas a condición de esclavitud, fue una institución generalizada en toda América durante el periodo colonial, incluida desde luego la remota y miserable provincia de Costa Rica. El comercio de esclavos africanos también se dio en nuestro país.

Tatiana Lobo, escritora chileno-costarricense recientemente fallecida, recrea en su magnífica novela titulada Asalto al Paraíso una escena de trata de esclavos en el mercado de Cartago, a mediados del siglo XVIII. En otro de sus libros, titulado Negros y blancos, todo mezclado, esa misma escritora revela, mediante investigación genealógica, que muchas de las familias prominentes de Cartago, San José, Alajuela y Heredia, se mezclaron en distintos momentos con descendientes de aquellos esclavos y esclavas. Asimismo, muchos africanos o descendientes de africanos fueron llevados a trabajar o se establecieron como hombres y mujeres libres en lo que hoy es Guanacaste.

La herencia africana está presente en nuestra sangre, es decir, en nuestro fenotipo o fisonomía. Mestizos y mulatas, cholas y “pardos” -como se los llamaba entonces-, son el más profundo sustrato de nuestra nacionalidad, como la entendemos hoy.  Por ello, permítanme este



LLAMADO

El tambor bantú
redobla dentro de mí.

Su llamado de siglos
cruza océanos.

¡No te detengas, hermano!
¡Sigue tocando!

Hoy celebramos
a los ancestros lejanos.

Hoy también
soy africano.

No es por casualidad que el culto nacional promovido en Costa Rica por la iglesia Católica y el Estado, poco después de la independencia de España, sea el de una imagen a la que coloquialmente llamamos “la Negrita”, que apareció para más señas en “la puebla de los pardos”. ¿Y acaso no era moreno y de pelo murruco “el tambor”, Juan Santamaría? También dan testimonio de esa antigua presencia africana en el Valle Central toponimias como “Calle Morenos” y “la calle de los Negritos”.

La idea de una Costa Rica primordialmente “blanca” desde el punto de vista étnico, es una invención de algunos ideólogos e intelectuales del siglo pasado, como lo muestra el filósofo Alexánder Jiménez Matarrita en su libro “El imposible país de los Filósofos”.

La herencia y el legado africano también enriquecen nuestro lenguaje, nuestra cocina y nuestra música, para mencionar los aspectos más evidentes. ¿De dónde, si no, piensan que vienen palabras como “timba”,  “cachimba” o “bemba”? También “pachanga” y “cabanga” son de origen africano, según opinan varios entendidos, por mencionar solo algunos ejemplos.

En cuanto a la música, es inevitable recordar el origen africano de la muy típica marimba, así como también del quijongo. La cantautora guanacasteca Guadalupe Urbina ha investigado esta raíz africana de una parte de la música tradicional guanacasteca. Es probable que algunas toponimias de la región, como por ejemplo Cananga, un barrio de Nicoya, o Malambo, un cerro del cantón de Santa Cruz, también sean de origen africano.

Carlos Meléndez y Quince Duncan, en su libro “El Negro en Costa Rica”, recuerdan que en el siglo XIX un número importante de afromestizos llegaron al país procedentes de Cuba, junto con el general y prócer de la independencia cubana Antonio Maceo, y se establecieron en las inmediaciones de Mansión de Nicoya.

Si hablamos de alimentos, tubérculos como el ñame y la malanga vienen de África, y hoy son parte de nuestra dieta y están plenamente integrados a la olla de carne.

De modo que es un error suponer que lo afrocostarricense se restringe a la provincia de Limón y a las personas de fenotipo manifiestamente africano o “de raza negra”, como solía decirse. No: lo africano está desparramado en todo el territorio nacional y es, en muchos sentidos, indistinguible e inseparable de lo que entendemos como “lo costarricense” o “lo nacional”.

Otro error que solemos cometer, es creer que nuestro Caribe es única o primordialmente afro costarricense. Esto pudo haber sido así a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX -durante el apogeo de la migración afroantillana, y mientras la United Fruit Company operó como un enclave en esa región del país-, pero no lo era antes de esa época, y hoy, lo es cada vez menos.

El Caribe costarricense es también profundamente indígena -lo era mucho antes de Minor Keith y de los afroantillanos en la zona-.

Como hoy sabemos, la costa caribeña del país fue durante siglos territorio de caza de tortugas para el pueblo miskito, cuya presencia todavía atestiguan algunos nombres, como Cahuita. Y me  apresuro a agregar que los miskitos venían no solamente a cazar tortugas, sino también indígenas bribris, a los que esclavizaban para vender en Jamaica.

Pocos costarricenses saben que, durante los siglos XVII, XVIII y XIX, mientras España e Inglaterra libraban interminables guerras por el dominio imperial del mundo, el Caribe nicaragüense fue un protectorado inglés (como siguió siéndolo Belice hasta bien entrado el siglo XX).

Los ingleses nombraron un “rey mosco” o miskito, que dependía del gobernador británico en Jamaica. Pues bien, los reyes moscos o miskitos vendieron a empresarios británicos y alemanes lo que hoy es la costa caribeña de Costa Rica al menos en dos oportunidades, sin que en Cartago ni en San José siquiera se enteraran de ello. Aunque aquellos empresarios nunca llegaron a tomar posesión de sus tierras, el dato ilustra hasta qué punto los miskitos sentían que lo que hoy es la costa caribeña de nuestro país les pertenecía.

Pero el Caribe costarricense también ha sido y es hasta hoy profundamente bribri. Si bien los bribris no son un pueblo marítimo, la Baja Talamanca ha sido uno de sus territorios históricos desde hace siglos y continúa siéndolo hasta hoy. Y, como muchos adivinarán, el pueblo bribri también tiene su propia literatura, aunque hasta hace relativamente poco, esta se transmitiera exclusivamente de forma oral. A continuación, un poema tradicional bribri, traducido por el profesor Adolfo Constela Umaña:



En algún momento me puso
mi Originadora en este mundo;
en este gran mundo
me puso Ella.

Mis pensamientos no van hacia nada
de este gran mundo.

Hacia mi camino, hasta allá
van mis pensamientos.

Hacia el lugar de mi Originadora
van mis pensamientos,
aunque entre los vivos
estoy en este tiempo.

En este mundo, en la alborada,
¿quién amanece? Yo amanezco.

En el gran mundo clarea
y entonces, en el gran mundo, yo amanezco.

La presencia negra y africana en la costa caribeña se remonta al siglo XVII, cuando los criollos cartagineses establecieron en Matina haciendas de cacao. Las haciendas eran propiedad de españoles y criollos residentes en Cartago, pero estaban al cuidado de esclavos de origen africano, mulatos y pardos que permanecían en Matina y eran, además, el primer frente de defensa contra las invasiones de los piratas y de los zambos mosquitos.

El ferrocarril a Puerto Limón era un proyecto estratégico para facilitar la exportación de café hacia Europa. Como es sabido, la obra terminó siendo concesionada al estadounidense Minor K. Keith, quien hizo venir a obreros chinos e italianos para trabajar en el tendido de la vía férrea. De los chinos,  muchos murieron y los sobrevivientes regresaron a su país; de los italianos, muchos se establecieron en las ciudades del Valle Central. Más adelante, en el curso del siglo XX, muchos comerciantes de origen chino se establecieron en la provincia, no solamente en la ciudad de Limón, sino también en los pueblos de la costa y del interior.

No es hasta el último cuarto del siglo XIX, cuando Keith hizo venir a decenas de miles de antillanos, mayormente jamaiquinos angloparlantes, aunque también algunos originarios de otras islas del Caribe, para darle un empujón definitivo a la empresa. Como parte del pago que recibió Keith del Estado costarricense, se encontraban decenas de miles de hectáreas en las tierras bajas del Caribe, donde Keith plantaría bananales para exportar la fruta a los Estados Unidos. Este es el inicio de la United Fruit Company, que posteriormente se extendería por varios países de Latinoamérica y que puede ser considerada una de las primeras compañías transnacionales de la historia.

Los trabajadores que Keith hizo venir de las Antillas conservaban su pasaporte y nacionalidad, y se suponía que los cónsules inglés y norteamericano en Puerto Limón, velaban por sus derechos. No eran considerados costarricenses aunque sus hijos nacieran aquí y, por ese motivo, tenían restricciones para desplazarse libremente por todo el país.

Concluida la construcción del ferrocarril, algunos regresaron a sus islas de origen, pero otros se quedaron y pasaron a trabajar para la United Fruit Company. Algunos, además, hicieron venir a sus familiares que se establecieron como colonos y campesinos, inicialmente en tierras baldías pertenecientes al Estado y, más adelante, cuando la “enfermedad de Panamá” diezmó los cultivos y la transnacional trasladó el grueso de su operación al Pacífico Sur, en tierras abandonadas por la Compañía Bananera. Parte de este proceso histórico puede leerse en las novelas Limón Blues, de la escritora Anacristina Rossi, y Calypso, de la ya mencionada Tatiana Lobo.

Tan pronto la Compañía Bananera de Minor Keith inició sus operaciones en la región caribeña de Costa Rica, miles de jóvenes de la meseta central fueron a trabajar allá. También lo hicieron centenares o miles de nicaragüenses y hondureños atraídos por el trabajo fijo y los salarios en dólares.

Ambientada en las tierras bajas del Caribe, la literatura bananera costarricense incluye varios clásicos de nuestra literatura, como son Mamita Yunai, de CALUFA, y Puerto Limón y Murámonos Federico, de Joaquín Gutiérrez. Incluso Carmen Lyra, en su Bananos y Hombres, se aventura en tierras caribeñas en el marco de la explotación bananera. Aunque la presencia afro antillana y afro  costarricense es palpable en todas estas obras, nadie podría decir que estamos ante literatura “afro costarricense”. Otro tanto podría decirse de una obra que, desde mi punto de vista, también puede ser considerada un clásico. Me refiero al libro Más abajo de la piel, del expresidente Abel Pacheco, un conjunto de evocaciones poéticas de la costa caribeña y de la población afrocostarricense, hechas por tico-meseteño.

En nuestra literatura también existen voces originadas en esta migración antillana, y son cada vez más.

Los primeros afroantillanos se expresaron en su lengua materna, el inglés, y sus trabajos se difundieron en los periódicos que circulaban en la época en Puerto Limón. De ellas, debo admitir que no conozco nada.

No fue hasta inicios de la década de los 70 del siglo pasado, cuando los primeros descendientes de aquella migración antillana, ya plenamente costarricenses, publicaron sus obras en San José, y en idioma español. El primero de ellos fue Quince Duncan, quien abordó temas propios de la cultura afro limonense, pero también otros relativos a la disyuntiva política de la época y a los conflictos generacionales entre hijos y padres.

Contemporánea de Duncan fue la poeta Eulalia Bernard, fallecida hace poco más de un año. Bernard hace de sus ancestros y herencia africana el tema central de su obra; lo mismo hacen otras poetas más jóvenes, como Shirley Campbell Barr y Dlía McDolnald, ambas criadas en San José.

Igualmente contemporáneo de Duncan, y sin embargo, mestizo más que afrocostarricense, debe mencionarse a otro escritor limonense, Gerardo César Hurtado. Sin embargo, Hurtado no aborda el tema de lo caribeño y de lo afrocostarricense más que de manera tangencial.

Arabella Salaberry, poeta y narradora, también es de origen limonense y también ha tematizado la historia y la cultura del caribe costarricense, sin que por ello pueda ser considerada una voz “afro costarricense”.

Desconcertante y excéntrico es el poemario del filósofo español y costarricense Constantino Láscaris, titulado “De Salomón a Demóstenes Smith”, donde encontramos poemas como este:



ZUMBA

Zumba el zambo la zambomba,
Zumba bronco zombembé.
Jale amigo
Y vete a ver
al zambo que zambea
pacanga zombembé.


Zumba zambo bozambo
La danza del yeyé
Con la chamba y un zapato
Coloraditos de serd.

Chita llegó tarde
Al negro bailongo
Y el bongo lloraba
La conga del mongo.

De rodillas mi zamba
Negra, te zambearé
Y en tu hoyo chocolate
te jalaré.

 

Rodolfo Dada es otro autor originario del Valle Central, que ha hecho del Caribe, más concretamente, de la zona de Tortuguero, tema y motivo central de su obra poética y narrativa. 

¿Qué podremos decir del Caribe de hoy, multicultural, cosmopolita y mestizo, radicalmente transformado por migraciones recientes y por el turismo masivo?  La ya mencionada escritora Anacristina Rossi aborda el tema en su conocida novela corta La loca de Gandoca, y yo he hecho otro tanto en mi novelita Gina.

Concluyo, entonces, como inicié, afirmando que no se puede separar la herencia africana de la nacionalidad costarricense, pues esta es consustancial a lo que somos como nación y se remonta a los orígenes mismos de la conquista y la colonia. La gran migración afroantillana del último cuarto del siglo XIX, marcó profundamente a la región caribeña de nuestro país, pero nuestro Caribe acoge muchas otras herencias, empezando por la indígena y por la cultura mestiza del Valle Central, pero también la de migraciones centroamericanas, asiáticas y europeas recientes.