jueves, diciembre 22, 2005

Desnudar la desnudez

Como el monótono zumbido de los abejones, hace muchos años escucho el nombre de Clarice Linspector, reputándola como uno de los escritores más originales del siglo XX.

Solo ahora, sin embargo, llega a mis manos su “La pasión según G. H.”

Su lectura tiene un efecto vivificante y devastador. ¿Qué es esto? ¿Una novela? ¿Un libro de filosofía? ¿Una meditación sobre el ser? ¿Un trance iniciático? Es todo eso y mucho más, o tal vez, como preferiría ella misma, mucho menos...

Es un progresivo despojarse de todo, un acto de magia para desnudar la desnudez, un batir de alas en la nada para que resplandezca la oscuridad. Es la carne macerada, disecándose a sí misma. Persiguiéndose. Es el testimonio de una redención y de una perdición. (¿Puede haber una sin la otra?) Es un problema tratar de parecer inteligente cuando hay que hablar de libros así. La vida se resiste, se resiste a ser dicha, encasillada, mancillada y manipulada en las palabras. Y sin embargo ella, Clarice Linspector, roza, reza peligrosamente el límite de lo indecible. Deliciosa caricia a tu mente para que te animes a una caminata en el borde del suplicio, del silencio... Take a walk on the wild side.

Las palabras son galimatías. Trucos. Juegos. Miguitas de pan que dejamos con la ilusión de que signifiquen algo, de que señalen en alguna dirección.

Esta novela desvela. Hace trizas y atiza el fuego, al mismo tiempo que aviva la sed. Libro raro, ensimismándose en su camino de sombras. “Una incursión en el desierto”. Una tropelía, una insolencia, una hijueputada, una provocación maravillosa.

Una excursión a las fronteras del yo en búsqueda del ser. ¿Será eso? Todo lo que diga puede ser usado en mi contra y no dice nada de ella, del libro, del texto, de la meditación. ¡Santa condenada, reputísima virgen vestal, qué alto tu vuelo en las profundidades!

Si al menos un susurro de esas sombras se agitara en tu mente bailarías conmigo esta tarde...

domingo, diciembre 04, 2005

La última novela de Rosa Montero


Mi año literario inició con la lectura de La loca de la casa, de Rosa Montero, regalo navideño de una buena amiga. No había leído otras obras de esta autora, y ese brillante libro-ensayo dedicado al proceso de creación literaria me reveló a una escritora de pensamiento original y profundo conocimiento y amor por la literatura.
Ahora, cuando casi concluye el año, llega a mis manos su última novela, Historia del Rey transparente (Alfaguara, 2005).

En esta extensa novela la escritora española recrea en diversos planos y desde varias perspectivas el mundo medieval. Por un lado se trata de una obra que dialoga permanentemente con las novelas fantásticas de la época, muy en particular con las de la saga del Rey Arturo (los Caballeros de la Tabla Redonda, Merlín El Mago, etc). Por otro lado, la obra nos propone un cuadro verosímil y bien documentado –aunque sin pretensiones de rigor historiográfico–, de algunas de las contradicciones y características más notables de la Alta Edad Media en Europa occidental. Por último, es también un relato de aventuras: el del destino fabuloso de la joven protagonista de la obra, Leola, quien habiendo nacido sierva de la gleba, se convierte en el Señor de Zarco, caballero y mercenario, para culminar su loco peregrinaje por este mundo en calidad de mujer de letras y conocimiento.
Estos tres códigos narrativos –el de la novela fantástica, el de la novela histórica y el de la novela de aventuras– se alternan y superponen a lo largo de las más de 500 páginas de la obra. Ciertamente el “salto” de un código o plano narrativo a otro no resulta siempre fácil de realizar para la autora ni de digerir para los lectores, pero tironeando alternativamente de uno y otro, la obra se lee, en líneas generales, con agrado e interés.
Una cuarta lectura que admite esta obra –y es esta la que más me interesó–, viene a ser la de una suerte de épica sobre la integración del siquismo. El peregrinaje de la protagonista por los campos del sur de Francia puede interpretarse, en una suerte de “gestalt”, como la progresiva integración de diferentes dimensiones o planos síquicos de un mismo ser. Así, el curioso grupo de aliados(as)/amigos(as) que en el curso de la obra va agrupándose en torno a la protagonista, vendrían a ser facetas o planos o dimensiones de ella misma.
Desde este punto de vista, la novela nos propone una visión del ser humano en donde el equilibrio –siempre fugaz y trabajosamente logrado–, se logra por la integración de los opuestos: Así, para alcanzar Leola su plenitud, ha debido “integrar” a la aldeana ignorante y a la bruja-curandera-sabia, al caballero de honor y al mercenario a sueldo, a la mujer y al hombre, al gigante-niño y a la enana-vieja, a la doncella virginal y al amante varonil y fornido, al Sordomudo Señor de las Letras e incluso a lo Desconocido... Solo cuando esta suerte de rompecabezas se ha completado –insisto, en una “gestalt” en donde los personajes son dimensiones internas que la protagonista va conquistando conforme avanza su aprendizaje de la vida–, alcanza ella la plenitud humana, precisamente en la Cumbre de la Montaña –representación simbólica por excelencia de la Sabiduría. Sea o no deliberado este plano alegórico, la novela, ciertamente, da lugar a él.
Desde esta perspectiva, el texto nos sugiere también una especie de “dialéctica” en el espíritu, según la cual es imposible avanzar en el camino de la evolución en línea recta, y más bien es inevitable dar rodeos, perder muchas veces la ruta e incluso adentrarse por sendas equivocadas, pues de otra forma nos será posible reconocer la acertada.
En el plano propiamente histórico, la autora hace una denuncia apasionada de los horrores del fanatismo religioso, relevando el horrible exterminio de seres humanos adherentes a sectas consideradas “heréticas” como la de los Albigenses (de la que nos ofrece un retrato amable y seductor) consumado por la Santa Inquisición bajo las órdenes del Vaticano.
Agradable –y por momentos incluso apasionante–, es fácil advertir en las páginas de esta novela a una escritora de talla y oficio. Me deja, sin embargo, la impresión de que mejores páginas suyas ha habido, y que seguramente mejores vendrán.