“LO QUE
CREA LA POESÍA ES LA DISTANCIA”. El enunciado es toda una declaración de
principios y Camilo Retana inicia su poemario “Challenger”, publicado
recientemente por la EUNED, con este epígrafe de Barbey d´Aurevilly. La frase me
cautiva por su exquisita ambigüedad: ¿es la poesía el resultado de un efecto de
distanciamiento o, por el contrario, es el distanciamiento un efecto del texto
poético? No consigo resolver la disyuntiva, pero ambas posibilidades me
resultan atractivas.
Tan pronto
me adentro en las páginas del libro, advierto que, en efecto, la distancia se
impone en estos textos. Los sujetos, las situaciones y las emociones son abordados
desde una distancia que los reduce a lo esencial. O acaso, para ser fiel a la deliciosa
ambigüedad del epígrafe, deba decir que al examinarlas desde la distancia, las
situaciones, los personajes y las emociones se depuran y quedan reducidas a sus
aspectos esenciales. Pero, atención: distancia no es lo mismo que frialdad, es más
bien una perspectiva que nos permite aquilatar lo que vivimos con mayor
claridad. También los sentimientos se depuran con la distancia, como aprendemos
pronto en la vida, y depuradas están las emociones que trasuntan estos poemas.
Muchos de
los asuntos que Camilo examina y trae a la palabra en sus poemas, tienen que
ver con su vida personal, pero precisamente al considerarlas desde la
distancia, desde la distancia poética, adquieren resonancias universales. ¿Acaso
no somos todos irreconocibles puntos observados desde lejos?
Pero no
solo los personajes, las situaciones y las emociones se reducen aquí a lo
esencial: también y, sobre todo, los textos se depuran, se despojan de todo exceso
retórico, como si para romper la fuerza gravitacional del planeta, debieran
despojarse de todo lo accesorio. ¿Es entonces la poesía una búsqueda de “lo
esencial”? Sospecho que cualquier poeta estaría de acuerdo con esta afirmación,
pero dudo mucho que existan dos poetas que coincidan respecto a qué es lo
esencial y cómo comunicarlo.
La lectura
de este libro me plantea además una pregunta que me acompaña en estos días. ¿Para
qué sirve la imaginación? En estas páginas el autor se vale de la imaginería propia
de la astronáutica para elaborar sus textos: la astronáutica como experiencia
límite de la distancia, al menos como puede experimentarla un ser humano.
Renace entonces,
de lo profundo de mi memoria, la imaginería con la que me nutrí de niño: el
proyecto Apolo, el Módulo Lunar y, mucho más tarde, el malhadado Challenger que
da título al libro. Tal imaginería está
hondamente arraigada en mi memoria y ha nutrido mi imaginación durante décadas.
Leyendo
estas páginas, constato con asombro que también ha alimentado y nutrido la
imaginación de alguien menor que yo. A través de estas imágenes, por medio de
ellas, conseguimos comunicarnos a un nivel más profundo del que lograríamos
mediante los conceptos, dos personas a quienes separan en edad dos décadas. Las
imágenes, el arsenal de la imaginación, sin duda sirve también para eso: para generar
sentido y compartir experiencias más allá del flujo y la corrosión del tiempo.
En este
viaje espacial sin destino cierto, soy coetáneo de Camilo y escuchamos en
órbita Space Oddity, de David Bowie.