lunes, enero 15, 2007

Flores de enero (7)

Mañana seremos dos: me habrás nacido; me habrás parido.
***
El viento es una metáfora de la luz

Flores de enero (6)

asomo
Formas de belleza
tan sutiles
Que escapan
como mariposas
si las miras

sábado, enero 13, 2007

Flores de enero (5)

relativo
El espacio es ilimitado, y aunque yo no lo abarque en su totalidad, no hay problema.
El tiempo también es ilimitado, y aunque yo no lo abarque en su totalidad, ¿no hay problema?

jueves, enero 11, 2007

Flores de enero (4)

Mientras vagabundea sin rumbo por la ciudad, un miserable encuentra una colilla en la acera y, por un instante, es el ser más dichoso del mundo.

A su lado, un negociante que viene de ganar varios millones, cae de pronto en la cuenta de que, planteado de otra forma, su negocio hubiese redituado el doble. En ese instante es el ser más desdichado de la Tierra.

Mientras enciende la colilla, el miserable mira de reojo a su vecino y, abismado en la plenitud de su inhalación, elude el mordisco de la envidia.

Mientras digita en su teléfono celular el número de su asistente para verificar si aún puede remediarse el asunto, el negociante mira de reojo al miserable y, tras concluir que no representa peligro alguno, lo ignora para siempre.

Los dos hombres se alejan. Nunca recordarán ese momento fugaz e intrascendente. Solo nosotros, de este lado de la pantalla, sabemos lo que ocurrió.

martes, enero 02, 2007

lunes, enero 01, 2007

Flores de enero (2)

Con Baruch y René
Curioso, por lo menos, que cuando reflexionaron sobre el ser, Descartes y Spinoza se limitaran a distinguir las cualidades de extensión e inteligencia. Basta el sol de cualquier mañana para constatar que el ser es, además, radiante...

Pero no se trata solo de la radiación solar (lo que nos devolvería a la discusión, si no me equivoco todavía sin zanjar, sobre la naturaleza de la luz), sino a las muchas radiaciones de la materia (que cualquier aparato de hoy revela sin dificultad)... Para no hablar de las desconocidas, pero presumibles, radiaciones de la inteligencia...

Flores de enero (1)

Larga caminata por los Cerros de Escazú, para iniciar el año. Entré por un sendero que no conocía, muy empinado pero bastante bien trazado, supongo que por la gente del Comité para la Defensa de los Cerros de Escazú (CODECE). El sendero atraviesa algunas fincas, luego un trayecto rocoso –esas enormes rocas típicas de Pico Blanco– y luego un tramo pequeño, pero hermosísimo, de bosque primario... (Musgos y epífitas en abundancia, creciendo sobre las rocas y en la corteza de grandes árboles cuyo nombre ignoro...)

En el tramo rocoso hay varios miradores naturales con vista hacia el cerro contiguo, donde está La Cruz de Alajuelita, y hacia el sur, remontando el curso del río, hacia los Cerros de El Cedral, donde algún día quiero llegar.

Apenas han concluido las lluvias, y ya es el estallido de las flores. Increíble la cantidad y variedad de flores en este momento; hay trechos donde el zumbido de las abejas semeja el de un panal. La naturaleza no tiene prisa pero no pierde tiempo. La lluvia arruinaría el polen y hay que aprovechar los breves meses secos para consumar la fecundación...

En algún momento me detengo para acariciar la tierra: ahí en la altura, es una tierra finísima, profundamente negra, fresca y delicada, que invita a comérsela.

Las únicas personas con las que me crucé en el camino fueron nicaragüenses. Primero, todavía muy abajo, un hombre solitario, machete en mano, sentado a la vera del camino. Breve intercambio de palabras, ambos verificando las intenciones del otro. Luego, en plena montaña, un grupo compuesto por dos muchachos, un adulto y un niño de unos ocho años. Los acompañaba un perro y cargaban flechas (hondas). Gente muy sencilla, tal vez trabajadores de la construcción empleados en los enormes condominios para gringos que se construyen a pie de monte. Esos encuentros en la montaña siempre son curiosos: se abre un interrogante, una expectativa, una tensión. Todo quedó saldado con un rápido apretón de manos con el hombre adulto.

De regreso los vuelvo a encontrar. Ahora descansan sobre una enorme roca con vista a la ciudad y al Valle Central. No me sienten llegar y escucho lo que hablan: ubican los puntos cardinales, pero los refieren, no a donde están en ese momento, sino a Nicaragua... El inmigrante carga siempre con su patria a cuestas. Según me explican ellos, el sendero este conecta con la principal ruta de ascenso al Pico, que sube por el lomo de la montaña, a la que por diversas razones, y aunque lo he intentado varias veces en los últimos años, no he podido llegar.

Al bajar, paso una vez más frente al cementerio de San Antonio de Escazú, y entonces de nuevo la certeza de que ahí quiero ser enterrado, o bien, que se dispersen las cenizas de la cremación en algún sitio más arriba en estos cerros.