domingo, febrero 19, 2006

Caminata de Domingo

Tarde esplendorosa de verano en el Valle Central (Costa Rica). A las cuatro de la tarde surgió, intempestivo, el deseo de caminar por la montaña. Mi destino favorito: San Antonio de Escazú. Caminata de hora y media, monte arriba, disfrutando de mi propio vigor, de mi vitalidad. El viento fresco de febrero, el cielo intensamente azul... Los jardines de las casas florecidos... Como una especie de obsesión, trato de reencontrar la ruta que utilizábamos cuando niños para subir a Pico Blanco. Mientras camino, brotan imágenes de aquellos años: sin proponérmelo, comparo los caminos, tomo nota de la desaparición de los cafetales y su reemplazo por urbanizaciones, emerge el rostro de mi amigo de infancia, Roy Jiménez, que se mató hace pocos años y con quien hice muchas veces esta caminata. No hago una sola pausa en el ascenso; al contrario, aprieto el paso y comparo mi vitalidad actual con el esfuerzo que debía hacer entonces superar algunas trepadas... Concluyo que el balance es favorable. Burlando cercos, me adentro por cultivos de hortalizas hasta llegar a un gran potrero desde el cual la vista es espectacular: al este, solemne y ceremonioso, el Gran Señor del Valle: el Volcán Irazú; a su izquierda, el Paso de la Palma inundado de nubes transmite con claridad la sensación de que más allá de él hay un enorme despeñadero que lleva hasta la costa. Enseguida, siempre girando hacia la izquierda, las montañas de Heredia culminan en el cráter esculpido del Volcán Barva y, más allá, cercado por las nubes, el Poás... Son las cinco y media y la rosácea luz rasante del ocaso peina el Valle, lo acaricia dulcemente para después ir a estrellarse contra la columna inmensa del Irazú empenachado de púrpura. Agradezco tanta belleza, agradezco estar vivo para disfrutar de este regalo...
De regreso, al pasar frente a una casa bastante cómoda y moderna, en cuyo solar se levanta, sin embargo, un antiguo trapiche campesino y delante de la cual están estacionados dos enormes “cabezales” (trailers), surge una vez más esta idea: la conexión que existe entre el gremio de los transportistas –representados en este caso por quienes viven en esa casa, propietarios de dos furgones– y el antiguo oficio del “boyero” –ese gremio singular que transportaba, en carretas tiradas por bueyes, el café desde el Valle Central hasta Puntarenas, donde era exportado a Europa–. Los “boyeros” fueron uno de los pilares sobre los que se edificó la sociedad costarricense durante más de un siglo, y tal vez, en efecto, los descendientes de quienes se dedicaron a ese oficio realicen hoy, con los medios actuales, un trabajo parecido...