Puesto que la historia humana es una y es única, todos somos parte de ella. Pero en el “tercer mundo” somos desposeídos de nuestra historia particular, y de esa forma nos desgajamos de la “historia universal”. De ahí nuestro terrible sentimiento de orfandad.
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La “cultura occidental” es asiática, oriental, europea, africana, y luego también amerindia, etc… Es una síntesis (parcial, pero viable y exitosa) de todo lo precedente.
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La razón histórica del Estado centralista es el temor al “desmembramiento”, a la desintegración. Por eso sólo los estados fuertes, es decir, institucionalmente consolidados, pueden darse el “lujo” de descentralizarse.
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Los grandes proyectos históricos traen consigo una renovación del lenguaje, y la modernidad no es la excepción. Yo contemplo fascinado los vestigios de la Antiguedad en nuestra lengua, con la sospecha o la ilusión de que ahí se encuentra algún secreto. Una forma de abordar la historia es precisamente como una “arqueología del lenguaje”.
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Los países del norte de Europa son una prueba de que secularización y puritanismo no son excluyentes. Por el contrario, lo que se sustrae de la esfera de la influencia eclesial, son las relaciones económicas y políticas, pero la vida privada y familiar es redefenida de acuerdo con los más estrictos códigos de la moral religiosa. Así, la transacción puede resumirse de la siguiente manera: menos religiosidad en la vida pública, a cambio de más religiosidad en la vida privada…
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Los hispanos que conquistaron y colonizaron América lo hicieron como una forma de liberación del Padre, la Ley, el Límite y la Autoridad, pero a la vez, en nombre de todo ello… Esta es una de las contradicciones fundantes de nuestra realidad. La doble moral es así consustancial a Hispanoamérica.
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Es probable que no sean las contradicciones sociales, sino el mismo desarrollo tecnológico que le dio origen, lo que acabe con el mundo burgués, signado por la producción industrial y el estado-nación como forma de organización política.
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El “delirio redentor” de los estadounidenses es una marca de fundación, pues está presente en el fanatismo religioso de los “peregrinos” expulsados de Europa.
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En río revuelto ganancia de pescadores, y la mejor prueba de ello es Napoleón Bonaparte, que en nombre de la libertad se proclamó emperador.
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Hay quienes dicen que el siglo XX no inventó ninguna ideología política. Falso: inventó el nazi-facismo, y su influencia atraviesa todo el siglo.
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El Y2K, llamado también el “error del milenio”, no fue descuido ni casualidad, sino una concreción de la representación del tiempo que prevalece en la era informática, o más bien, en la era tecnológica: el tiempo es percibido y vivido como inmediatez, y somos incapaces de proyectarnos al futuro.
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Tendemos a creer que la arrogancia de la civilización occidental no tiene parangón en la historia, pero basta leer las inscripciones de Nabucodonosor o de Alejandro Magno –para no citar a algunos emperadores chinos–, para caer en cuenta de que, en el campo de la estupidez, somos herederos de una larga tradición.
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¿Cómo aceptar –vivir consciente de– la permanente arena movediza sobre la que estamos parados? Nada es verdad/todo es posible; lo único que veo son "puntos de vista" diferentes, pero la solidez, el asidero, ¿dónde está? En todo caso, la afirmación sobre las arenas movedizas no se refiere tanto a la relatividad del discurso, como a la incertidumbre de la acción: construimos sobre las que creemos bases sólidas, pero no pasa mucho antes que las fisuras, goteras, hendiduras en el techo y la pared, nos hagan ver que la firmeza del piso era ilusoria, que esta torre también hay que destruirla, pues desde sus bases, desde sus cimientos mismos, está falseada…
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El desafío consiste en construir afirmando los aciertos y superando los errores. Esto significa que la destrucción es parte del proceso creador, y que toda la sabiduría consite en distinguir los aciertos de los errores, lo que está bien de lo que está mal. Por eso, aún en la “destrucción” debe prevalecer la voluntad creadora. La ruptura utópica, el “borrón y cuenta nueva”, es suicida, puesto que nos priva de lo único que tenemos con seguridad: la herencia del pasado, con sus horrores y miserias, pero también con sus aciertos decantados por la historia.
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La “cultura occidental” es asiática, oriental, europea, africana, y luego también amerindia, etc… Es una síntesis (parcial, pero viable y exitosa) de todo lo precedente.
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La razón histórica del Estado centralista es el temor al “desmembramiento”, a la desintegración. Por eso sólo los estados fuertes, es decir, institucionalmente consolidados, pueden darse el “lujo” de descentralizarse.
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Los grandes proyectos históricos traen consigo una renovación del lenguaje, y la modernidad no es la excepción. Yo contemplo fascinado los vestigios de la Antiguedad en nuestra lengua, con la sospecha o la ilusión de que ahí se encuentra algún secreto. Una forma de abordar la historia es precisamente como una “arqueología del lenguaje”.
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Los países del norte de Europa son una prueba de que secularización y puritanismo no son excluyentes. Por el contrario, lo que se sustrae de la esfera de la influencia eclesial, son las relaciones económicas y políticas, pero la vida privada y familiar es redefenida de acuerdo con los más estrictos códigos de la moral religiosa. Así, la transacción puede resumirse de la siguiente manera: menos religiosidad en la vida pública, a cambio de más religiosidad en la vida privada…
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Los hispanos que conquistaron y colonizaron América lo hicieron como una forma de liberación del Padre, la Ley, el Límite y la Autoridad, pero a la vez, en nombre de todo ello… Esta es una de las contradicciones fundantes de nuestra realidad. La doble moral es así consustancial a Hispanoamérica.
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Es probable que no sean las contradicciones sociales, sino el mismo desarrollo tecnológico que le dio origen, lo que acabe con el mundo burgués, signado por la producción industrial y el estado-nación como forma de organización política.
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El “delirio redentor” de los estadounidenses es una marca de fundación, pues está presente en el fanatismo religioso de los “peregrinos” expulsados de Europa.
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En río revuelto ganancia de pescadores, y la mejor prueba de ello es Napoleón Bonaparte, que en nombre de la libertad se proclamó emperador.
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Hay quienes dicen que el siglo XX no inventó ninguna ideología política. Falso: inventó el nazi-facismo, y su influencia atraviesa todo el siglo.
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El Y2K, llamado también el “error del milenio”, no fue descuido ni casualidad, sino una concreción de la representación del tiempo que prevalece en la era informática, o más bien, en la era tecnológica: el tiempo es percibido y vivido como inmediatez, y somos incapaces de proyectarnos al futuro.
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Tendemos a creer que la arrogancia de la civilización occidental no tiene parangón en la historia, pero basta leer las inscripciones de Nabucodonosor o de Alejandro Magno –para no citar a algunos emperadores chinos–, para caer en cuenta de que, en el campo de la estupidez, somos herederos de una larga tradición.
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¿Cómo aceptar –vivir consciente de– la permanente arena movediza sobre la que estamos parados? Nada es verdad/todo es posible; lo único que veo son "puntos de vista" diferentes, pero la solidez, el asidero, ¿dónde está? En todo caso, la afirmación sobre las arenas movedizas no se refiere tanto a la relatividad del discurso, como a la incertidumbre de la acción: construimos sobre las que creemos bases sólidas, pero no pasa mucho antes que las fisuras, goteras, hendiduras en el techo y la pared, nos hagan ver que la firmeza del piso era ilusoria, que esta torre también hay que destruirla, pues desde sus bases, desde sus cimientos mismos, está falseada…
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El desafío consiste en construir afirmando los aciertos y superando los errores. Esto significa que la destrucción es parte del proceso creador, y que toda la sabiduría consite en distinguir los aciertos de los errores, lo que está bien de lo que está mal. Por eso, aún en la “destrucción” debe prevalecer la voluntad creadora. La ruptura utópica, el “borrón y cuenta nueva”, es suicida, puesto que nos priva de lo único que tenemos con seguridad: la herencia del pasado, con sus horrores y miserias, pero también con sus aciertos decantados por la historia.