sábado, febrero 25, 2006

ASOMBRO (Los días y sus dones, 1980-2001)

ASOMBRO

No hay nada “normal”: todo es extraordinario.
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A veces la conciencia me asalta con su certero latigazo de luz: súbita­mente caigo en cuenta de mi "estar-aquí", palpo mi rostro y pondero su arbitrariedad y extraña hermosura; miro a mi alrededor y todo es nuevo, misterioso y distinto. En estos arrebatos de extrañeza advierto –vuelvo a descubrir–, lo incomprensiblemente aterrador del mundo, con sus alargadas y sinuosas formas, sus destellantes colores, y la alucinante diversidad de seres que lo habitan…
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En el principio es el asombro. Después viene la ira, viene la historia y su legión de sombras; vienen los fantasmas del miedo y de la risa, los silencios del olvido a reclamar su sitio en la palabra. Pero en el principio es el asombro. De ahí nace la ola.
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Uno de los motores más profundos de mi actividad creadora es la necesidad de comunicar mi asombro ante el ser, un deslumbrado darme cuenta del “estar siendo” que genera la urgencia, la imperiosa necesidad, de compartirlo con otros.
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Estoy lloviendo asombro sobre el mundo
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He apostado a redescubrir, una y mil veces, el agua tibia. Esta actitud nace de la convicción de que lo que cuenta no es la novedad del descubrimiento, sino la sorpresa, el relámpago, la maravilla del hallazgo.
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Que nada escape a tu asombro, que nada quede libre de tu curiosi­dad, de tu insaciable vocación de mundo.

domingo, febrero 19, 2006

Caminata de Domingo

Tarde esplendorosa de verano en el Valle Central (Costa Rica). A las cuatro de la tarde surgió, intempestivo, el deseo de caminar por la montaña. Mi destino favorito: San Antonio de Escazú. Caminata de hora y media, monte arriba, disfrutando de mi propio vigor, de mi vitalidad. El viento fresco de febrero, el cielo intensamente azul... Los jardines de las casas florecidos... Como una especie de obsesión, trato de reencontrar la ruta que utilizábamos cuando niños para subir a Pico Blanco. Mientras camino, brotan imágenes de aquellos años: sin proponérmelo, comparo los caminos, tomo nota de la desaparición de los cafetales y su reemplazo por urbanizaciones, emerge el rostro de mi amigo de infancia, Roy Jiménez, que se mató hace pocos años y con quien hice muchas veces esta caminata. No hago una sola pausa en el ascenso; al contrario, aprieto el paso y comparo mi vitalidad actual con el esfuerzo que debía hacer entonces superar algunas trepadas... Concluyo que el balance es favorable. Burlando cercos, me adentro por cultivos de hortalizas hasta llegar a un gran potrero desde el cual la vista es espectacular: al este, solemne y ceremonioso, el Gran Señor del Valle: el Volcán Irazú; a su izquierda, el Paso de la Palma inundado de nubes transmite con claridad la sensación de que más allá de él hay un enorme despeñadero que lleva hasta la costa. Enseguida, siempre girando hacia la izquierda, las montañas de Heredia culminan en el cráter esculpido del Volcán Barva y, más allá, cercado por las nubes, el Poás... Son las cinco y media y la rosácea luz rasante del ocaso peina el Valle, lo acaricia dulcemente para después ir a estrellarse contra la columna inmensa del Irazú empenachado de púrpura. Agradezco tanta belleza, agradezco estar vivo para disfrutar de este regalo...
De regreso, al pasar frente a una casa bastante cómoda y moderna, en cuyo solar se levanta, sin embargo, un antiguo trapiche campesino y delante de la cual están estacionados dos enormes “cabezales” (trailers), surge una vez más esta idea: la conexión que existe entre el gremio de los transportistas –representados en este caso por quienes viven en esa casa, propietarios de dos furgones– y el antiguo oficio del “boyero” –ese gremio singular que transportaba, en carretas tiradas por bueyes, el café desde el Valle Central hasta Puntarenas, donde era exportado a Europa–. Los “boyeros” fueron uno de los pilares sobre los que se edificó la sociedad costarricense durante más de un siglo, y tal vez, en efecto, los descendientes de quienes se dedicaron a ese oficio realicen hoy, con los medios actuales, un trabajo parecido...

jueves, febrero 16, 2006

A veces tengo la impresión

A veces tengo la impresión de que, en algún lugar, en alguna dimensión profunda de mi ser, ha ocurrido un enorme cataclismo, un deslizamiento o un derrumbe de grandes proporciones del que ignoro a ciencia cierta sus causas e incluso su magnitud exacta, pues hasta mi conciencia han llegado apenas los ecos, las réplicas remotas, de algo ocurrido en otra dimensión. Queda, sin embargo, en el ánimo, la fuerte sensación, la certeza, de haber sobrevivido a un gran cataclismo. Con esta impresión he vivido durante el día de hoy

lunes, febrero 13, 2006

ARTES (Los días y sus dones, 1980-2001)


“Nena, si te atreves a preguntarlo, es porque nunca vas a llegar a conocer la respuesta” (Louis Armstrong, a una periodista que le preguntó qué es el jazz.)
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El jazz recrea una experiencia individual, la epopeya de la libertad expresiva; en la música tropical domina el espíritu tribal de la pachanga; se trata, pues, de una música esencialmente colectiva.
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El arte consiste en jugar con las leyes.
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En la radio, tres jóvenes y brillantes actrices (de una sola de ellas podría mencionarse su hermosura) discuten la forma de llevar público a las salas… Hablan de la enajenación y las leyes del mercado, del hecho artístico, del texto y el contexto y cuántas cosas más, pero nada del placer, nada del gozo y del misterio, nada de entregar y compartir…
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El mismo poder generador que mantiene vivo al mundo, se manifiesta en la voluntad creadora del artista.
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A diferencia del trance religioso o místico, la experiencia estética no suele ser aterradora, sino profundamente placentera.
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De Kandinski a Tarkovski, de Kundera a Pessoa, este es el secreto de todo el gran arte de la modernidad: ante el vacío del discurso religioso, erigir, encarnado en la obra, un destello de sentido…
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El “performance” pone en entredicho la dicotomía entre “vida” y “representación”. Por eso los “performers” son personajes en sí mismos.
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Otra diferencia entre el arte y la política, es que cuando un nuevo artista se anuncia, los demás se alegran.
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Organicidad, coherencia, verosimilitud. La organicidad de una obra artística, su coherencia y consecuencia con las leyes que la sustentan, la definen o la delimitan… Una vez establecidas las "reglas del juego", los criterios de verosimilitud, los "parámetros de su realidad interna", la obra ha de ser conse­cuente con ellos, a riesgo de fenecer, de partirse, de quebrarse.
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El valor de la sorpresa, de lo inesperado, en el goce estético.
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El artista siempre apela a la complicidad.
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No se trata de adornar la obra con enigmas retóricos, sino que la obra misma sea un misterio, un enigma.
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La horrible paradoja de quienes se conmueven hasta las lágrimas con una pintura de Van Gogh o con un soneto de sor Juana, pero son insensibles a quienes los rodean.
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En las artes, desde la "marginalidad" es espantosamente fácil caer en la auto­complacencia.
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El arte siempre como ofrenda, sino ¿para qué?
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No hay que renunciar nunca –¡por ningún motivo!–, a la idea, a la esperanza, a la ilusión de que el arte puede hacernos mejores personas.
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Los pensadores esotéricos, como los políticos totalitarios, los arzobispos y censores, pontifican sobre lo que debe ser el arte. A todos hay que ignorarlos por igual. El creador se compromete antes que nada con su arte, que es una manera de comprometerse con la vida y con los demás.

viernes, febrero 10, 2006

JÜNGER Y LOS BOMBARDEOS ALIADOS

En sus “Diarios de la II Guerra Mundial”, el escritor alemán Ernst Jünger se refiere a los bombardeos realizados a partir de 1943 por la aviación aliada sobre las ciudades alemanas. En muchas ocasiones estos bombardeos se realizaron con fósforo líquido y sobre ciudades habitadas enteramente por población civil. Por su descripción, cabe concluir que el fósforo líquido es el antecedente directo del napalm: una sustancia inflamable que, una vez que toca un cuerpo, no puede desprenderse de él... Nadie sabe con certeza cuántas personas murieron en aquellos bombardeos, pero se estima que solo en la ciudad de Hamburgo murieron en una noche cerca de 200 mil. Algo similar ocurrió después, cuando los aviones norteamericanos lanzaron miles de bombas incendiarias sobre Tokio, borrándola del mapa junto a más de 100 mil de sus habitantes, para no hablar aquí una vez más de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki... Estos horrores son conocidos, aunque no tanto como las atrocidades del bando opuesto.
Desde siempre hemos tenido por incuestionable la superioridad de la causa aliada, pero a la luz de estos hechos, surgen algunas preguntas.
No pretendo poner en entredicho el carácter abominable del nazifacismo como ideología, ni tampoco el hecho de que la agresión militar surgió de los ejércitos alemán, italiano y japonés, y por tanto, que los demás pueblos de la Tierra tenían el derecho y el deber de defenderse hasta las últimas consecuencias... Ciertamente el desprecio de la vida humana y de muchos otros valores que consideramos el fundamento de nuestra civilización, encontraron en los gobiernos y ejércitos amparados en aquella ideología una expresión hasta entonces desconocida... Sin duda, el asesinato de millones de inocentes consumado con frialdad y cinismo en los campos de exterminio, resulta monstruoso, incomprensible y desolador... Tampoco discuto nuestra deuda con los millones de seres humanos que ofrendaron su vida para salvar la democracia y otros valores sobre los cuales se edifica nuestra convivencia.
Pero, si la causa que ahí se abanderaba me resulta, como dije, justa y superior, ¿estuvieron a su altura los métodos y medios empleados para defenderla? ¿Hay alguna diferencia –y si la hay, cuál es–, entre el horror de los campos de exterminio y el bombardeo ilimitado y masivo sobre ciudades enteras habitadas por población civil? Los aliados sabían que en cada uno de aquellos bombardeos morirían decenas de miles de inocentes, pero los justificaron aduciendo que “desmoralizaban al enemigo”.
¿Se puede, entonces, matar inocentes en defensa de la justicia y de la libertad sin que estos principios o valores se degraden? Si la respuesta es negativa, tendremos que admitir que la superioridad ética de la causa aliada se perdió en el camino, puesto que ambos bandos actuaron con similar salvajismo.
Y si esto es así, entonces cabe preguntarnos ¿quién ganó la guerra? ¿Sobre qué está edificada nuestra actual convivencia, es decir, cuál es nuestro legado y de qué somos herederos?
Si, por el contrario, aceptásemos que “el fin justifica los medios” (o más matizadamente, que en ciertas circunstancias extremas, esto es así), tendríamos que asumir las consecuencias que de ahí se derivan... Pues entonces resultará difícil condenar muchos de los actos de terrorismo que hoy condenamos sin titubeo, y más difícil aún explicar a millones de personas y a decenas de naciones y pueblos cuya existencia está amenazada en este momento, por qué no es razonable ni justo que ellos recurran a todos los medios a su alcance para garantizársela...
Tal vez sí; tal vez debemos aceptar como un hecho terrible pero inevitable que, en circunstancias extremas, los fines que defendemos justifican el uso de cualquier medio... Pero entonces, ¿quién y cómo determinará cuáles fines son legítimos y cuándo son verdaderamente extremas las circunstancias? ¿Y qué hemos de hacer si, por una situación fortuita, resultamos nosotros en el bando de los que según otros deben morir, como ocurrió a los judíos que cayeron en manos de los nazis, a las mujeres, ancianos y niños de las ciudades japonesas y alemanas, o a los turistas y empleados de las Torres Gemelas?
De la misma forma como los vencidos en aquel conflicto han debido realizar un profundo y doloroso examen de lo ocurrido, los vencedores deberían abandonar su comodidad y conformismo éticos y hacer otro tanto.
En lo que a todos los demás respecta, creo que debemos asumir que, entre los sacrificados en defensa de la democracia y de los valores que consideramos el fundamento de nuestra civilización, debemos contabilizar también a los cientos de miles de niños y mujeres y ancianos y hombres inocentes que murieron calcinados en las ciudades japonesas y alemanas durante los bombardeos aliados...
Esa deuda con la verdad, con la justicia y con la historia continúa pendiente, y asumirla y honrarla haría mucho bien a la conciencia de todos los pueblos que se vieron involucrados en aquel torbellino de horrores... “La verdad os hará libres”.

FLORES PARA UNA JOVEN JAPONESA Y UN NIÑO ALEMAN
MUERTOS EN LOS BOMBARDEOS (1943-45)

Nadie les preguntó si estaban de acuerdo
en ofrendar su vida por la libertad
la democracia la justicia
y otras palabras que ellos
nunca oyeron

Eran niños y sus cuerpos
de repente
ardieron

Sombras

Sus vidas fueron cortas
Sus risas las recuerdo

miércoles, febrero 08, 2006

AMOR (Los días y sus dones, 1980-2001)

AMOR
En el amor, tanto o más importante que los “cuántos”, son los “cómos”.
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No se puede pelear contra el Dragón y amar a la princesa al mismo tiempo.
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No hay nada que nos haga más desdichados, que la infelicidad del ser amado.
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La dicha que nos produce encontrar en el ser amado, cosas que nadie más sospecha ni imagina.
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La verdad superior del amor es esta: un mundo sin odio es perfectamente concebible en nuestra imaginación, no así un mundo sin amor, puesto que el mundo mismo es producto del amor entre los átomos, las moléculas, los distintos elementos…
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Uno puede amar desde la tristeza, desde la alegría, y quizás también desde el odio. Estos sentimientos permean al amor, le brindan una plata­forma desde la cual lanzarse al mundo.
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Y bueno… Ese otro asunto tan espinoso, tan postergado, de la soledad. No la elegida, sino la puta, la indeseable, la que cae del cielo en las noches sin sueño… Nunca lo había visto con tanta claridad: no basta con andar poniendo caras tristes, ni con mirar a las chavalas con ojos de niño abandonado… Imposible no estar solo sin ceder; imposible no estar solo sin hacer nada para dejar de estarlo: si no me quiebro, si soy incapaz de darme, de exponerme, de entregarme, seguirá la misma cosa, el mismo sitio, el mismo asedio…
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Lo más difícil de aceptar es que ninguna relación humana, por intensa, profunda o apasionada que sea, resolverá los problemas de tu vida –en especial, el problema básico de darle sentido.
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El amor basta mientras basta el amor.
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…y mirando atónitos las ruinas, los despojos, nos preguntamos: ¿qué sucedió? ¿Cómo permitimos que pasara esto?
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El amor es una experiencia límite, en las fronteras del lenguaje.
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Experimentaba una necesidad de ser querido y una capacidad de entrega tan grandes, que ante ellas sólo cabía resistirse, pues sentía que hacer otra cosa equivaldría a la aniquilación.
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En el amor prestamos nuestro cuerpo a las fantasías del otro.
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Vivir una historia de amor es domar un potro salvaje: lo que nos subyuga es su resistencia a nuestros deseos, lo que tiene de impredecible. Sin embargo estamos compelidos a domesticarlo, y una vez que lo hacemos, descubrimos que el animal perdió su interés y dejó de fascinarnos.
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Cuando amamos descubrimos no tanto al otro como a nosotros mismos.
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Del "amor imposible" como única eternidad posible del amor.
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El tiempo del amor, como el de la conciencia, no es lineal ni cronológico.
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Se desvanece la vivencia del amor como algo lacerante, desgarrado y angustioso, y emerge progresivamente la alegría de entregar y compartir.
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De los sentimientos que al cabo del tiempo comienzan a aflorar en las relaciones amorosas: los pequeños resentimientos, los escurridizos celos, la ansiedad, los reproches que se callan o expresan, no sé qué me molesta más: si los sentimientos mismos o el tomar conciencia de ellos: constatarme a su merced, presa, contra la propia voluntad y a contrapelo de convicciones y deseos, de su pequeña máquina infernal.
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Enamorarse es ser-para-ella: no se es plena­mente sino cuando estás a su lado, en su campo de visión, cuando te habla o te escucha. Entonces todo es real, corpóreo, auspicio­so, y ves con claridad que lo que los otros llaman "vida" no es más que un torpe simulacro, una mala copia al carbón. Luego, en el vacío de la separación, el mundo pierde sus contor­nos, uno mismo se desdibuja, desaparece. Entonces "la vida de los demás" se te muestra con su terrible solidez y consistencia; es una vida pobre, pero real...
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No hay respuesta psicológica posible al enigma del amor, pues su clave está inscrita en otro plano, más sutil y más elemental a la vez.
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…Y ahí tenías a dos idiotas haciendo todo lo que no querían, en nombre del amor…

martes, febrero 07, 2006

AFORISMOS (Los días y sus dones, 1980-2001)

AFORISMOS
Los aforismos son lectura de sanitario. En ningún sitio, como en la intimidad del retrete, despliegan tan bien su encanto ni cumplen mejor su cometido.
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Estas notas hacen más real, más verdadero, mi "diálogo interior".
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Me desquito con el pensamiento aforístico: toda mi vaguedad se concreta aquí.

jueves, febrero 02, 2006

ADICCIONES (Los días y sus dones, 1980-2001)

ADICCIONES

Soy un adicto del vicio vano del arrepentimiento.
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Contra lo que me rebelo, y termino transformando en agresividad, es mi propia dependencia de las mujeres.
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Vivía pidiendo un amor que no estaba dispuesto a recibir…
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Te hago sufrir y te consuelo, y a eso llamamos sublime.