jueves, junio 21, 2018

"Challenger", poemario de Camilo Retana



“LO QUE CREA LA POESÍA ES LA DISTANCIA”. El enunciado es toda una declaración de principios y Camilo Retana inicia su poemario “Challenger”, publicado recientemente por la EUNED, con este epígrafe de Barbey d´Aurevilly. La frase me cautiva por su exquisita ambigüedad: ¿es la poesía el resultado de un efecto de distanciamiento o, por el contrario, es el distanciamiento un efecto del texto poético? No consigo resolver la disyuntiva, pero ambas posibilidades me resultan atractivas.
Tan pronto me adentro en las páginas del libro, advierto que, en efecto, la distancia se impone en estos textos. Los sujetos, las situaciones y las emociones son abordados desde una distancia que los reduce a lo esencial. O acaso, para ser fiel a la deliciosa ambigüedad del epígrafe, deba decir que al examinarlas desde la distancia, las situaciones, los personajes y las emociones se depuran y quedan reducidas a sus aspectos esenciales. Pero, atención: distancia no es lo mismo que frialdad, es más bien una perspectiva que nos permite aquilatar lo que vivimos con mayor claridad. También los sentimientos se depuran con la distancia, como aprendemos pronto en la vida, y depuradas están las emociones que trasuntan estos poemas.  
Muchos de los asuntos que Camilo examina y trae a la palabra en sus poemas, tienen que ver con su vida personal, pero precisamente al considerarlas desde la distancia, desde la distancia poética, adquieren resonancias universales. ¿Acaso no somos todos irreconocibles puntos observados desde lejos?
Pero no solo los personajes, las situaciones y las emociones se reducen aquí a lo esencial: también y, sobre todo, los textos se depuran, se despojan de todo exceso retórico, como si para romper la fuerza gravitacional del planeta, debieran despojarse de todo lo accesorio. ¿Es entonces la poesía una búsqueda de “lo esencial”? Sospecho que cualquier poeta estaría de acuerdo con esta afirmación, pero dudo mucho que existan dos poetas que coincidan respecto a qué es lo esencial y cómo comunicarlo.
La lectura de este libro me plantea además una pregunta que me acompaña en estos días. ¿Para qué sirve la imaginación? En estas páginas el autor se vale de la imaginería propia de la astronáutica para elaborar sus textos: la astronáutica como experiencia límite de la distancia, al menos como puede experimentarla un ser humano.  
Renace entonces, de lo profundo de mi memoria, la imaginería con la que me nutrí de niño: el proyecto Apolo, el Módulo Lunar y, mucho más tarde, el malhadado Challenger que da título al libro.  Tal imaginería está hondamente arraigada en mi memoria y ha nutrido mi imaginación durante décadas.
Leyendo estas páginas, constato con asombro que también ha alimentado y nutrido la imaginación de alguien menor que yo. A través de estas imágenes, por medio de ellas, conseguimos comunicarnos a un nivel más profundo del que lograríamos mediante los conceptos, dos personas a quienes separan en edad dos décadas. Las imágenes, el arsenal de la imaginación, sin duda sirve también para eso: para generar sentido y compartir experiencias más allá del flujo y la corrosión del tiempo.
En este viaje espacial sin destino cierto, soy coetáneo de Camilo y escuchamos en órbita Space Oddity, de David Bowie.