martes, septiembre 22, 2009

REVELACIÓN

soy
como un niño de meses

que trata de explicar a otros
lo que es caminar

sin caminar él mismo


sin hablar siquiera
todavía

lunes, septiembre 14, 2009

SOBRE LA IMPORTANCIA DE LA LITERATURA (En diálogo con Carlos Cortés)

Mi amistad con Carlos Cortés está estrechamente relacionada con la literatura. A pesar de ser coetáneos y de haber estudiado en el mismo colegio, no fue hasta que nuestras vocaciones literarias despuntaron, primero, y se consolidaron, después, que nos acercamos: al inicio con cierta reserva, en algún momento con indisimulados celos, finalmente con sincera amistad. De esta amistad he aprendido muchas cosas a lo largo de las casi tres décadas que tenemos de cultivarla. Entre otras, he aprendido que la amistad no es siempre fácil pero que bien vale la pena.

Como una marca de origen, el tema de la literatura es recurrente entre nosotros. Ambos fuimos comprendiendo en el camino que la literatura es, como no se cansa de repetirlo Sábato, un oficio extremadamente solitario. A lo largo de mi vida, he intercambiado en diversos momentos y con gente variada sobre el tema –los poetas del Taller del Lunes, Dorelia Barahona, Alfredo Aguilar, algunos escritores más jóvenes que se han acercado después para dialogar-, pero solo Carlos, creo, ha tenido la paciencia de escuchar mis devaneos a lo largo de varias décadas.

En algunos aspectos somos radicalmente diferentes. Carlos es serio, metódico… Su literatura es, a mis ojos, una extraña síntesis de locura y racionalidad. Es, de alguna forma, un esfuerzo por entender la locura. Pero la locura, bien lo sabemos, es algo que no puede entenderse, ni siquiera puede descifrarse. Esa es la trágica imposibilidad de la obra de Carlos. Ahí reside su grandeza y su fracaso. Por eso me seduce tanto. (Especialmente su novela Cruz de Olvido, en la que, además de estos elementos, confluyen muchos otros: una radiografía caricaturizada del poder, el desencanto de los años noventa, una elefantiásica erupción discursiva, etcétera…)

Carlos –digámoslo de una vez– quería ser poeta. Es poeta. (Curiosamente ha recibido varios prestigiosos premios de poesía en el extranjero, pero en cambio en Costa Rica varios ignoran de manera sistemática su trabajo en este campo.) Sin embargo la realidad, la dura realidad, lo llevó a los terrenos villanos de la prosa. Siempre me resultó extraña y fascinante la forma como decidió este cambio, a instancias de un posible editor. Carlos Catania, nuestro mentor y maestro en aquellos lejanos días de inicios de los 80, nos presentó a Vicente Verdú –entonces representante de Seix Barral en Costa Rica–, como las más brillantes promesas de la literatura costarricense. Entre dos chupadas a su enorme habano, el gordo Verdú prometió que haría lo posible por nosotros, y desde ese día Carlos resolvió que la poesía había muerto y que de ahí en adelante sería novelista. Pero, como varias veces se lo he dicho, Carlos escogió la novela pero la poesía lo escogió a él. Con esto quiero decir que todos sus esfuerzos por abandonar la poesía han sido inútiles, y cada tantos años me confiesa con aire culposo que publicó otro libro de poesía, “pero este sí será el último.”

Una prueba irrefutable de que somos “compañeros de ruta” en este viaje sin destino cierto de la literatura, es el hecho de que puedo citar los títulos de varios de sus proyectos fallidos. Por su parte, él puede hacer exactamente lo mismo. “La tiranía del asombro”, “El mar anterior”… Fantasmagorías, fuegos fatuos de nuestra imaginación que jamás llegaron a concretarse, cuyos virus nos atacaron estampando en nuestro espíritu una cicatriz como la de una enfermedad que nunca se desarrolló.

Su primera novela –Encendiendo un cigarrillo con la punta del otro- está entre los textos experimentales más difíciles, audaces y cabrones que se hayan escrito en este país. No sé si volvería a leerla pero recomiendo a quienes no lo han hecho que lo intenten. Es antiliteratura de gran calidad. Dinamita pura en las antípodas de Pérez Reverte.

Después vino Cruz de Olvido y más recientemente Tanda de Cuatro con Laura. A propósito de mi lectura de esta última –una novela difícil y para mi gusto demasiado artificiosa- debo decir con cierto orgullo que únicamente yo, según me confesó Carlos, llegué a captar ciertas sutilezas de su entramado argumental –una especie de laberinto del fauno antes de que la película española devorara la imagen y aniquilara la posibilidad de utilizarla aquí.


Recientemente –a raíz de un encuentro casual que tuve con Armando y Emmanuel Calvo, quienes fueran compañeros en nuestra iniciación literaria–, he vuelto a conversar con Carlos –en realidad a intercambiar emails con él- acerca de la literatura, su valor y su importancia, su significado o su carencia de él. Como siempre en estos casos, lo que uno es capaz de decir en un email termina siendo demasiado poco o demasiado a secas, pero en cualquier caso termina perdiendo lo esencial.

¿Qué quiero decir? ¿Qué quise decirte, Carlos, y sé que no logré?

La literatura es importante pero no es importante en sí misma sino por lo que nos revela de nosotros mismos, de los otros y de la realidad, es decir, del mundo… La literatura es un camino formidable pero no es un destino, no es un punto de llegada. La literatura es importante porque puede ponernos en contacto con la belleza, con el horror, con la perversión y la maldad, con la búsqueda del bien y el heroísmo… Es un acercamiento, un reflejo de la realidad y es importante porque puede revelarnos –y nos revela– un destello del mundo, pero lo importante es siempre el mundo, son siempre los otros, la belleza y la fealdad del espíritu humano, y no la literatura como producto en sí mismo. Hay muchos otros caminos para aproximarse a estas realidades. El hecho de que nosotros escogiéramos la literatura –si cabe hablar de una escogencia y no del hecho de encontrarnos de pronto ahí sin posibilidad de retroceder– no hace de ella algo más valioso, más importante, más digno o revelador… La agricultura, el fútbol, el periodismo, la política, la vida religiosa, los negocios, la cocina y la filosofía…, todos estos oficios, todas estas profesiones, todos estos caminos y los demás que no menciono aquí, encierran esa misma promesa y posibilidad. Eso creo. Cada quien puede caminar a ciegas o aprovechar al máximo el recorrido que escogió o en el que le tocó avanzar.

Entonces, Carlos, sí… Creo que la literatura es importante porque es, ha sido importante para nosotros y para muchos como vos y yo… Pero la medida de su importancia nos la dan los placeres que nos ha deparado, las emociones que nos ha despertado, las visiones y enseñanzas que ha sembrado en nuestro espíritu… Lo importante son siempre, finalmente, esos placeres, esas emociones, esas visiones y enseñanzas… La literatura es un vehículo del espíritu humano pero no es, no ha sido nunca ni será jamás, el único ni el más privilegiado. Y solo a nuestros ojos será el más importante porque crecimos a su amparo. Sin embargo sería una torpeza y una pretensión enorme suponer que esto la convierte en un vehículo supremo o superior a los demás. ¿No te parece?

Ah, y algo más. Otra cosa que hace importante la literatura, no hay duda de ello, son las amistades que cultivamos gracias a ella.

OLVIDO (Los días y sus dones, 1980-2001)

Nuestra capacidad de olvido es casi tan grande como nuestra voluntad de vivir y muchas veces la segunda depende de la primera.
***
La indiferencia y el olvido son formas de perversión.
***
Nos equivocamos cuando suponemos que, por estar anclados en la memoria, los recuerdos permanecen inalterables. Como el presente que nos golpea con su evidencia o el futuro que apenas entrevemos, el pasado vive en permanente transfiguración. Lo que hoy es cierto mañana será dudoso en nuestro recuerdo, y lo que hoy aparece borroso, mañana podría revelársenos con la certeza desgarradora de un grito.
***
Lo que dejó olvidado el olvido: mis recuerdos.
***
Recordé que ayer había tenido una idea que me interesó, pero la idea propiamente no la pude recordar...
***
He pasado la mitad de mi vida aprendiendo lo que en la segunda mitad tendré que olvidar.
***
Cada vez somos más un recuerdo de nosotros mismos.
***
Mientras me lavo los dientes, mi vista roza en el espejo la imagen de un hombre de cuarenta años que se supone soy yo. No recuerdo cuándo me hice grande.