lunes, febrero 12, 2024

LA "DATÓSFERA" Y LA SOCIEDAD DIGITAL

 

Centro de Datos de Google. (Tomado de Internet)

Una ventaja de asistir a una transición tecnológica como la que vivimos --con sus dramáticos cambios económicos, sociales y culturales-- es atestiguar cómo con ella se impone un nuevo lenguaje, nuevas descripciones y pensamientos --una ideología, en suma--, que se propaga hasta convertirse en un elemento constitutivo y característico de la época.
 Así, por ejemplo, con la digitalización se entronizaron los “datos” y los “hechos”.

En décadas pasadas, se habló de “la sociedad de la información” y también de la “sociedad del conocimiento” para caracterizar a la sociedad que emergía con las tecnologías digitales. A la luz de su evolución, resulta evidente que ambas pecaban de excesivo optimismo y que, lejos de visibilizar, invisibilizaban el aspecto fundamental del asunto, a saber, que la digitalización se basa en la creación, utilización y el manejo de datos.

Allá por los años 90, en los inicios de la digitalización, solía hablarse de que las tecnologías digitales tenían dos componentes, el hardware y el software. Hoy sabemos que, en realidad, tienen tres: el software, el hardware y los datos, siendo estos últimos el objeto que los dos primeros crean y manipulan. Los datos son la creación por excelencia de la sociedad digital, no en vano, en épocas recientes con frecuencia escuchamos hablar de “minería de datos” y de “ciencia de datos”, nombres eufemísticos y más o menos reveladores del verdadero objeto de estos nuevos saberes y tecnologías, a saber, la manipulación y el empleo de los datos.

Los “datos” y los “hechos” de las tecnologías digitales no solamente crean y canalizan palabras, imágenes y representaciones, también están integrados en los objetos -¡incluso en nuestros alimentos y en nuestros cuerpos!- y mediatizan las relaciones sociales. Su presencia es palpable, y a menudo determinante, en casi todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.

Aunque no nacieron con las tecnologías digitales y son el resultado de una larga evolución del pensamiento filosófico y científico, los “datos” y los “hechos” asociados a ellos se tienen hoy por premisa y fundamento últimos y casi únicos del conocimiento, y están en la base de sus aplicaciones tecnológicas.  Sin embargo, “datos” y “hechos” no son la realidad, son construcciones humanas para reducir, interpretar y manipular la realidad.

Tomemos por ejemplo las imágenes. Mientras los registros audiovisuales llamados “analógicos” descomponían la luz incidente en el procesador electrónico de las cámaras en ondas o impulsos electromagnéticos registrados en una cinta, los registros digitales de hoy hacen lo mismo, pero descomponen los colores en bytes o paquetes de datos grabados en una memoria.

Aunque no se trata de una definición técnica, puede decirse que un pixel es un componente gráfico de la imagen digital que percibimos, y cada imagen está compuesta por varios cientos de miles (y hasta millones) de pixeles.  Ahora bien, cada pixel es, a su vez, la traducción o interpretación gráfica de un paquete de información compuesto por bytes o datos, reconvertido en color (o en sonido) por un programa informático.

De la misma forma en que el hermoso rostro de una muchacha que postea su fotografía en las redes sociales para recibir los “likes” de sus admiradores fue convertido primero en “bytes” (datos informáticos) y luego en “píxeles” (interpretación o traducción gráfica de aquellos), los “datos” y los “hechos” que en la sociedad digital se tienen por criterio último de realidad o de verdad, también son construcciones a partir de las cuales nos representamos e interpretamos el mundo.

Las imágenes que desde el espacio sideral transmiten los telescopios espaciales son un ejemplo inmejorable. Contemplamos con fascinación esas hermosas imágenes de objetos cósmicos situados a distancias espacio-temporales apenas concebibles, erizados de formas ondulantes y de colores sicodélicos, y rara vez nos detenemos a pensar que lo que vemos es una imagen elaborada por programas informáticos que convierten en formas y colores los datos capturados por instrumentos fabricados con ese propósito. Asumimos que aquella imagen es una representación fiel de la realidad cósmica, cuando es más bien (¡pero esto no es poca cosa!) la reconstrucción gráfica de paquetes de datos recogidos y procesados con tecnologías digitales.

Por tanto, no es solo que nuestra vida cotidiana esté cada vez más condicionada por aparatos e instrumentos basados en tecnologías digitales, como podría pensarse, sino que nuestra representación y entendimiento del mundo están igualmente mediatizados y determinados por esas tecnologías.

Los humanos nos servimos del lenguaje, de las palabras, de los conceptos, para reducir a formas inteligibles y estables el incesante flujo de sensaciones e impresiones provenientes del mundo. Las palabras, los conceptos, son herramientas para modelar la realidad, y mal haríamos si las tomáramos por reales, al menos de la misma forma y en el mismo sentido en que llamamos reales a un venado, a un zafiro o a un sombrero.

El lenguaje binario con el que se construyen los datos es también una forma de reducción y de modelaje de la realidad. Así pues, los “hechos” y los datos de la sociedad digital son, literalmente, hechos o construidos, lo que no significa forzosamente que sean meras falsificaciones o invenciones.

De la misma forma en que podemos mentir con el lenguaje, podemos crear una realidad autónoma con los datos y los hechos digitales. Los “hechos alternativos” de la Casa Blanca en el (¿primer?) gobierno de Donald Trump, el metaverso de Zuckerberg y las “guerras híbridas”, las fake news, troles y avatares, son solo los aspectos más visibles de cómo los “datos” y los “hechos” pueden construir realidades.

En el ámbito de la inteligencia artificial, se denomina “el conjunto de datos” o el “el dataset” al universo de datos con el cual esta trabaja y se entrena (la diferencia entre una cosa y la otra es ambigua o más bien inexistente, pues la IA se encuentra en un bucle de aprendizaje continuo). Le solicito al ChatGPT que proponga cinco nombres alternativos para dicho universo y me sugiere “Mosaico de Datos", "Reserva de Conocimiento", "Sinfonía de Datos", "Puzzle de Información" y "Ecosistema de Datos", pero ninguno me satisface.  Prefiero quedarme con la tontamente humana “datósfera” que figura en el título.

A modo de prueba introduzco el término “datósfera” en el ChatGPT, y genera la siguiente salida: “Datósfera es un término que podría ser utilizado para referirse al universo de datos que rodea a la sociedad moderna. Podría conceptualizarse como una esfera o esfera de influencia formada por la vasta cantidad de datos generados, compartidos y procesados en el mundo digital. Esta "datósfera" englobaría todas las formas de datos, desde los producidos por dispositivos conectados a internet hasta aquellos generados por interacciones humanas en línea, y podría considerarse como el entorno en el que se desenvuelve la tecnología de la información y la comunicación en la actualidad”. Definición insuperable. “Datósfera”, además, sugiere una relación con los términos atmosféricos e, ndirectamente, con “la nube” donde supuestamente se alojan los datos.

El aspecto central de la sociedad digital, es precisamente la creación de esta “datósfera” en constante crecimiento, y el rápido desarrollo de medios y plataformas para su manipulación y explotación comercial por un reducido grupo de corporaciones, cuyo ámbito de acción no son las naciones, ni siquiera los bloques comerciales, sino la humanidad entera. Estas compañías, de hecho, terminaron apropiándose de la “datósfera”, muy al contrario de las previsiones optimistas de lo que significaría la cyber esfera de la que algunos hablaban hace dos décadas. 

La creación, manipulación y explotación comercial de la “datósfera” es pues el rasgo distintivo de la sociedad digital, en donde las corporaciones tecnológicas se erigen además en actores políticos, sin que ningún gobierno ni entidad multinacional haya sido capaz, hasta ahora, de regularlas ni de imponerles límites de ningún tipo --no digamos ya de hacerlas pagar por el valor del que se apropian y del que usufructúan comercialmente--, con la sola excepción del gobierno chino, que desde el inicio segregó con una muralla digital su “datósfera” para ejercer control sobre ella, poniendo en evidencia una vez más las enormes posibilidades de control y de manipulación social que se abren con su  dominio efectivo.