Existen, según me parece ahora, dos tipos de historias: aquellas que nos relatan una serie de situaciones o hechos por los que transitan los personajes y aquellas que, además de hacer esto, nos proponen una visión de mundo. Desde joven me he sentido inclinado por las segundas.
Una bitácora del día a día, mes a mes, año a año, con textos incómodos o inconexos, de esos que no encuentran cabida en otro sitio, hasta que la muerte u otro bicho o alimaña se aparezca o nos separe... perecgeorges@gmail.com
viernes, diciembre 28, 2018
sábado, agosto 18, 2018
VOZ PROPIA
Leo en una entrevista con el sociólogo norteamericano Richard Sennett: "En sociología, creativo es buscar una voz propia. Pero uno solo la tiene cuando le habla a alguien. No se tiene voz propia para hablar solo." Desde luego, en literatura ocurre exactamente lo mismo. No sé si en el ámbito académico de la sociología en el que se desenvuelve Sennett será así, pero en el caso de la literatura, o al menos en el mío, ese interlocutor es de naturaleza enteramente imaginaria y se construye a lo largo de la vida más o menos como se construyen los personajes de ficción. En mi caso, además, no es un interlocutor, sino una interlocutora. Con los años, ese personaje ha sido interiorizado hasta el punto de que a menudo no estamos conscientes de su presencia cuando escribimos, pero inventarlo, construirlo y creer en su existencia es, me parece, uno de los aspectos medulares de la propia invención como escritor.
domingo, julio 29, 2018
COSAS QUE SE QUIEBRAN
(A propósito de Los huérfanos del absoluto de Carlos Cortés)
Reseñar o comentar un libro de cuentos siempre es difícil,
pero lo es más en el caso de Los
huérfanos del absoluto, la última publicación de Carlos Cortés (Uruk,
2018), pues el libro reúne una nouvelle
o relato muy extenso (alrededor de 70 páginas; primero del volumen y el que da
título al conjunto), y cinco cuentos más, de extensión, temáticas y
características muy diferentes al primero.
Empecemos diciendo que, a diferencia de toda o casi
toda la obra narrativa de Cortés, en este volumen la infancia ha sido
desterrada como tema. Ninguno de los textos explora el peso de los años
iniciales o de las experiencias infantiles en la vida adulta de los personajes.
Esta no es una observación menor, dada la importancia, ya mencionada, del tema en
su obra precedente. Lo más cercano a
ello será, precisamente, la nouvelle
que abre y da título al volumen, donde la etapa vital que se explora es, más
bien, la temprana juventud, con su peso de hallazgos y experiencias
iniciáticas. Los restantes cinco cuentos relatan historias de hombres adultos,
que viajan por razones profesionales o que, en cualquier caso, han constituido una
familia.
De modo que si hubiera que buscarle un hilo conductor
al conjunto, podríamos aventurar que sea ése: el pasaje de la juventud a la
vida adulta, desde la perspectiva de la masculinidad. Esto último es así porque
todos los personajes centrales son varones, pero también porque se enfrentan a
situaciones, dilemas o conflictos propios del género masculino o bien porque
reaccionan a ellas de formas que únicamente pueden hacerlo los hombres. Salvo
en la nouvelle inicial, donde la
iniciación sexual –y muchas otras iniciaciones– son tema principalísimo, no hay
en el libro nada como un “discurso” sobre la masculinidad, es más bien algo
implícito y, desde luego, librado a la interpretación del lector.
Violencia y
masculinidad.
Las experiencias que nos relatan los cinco cuentos
cuyos personajes son hombres adultos hablan, en líneas generales, de la
violencia de la vida social, a veces codificada en absurdas y complejas
ceremonias (como en el cuento titulado Miami
Checkpoint, sobre el aeropuerto de Miami y titulado así en alusión al
celebérrimo “Checkpoint Charlie”, que dividiera Berlín occidental de Berlín
oriental durante la Guerra Fría); otras veces la violencia es explícita y manifiesta,
como el brutal, ominoso y enigmático Cosas
que hacer si estás muerto, donde los muertos parecen condenados a ser
siempre anónimos.
Ser adulto es formar parte de un engranaje absurdo y
violento y tener que asumirse como vector de esa violencia que nos rodea y
termina por constituirnos, como se revela, con cierto humor y en clave más bien
rocambolesca, en el cuento titulado ¿Qué
fue lo que pasó?, en el que un hombre debe dar una lección en la
universidad y llevar en carro a su hija a la escuela y, presionado por la prisa,
termina protagonizando una pequeña insurrección y catástrofe vial, que bien puede
costarles la vida. La normalidad social a la que debemos adscribirnos está
regida por una violencia brutal de la que, de un lado, somos víctimas, y de
otro lado estamos condenados a reproducir y a propagar, y que en el plano
subjetivo y más íntimo, nos sumerge en el temor y en las contradicciones más
amargas. Ese, y no otro, es el triste paisaje de la adultez y la normalidad que
pinta Cortés, por ejemplo, en el cuento titulado Semana Santa, el último y más breve del libro, donde la violencia
acecha desde el exterior, pero los lazos sociales han sido disueltos como si se
tratara de un ácido que carcome el plástico.
Todos los cuentos están narrados por sus protagonistas
o, al menos, por un personaje central de la historia y, salvo en Los huérfanos del absoluto, donde
llegamos a conocer por una brevísima mención el nombre del personaje narrador,
los demás permanecen en el anonimato. Con excepción del protagonista de Cosas que hacer si estás muerto –un
hombre vinculado a las agencias de seguridad del estado–, los otros parecen
pertenecer a sectores acomodados y de buen pasar social. Con la ya mencionada
excepción del agente de seguridad de Cosas
que hacer si estás muerto, tan solo la convención literaria que dicta que
en un libro de cuentos cada texto tiene un protagonista diferente, nos impide
pensar que no estamos ante el mismo personaje-narrador.
Así pues, y para cerrar estos párrafos introductorios,
podemos aventurar que Los huérfanos del
absoluto nos habla del paso de la adolescencia a la vida adulta en el mundo
de hoy (o de apenas ayer), desde la perspectiva del ser masculino, y de la
violencia social como marca y condición de la vida adulta.
Ya mencioné que la nouvelle
titulada Los huérfanos del absoluto
se diferencia de los otros textos por su temática, extensión y tratamiento. Ahondemos
en ella.
Los
huérfanos del absoluto.
El argumento de este complejo relato puede, más o
menos, resumirse de la siguiente forma: a la distancia de muchos años, Álvaro
evoca y trata de escribir sobre algunas experiencias iniciáticas de su
juventud, en particular, su despertar sentimental y erótico, pero también su
iniciación social, al entrar en relación con personajes de condiciones y antecedentes
muy distintos de la plácida clase media a la que pertenece él.
Su iniciación afectiva y sexual, de un lado, y su
iniciación social, del otro, son, pues, los dos grandes temas sobre los que
Álvaro se propone escribir, todo ello con la intención de desentrañar, muy
particularmente, un episodio en el que se vio envuelto entonces: su
involucramiento erótico y cuasi sentimental con la esposa de un miembro del
grupo de amigos que frecuentaba en esa época.
El relato revela de inmediato que no solo Álvaro, sino
todos los personajes a su alrededor, viven a su manera y en diferente medida el
mismo proceso de descubrimiento e iniciación, en un escenario de promiscuidad y
ambigüedad sexual, en donde tampoco faltan los coqueteos con la pequeña
delincuencia y, en general, la transgresión de la ley. No se trata exactamente
de sexo, drogas y rock´n roll, pero
si de algo parecido a eso.
Los lectores ignoramos cuántos años han pasado desde los
acontecimientos sobre los que Álvaro está escribiendo, pero sus dificultades
para evocar y reconstruir lo ocurrido son enormes. Para hacerlo, debe enfrentarse,
en primera instancia, a las trampas de la memoria, pues como ya se ha dicho,
pasaron muchos años desde entonces, pero en segunda instancia y no menos
importante, Álvaro se enfrenta también a las trampas de la literatura, puesto
que su propósito no se reduce a escribir sobre lo vivido –como podría hacerlo
alguien en su diario personal o en una carta a un amigo, o bien, un paciente a
su psicoterapeuta–, sino, de manera clara e inequívoca, su intención es
convertir lo vivido en literatura.
Álvaro es un literato de imaginación afiebrada; escuchémoslo,
si no, en uno de sus trances más delirantes: “Le apretó los pezones de nuevo,
sin llevárselos a la boca, nada más los apretó. Del fondo de cada uno brotó un
hilillo de leche fosforescente. Stef se colocó detrás de Xinia y nos enseñó su
ombligo y la floración creciente, salvaje, rizada de pelos, de su pubis
triangular, sin ninguna depilación y la elipsis que formó el vientre al
contraerse por el roce de los dedos de Stef, advirtiéndonos que está
embarazada, que aún no saben muy bien lo que van a hacer. Xinia dejó caer el
resto de su ropa y se fundió con Stef en un coito ininterrumpido y ambos se
perdieron en una sombra.” (p. 19)
La fantasía parece haber sido demasiado lejos incluso
para Álvaro, quien enseguida duda de lo que ha visto y se corrige:
“Abrí los ojos y terminé mi visión. ¿Fue algo así?
-
No, no fue
así –respondió el Flaco con sarcasmo- Definitivamente no fue así.” (P. 19)
La cita anterior también es muy reveladora del plano
en el que tienen lugar los hechos narrados: el lugar donde convergen, se
entremezclan y confunden la memoria y la imaginación. La memoria flaquea y la
imaginación se desboca; o lo que viene a ser lo mismo, el escritor se sirve de
ambas y no distingue o no le interesa dónde termina una y comienza la otra. Tal
y como hace el Flaco en el párrafo que venimos de citar, en algunos momentos otros
personajes del relato regresan como fantasmas durante el proceso de escritura
para hacer comentarios irónicos acerca de lo que Álvaro escribe, o para
corregirlo o enmendarle la plana.
Los lectores deberán vencer varias dificultades para
hilvanar y organizar los acontecimientos que se nos narran en Los huérfanos del absoluto.
En primer lugar, Álvaro evoca y escribe sin seguir el
orden cronológico de los acontecimientos, sino bajo el dictado aleatorio y
caótico de la memoria: los saltos temporales son constantes y
multidireccionales.
En segundo lugar, los acontecimientos narrados
involucran a un número considerable de personajes –alrededor de diez–, que se
identifican a veces por sus apodos –La Pelis, el Flaco, Tito, Eme-, otras veces
mediante sus nombres –Ana, Xavier o Danny-, y en algunas ocasiones más,
mediante una simple inicial, X, T, etc. Entre una sección y otra, el
narrador/escritor suele cambiar el foco de su narración de un personaje a otro.
Considerando el número de personajes, no es
sorprendente que la cantidad de acontecimientos narrados sea enorme:
Homicidios, tentativas de suicidio, seducciones, rupturas e infidelidades,
alucinaciones y trances psicodélicos, etc.
Como si esto no fuera suficiente, en su condición de
escritor, Álvaro a veces se asume como personaje-narrador, pero otras veces
parece elevarse al plano de narrador omnisciente.
Escuchemos, por ejemplo, estas dos voces, estos dos
registros narrativos: “Conocí a Vi uno o dos años antes de nuestro primer
encuentro furtivo en alguna de las cafeterías de la universidad y no entendí
por qué…” (p. 38) Estamos sin duda ante la voz de un personaje narrador, no hay
ambigüedad ni equívoco acerca de quién habla y cuál es su estatuto o su
relación respecto de los otros personajes del relato.
Pero escuchemos esta pasaje: “Para Vi, Tito fue su
oportunidad de escaparse de la telenovela de clase media baja: casa familiar en
Barrio Luján, padre alcohólico y acoso sexual del resto de la familia,
incluyendo al padre. Se salió con la suya aprovechándose del mismo recurso que
utilizó su madre 25 años atrás, intercambiando la cadena paterna por la
matrimonial. Una fuga hacia delante que tarde o temprano se convirtió en una
jaula.” (p. 39) Aquí, Álvaro nos habla con total propiedad y certeza de las
motivaciones más íntimas de Vi y de lo que ocurrió en la familia de ella 25
años atrás; interpreta la historia de la madre de Vi y emite juicios acerca de
sus motivaciones. Sin duda, el narrador que hablaba apenas tres párrafos antes,
ha devenido en otro muy diferente.
Las dificultades de Álvaro para escribir su historia
llegan al punto de no recordar con precisión el rostro de sus personajes. En la
página 40, Álvaro nos presenta a Tito con “semblante cínico, barba rala de
varios días y aire de hombre resuelto con el que adquiría el misticismo
meticulosamente descuidado de un Che Guevara en celo, capaz de seducir a
cualquiera –hombre y/o mujer…”, pero tres páginas más adelante, el mismo Tito se
presenta con “cara bobalicona, sonrisa de payaso y rostro sudado…” ¿Se trata
del mismo personaje? En la memoria del personaje-narrador-escritor, sí.
Los lectores que superen estas dificultades –algo que,
en definitiva, puede resultar un juego entretenido y placentero– accederán a la
riqueza de Los huérfanos del absoluto,
un relato complejo sobre la iniciación, la ambigüedad moral y las
contradicciones emocionales propias de la vida adulta, pero también una
reflexión sobre las relaciones, no menos complejas, entre la memoria, la imaginación
y la escritura literaria. ¿Cuál es el alcance, cuánta la fidelidad y cuáles son
las posibilidades de la literatura como escritura
de la memoria?
Más allá de
la literatura.
Para concluir, dos preguntas más con mis respuestas tentativas.
La primera pregunta es: ¿qué descubre o qué concluye
Álvaro al cabo de su indagación literaria sobre aquel episodio de su juventud?
Si al iniciar su búsqueda Álvaro buscaba su absolución o su condena, ninguna de
estas llega. Álvaro descubre, sí, que actuó poseído por el demonio de los celos
e instigado por el diablillo despecho. Así, el joven de entonces se dibuja ante
los ojos del escritor adulto (y ante los nuestros) en su torpeza e ingenuidad. Nada
del otro mundo; humano, demasiado humano.
Pero Álvaro descubre más que eso: descubre también que todos a su alrededor actuaban
por motivaciones similares, compelidos por un afán vindicativo, en una especie
de “huída hacia adelante” que multiplica y propaga el caos, el sufrimiento y la
confusión emocional. La fanfarronería, la dureza y tantas otras convenciones y
rituales de la vida adulta, no son más que máscaras para disimular nuestra
precariedad, nuestra absoluta vulnerabilidad humana. Pero la socialización
exige que demos ese paso. Hacerse adulto es convertirse, poco a poco, en un
buen hijo de puta. Y cuanto antes lo hagas, mejor. Tal vez sea esta la orfandad
a la que alude el título.
Y aquí surge mi segunda pregunta: ¿acaso Álvaro, el adulto
que está escribiendo, es capaz de sentir piedad, de sentir compasión, hacia sí
mismo y hacia los otros personajes, cuando hace este descubrimiento? Mi
respuesta es: no. Pero seamos más
precisos, “piedad” y “compasión” son términos ambiguos.
Reformulo mi pregunta: ¿Acaso Álvaro, el adulto que
está escribiendo, es capaz de aceptar y asumir su vulnerabilidad de entonces,
sus debilidades de entonces, y la de los otros a su alrededor, sin reprochárselas
ni censurarlos por ellas? Lo digo más radicalmente: ¿es acaso ser débil una
debilidad? A mi juicio, el escritor de esta historia juzga a sus personajes
como si así lo fuera.
En este sentido, Álvaro, el escritor de Los huérfanos del absoluto, termina
pareciéndose a los protagonistas de los otros cuentos del libro, pues ha
asumido el mundo adulto como una máquina infernal en donde la debilidad no está
permitida y en donde estamos, por tanto, condenados a sufrir y a reproducir la
violencia.
jueves, junio 21, 2018
"Challenger", poemario de Camilo Retana
“LO QUE
CREA LA POESÍA ES LA DISTANCIA”. El enunciado es toda una declaración de
principios y Camilo Retana inicia su poemario “Challenger”, publicado
recientemente por la EUNED, con este epígrafe de Barbey d´Aurevilly. La frase me
cautiva por su exquisita ambigüedad: ¿es la poesía el resultado de un efecto de
distanciamiento o, por el contrario, es el distanciamiento un efecto del texto
poético? No consigo resolver la disyuntiva, pero ambas posibilidades me
resultan atractivas.
Tan pronto
me adentro en las páginas del libro, advierto que, en efecto, la distancia se
impone en estos textos. Los sujetos, las situaciones y las emociones son abordados
desde una distancia que los reduce a lo esencial. O acaso, para ser fiel a la deliciosa
ambigüedad del epígrafe, deba decir que al examinarlas desde la distancia, las
situaciones, los personajes y las emociones se depuran y quedan reducidas a sus
aspectos esenciales. Pero, atención: distancia no es lo mismo que frialdad, es más
bien una perspectiva que nos permite aquilatar lo que vivimos con mayor
claridad. También los sentimientos se depuran con la distancia, como aprendemos
pronto en la vida, y depuradas están las emociones que trasuntan estos poemas.
Muchos de
los asuntos que Camilo examina y trae a la palabra en sus poemas, tienen que
ver con su vida personal, pero precisamente al considerarlas desde la
distancia, desde la distancia poética, adquieren resonancias universales. ¿Acaso
no somos todos irreconocibles puntos observados desde lejos?
Pero no
solo los personajes, las situaciones y las emociones se reducen aquí a lo
esencial: también y, sobre todo, los textos se depuran, se despojan de todo exceso
retórico, como si para romper la fuerza gravitacional del planeta, debieran
despojarse de todo lo accesorio. ¿Es entonces la poesía una búsqueda de “lo
esencial”? Sospecho que cualquier poeta estaría de acuerdo con esta afirmación,
pero dudo mucho que existan dos poetas que coincidan respecto a qué es lo
esencial y cómo comunicarlo.
La lectura
de este libro me plantea además una pregunta que me acompaña en estos días. ¿Para
qué sirve la imaginación? En estas páginas el autor se vale de la imaginería propia
de la astronáutica para elaborar sus textos: la astronáutica como experiencia
límite de la distancia, al menos como puede experimentarla un ser humano.
Renace entonces,
de lo profundo de mi memoria, la imaginería con la que me nutrí de niño: el
proyecto Apolo, el Módulo Lunar y, mucho más tarde, el malhadado Challenger que
da título al libro. Tal imaginería está
hondamente arraigada en mi memoria y ha nutrido mi imaginación durante décadas.
Leyendo
estas páginas, constato con asombro que también ha alimentado y nutrido la
imaginación de alguien menor que yo. A través de estas imágenes, por medio de
ellas, conseguimos comunicarnos a un nivel más profundo del que lograríamos
mediante los conceptos, dos personas a quienes separan en edad dos décadas. Las
imágenes, el arsenal de la imaginación, sin duda sirve también para eso: para generar
sentido y compartir experiencias más allá del flujo y la corrosión del tiempo.
En este
viaje espacial sin destino cierto, soy coetáneo de Camilo y escuchamos en
órbita Space Oddity, de David Bowie.
lunes, mayo 14, 2018
UN POEMA
Belleza legendaria en su juventud
hoy es
esa viejita que camina con bastón
por la acera.
El joven que se cruza con ella
solo a una ve.
Como a un espejismo
yo las veo a las dos.
¿Pero a quién mira ella cuando se ve?
hoy es
esa viejita que camina con bastón
por la acera.
El joven que se cruza con ella
solo a una ve.
Como a un espejismo
yo las veo a las dos.
¿Pero a quién mira ella cuando se ve?
sábado, marzo 03, 2018
VIRGEN DE LAS ALCANTARILLAS
Mírenla bajar del
cielo de cristal y felpa,
del dulce paraíso del
amor paterno.
Ya se hunde envuelta
en humo
en el lodazal de las
alcantarillas.
Mas no pierde su
sonrisa ni su gracia
Su belleza permanece
intacta.
Virgen de las
Alcantarillas,
¿A qué has venido
aquí?
Nosotros hace mucho
estamos muertos,
hace mucho nos
perdimos sin remedio.
Mírenla bajar del
cielo del confort y la comodidad,
del obsceno paraíso de
los justos biempensantes .
De sus manos brotan
pájaros de fuego.
Y ella se hunde bajo
el fango.
Quiere ver la calle
desde abajo.
Su cuerpo no se
ensucia, sus labios no se manchan.
Su sonrisa celestial
deslumbra.
Virgen de las
Alcantarillas,
¿A qué has venido
aquí?
¿No te han dicho
acaso
que de aquí nadie regresa
intacto,
nadie puede salir?
Virgen de las
Alcantarillas
Tú que todo lo
puedes,
Ayúdanos a salir del laberinto
que no tiene paredes.miércoles, febrero 21, 2018
CIRCUNNAVEGACIONES ALREDEDOR DE UN POEMA
No puedo determinar con exactitud el año, pero fue hacia mediados de la década de los 80, es decir, hace algo más de 30 años, cuando surgió esta imagen como metáfora de la poesía:
¿Qué suave y ardoroso viento agita
el viejo mar de las palabras
para producir tan bellos
y fugaces resplandores?
Aunque bella y elocuente para mi gusto, resultaba algo incompleta para considerarla "un poema", de modo que en algún momento, más adelante, la reuní con otro fragmento escrito por esos mismos años que también habla de la poesía y que me parecía igualmente incompleto:
Borboteando su chorro de luz
mana el poema
Míralo inventar su llama
adentrarse en el vacío sin más
fuerza que su anhelo
Luna es
el poema
De modo que agrupé los dos fragmentos bajo el título de "POESÍA" -que es finalmente de lo que pretendo hablar- y, aunque no fueron publicados, permanecieron así, mancomunados, durante muchos años en mi computadora:
POESIA
-1-
Qué suave y ardoroso viento agita
el viejo mar de las palabras
para producir tan bellos
y fugaces resplandores
-2-
Borboteando su chorro de luz
mana el poema
Míralo inventar su llama
adentrarse en el vacío sin más
fuerza que su anhelo
Luna es
el poema
Desde luego, siempre sentí (siento) que hay algo artificioso, forzado, al poner en relación ambos fragmentos, aun cuando ambos hablen de la poesía.
Hace pocos meses, encontrándome fuera de la ciudad, fui testigo una noche de una hermosa tormenta eléctrica en el cielo lejano, sobre las montañas. Escribí entonces en mi libreta de notas:
¿Qué invisibles piedras
chocan en el cielo
para producir tan deslumbrantes
y fugaces fuegos?
El asunto quedó ahí... Hasta que hace un par de días, revisando mi libreta, encontré el apunte y tuve la sensación, o más bien la certeza, de que aquello era casi un autoplagio o, más benévolamente, que otra cosa escrita por mí semejaba mucho a esta. Era una sensación incómoda y no fue hasta hoy que tuve tiempo de explorar en mis archivos hasta dar con el viejo "poema" del que este es apenas una reescritura o palimpsesto. Creo que nunca me había ocurrido esto. Al mismo tiempo, tengo la sensación de que algo se completa de una forma misteriosa, pues juntos, los dos fragmentos se acompañan mucho mejor que mi tentativa original:
¿Qué invisibles piedras chocan
en el cielo
para producir tan deslumbrantes
y fugaces fuegos?
¿Qué suave y ardoroso viento agita
el viejo mar de las palabras
para producir tan bellos
y fugaces resplandores?
Desde luego me gustaría formular algunas preguntas más en esta tónica. Quizás lleguen algún día. En cualquier caso, siento que cualquiera de los dos fragmentos puede ir primero; siento también que el tema central sigue siendo la poesía, aunque la potencia metafórica se incrementó al poner en relación los relámpagos y la poesía (que, al menos en mi experiencia, tiene algo -mucho- de iluminación instantánea.) Lo que tienen en común estos dos fragmentos son los destellos, el carácter instáneo y relampagueante, pero también fantasmagórico e irreal de los dos fenómenos. Quedaría entonces así:
DESTELLOS
¿Qué invisibles piedras chocan
en el cielo
para producir tan deslumbrantes
y fugaces fuegos?
¿Qué suave y ardoroso viento agita
el viejo mar de las palabras
para producir tan bellos
y fugaces resplandores?
Supongo que esto no termina aquí...
lunes, enero 15, 2018
IRREFUTABLE
¿Cómo podría no ser verdadero nuestro dios, si en su nombre matamos y morimos como moscas?
martes, enero 09, 2018
FIN DE PARTIDA
Maybe Managua, de Catalina Murillo. Uruk Editores (San José, 2017)
Es bien conocida aquella
clasificación que afirma que existen básicamente dos tipos de relatos: los que
centran su atención en los personajes y los que lo hacen en la acción o el
argumento. Si hubiéramos de seguirla, no hay duda de que Maybe Managua (Uruk editores, 2017), la más reciente novela de
Catalina Murillo (Costa Rica, 1970), se inscribe en la primera categoría, la de
los relatos centrados en los personajes. En las 150 páginas de la novela,
Murillo despliega su enorme capacidad para presentar los caracteres e interpretar
su mundo emocional. Creeríamos estar ante una novela de corte psicológico, de
no ser porque la autora construye a sus personajes desde una distancia implacable,
sin piedad ni empatía, y parece tan interesada en dibujarlos como en juzgarlos.
Esto, naturalmente, no es un defecto; antes bien, mucha de la fascinación que
me produjo la lectura del libro deriva del juicio despiadado y certero que la
autora destila párrafo a párrafo sobre ellos. Nadie se salva, ni el personaje
principal, ni los secundarios; ni siquiera los extras o figurantes que aparecen
fugazmente en alguna escena son redimidos por la mirada de la autora. Tampoco
los escenarios urbanos –San José, Granada, Managua-, ni los naturales –playas, lagos
y montañas de los dos países centroamericanos donde tiene lugar la acción–. El
mundo completo que nos presenta Murillo está corroído por un malestar asfixiante:
algo difuso pero omnipresente de lo que los personajes intentan vanamente huir,
sin hacer otra cosa que hundirse más y más en él.
Lo que el argumento nos relata es,
básicamente, el último acto en la vida de un cuarentón español que, en las
postrimerías del siglo XX, ha venido a recalar a Centroamérica huyendo no sabe –ni
sabemos– bien de qué, ni tampoco en busca de qué. El malestar en la cultura,
que decía Freud, el hartazgo y el hastío del capitalismo avanzado, la inteligencia
hiperinformada dirigida como daga contra sí misma. Bastan algunos días acompañando los pasos de
Juan, el protagonista, en su errática huída hacia ninguna parte, para
comprender a cabalidad ante qué tipo de personaje estamos. El dibujo que de él
hace la autora es, como he dicho, certero y amargo, y también lo es el de las
tres mujeres con quienes se cruzará Juan en este “fin de partida”. Estos cuatro
caracteres –y algún otro por ahí– están dibujados con precisión y mirada fría.
El mundo emocional de los personajes ocupa el primer plano; más que sus
acciones exteriores, o al menos tanto como ellas, la autora describe
minuciosamente sus motivaciones y sentimientos. Y de todo ello desprende un
juicio que, invariablemente, resulta amargo. “Mónica había hecho sufrir a pocos
hombres, pero bien. Durante dos largas décadas, su única afición había sido
esa: maltratar hombres, con el fervor de quien consuma una venganza.” (p. 126) El
encuentro de Juan con esta especie de alter
ego femenino se constituye en el climax de la novela y en una pre
figuración del destino final del protagonista. El humor ácido que destilan muchos
pasajes del libro es apenas un antídoto para el veneno que trasuntan sus
páginas.
Una simple búsqueda en la Web me
revela que, antes de ser la novela que es hoy, Maybe Managua fue un guión cinematográfico que, hasta la fecha,
permanece sin realizarse. Aunque el palimpsesto no sea evidente, algunos trazos
de esa antigua escritura permanecen en el libro. Murillo no se interesa en esta novela por ningún
tipo de exploración o búsqueda formal. El relato está construido linealmente y
narrado de principio a fin por una voz omnisciente que se focaliza alternativamente
en el protagonista y en los personajes con quienes este se cruza. Flaquea,
quizás, la verosimilitud, con el truco de un pájaro estafador y, sobre todo, en
el hecho de que un ave virtualmente extinta cruce legalmente por la frontera
entre dos países sin ningún inconveniente. Mis amigas de UICN me darán la
razón. Pero, a mi juicio, esto resulta peccata
minuta. Quizás no estamos ante una novela ambiciosa desde el punto de vista
del mundo narrado, pero sí ante una obra filosa, bien escrita y lograda.
Además de lo ya dicho, me
interesa señalar al menos dos aspectos más de esta novela. Uno, que la acción
tiene lugar en dos países centroamericanos (como ocurre también en La Casa de Moravia (2017), del
salvadoreño Miguel Huezo Mixco). Tras consumarse la integración del espacio
nacional en las literaturas centroamericanas, ¿estaremos acaso por iniciar un proceso
de construcción del espacio regional en el plano literario? Y, segundo: a
diferencia de otras novelas que, en las últimas décadas del siglo pasado nos
propusieron relatos (y retratos) de aventureros europeos por tierras
centroamericanas, en donde la mirada y la palabra fluían desde los centros de
poder hacia las tristes periferias, aquí estamos ante la mirada ácida de una nativa
que juzga descarnadamente al protagonista europeo de este extravío.
lunes, enero 08, 2018
PASION
En definitiva, creo que la obra literaria (y artística en general) se construye desde la pasión y testimonia una pasión, en los múltiples y contradictorios sentidos de este término: pasión como carencia, pasión como búsqueda, pasión como gozo, pasión como sufrimiento e incluso como ofrenda. Uno explora y comunica su pasión mediante la obra o a través de ella.
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