miércoles, diciembre 26, 2007

LAS SEÑORAS DECENTES NO PELAN LA YUCA

Las señoras decentes no pelan la yuca
porque es sucia
y trae en su cáscara tierra olorosa
que les estropearía las uñas

Y porque es gorda y larga
como falo de elefante

Las señoras decentes no pelan la yuca
porque para hacerlo se requiere un cuchillo
grande y plateado
como los que utilizan los borrachos
para pelear en las madrugadas


Las señoras decentes no pelan la yuca
porque hacerlo requiere destrezas
que nadie jamás les transmitió
Y porque tienen empleadas domésticas
que si es necesario
lo hacen por ellas

Salvo en raras ocasiones
(cuando van de paseo y en una cantina
su marido pide “boquita de yuca con frijoles”
o en un restaurante a la orilla de la carretera
la esposa de un amigo pide una olla de carne)

las señoras decentes ni siquiera comen yuca

¡Pobres!

No saben de lo que se pierden.

domingo, diciembre 23, 2007

"Te llevaré en mis ojos"

Se siente uno tentado de decir que existe algo así como “la novela de la media vida”. Ya Dante había iniciado el más célebre de sus viajes con el no menos célebre verso “En mitad del camino de la vida....” Y como él, son muchos los autores que, en un momento de su trayectoria vital, sienten la urgencia de ensayar un balance de lo acontecido. Para efectuar dicho balance, debe haber transcurrido suficiente tiempo para que los sueños de la juventud hayan quedado atrás. Así el hombre –o la mujer– en trance de asumir su madurez, su adultez o cualquiera otra de las palabras indecorosas que existen para designar esta etapa en la que ya no podemos afirmar sin ruborizarnos que somos “jóvenes”, se mira en el espejo de sus años mozos para ensayar un careo entre el joven que se fue y el hombre –o la mujer– que se es. En algunos casos dicho careo es estrictamente personal, en otros desborda al individuo para convertirse en el balance de los sueños, aspiraciones y anhelos de un grupo. Este último es el caso de la novela Te llevaré en mis ojos, del escritor costarricense Rodolfo Arias Formoso, publicada recientemente en coedición por la Editorial Legado y la EUNED.
El grupo en el que Arias Formoso centra su atención es el de los jóvenes que apostaron por la revolución social durante las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, esa generación a la que, en el clímax de su amargura y desencanto, Sergio Ramírez denominó “la generación traicionada”. La novela, entonces, nos presenta la vida de un grupo de personajes durante un lapso que se extiende desde mediados de los años 70 hasta finales de los 80, período en el que se desarrollará la juventud y lo que podríamos llamar la “entrada en la madurez” de los personajes, y que desde el punto de vista histórico abarca el punto más alto de los movimientos insurreccionales y revolucionarios en América Central, incluyendo el triunfo de la revolución sandinista, el apogeo de la guerra civil en El Salvador y la contrarrevolución nicaragüense, hasta la caída del régimen sandinista y el colapso del mundo soviético. En el caso concreto de Costa Rica, ese momento histórico inicia poco después del célebre movimiento juvenil contra la compañía ALCOA, pasando por el crecimiento de los movimientos revolucionarios o izquierdistas que tuvo su expresión en la alianza electoral que se denominó Pueblo Unido, hasta la crisis, división y virtual desaparición del Partido Vanguardia Popular. Otras novelas costarricenses que han abordado más o menos la misma temática son Desconciertos en un jardín tropical de Magda Zavala, Los ojos del antifaz de Adriano Corrales Arias y –hasta cierto punto– Cruz de Olvido, de Carlos Cortés.
En el caso de Te llevaré en mis ojos, los personajes que nos guiarán por ese tiempo y por esos mundos, son en su mayoría jóvenes universitarios de las clases medias urbanas. En este sentido, el autor reconstruye con propiedad y solvencia los valores, las creencias, los hábitos y prácticas, el habla, los juegos –en resumen– el modo de vida de ese sector de la sociedad costarricense a fines del siglo pasado. En el curso de sus mas de 450 páginas, personajes, sucesos y sitios históricos se mezclan y confunden convincentemente con otros ficticios, sin que en ningún momento el lector se sienta confundido sobre el “estatuto” de lo narrado. Así, en algunos momentos los personajes interactuarán con Joaquín Gutiérrez o Manuel Mora, para no mencionar al propio autor, o bien con otras personalidades de aquellos años claramente identificables, aunque sus nombres fueran cambiados.
Compuesta sin mayores alardes ni complicaciones formales, la novela se deja leer con facilidad en virtud de una trama en la que nunca decae el interés –en donde el amor, el extravío y la redención de los personajes funcionan como motor y acicate- y de un lenguaje al mismo tiempo vivaz y sencillo.
Hasta cierto punto, esta tercera novela de Rodolfo Arias –la más extensa de todas las que ha escrito hasta hoy– puede vincularse con lo que algunos estudiosos han denominado “la novela de la postguerra” centroamericana, pero Arias Formoso parece más interesado en ensayar este “balance de media vida” del que hablábamos al inicio, que en dibujar los contornos de la sociedad al cabo de dicho momento histórico, ese “paisaje después de la batalla” que vendría a ser, con mayor propiedad, la novela de postguerra.
Como ocurre con casi todas las miradas retrospectivas, aquí también el pasado resulta enaltecido por la nostalgia, y esto tanto en el plano personal –qué generosos y nobles fuimos (también ingenuos)– como en el plano social –qué diferente el país de entonces del de hoy; cuánto se ha degradado la situación–. En este sentido, aunque pueda parecer contradictorio, creo que Te llevaré en mis ojos termina siendo tributaria de algunos de los mitos fundantes de la sociedad costarricense: el pasado apacible, el igualitarismo de clases medias, etc.
Novela de una generación, novela de media vida, Te llevaré en mis ojos es, también, una de esas novelas en las que el Tiempo es en última instancia el protagonista y el asunto fundamental: ¿quiénes somos y dónde estamos hoy los que antes fuimos aquello y estuvimos allá? Perplejidad ante el tiempo, perplejidad ante el ser humano y su manera de adaptarse y reaccionar a los cambios. Rodolfo Arias Formoso formula estas preguntas para un grupo humano en particular y en un tiempo específico, pero más allá de esto, en las páginas de su novela todos podemos asomarnos al vértigo del tiempo, de la existencia que fluye y de las constantes decisiones que la vida nos obliga a tomar.

lunes, noviembre 19, 2007

Por qué no soy chavista

Es comprensible que ante las seculares y odiosas inequidades sociales de América Latina, aquellos políticos que despliegan un discurso que apela a la justicia social y a la mínima equidad, despierten las esperanzas de millones y ganen la adhesión de quienes se encuentran descontentos o indignados con el estado de cosas. Más aún si esos políticos son capaces traducir en acciones sus palabras. Soy de los que creen que Hugo Chávez es uno de ellos. No hay duda de que bajo su régimen, las transferencias directas e indirectas a los sectores más carenciados de la sociedad venezolana se han multiplicado. Por primera vez millones de venezolanos acceden a bienes y servicios básicos en el área de la salud, la nutrición y la educación. Por ello tampoco dudo de la legitimidad con que Chávez ha sido electo y reelecto, para escozor y escarnio de sus opositores internos y externos. Quienes pretenden desacreditar a Chávez aduciendo que sus programas sociales descansan en la bonanza de los precios internacionales del petróleo, deben recordar que no es la primera vez que sobreviene una bonanza como esta, pero sí la primera ocasión en que se ponen en marcha programas como estos en la escala en que Chávez lo ha hecho. El colapso del sistema político venezolano, de cuyos escombros emergió Chávez, debe llamar a sus colegas latinoamericanos a la más profunda reflexión. Ya Evo Morales puso en evidencia que el impuesto que se cobraba a las transnacionales por la extracción del gas boliviano, era cerca de ocho veces (800%) menor de lo que podía cobrárseles sin que el negocio dejara de ser rentable para ellas. Este dato ilustra mejor que ningún otro la corrupción de las elites políticas latinoamericanas.

Desacreditar a Chávez tildándolo simplemente de “populista” tampoco tiene sentido. Tengo la impresión de que el término “populista”, como todos los demás referentes ideológicos, ha perdido casi todo su sentido en el momento actual. Si Chávez es “populista”, no lo son menos los políticos tradicionales del resto de América Latina, a quienes en vísperas de elecciones vemos repartiendo alegremente ayudas sociales. La exsenadora, hoy presidenta electa de Argentina, es un ejemplo inimitable de ello.

Tampoco me parece suficiente desacreditar a Chávez por su estilo. Ya está escrito que sobre gustos no hay nada escrito, y si a mí personalmente no me agrada su chabacanería ranchera o su insaciable búsqueda de protagonismo, entiendo que haya otros a quienes eso les resulte atractivo.

Mi rechazo a Chávez y a lo que significa y representa, nace de la convicción de que los únicos cambios relevantes y perdurables, son aquellos que transforman la cultura de un pueblo; en el caso de un fenómeno político, aquellos que logran transformar su cultura política.

Y mucho me temo que, en este campo, el “fenómeno Chávez” lejos de constituir un avance, representan un estancamiento o una involución de la cultura política en América Latina. Bajo el chavismo –como bajo el castrismo o el peronismo en su momento– lejos de “empoderarse” a los humildes –como ingenuamente creen algunos– se fomentan el servilismo, el sometimiento y la adulación; lejos de fortalecerse la autonomía, la capacidad de representación y de gestión de los sectores socialmente vulnerados o disminuidos, se los convierte en comparsas –indistintamente iracundos o entusiastas– de un “gran líder” presuntamente infalible, al que se debe obediencia ciega y admiración sin límites. Es cierto que se crean nuevas organizaciones sociales y políticas y que se transforman las antiguas, pero todo el sistema se organiza en función y gira alrededor de la figura, ya no del “rey sol” como la Europa absolutista, sino del “gran líder.” Así pues, lejos de empoderamiento y dignificación, lo que veo aquí es sometimiento y enajenación. Eso sí –pues todo hay que decirlo–, la diferencia es que en regímenes como el de Chávez hay al menos un reconocimiento de la existencia de estos sectores, algo que en muchos países el sistema político tradicional ni siquiera llega a articular.

Resulta sorprendente que no se haya señalado suficientemente los paralelismos entre Chávez y Perón. Y resulta sorprendente que, quienes hoy se apresuran a aplaudir a Chávez, a reír sus gracias o a mendigar sus favores, se las arreglen para olvidar la suerte del peronismo tras la desaparición del “gran líder”. Sabedores de que en estos casos nunca es más cierto el refrán de que “muerto el perro se acabó la rabia”, los Estados Unidos han apostado, una y otra vez, a la eliminación física de los “grandes líderes” de estos movimientos. Lo intentaron con Fidel Castro centenares de veces y lo intentarán tarde o temprano con Chávez. Al final Castro morirá de viejo y puede que Chávez también lo haga en el poder. Pero esto no cambiará la suerte de sus regímenes, condenados desde su origen a extinguirse con ellos.

miércoles, octubre 31, 2007

Un grafiti en San José

Como tantas ciudades del mundo, San José ha crecido caótica y sin planificación. Allá por los años 60, en medio del apogeo desarrollista, cuando el Estado se ufanaba de ser amo y señor de la vida nacional, se realizaron algunos esfuerzos significativos de planificación urbana. Así, el distrito de Pavas tiene un sector eminentemente industrial. A los costados de la línea del tren se edificaron numerosas fábricas; buena parte de los trabajadores y trabajadoras que laboran en ellas viven no muy lejos, en las populosas barriadas de Pavas.

A menudo me toca transitar por ahí. Hace meses descubrí en las inmediaciones de las plantas industriales, en uno de los muros que flanquean la vía férrea, un graffiti que desde el inicio atrapó mi imaginación.

Dice así:

Yolanda M. te amo
Tu esposo


Está escrito con pintura blanca y grandes letras de molde. A su lado hay otras leyendas de amor y, si no recuerdo mal, algunas de fútbol, otras de política y, desde luego, palabras obscenas.

Declaraciones públicas de amor abundan por toda la ciudad y en todas las ciudades, pero nadie dudará de que lo que distingue al graffiti en cuestión es su segunda línea: “Tu esposo”.

Se supone que uno hace estas cosas cuando está locamente enamorado, cuando pretende impresionar o seducir a la amada, cuando desea que el mundo entero se entere de su amor... Pero proclamar de esta manera el amor cuando el matrimonio se ha consumado es, por decir lo menos, original.

¿Lo escribiría un esposo enamorado para conmemorar un aniversario de bodas? Puede ser. Pero a mí me sugiere más bien un drama pasional. Adivino algo de ruego, de reclamo, de desesperación, en las palabras de alguien que primero afirma “te amo”, y luego suscribe “tu esposo”. No es difícil imaginar el drama, por lo demás demasiado frecuente en estas latitudes.

Aventuro que Yolanda M. trabaja o trabajaba en alguna de las fábricas cercanas y que discutió amargamente con su esposo. ¿La habrá golpeado el hombre? ¿Se habrá perdido varias noches tras embarcarse en una francachela heroica con sus compinches de siempre? No lo sabemos. En todo caso, es probable que ella lo expulsara de la casa con la policía o hiciera que los juzgados interpusieran medidas cautelares que le impedían a él acercarse. Ante esto, en un intento desesperado por reconciliarse con ella y reconquistar su amor, el hombre pidió a algún amigo que lo acompañara una noche de esas a escribir el graffiti cerca de la fábrica donde trabaja o trabajaba ella. No descuidó la ruta por la que su mujer solía acercarse al trabajo y escogió el sitio más visible, en lo alto del muro. Las letras grandes hablan de su resolución, quizás también de su arrepentimiento. Así estampó el testimonio de su amor y esa patética –y hermosa– forma de reafirmar el vínculo matrimonial que los unía o los une todavía.

Recuerdo aquella hermosa película francesa de los años setenta, “Madame Rosa”, en la que la protagonista, una vieja exprostituta interpretada magistralmente por Simone Signoret, cría a varios niños semiabandonados y los somete a una intensa educación sentimental. Las últimas palabras que la mujer dirige a uno de los jóvenes, poco antes de morir, son simples y elocuentes: “Hay que amar.” Con esa frase enorme termina la cinta.

El drama de la masculinidad en América Latina es antiguo y sus expresiones diversas y a menudo patéticas. Una de ellas es el machismo y la violencia sistemática contra las mujeres. La otra es el síndrome de la super-mamá, la madrecita, la jefecita, como la llaman en México, la patrona, en fin... Llámela como prefiera. “Hay que amar”, es cierto. Y cuánto urge, qué necesidad tan profunda existe de una “pedagogía del amor”, de una educación sentimental.
Y sin que pueda precisar por qué, el grafitti de Pavas me recuerda de golpe, cada vez que paso por ahí, todo este asunto.

martes, septiembre 11, 2007

A SU IMAGEN

La forma pelotuda de interpretar la frase bíblica, es representarnos a Dios como un viejo barbudo, y a nosotros hechos a su imagen y semejanza.

La otra, inquietante y bella -explorada desde la antiguedad por múltiples aproximaciones-, es interpretar que nuestro cuerpo es espejo del Cosmos, y que los grandes principios y fuerzas que modelan uno, tienen expresión y correspondencia en el otro.

viernes, agosto 31, 2007

IMÁGENES SIMBÓLICAS

Los mitos y los sueños, la poesía, la narrativa y las artes representativas -de la pintura al cine-, tienen en común la recurrencia de ciertas imágenes. En el caso de la literatura estas imágenes pueden emplazarse en el entramado argumental -y entonces operan alegóricamente- o bien pueden emplazarse en la frase -y en ese caso operan como metáforas-. Ejemplo: Un personaje puede llegar a una casa maltrecha (función alegórica) o puede sentirse "como una ruina" (función metafórica). La imagen simbólica es la misma.
Todo esto da solidez a la idea de que la imaginación opera como "matriz" o principio organizador de la conciencia. Es a partir de ciertas imágenes -ciertos conjuntos dinámicos de imágenes- como se organizan la conciencia y el pensamiento -incluido el pensamiento puramente conceptual.
Sin pretender ser exahustivo ni entrar a debatir acerca de su universalidad, estas son algunas imágenes recurrentes:

Direcciones:
Arriba, abajo... Naciente, poniente...

Cuerpos y fenómenos celestes:
El Sol, la Luna y su ciclo, relámpago, Lucero del Alba, estrellas, cometas, eclipses, arcoiris...

Estaciones:
Primavera, otoño, verano, invierno...
Metales:
Oro, plata, bronce, hierro, mercurio...
Piedras:
Diamante, jade, obsidiana, cuarzo...
Horas del día:
Día/luz, noche/oscuridad, alba, mediodía, ocaso...

Elementos:
Agua, fuego, aire, tierra...
Colores:
Dorado, rojo, verde, azul, blanco...

Paisajes, geografía:
Mar, cordillera, montaña, desierto, pantano, llanura, bosque, cueva, selva, isla, río, precipicio o abismo...

Catástrofes:
Erupción volcánica, terremoto, tormenta, inundación, incendio...

Climatología:
Tormenta, lluvia, niebla, viento, granizada o nevada, nubarrones, cielo despejado...

Ciclo vegetal:
Arbol, raíz, flor, fruto, semilla...
Ciclo animal:
Huevo, capullo/mariposa, gusano...
Mundo vegetal:
Ceibo, cedro, roble, fresno, laurel, maíz, trigo, arroz, fruta-pan, rosa, trepadora, hongos...
Cuerpo humano:
Huesos, calavera, sombra, seno, falo, espalda, cabellos, mano, ojo...
Figuras geométricas:
Círculo y esfera, triángulo y pirámide, espiral y laberinto, cruz...
Animales:
Serpiente, pájaro -águila, quetzal, colibrí, cuervo-, murciélago, toro, caballo, león, zorro, lobo/coyote, cerdo, mono, lagarto, tortuga, gato, perro, ratón... Eterna compañía, espejo irremediable, los animales y las plantas revelan la permanencia y a la vez la relatividad histórico-cultural de las imágenes simbólicas: los elefantes sólo son símbolo de algo en la India y en África, y el maíz en mesoamérica...
Insectos:
Araña, escorpión, escarabajo, avispas, abejas, hormigas...

Oficios:
Agricultura, cacería, pesca, pastoreo, hilandería y tejido, alfarería, navegación, guerrero...
Aunque en el mundo "moderno" algunos de estos oficios pueden resultar lejanos, la riqueza de imágenes que ofrecen es virtualmente ilimitada y las utilizamos y recreamos sin cesar.

Alimentos:
Maíz, aceite, miel, leche, pan, vino...

Arquetipos humanos:
Madre, rey, sacerdote u oficiante, guerrero, princesa, consejero, peregrino o caminante, bruja o alquimista (que interroga y manipula la materia), juglar, místico/vidente, ermitaño, loco, bufón, pícaro/malandro, puta...

Ciudades, pueblos:
La ciudad deseada o buscada, la ciudad de perdición, el pueblo perdido o no-lugar

Elementos arquitectónicos:
Casa, torre, castillo, catedral, cúpula, techo, puerta, ventana, escalera, quicio o umbral...
Otras construcciones:
Pozo, túnel, fuente, tumba, huerto o jardín, puente, camino...
Convulsiones sociales:
Revuelta o alzamiento, peste o epidemia, migración, hambruna, guerra...
Objetos:
Cofre, barca, copa, corona, anillo, moneda, cuchillo, espada, flecha, máscara, espejo, tijera, aguja, bastón, llave, libro...
Acciones:
Caer, levantarse, volar, dormir, despertar, nacer, morir, extraviarse, buscar...
Así pues, utilizamos incesantemente imágenes del mundo que nos rodea para representar, expresar, comunicar intuiciones, situaciones, relaciones, procesos, cualidades, estados, momentos... En síntesis: para representar nuestro espíritu, nuestro ser en el mundo. A todos estos elementos de la naturaleza o de fabricación humana, hay que agregar aquellos seres y animales fantásticos construidos a partir de la fusión o mezcla de elementos tomados de la realidad -Dragón, Pegaso, Centauro, Sátiro, Mandrágora, el Árbol de las Calaveras, etc., etc., etc- que cumplen la misma función.

miércoles, agosto 15, 2007

LO QUE NOS CUENTA LA LITERATURA

Hace más de veinticinco años, cuando era un muchacho, comencé a escribir cuentos y poemas sin saber muy bien por qué lo hacía. Sentía la urgencia y la necesidad imperiosa de hacerlo y no tenía razones ni deseaba privarme de ello... Con frecuencia me pregunto –y me preguntan– de dónde y porqué surgió esa necesidad o ese deseo. Luego de darle muchas vueltas he llegado a la conclusión de que hubo varias razones que me trajeron a la literatura.
Sin embargo, para hablar de ellas es necesario remontarnos todavía un poco más en el tiempo, hasta ese período un tanto indefinido que llamamos “la adolescencia”. Si me veo como entonces, diría que era un adolescente confundido y desubicado: no sabía lo que quería estudiar ni hacer en la vida pero en cambio sabía que no quería trabajar en una oficina. Sentía desprecio por muchas cosas que la mayoría de la gente consideraba respetables, pero al mismo tiempo mis intereses eran confusos y vagos: me gustaban los carros, me gustaba el fútbol, había sentido atracción por la arqueología pero me desanimaba el rigor de las ciencias... Mi experiencia familiar había sido traumática, de modo que tampoco fantaseaba con una familia ni nada por el estilo. Tal vez, de una manera vaga, quería conocer el mundo, pero diría que ante todo necesitaba desentrañar mi propio mundo emocional, que se me presentaba como algo caótico.
Sufría, es la verdad.
Sufría por desconocer mi lugar en el mundo; sufría por pensamientos y emociones de muerte y destrucción que me asaltaban cuando menos lo esperaba. Y sufría porque, en muchos sentidos, me sentía aislado de los demás.
Había en mi casa familiar una biblioteca pequeña pero con buenos títulos. Tanto mi madre como mi padre y mis hermanos han sido lectores toda la vida. Sin mayores expectativas me acerqué a los libros, algo que prácticamente no había hecho hasta entonces.
Jamás olvidaré la tarde en que tomé en mis manos por primera vez “El Extranjero”, la novela de Albert Camus. Recuerdo vivamente la impresión que me produjo la frase inicial: “Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé.” Tenía entonces alrededor de 15 años. Sentí un estremecimiento profundo y no pude dejar de leer durante varias horas, hasta estar tan conmovido y excitado, que tuve que salir de la casa a refrescarme. Había anochecido y los muchachos del barrio estaban reunidos frente a una de las casas del vecindario. Me acerqué a ellos –mis amigos más cercanos– y traté de comunicarles lo que me había ocurrido, pero de inmediato tuve la certeza de que no podría explicar lo que esa lectura había significado para mí.
¿Qué había significado aquella lectura?
Hoy diría que, en esas páginas, encontré algo que revelaba mi propio mundo interior. El caos, la confusión, el sufrimiento que yo no tenía palabras para nombrar, para comprender, para interpretar, había sido expresado antes por alguien, y al leerlo yo reconocía algo de mi propia experiencia. Esa lectura me ayudaba a entenderme y a explicarme como individuo. Además, me procuraba el inmenso alivio de sentir que no estaba completamente solo y que otros habían vivido o experimentado cosas semejantes.
Comencé a leer con avidez los libros que había en la casa. Muchos eran de autores del llamado boom latinoamericano –Cortázar, Carpentier, Vargas Llosa, García Márquez, Ernesto Sábato–. Me sumergí en ellos con esa furiosa avidez que experimentamos solo cuando creemos haber dado con nuestra salvación. Una y otra vez reviví la sensación que sentí leyendo “El Extranjero”: en la vida de los personajes sobre los que trataban esos libros, encontraba reflejos de mi propia experiencia y eso me procuraba el doble alivio de empezar a descifrar ese mundo interior que se me presentaba dolorosamente caótico, y de sentir que mi experiencia personal era semejante a la de otros.
Pero en aquellos libros encontraba también otras cosas. Encontraba juegos provocadores, imágenes deslumbrantes, chistes y paradojas, ideas complejas sobre la muerte, la vida y la sociedad; encontraba paisajes de tierras lejanas o de sociedades ya desaparecidas; encontraba costumbres y formas de hablar distintas de las mías... Encontraba, en fin, experiencias diferentes de la mía que me asombraban y me enriquecían. Así pues, en la experiencia iniciática que fueron para mí esas lecturas, encontré una revelación tanto de mi propio mundo interior –que me era hasta cierto punto opaco y desconocido–, como de otros mundos distintos que, al develárseme, me hacían más conciente de mi singularidad y de la diversidad humana.
Esas lecturas marcaron mi vida. De ahí nace mi deseo de escribir; más aún, mi deseo de convertirme algún día en escritor.
La devoción con que leí esos primeros libros rara vez la he igualada. En todo caso, conforme los años pasan, son cada vez menos las lecturas capaces de producir en mí un estado de trance como el que experimenté entonces.
La elección de esta palabra no es inocente. En la experiencia del trance somos poseídos por otro ser –generalmente de naturaleza espiritual– con el que establecemos una identificación profunda pero también transitoria. De tal identificación salimos transformados.
La lectura tiene algo de hipnótico y puede inducir un trance, un estado de suspensión del propio ser y de posesión por otro ser u otros seres –los personajes– al cabo del cual tenemos la sensación –difícil de definir, pero que estoy seguro todos los lectores han experimentado– de que ya no somos los mismos, de que algo en nosotros se transformó como por efecto de una revelación.
La posesión que sufre don Alonso de Quijano, mejor conocido como Don Quijote de la Mancha, es una parodia –es decir, una caricatura– de lo que nos ocurre a todos los lectores, pero lo resume bien. La lectura de un libro que nos ha conmovido modifica algo en nosotros. No se trata solamente, como le sucede a don Alonso de Quijano, de emular o imitar a los héroes de los libros. Al colocarnos en otra perspectiva o en situaciones nuevas o insólitas, la lectura enriquece nuestra experiencia vital y nos transforma.
Todo lo anterior para decir que, antes que escritor, soy lector. Mi deseo de escribir nace de mi deseo de producir en quienes me leen una emoción semejante a la que experimenté yo en aquellas lecturas. Creo que esa es la más alta aspiración que puede proponerse un escritor: deseamos ser leídos como leímos nosotros a aquellos escritores a quienes amamos.
Lo anterior dice mucho de mis motivaciones para convertirme en escritor, pero no es tan evidente que diga algo acerca de lo que nos cuenta la literatura. Sin embargo, si examinamos con mayor atención lo que me ocurrió entonces, tal vez encontremos algo que vaya más allá de mi experiencia personal.
***
A lo largo de mi vida me he preguntado muchas veces qué es un ser humano. En busca de respuestas podemos acudir a diferentes disciplinas que consideran o definen al ser humano desde un punto de vista particular. Así por ejemplo, podemos ensayar una definición del ser humano desde el punto de vista anatómico, fisiológico, antropológico, filosófico, sociológico o religioso... Cada una de estas disciplinas nos propone su definición del ser humano. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a ellas, nos dejan la impresión de que resultar groseramente incompletas por haber sido formuladas desde una disciplina particular.
En algunos videos didácticos que realicé para organizaciones de derechos humanos intenté acercarme al asunto de una forma puramente descriptiva, mostrando que –con independencia de nuestra cultura, de nuestra edad, de nuestra posición social o del momento histórico en que nos toque vivir–, los seres humanos hablamos, reímos, bailamos, lloramos, hacemos música, necesitamos alimentos y los cocinamos, necesitamos vestimentas y guarecernos de las inclemencias del tiempo. Podemos afirmar también que todos conocemos, en alguna medida, sentimientos como el amor, el odio, la envidia, la alegría, el temor a lo desconocido y a la muerte... Todo esto lo tenemos en común con nuestro vecino y con un neandertal que vivió hace 35,000 años, con un babilonio, un chino o una egipcia que vivieron hace 3500 años, con un campesino maya que se deslumbró ante el esplendor de Tikal o con los gitanos y judíos que murieron asesinados en los campos de exterminio.
Para un pececito de arrecife, su hábitat o territorio vital son unos pocos metros cuadrados en torno a la piedra donde tiene su refugio; para una manada de monos cariblancos ese territorio se amplía hasta unos cuántos kilómetros y para un jaguar es de alrededor de cien kilómetros cuadrados. Pero nuestro territorio vital –o si se prefiere, nuestra comarca existencial– se extiende a todo el Universo, sea cual sea y por vaga que resulte la idea que tengamos de él. Para bien o para mal sabemos que estamos aquí, en esto que no sabemos muy bien qué es. Sabemos que la vida es transitoria y que moriremos.
Otra característica singular de los seres humanos es que, inevitablemente, tenemos juicios de valor, es decir, ideas acerca de lo que es bueno y es malo, correcto e incorrecto... Es significativo que en el Génesis bíblico, la pareja primordial adquiera en el mismo acto la conciencia, la conciencia de la Muerte y la conciencia del Bien y del Mal. Lo que en el lenguaje de los mitos se nos dice aquí, es que la conciencia es conciencia de la Muerte y al mismo tiempo conciencia de que existen “actos buenos” y “actos malos.”
Preguntarnos si las ideas del bien y del mal son relativas y están sujetas a la historia y a la cultura es otro asunto –o asunto de otra discusión–, pero los seres humanos “estamos obligados” a realizar juicios o valoraciones acerca de nuestros actos y los actos de nuestros congéneres. Ser conscientes del Bien y del Mal nos obliga a elegir. Hace más de medio siglo los filósofos existencialistas expresaron esta idea mediante la provocadora frase: “Estamos condenados a ser libres.”
No hay duda de que otras criaturas del planeta realizan algunas de las actividades mencionadas arriba. Como se sabe, hay pájaros que danzan y cantan, mamíferos que construyen madrigueras y cientos de especies se comunican mediante sistemas de señales y signos más o menos complejos. Sabemos que muchas especies tienen una vida emocional compleja y desarrollan poderosos vínculos entre los miembros de la manada o el grupo, pero hasta donde sabemos, ninguna otra criatura comparte nuestra conciencia de estar en el Cosmos, así como tampoco de la Muerte, del Bien y del Mal.
***
Creo que la literatura es ante todo la expresión de un estado de perplejidad por la condición humana. La chispa de donde surge la literatura es la necesidad imperiosa de compartir esa perplejidad por nuestra paradójica y singular condición. La literatura es siempre un intento de transmitir y compartir tal estado.
La perpetua fascinación de los niños no es otra cosa que una forma de perplejidad. Sin embargo, mientras la palabra “fascinación” nos remite a un estado de embelesamiento o puro asombro, la “perplejidad” recupera algo de la violencia y la incertidumbre propias de nuestra experiencia.
La perplejidad es un asombro lúcido y supone algo más que el puro embelesamiento: impone en nosotros cierto distanciamiento de lo que vivimos y nos coloca en una situación en la que somos, al mismo tiempo, sujetos y espectadores de una situación.
Todas las criaturas estamos sometidas a la incertidumbre y debemos lidiar con ella. No sabemos si viviremos mañana; ignoramos si la enfermedad o el infortunio se abatirán sobre nosotros o si por el contrario un golpe de fortuna nos asegurará el sustento durante cierto tiempo. Pero a esta incertidumbre que compartimos con los restantes seres, nosotros debemos agregar la incertidumbre sobre la naturaleza de nuestros actos y sobre sus consecuencias últimas. La literatura surge de la perplejidad por nuestra condición y por las responsabilidades que derivan de ella, y pretende contagiar a los lectores de un estado parecido.
Los detonantes de nuestra perplejidad son muy variados: A veces es la injusticia o la estupidez humana; otras veces es la experiencia de la fugacidad del tiempo, siempre desconcertante; otras veces la perplejidad nace de la percepción de la belleza que nos golpea de repente; o bien de la sospecha de la trascendencia o, por el contrario, de la percepción de nuestra insignificancia debido a los cambios de la fortuna y a la fragilidad de nuestra dicha; otras veces la perplejidad surge de la percepción de lo ominoso y amenazante que hay en el mundo, o bien de nuestra indagación en el pasado o del conocimiento de otras tierras, costumbres y culturas... La experiencia del heroísmo, del sacrificio o de la santidad también pueden inspirar perplejidad en nuestro espíritu, así como las posibilidades de perversión y de crueldad del corazón humano.
De modo pues que, a diferencia de las ciencias humanas, de la teología o la filosofía, la literatura no ofrece una definición del ser humano sino más bien una recreación de la vida desde el punto de vista infinitamente diverso y, al mismo tiempo, irremediablemente parecido, de los seres humanos: nuestros dilemas, traspiés, esperanzas y zonas turbias, traiciones, engaños y caídas.
Si una inteligencia de otro planeta quisiera saber qué especie señoreó sobre la Tierra durante este período de su historia, podría recurrir a las ciencias humanas, a la filosofía y a la teología para saber cómo éramos físicamente, cómo nos organizábamos para vivir e incluso qué pensábamos, qué sabíamos y qué creíamos acerca de nosotros mismos... Pero si quisiera saber “cómo era ser humano”, es decir, si quisiera aproximarse a lo que es la existencia desde nuestra perspectiva, no tendría más remedio que recurrir a la literatura. Ahí encontraría la expresión y representación más acabada de la existencia desde el punto de vista humano.
La tragedia y la comedia, la épica y la lírica, la literatura dramática e inclusive los cuadros de costumbres tienen en común esa urgencia, ese afán de infundir en nosotros un estado de perplejidad por lo que somos, de revelar y redescubrir nuestra condición humana tan incierta, precaria y paradojal. El campesino más humilde que rasga su guitarra y canturrea en la noche cerrada sabe esto y lo canta a su manera; la poesía de la antigüedad y la moderna, la culta y la popular, los poemas épicos, los mitos y leyendas, todas y cada una de estas manifestaciones expresan, revelan y recrean de alguna forma nuestra perplejidad ante el mundo que nos rodea, ante los otros y ante nosotros mismos; la perplejidad ante nuestra condición incierta y ante la paradoja de saber que estamos en el Cosmos pero ignoramos qué es el Cosmos y para qué estamos aquí.
¿No es La Odisea un relato lleno de perplejidad por el heroísmo de Ulises para enfrentar y vencer infinitas adversidades? Y la literatura judeo-cristiana, del Antiguo y el Nuevo testamento en adelante, hasta las hagiografías y las vidas de los santos, ¿no es fruto y expresión de nuestra perplejidad por la incertidumbre y la fragilidad humanas, por el sacrificio o la santidad? ¿Y no nace don Quijote de la Mancha de la perplejidad por el heroísmo y el valor de los caballeros andantes, de cuyas hazañas se nutre Alonso Quijano hasta “secarle el seso”? Perplejidad por los otros y perplejidad por nosotros, por lo que somos y hacemos y por lo que otros hacen y son...
Hay perplejidades voraces, elefantiásicas, mastodónticas, como las de Neruda, Calderón de la Barca o Balzac. Para ellos no había fenómeno bajo el cielo que no fuera motivo de asombro, admiración o perplejidad: un ajo o una cebolla, un episodio olvidado de la historia, la vida de una sencilla campesina, de un exitoso capitalista o de un pícaro de pueblo...
O nuestro gran Debravo, en su “Canto de amor a las Cosas”:

Amado seas tú, corazón, porque el vino
no madura mejor que en tu roja carnaza
.
(...)
Amados seáis, camiones, duras células
De la ciudad que cruje, duele, canta
(...)
Amada tú, zanahoria, corazón encendido
De las tierras aradas.
(...)

Después de todo, vistas desde el asombro y la perplejidad, todos los seres y las cosas existentes –reales o imaginarios– se convierten en algo extraordinario que refleja la incertidumbre, precariedad y maravilla de nuestra condición.
***
Naturalmente yo no sabía ninguna de estas cosas aquella tarde, hace alrededor de treinta años, cuando tomé en mis manos “El Extranjero” de Albert Camus y experimenté una intensa sacudida al adentrarme en la lectura de sus páginas.
Aquella era la sacudida de la perplejidad, el asombro lúcido que me poseía al reconocer ahí sentimientos e ideas que yo intuía o entreveía de alguna forma. De esa experiencia –y de las lecturas que a partir de ese momento emprendí– saldría transformado para siempre. Ahí nació mi deseo de convertirme algún día en escritor, es decir, mi deseo de transmitir, mediante la recreación de vidas reales o ficticias –de vidas “realmente ficticias”– , el asombro y la perplejidad por nuestra condición de criaturas obligadas a elegir permanentemente entre el bien y el mal, entre la creación y la destrucción, mientras nos acecha la Muerte y seguimos preguntándonos qué es el Cosmos y qué hacemos aquí.
Aunque no lo sabía entonces, es precisamente de todo esto de lo que tratan los cuentos, novelas y poemas que comencé a escribir poco después y que continúo escribiendo hasta el día de hoy.

domingo, agosto 05, 2007

HISTORIA (Los Días y sus Dones, 1980-2001)

Puesto que la historia humana es una y es única, todos somos parte de ella. Pero en el “tercer mundo” somos desposeídos de nuestra historia particular, y de esa forma nos desgajamos de la “historia universal”. De ahí nuestro terrible sentimiento de orfandad.
***
La “cultura occidental” es asiática, oriental, europea, africana, y luego también amerindia, etc… Es una síntesis (parcial, pero viable y exitosa) de todo lo precedente.
***
La razón histórica del Estado centralista es el temor al “desmembramiento”, a la desintegración. Por eso sólo los estados fuertes, es decir, institucionalmente consolidados, pueden darse el “lujo” de descentralizarse.
***
Los grandes proyectos históricos traen consigo una renovación del lenguaje, y la modernidad no es la excepción. Yo contemplo fascinado los vestigios de la Antiguedad en nuestra lengua, con la sospecha o la ilusión de que ahí se encuentra algún secreto. Una forma de abordar la historia es precisamente como una “arqueología del lenguaje”.
***
Los países del norte de Europa son una prueba de que secularización y puritanismo no son excluyentes. Por el contrario, lo que se sustrae de la esfera de la influencia eclesial, son las relaciones económicas y políticas, pero la vida privada y familiar es redefenida de acuerdo con los más estrictos códigos de la moral religiosa. Así, la transacción puede resumirse de la siguiente manera: menos religiosidad en la vida pública, a cambio de más religiosidad en la vida privada…
***
Los hispanos que conquistaron y colonizaron América lo hicieron como una forma de liberación del Padre, la Ley, el Límite y la Autoridad, pero a la vez, en nombre de todo ello… Esta es una de las contradicciones fundantes de nuestra realidad. La doble moral es así consustancial a Hispanoamérica.
***
Es probable que no sean las contradicciones sociales, sino el mismo desarrollo tecnológico que le dio origen, lo que acabe con el mundo burgués, signado por la producción industrial y el estado-nación como forma de organización política.
***
El “delirio redentor” de los estadounidenses es una marca de fundación, pues está presente en el fanatismo religioso de los “peregrinos” expulsados de Europa.
***
En río revuelto ganancia de pescadores, y la mejor prueba de ello es Napoleón Bonaparte, que en nombre de la libertad se proclamó emperador.
***
Hay quienes dicen que el siglo XX no inventó ninguna ideología política. Falso: inventó el nazi-facismo, y su influencia atraviesa todo el siglo.
***
El Y2K, llamado también el “error del milenio”, no fue descuido ni casualidad, sino una concreción de la representación del tiempo que prevalece en la era informática, o más bien, en la era tecnológica: el tiempo es percibido y vivido como inmediatez, y somos incapaces de proyectarnos al futuro.
***
Tendemos a creer que la arrogancia de la civilización occidental no tiene parangón en la historia, pero basta leer las inscripciones de Nabucodonosor o de Alejandro Magno –para no citar a algunos emperadores chinos–, para caer en cuenta de que, en el campo de la estupidez, somos herederos de una larga tradición.
***
¿Cómo aceptar –vivir consciente de– la permanente arena movediza sobre la que estamos parados? Nada es verdad/todo es posible; lo único que veo son "puntos de vista" diferentes, pero la solidez, el asidero, ¿dónde está? En todo caso, la afirmación sobre las arenas movedizas no se refiere tanto a la relatividad del discurso, como a la incertidumbre de la acción: construimos sobre las que creemos bases sólidas, pero no pasa mucho antes que las fisuras, goteras, hendiduras en el techo y la pared, nos hagan ver que la firmeza del piso era ilusoria, que esta torre también hay que destruirla, pues desde sus bases, desde sus cimientos mismos, está falseada…
***
El desafío consiste en construir afirmando los aciertos y superando los errores. Esto significa que la destrucción es parte del proceso creador, y que toda la sabiduría consite en distinguir los aciertos de los errores, lo que está bien de lo que está mal. Por eso, aún en la “destrucción” debe prevalecer la voluntad creadora. La ruptura utópica, el “borrón y cuenta nueva”, es suicida, puesto que nos priva de lo único que tenemos con seguridad: la herencia del pasado, con sus horrores y miserias, pero también con sus aciertos decantados por la historia.

domingo, julio 22, 2007

MARACA

Perfecto falo sonoro
cargado de la Semilla

Sagrado instrumento
en manos de las doncellas

viernes, junio 29, 2007

Violencia, arrepentimiento, perdón... (Toma 2)

Acaso, para completarse, tal “purificación del pasado” requiere al menos de otros dos elementos: la gratitud y algo que –a falta de mejor palabra– llamo “satisfacción”. De la misma forma en que la gratitud y el perdón son complementarios, lo son el arrepentimiento y la satisfacción. El arrepentimiento y el perdón nos redimen de la violencia sufrida o inflingida; la gratitud y la satisfacción nos reconcilian con los bienes recibidos y entregados.

jueves, junio 21, 2007

Violencia, arrepentimiento, perdón, justicia.

Como una planta maldita, la violencia se reproduce entre nosotros. En nosotros. Nos alimentamos con sus frutos y, sin percatarnos apenas, la multiplicamos y reproducimos cada día. ¿Cómo librarnos? ¿Cómo purificarnos y no ser más sus semillas? Solo el arrepentimiento y el perdón nos libran. Estos actos, consistentes simplemente en ponernos en el lugar del otro, son formas de eso que hoy llamamos “empatía”.

Solo si comprendemos las consecuencias de nuestras acciones, colocándonos en el lugar de aquellos a quienes hemos violentado, nos libramos del círculo de la violencia. Solo si comprendemos las causas que llevaron a actuar así a quienes nos violentaron, nos libramos del círculo de la violencia.

Solo colocándonos en el lugar del otro cesa la violencia y se crean las condiciones para que surja la justicia.

jueves, junio 14, 2007

El Enterrador

Llegar hasta donde él no ha sido fácil: debí atravesar la Ciudad por la noche sin extraviarme.
Su rostro de color ceniza me impresiona. También me impresionan su pulcritud, su seriedad, su carácter reservado y distante.
Desentendiéndose del cadáver que aguarda a un lado, me explica con devoción la forma de preparar el mortero: tras calentar en el fuego la pasta , se amasa rítmica, prolongadamente con una mano, mientras la mano libre replica el movimiento semejante a una pulsación...

martes, mayo 22, 2007

Pregunta

¿Los pensamientos ocurren o tienen lugar en el tiempo?

Filosofía (Los días y sus dones, 1980-2001)

Yo era un niño filósofo, fue después que me pervertí.
***
Para el pensamiento cartesiano “sólo lo absoluto es verdadero”, en el sentido de que sólo podemos tener por cierto lo que es siempre y absolutamente de determinada manera; de ahí el carácter racional y abstracto de su método y de sus conclusiones. Sin embargo, así nos perdemos del amplio y decisivo universo de las “pequeñas verdades” relativas a un lugar, a un tiempo y a una situación; el universo de lo concreto, dueño también de sus revelaciones y secretos.
***
La ventaja de la poesía sobre la filosofía es que en ella cabe la pasión. ¿Quién se imagina a Dios como un ingeniero preocupado por “la coherencia” y “el sistema”?
***
Estoy más cerca de la filosofía que se anima a especular, que de aquella que se contenta con el análisis. La intuición siempre ha ido adelante de la ciencia, pues esta sólo refrenda o descarta las grandes intuiciones, pero sin ellas quedaría huérfana de dirección.
***
Dice Nietzsche: "…la existencia tal cual es, sin finalidad ni sentido, regresando siempre, sin fin y de manera ineludible, a la nada: el eterno retorno." En la cita resulta clara la influencia del budismo (y su nada-nirvana como fuente de Energía primordial, el vacío que precede y del que se nutre el ser), sobre la visión de Nietzsche, quien la tradujo a términos occidentales bajo la palabra nihilismo. En todo caso, si Nietzsche se refiere a esta ciclicidad (no ser/ ser/ no ser), su idea del eterno retorno se inscribe en el campo de la ontología más que en el de la filosofía de la historia, como se la ha querido ver…
***
Desde Descartes, en Occidente confundimos conciencia y razón.
***
Parafraseando al político mexicano: no soy materialista ni idea­lista, sino todo lo contrario.

lunes, abril 30, 2007

MÉTODO INFALIBLE PARA DESENMASCARAR A EMBAUCADORES

Revoltoso, indiferente o despistado, durante años me ha tocado darle vueltas al asunto de la imagen audiovisual y las palabras, todo para no llegar a nada claro o, lo que es lo mismo, a ninguna conclusión, pues las conclusiones posibles son tantas que terminan contradiciéndose entre sí... Hay quienes dicen que las palabras nos liberan y las imágenes nos someten y hay quienes dicen lo contrario; hay quienes señalan la inmediatez de la imagen audiovisual en contraposición con el carácter mediato de la palabra escrita, para derivar de ahí la “calidez” y “frialdad” de los distintos medios; hay quienes enfatizan la continuidad en el tiempo del discurso audiovisual para desprender de ello que, ante él, tenemos menos posibilidad de distanciarnos para reflexionar, etcétera.

Pero, si en el curso de los años no he podido concluir nada en firme acerca de los medios de los que nos valemos para expresarnos y comunicarnos, en cambio si he alumbrado algunas conclusiones acerca de quienes nos valemos de dichos medios para hacerlo... He aquí algunas:

1) En todas las sociedades humanas, ha habido y hay seres que exploran el mundo (y en esa medida “buscan la verdad”) con todos los medios disponibles a su alcance: la palabra oral, la palabra escrita, la imagen pictórica, la imagen audiovisual...

2) En todas las sociedades humanas, ha habido y hay seres que inicialmente exploran el mundo o buscan la verdad con todos los medios a su alcance, y dándose por satisfechos o creyendo haberla hallado, se convierten en seres que ya no exploran ni buscan, sino tan solo repiten y se repiten con todos los medios disponibles a su alcance.

3) Las personas suelen no percatarse del momento en que les ocurre esto, y de ese modo el arte y la ciencia, de un lado, y la propaganda y la ideología, del otro, suelen estar, en la práctica, inextricablemente entrelazadas.

4) En todas las sociedades humanas, ha habido y hay también seres que deliberadamente manipulan y mienten con todos los medios disponibles a su alcance. Esto lo hacen de manera más visible y sistemática quienes están en las posiciones socialmente preeminentes o dominantes; quienes no ocupan tales posiciones, no dudarán de hacer lo mismo tan pronto logren su objetivo de desplazar a quienes las ocupan hoy.
Alguien podría considerar mis conclusiones como desalentadoras, pero todo depende de dónde pongamos los énfasis. Por mi parte, prefiero destacar el hecho de que en todas las sociedades hay seres que exploran el mundo –y en esa medida “buscan la verdad”– con todos los medios disponibles a su alcance. En sentido amplio, esos son los artistas, aunque también los científicos y los místicos hacen lo mismo.
Sin embargo, aunque aspiran a lo mismo, arte, ciencia y mística toman caminos diferentes. Así, el arte no pretende tener validez universal sino tan solo desplegar una verdad única y particular, sin ninguna posibilidad de generalización (aunque al final de cuentas todos nos veamos reflejados en ella), en tanto la ciencia enuncia verdades que se pretenden universales pero que por definición son tentativas y provisorias. El arte nos propone casos o ejemplos en tanto la ciencia nos ofrece el resultado de series estadísticas. La exploración del místico es una suerte de anulación del mundo: aniquilar lo evidente/aparente, incluyéndose a sí mismo, para que resplandezca la realidad más substancial: Dios o la Nada. El científico procede por adición; el místico lo hace por sustracción. El artista es siempre casuístico.
La mística, la ciencia y el arte nos ofrecen refugios provisorios, temporales, mínimos, o mejor aún, constituyen rutas por las que cada uno de nosotros puede transitar personalmente para descubrir el mundo y descubrirse a sí mismo, pero de ninguna manera nos ofrecen una salvaguardia contra la precariedad intimidante de la condición humana, siempre amenazada por los fantasmas del tiempo, la enfermedad y la muerte. Los mojones que nos señalan la ruta en estos caminos están construidos con imágenes y con palabras. De la misma forma, palabras e imágenes son el señuelo de que se valen quienes día a día nos prometen la dicha eterna, el hartazgo permanente o el bobo olvido...
Esos son los mentirosos, los embaucadores. Y así de fácil es reconocerlos.

lunes, abril 09, 2007

FELICIDAD (Los Días y sus Dones, 1980-2001)

La mejor forma de ser humano es ser feliz.
***
Solamente inscribiendo nuestro bienestar dentro de un proyecto que lo comprehenda y lo trascienda, es posible la felicidad.
***
Construimos nuestra desdicha con rigor matemático. Luego, con el mayor descaro, se la endilgamos a Dios, a la fatalidad, a lo que sea.
***
A veces no solo uno es infeliz, sino que además se siente culpable por serlo.
***
Cada uno de nosotros busca a su modo la felicidad. Pero que nadie espere las gracias –ni aplausos– por el intento.
***
¿Qué es lo que nos lleva a repetir, una vez tras otra, aquellas cosas que nos hacen infelices? Acaso la sospecha de que ahí, en algún punto del camino que nos conduce al error, se encuentra la clave, el secreto de nuestra felicidad...

lunes, marzo 19, 2007

FINAL DE JUEGO Y PRINCIPIO

He pasado mucho, demasiado tiempo, sin visitar este espacio... Mala señal. Señal de que los días no me pertenecen como antes; señal de que ando lejos del silencio y por ello de la palabra; señal de agitación, de carreras, de neurosis galopante... Apenas hay tiempo para respirar, ni siquiera para añorar el silencio y la quietud. ¡Extraño! Las cosas suelen suceder así: en oleadas, ráfagas, marejadas... Y de pronto el mar en calma... Y de nuevo la agitación...

Aún así, aprovecho esta pausa para un apunte: hace algunos días cumplí 45 años. Me retraigo a la década de mis 20, cuando decidí que estos años serían demasiados, que más allá de esto sería una obscenidad... Entonces, recuerdo, me parecía que de aquí en adelante el camino no podía ser más que en picada y me decía que “mejor terminar el juego antes que el juego se acabe”, citando a uno de mis maestros de entonces, Alfredo Catania... Me parecía justo, natural, necesario, ir poniendo fin a la aventura por aquí. Ahora, desde luego, veo las cosas muy diferentes y me parecería horrible quedar “viudo del mundo”, como decía Otto René Castillo. Aún para el centenario, la muerte nunca está en los planes del día, siempre nos tomará por sorpresa. (Salvo, dicen, para unos cuantos iluminados que le dan cita a la Pelona de la misma forma que en la escuela nos citábamos para una pelea al terminar las clases del día: “Nos vemos a la salida”. Pero esa es una minoría insignificante y por cierto no conozco personalmente a nadie que haya hecho esto...) “Final de juego”, tituló el gran Cortázar una de sus colecciones de relatos. ¿Cuándo es el final del juego? ¿Y cómo reconocerlo?

Final de juego, tal vez, pero siempre es para iniciar otro nuevo.

domingo, febrero 11, 2007

ESPEJISMOS (Los Días y sus Dones, 1980-2001)

Espejismos
Sé que cuanto miro es ilusión, desvarío de los senti­dos, pero ni me resigno a ello ni puedo romper el cascarón…
***
El niño me miró como hubiese mirado yo cuando niño, a alguien como el que soy hoy.
***
Crecer es aprender a distinguir nuestras fantasías, adentrarnos progresivamente en los distintos niveles de la realidad, incluyendo los más fantásticos.
***
La oscuridad transforma, no sólo la apariencia, sino también el sentido de las cosas.
***
Me encontraba tan sumido en la acción, que detenerme hubiera sido como despertar de un sueño...
***
En el rostro de la mujer amada espejean voces que me hablan desde la infancia, desde la niñez, desde la juventud; rostros que murmuran secretos, cosas que sospecho: susurran y hacen guiños y aparecen y se esfuman –fantasmas vivos habitándola toda–. Luego hay un momento en que aparece un rostro desconocido que me habla desde el sitio más íntimo, más entrañable y querido, y me sorprende y me conmueve hasta las lágrimas, pues siento que he visto su rostro por primera vez, y lo hago para siempre mío. Y supongo que esto es el amor, o algo parecido.
***
El vértigo del enamoramiento y su sensación de 'caída en el otro': las cadenas de asociaciones y de ecos que la cercanía del ser amado nos produce; la sospecha permanente de que a esa persona la hemos conocido antes, y de que en cualquier momento recordaremos dónde, cómo, cuándo…
***
Por las mismas razones que todo captor queda atado a su presa, quien seduce depende de la persona seducida. Atado al espejismo de su poder, el seductor terminará arrastrándose, de ser necesario, con tal de no ver amenazada su imagen especu­lar.
***
Abrí los ojos, despertándome, y ahí estaba el duendecillo –regordete, un pequeño bulto sobre la mesa del tocador–, como velán­dome… Una fracción de segundo nada más –un descuido, un accidente–, antes de disiparse y dejar sólo la duda.
***
La extrañeza que me asalta a veces, cuando me parece despertar de un sueño en plena calle, a medio día, entre la multitud. Soy un pasajero de mí mismo, abandonado repentinamente en un lugar desconocido.
***
Las apariencias no sólo son verdaderas, son también el único andamiaje que nos permite sospechar que las apariencias no son verdaderas

lunes, enero 15, 2007

Flores de enero (7)

Mañana seremos dos: me habrás nacido; me habrás parido.
***
El viento es una metáfora de la luz

Flores de enero (6)

asomo
Formas de belleza
tan sutiles
Que escapan
como mariposas
si las miras

sábado, enero 13, 2007

Flores de enero (5)

relativo
El espacio es ilimitado, y aunque yo no lo abarque en su totalidad, no hay problema.
El tiempo también es ilimitado, y aunque yo no lo abarque en su totalidad, ¿no hay problema?

jueves, enero 11, 2007

Flores de enero (4)

Mientras vagabundea sin rumbo por la ciudad, un miserable encuentra una colilla en la acera y, por un instante, es el ser más dichoso del mundo.

A su lado, un negociante que viene de ganar varios millones, cae de pronto en la cuenta de que, planteado de otra forma, su negocio hubiese redituado el doble. En ese instante es el ser más desdichado de la Tierra.

Mientras enciende la colilla, el miserable mira de reojo a su vecino y, abismado en la plenitud de su inhalación, elude el mordisco de la envidia.

Mientras digita en su teléfono celular el número de su asistente para verificar si aún puede remediarse el asunto, el negociante mira de reojo al miserable y, tras concluir que no representa peligro alguno, lo ignora para siempre.

Los dos hombres se alejan. Nunca recordarán ese momento fugaz e intrascendente. Solo nosotros, de este lado de la pantalla, sabemos lo que ocurrió.

martes, enero 02, 2007

lunes, enero 01, 2007

Flores de enero (2)

Con Baruch y René
Curioso, por lo menos, que cuando reflexionaron sobre el ser, Descartes y Spinoza se limitaran a distinguir las cualidades de extensión e inteligencia. Basta el sol de cualquier mañana para constatar que el ser es, además, radiante...

Pero no se trata solo de la radiación solar (lo que nos devolvería a la discusión, si no me equivoco todavía sin zanjar, sobre la naturaleza de la luz), sino a las muchas radiaciones de la materia (que cualquier aparato de hoy revela sin dificultad)... Para no hablar de las desconocidas, pero presumibles, radiaciones de la inteligencia...

Flores de enero (1)

Larga caminata por los Cerros de Escazú, para iniciar el año. Entré por un sendero que no conocía, muy empinado pero bastante bien trazado, supongo que por la gente del Comité para la Defensa de los Cerros de Escazú (CODECE). El sendero atraviesa algunas fincas, luego un trayecto rocoso –esas enormes rocas típicas de Pico Blanco– y luego un tramo pequeño, pero hermosísimo, de bosque primario... (Musgos y epífitas en abundancia, creciendo sobre las rocas y en la corteza de grandes árboles cuyo nombre ignoro...)

En el tramo rocoso hay varios miradores naturales con vista hacia el cerro contiguo, donde está La Cruz de Alajuelita, y hacia el sur, remontando el curso del río, hacia los Cerros de El Cedral, donde algún día quiero llegar.

Apenas han concluido las lluvias, y ya es el estallido de las flores. Increíble la cantidad y variedad de flores en este momento; hay trechos donde el zumbido de las abejas semeja el de un panal. La naturaleza no tiene prisa pero no pierde tiempo. La lluvia arruinaría el polen y hay que aprovechar los breves meses secos para consumar la fecundación...

En algún momento me detengo para acariciar la tierra: ahí en la altura, es una tierra finísima, profundamente negra, fresca y delicada, que invita a comérsela.

Las únicas personas con las que me crucé en el camino fueron nicaragüenses. Primero, todavía muy abajo, un hombre solitario, machete en mano, sentado a la vera del camino. Breve intercambio de palabras, ambos verificando las intenciones del otro. Luego, en plena montaña, un grupo compuesto por dos muchachos, un adulto y un niño de unos ocho años. Los acompañaba un perro y cargaban flechas (hondas). Gente muy sencilla, tal vez trabajadores de la construcción empleados en los enormes condominios para gringos que se construyen a pie de monte. Esos encuentros en la montaña siempre son curiosos: se abre un interrogante, una expectativa, una tensión. Todo quedó saldado con un rápido apretón de manos con el hombre adulto.

De regreso los vuelvo a encontrar. Ahora descansan sobre una enorme roca con vista a la ciudad y al Valle Central. No me sienten llegar y escucho lo que hablan: ubican los puntos cardinales, pero los refieren, no a donde están en ese momento, sino a Nicaragua... El inmigrante carga siempre con su patria a cuestas. Según me explican ellos, el sendero este conecta con la principal ruta de ascenso al Pico, que sube por el lomo de la montaña, a la que por diversas razones, y aunque lo he intentado varias veces en los últimos años, no he podido llegar.

Al bajar, paso una vez más frente al cementerio de San Antonio de Escazú, y entonces de nuevo la certeza de que ahí quiero ser enterrado, o bien, que se dispersen las cenizas de la cremación en algún sitio más arriba en estos cerros.