jueves, diciembre 28, 2017

UNA ÉPICA DE LA SUBJETIVIDAD

"Carta al hijo", de Juan Hernández
Novela, 137pgs.
Guayaba Ediciones, Costa Rica, 2017




¿Es posible librarse de la maldición de la sangre? Juan Hernández (Costa Rica, 1981), autor de esta breve e intensa novela en la que es fácil advertir tintes autobiográficos, afirma que sí. Desde cierto punto de vista el relato es una prueba de ello, pues refiere la historia de un niño y un joven que, habiendo crecido en el seno de una familia degradada por la violencia, la pobreza y el alcohol, termina forjándose como hombre de letras. Así, en varios pasajes la narración me hizo evocar aquella hermosa canción de Lennon, Working class hero, por ejemplo: “La pobreza es una enfermedad que se alimenta de sus propias familias” (p.135). Desde otro punto de vista el relato puede leerse como una novela familiar (llamarla saga sería inapropiado, dada su brevedad), pues al tiempo que el narrador va relatando su historia, refiere también la de su linaje materno (el único conocido para él), con especial énfasis en la figura de la madre, con quien lo unen profundos lazos de odio, vergüenza y asco.  
Desde otra perspectiva, la novela puede leerse también como una “novela de formación”, en donde la forja del protagonista gira alrededor de su desesperada, reiterada y, por fin, exitosa tentativa de arrancarse de la historia familiar materna y fundar la suya propia como hombre y como padre.  Pues el tema de la paternidad es otro de los ejes por donde transita el relato. Así, el mismo joven cuyo destino “natural” hubiese sido probablemente la delincuencia o la drogadicción y termina forjándose escritor, jamás conoció a su padre y descubre el sentido de esa palabra por boca de su primer hijo, a quien sin embargo luego habrá de perder. La historia parece condenada a repetirse una vez más; ante el horror de esta perspectiva, asoman la muerte y el suicidio, pero finalmente la voluntad se impone y, antes que nada, triunfa el amor. Sí, el amor.
Como se ve, la cantidad y la densidad de los temas abordados por Hernández sugerirían una narración mucho más extensa, no obstante él lo hace en poco más de 100 páginas sin que como lector me haya sentido defraudado en ningún momento. Esto se debe en parte al ritmo trepidante o espasmódico en el que nos sumerge el relato desde la primera frase. No todo se dice y mucho queda librado a la imaginación de los lectores; las elipsis y los saltos temporales son continuos y multidireccionales. Irónicamente, gran parte del relato está construido a modo de diálogo callado con la madre, aquella de quien el personaje lucha valientemente por arrancarse, y solo algunos pasajes están escritos para el hijo ausente o perdido, como sugiere el título. Así pues, se trata de una carta a la madre y de una carta al hijo, en evidente alusión y juego con la Carta al Padre de Kafka.

Inicié este comentario con una pregunta, lo concluyo con otra: ¿es posible una épica de la subjetividad, una épica de la intimidad? En principio, épica y subjetividad están en las antípodas, la primera reservada a los temas históricos y a la exaltación de los héroes, la segunda propia de abordajes dramáticos o satíricos. No obstante, el tono imperioso y urgente del relato de Hernández, el tratamiento literario directo, seco y desnudo de artificios, por momentos me ha hecho pensar que estamos ante una obra de ese tipo. Carta al hijo tiene la fuerza y la pulsión del relato testimonial, aborda con solvencia temas relativos a la subjetividad masculina sin dejar de lado el apunte social y, por su dureza y sequedad, se constituye en una suerte de épica de la subjetividad en donde el protagonista consigue alumbrarse a sí mismo.