domingo, noviembre 09, 2014

TIEMPO

En el oscuro pozo de la noche,

¿es espuma o son estrellas
lo que brilla?

martes, septiembre 30, 2014

¿Cuánto dura un instante?


Una vida es un conjunto de experiencias, la suma de ellas constituye lo que al cabo llamaremos “mi vida”. Desde luego, esta solo es una perspectiva, una forma de considerar el asunto, otras existen… Nadie puede dar cuenta de su vida (menos aún de la vida de otros), pues el espesor del tiempo, su densidad, resultan ilimitados. ¿Cuánto  dura un instante?  ¿Cuál es el alcance de una experiencia?
No obstante, sabemos que los instantes pasan y que las experiencias se suceden. Tal y como descubrió respecto del espacio Zenón de Elea, un instante puede descomponerse hasta el infinito. Fue así como el memorioso Funes nos  reveló que el relato de una vida tomaría al menos tanto tiempo como vivirla. Y agregaría yo: y aun así quedaría incompleto, pues restaría el relato de la experiencia de morir, el punto final del capítulo o de la novela –sobre el asunto existen opiniones encontradas–.
Por ello comparto la perspectiva de Víctor Frankl y otros pensadores que han puesto de manifiesto que el asunto medular de la existencia humana, es el significado o el sentido que damos a lo que vivimos. No obstante, con ello el asunto se complica pues, con la idea de “significado”, introducimos también la de alguien, un sujeto, que ordena, valora, discrimina e interpreta las experiencias. Mas como anotara Schopenhauer hace más de un siglo, cuando la palabra “hombre” todavía significaba “ser humano”, “un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere”. O, parafraseando a Lacan, ¿cómo afirmar “yo quiero” si yo mismo soy efecto o consecuencia del deseo de otros, no solo en el sentido literal (el linaje, la genealogía), sino también, en sentido amplio, producto y efecto de mi época, de mi tiempo histórico? Así resulta que, en tanto sujeto de mi deseo y de mi voluntad, yo no soy yo.
Sea como sea (aún por la ilusión de ser sujetos), afirmamos constantemente: “yo quiero” y  también “no quiero”, “sí” y “no”, las dos palabras más importantes de cuantas existen, como nos enseña Nietzsche en su Zarathustra.
Acaso sería más justo decir, como lo hicieron los filósofos existencialistas a mediados del siglo pasado, que somos un proyecto, un constante hacernos: más que sujetos acabados, somos un camino, una dirección… Puede que seamos efecto del deseo de otros, pero en algún momento, o progresivamente, aceptamos vivir, y con ello el desafío de hacer algo con esto que somos… Eso que poco a poco se afirma y emerge, que se manifiesta ante los otros mediante actos y palabras, y ante nosotros mismos, además, como sentimientos y  pensamientos, eso es lo que somos
Sin embargo, existe una parcela enorme de nuestra experiencia de la que nunca nos constituimos en sujetos, de la que jamás diremos “yo soy eso”, no porque no hayamos elegido esas experiencias (siempre es posible elegir la forma como interpretamos, el sentido que damos, a aquello se nos impone), sino más bien porque algo, alguien, ¿qué?, ¿nosotros mismos?, decide que eso no es relevante y lo excluye de la historia, del relato y de la experiencia significativa: sueños, temores inconfesables, actos reflejos y fallidos y el largo etcétera que Freud y sus amigos han estudiado durante más de un siglo…
A ello debemos agregar todas las experiencias que ignoramos o excluimos porque no logramos interpretarlas de manera satisfactoria. Nuestra capacidad de conceder valor y sentido a lo que vivimos depende, en buena medida, de la existencia de un marco (conceptual y valorativo) que nos permita interpretarlo. Tal es una función de las religiones, los mitos, los sistemas de creencias y de pensamiento, incluyendo el “sentido común” y el pensamiento científico. 
De la misma forma en que solo un pequeño porcentaje del ADN de los genes contiene información relevante para la reproducción, se diría que más del ochenta por ciento de nuestras experiencias son, o al menos parecen, inútiles, en este “ser haciéndonos” que es nuestra historia, la historia de quienes decimos ser.
¿Cómo explorar esa zona constituida por experiencias que hemos descartado por razones diversas, no siempre las mismas? Un relato de las experiencias relegadas por el sujeto, excluidas del sentido, ¿cómo hacerlo? O también: acercarse a la experiencia propia como si fuera de otro, ¿es posible esto?
Cualquier tentativa de entender lo que somos ha de contemplar las dos dimensiones: la que está a la luz, por decirlo de alguna forma, y la de todo lo que hemos descartado porque desquicia nuestra idea de lo que somos, porque no logramos comprenderlo o porque, por algún otro motivo, no tiene cabida en el relato que hemos construido acerca de nosotros mismos. 



martes, agosto 05, 2014

PÁJARO Y TORO

Toro alado. Origami de Daniel Naranjo

Entre un pájaro espantapájaros y un toro suicida se teje el dolor de mis quebrantos. El toro no soporta la belleza del pájaro, pues lo hace sentir monstruoso hasta el suicidio; el pájaro está escindido entre el deseo de plenitud y una oscura idea del deber que lo ata, y es así como siendo pájaro, es también espantapájaros.
            Pero yo soy el toro, soy el pájaro y el espantapájaros.
            Soy toro, búfalo y bisonte: La energía de la tierra me atraviesa y, como el gran toro que pintó Picasso en el Guernica, tengo el culo abierto y mi agujero expuesto, pero también mi verga poderosa y buena, pura como la tierra y como el viento. Soy el toro por siempre enamorado de la luna. Junto al río rasgo la arena hasta estampar mi huella. Casi naranjas mis ojos, el vaho de mi aliento brilla en la noche de búhos y estrellas, mientras cometas chisporrotean por el cielo.
            Y soy el pájaro partido en dos, escindido entre el deseo de belleza, plenitud,  libertad y goce, y la condena que me ata a la muerte del deseo. Preso de espaldas a la dicha, hermano de mi enemigo, condenado por la antigua bula que sentencia: “¡Jamás serás mío!”
            Hoy pájaro rompo mi cadena y mi condena, la maciza torre se desploma hecha añicos. Libre por fin el toro vuelo hacia el pájaro y juntos avanzamos hacia la enredadera de frutos y dorados caminos.
Pájaro y toro por fin unidos.
(1997)


lunes, agosto 04, 2014

CUERPO Y TEXTO

Las palabras que leemos son apenas  la superficie exterior de un texto, la piel  que lo contiene y envuelve. Bajo ellas está el  esqueleto que lo organiza y estructura. Y entre ambos  los personajes, las acciones y las situaciones narrativas, es decir, el sistema nervioso, los músculos y los órganos que le dan vida.

lunes, julio 28, 2014

RESPIRACIÓN ARTIFICIAL

Hacía años le traía ganas a esta novela de Piglia. El libro está recomendado por una reputación bien cimentada, más de tres décadas después de haber visto la luz (1980), y no por la evanescente espuma de las listas de ventas. Días atrás encontré un buen ejemplar (Anagrama, 2001) en los puestos de libros usados de la calle de la Condesa, en el D.F.., y sin pensarlo mucho me hice con él.
“¿Hay una historia?” Es la pregunta que abre el libro. Y, en seguida, uno de los personajes/narradores responde: “Si hay una historia empieza hace tres años…” Todo el relato será, en cierta forma, una búsqueda de esa historia o, mejor dicho, una búsqueda de los límites de la historia, de aquello que la cierre o la defina, pero estos límites se escapan sin cesar, pues la historia se abre siempre a una dimensión nueva, transmutando lo que suponíamos era el objeto del relato en algo distinto. Por ello me parece que la mejor aproximación a la idea de este novela (o quizás valga decir, a su estructura), es la de una fuga, en el sentido musical del término. Al final de cuentas, cuando el libro se cierra, cuando la respuesta a la pregunta inicial parece llegar, la pregunta ya es otra, la historia es otra, aunque no sepamos exactamente cuál.
Respiración artificial es un libro que nunca deja de hacerse, que mientras leemos parece siempre en formación, lo que constituye un desafío y un placer para ciertos lectores, entre los que desde ya me cuento. Cierto: se respira a veces un exceso de autoconciencia literaria, como lo pone de manifiesto la extensa y provocadora discusión sobre la literatura argentina con que inicia la segunda parte del libro, y por momentos asoma también la sensación incómoda de que el autor pretende demostrar a toda costa que es muy listo (que es más listo que nosotros). ¿Pero qué vamos a hacerle? Piglia es muy listo, es más listo que nosotros, no hay duda de ello, como lo prueban las no menos lúcidas ni menos provocadoras disquisiciones sobre el fracaso, la filosofía y otros tópicos que pueblan las páginas de esa segunda parte titulada, de manera a un tiempo provocadora y sugerente, Descartes. No menos sugerente es su juego con la idea de un encuentro de Hitler y Kafka en Praga, 1910, y su impacto para la literatura del escritor, aunque desde luego también aquí los límites e interacciones entre el discurso de la ficción y la supuesta verdad histórica constituyen el punto central de su abordaje: ¿cuál brinda "respiración artificial" y cuál la recibe?
Después de lo dicho, alguien podría, legítimamente, preguntar: ¿Pero más allá de lo formal, de lo literario, cuál es el asunto de este libro, de qué quiere hablarnos? La respuesta ha de apuntar,  necesariamente, a la construcción del relato o, con mayor precisión, de la Historia como relato. ¿Cómo se construye el relato de la historia y, más precisamente, el relato de la historia nacional? Traición, exilio, utopía, son palabras recurrentes en boca de los diversos relatores/escritores/corresponsales con cuyas voces se construye el texto. ¿Cuál es la distancia que separa a un héroe de un traidor? Un silencio. Una palabra. Puesto que el relato de la historia está construido con silencios vergonzantes o malintencionados y con palabras alucinadas o interesadas, es preciso sospechar, desconfíar. ¿Pero llegamos algún día a conocer "lo real"? Y en ese caso, ¿es posible dar cuenta de ello y cómo hacerlo?
Aquí se hace inevitable recordar que el libro fue publicado por primera vez durante los años de la dictadura militar en la Argentina,  lo que le confiere nuevos sentidos y convierte su relativo (o aparente) carácter críptico, en una insinuación de resistencia política, como ocurre con tantas obras aparecidas en el ambiente sofocante de regímenes opresivos.
Pero si Respiración artificial no fuera entretenido -más aún, si no fuera divertido-, sería un buen libro, un libro valiente para algunos, oportuno para otros, pero no sería genial. Pero además de inteligente, inquietante y provocador, es también divertido, y por ello me parece genial. 

jueves, julio 24, 2014

EL YO

La cola cercenada
de una lagartija
sabe que no
es

nada más furiosamente reivindicativo
que lo que sospecha de su falsedad

nada teme más
a la verdad
que la mentira


                                                               diciembre 2011

jueves, julio 17, 2014

TAMBIÉN LA MUERTE ACABA

            1
(En el cementerio)

Aquellos que en su día
me lloraron

Ya fueron olvidados

Nuestros huesos se funden

Pero en el rostro del extraño
que asoma

reconozco un gesto
y respiro

Somos los mismos


           2
Todos los muertos
viven en mí

He vivido
todas las muertes

Somos los mismos


         3
El mar

Donde se gesta todo
Y donde todo acaba

Aquí los ríos
rinden sus aguas
y se extinguen

Pero incesantes olas
ganan forma
estallan

y en lo que desaparecen

despuntan otras


          4
¿Y no es la doble hélice
del ácido desoxirribonucleico
otro tótem
para honrar a los ancestros?


                                  (México, DF, San José, Costa Rica, julio 2014)

viernes, junio 06, 2014

Lo viejo da lugar a lo nuevo

“Lo viejo da lugar a lo nuevo”, es una ley. Pero lo nuevo se gesta e irrumpe en todo cuanto existe, en todo lo que acontece, incluyendo lo viejo. La renovación no cesa y no conoce límites. Incluso la muerte es una renovación, un irrumpir de lo nuevo. La única muerte verdadera es la fosilización
.

miércoles, junio 04, 2014

MADRE E HIJA

Madre,

Estos son mis despojos
que pongo aquí a tus pies
como un cumplido homenaje
de mi odio.

Como ves
la devastación fue completa
y de la lozana niña que pariste
nada queda.

Ya soy casi una vieja.

Solo espero que
tu senilidad no impida  
que valores mi obra y
reconozcas mi triunfo.

¿O aún en tu avanzada senectud insistirás
en simular tu insidioso amor de madre
el abrazo del que huí espantada
y al que ahora
vuelvo derrotada?


Junio, 2014

lunes, enero 27, 2014

DESDE EL FUTURO

Tendría doce, trece años de edad y con mis amigos de entonces imaginábamos lo que sería nuestra vida, nuestro barrio, nuestra ciudad, treinta o cuarenta años después… Desde luego, lo que imaginábamos entonces estaba determinado, en buena medida, por lo que veíamos en la televisión, en el cine y en los diarios, pero también por lo que nuestros padres y otros adultos nos transmitían en sus conversaciones. (Obviamente, sus visiones  también estaban influidas por los medios de comunicación, pero en ellas pesaba además  su experiencia vital.)
En aquellas visiones, el cambio tecnológico tenía un papel fundamental. En pleno desarrollo de la carrera espacial, en medio de la Guerra Fría, la tecnología era piedra angular de cualquier  visión del futuro, como creo que, para muchos, continúa siéndolo hoy. Ante cualquier innovación tecnológica que irrumpiera en el mercado o asomara en el firmamento, la reacción espontánea en boca de todos era: el futuro será así, pero más, mucho más de lo que ahora vemos e incluso de lo que somos capaces de imaginar… Pero, además de los cambios tecnológicos (por lo general relacionados con los armamentos, los medios de transporte y de comunicación), aquellas visiones abarcaban otras dimensiones de la vida, como la fisonomía del espacio urbano, el valor monetario de ciertos productos o la moda y las costumbres.
Hoy, al cabo de treinta o cuarenta años, puedo decir con certeza que muchas de aquellas imágenes se materializaron o están en camino de hacerlo. Quizás carezcan de la espectacularidad que les atribuíamos (o acaso nos hemos familiarizado con ellas), pero sin duda están aquí.  En otras palabras, esto que vivo hoy es el futuro que imaginaba cuando niño. Camino, me alimento y respiro en lo que entonces constituía el escenario incierto del futuro. Exploro el paisaje que me rodea y me pregunto cuánto se parece a lo que entonces imaginaba. ¿Cómo y en qué se asemejan las imaginaciones de entonces a lo que ahora me devuelven los sentidos?
Lo primero que debo decir, es que este futuro que vivo carece de la radicalidad del que imaginaba. Esto es el futuro, no hay duda de ello: mucho de lo que veo y recibo contrasta, a veces de manera dramática, con lo que había entonces. El paisaje alrededor se ha transformado de manera sustancial, pero si miro con atención, descubro aquí y allá restos, vestigios, trozos enteros de mi antigua realidad. Este futuro que vivo arrastra parcelas de aquello que fue: es híbrido, mixto, impuro, bastardo, mestizo… Más aún, si miro con atención descubro, entre algunas de las cosas que pasan por nuevas, el sello inconfundible de lo conocido y antiguo: se trata de reelaboraciones apenas  maquilladas de cosas que vienen de atrás y que, no obstante, se presentan como novedades.
Pero el futuro carece de la radicalidad que le atribuíamos también en otro sentido. Conforme exploro este mundo, me doy cuenta de que las marcas y distintivos del futuro están desigualmente distribuidos. En algunos sitios dominan el paisaje, pero en otros están apenas presentes, y el pasado –o en cualquier caso algo que no es el pasado, pero tampoco el futuro como lo imaginábamos–, es lo que domina. Hay regiones que quedaron afuera del futuro y también del pasado, una zona indefinida, parecida a un escenario de guerra; grandes agujeros donde no hay rastros del pasado ni señales del futuro, sino una especie de tierra arrasada donde, al cabo del tiempo, cualquier cosa puede surgir.
Recurriendo a la imagen del río, la favorita de siempre para representar el tiempo, diría que aquí la corriente arrastra cosas que vienen de muy atrás: al contrario de lo que suponíamos, el pasado persiste, resiste, está presente, asoma aquí y allá entre las aguas y se niega a hundirse y desaparecer.
Todo esto me lleva a pensar que el futuro, cualquier futuro, está referido siempre a un sujeto. No existe “el futuro” sino “mi futuro” o “nuestro futuro” o “su futuro”. Ciertamente, el escenario de mi futuro no será el mismo que el de mis hijos o mis nietos, pero tampoco, quizás, el mismo de mi vecino ni el de muchos de mis coetáneos. De la misma forma, “nuestro futuro” –cualquiera que sea el nosotros al que se aluda en la frase–, tampoco será necesariamente el mismo que “el futuro de ellos”, cualquiera que sea el ellos aquí designado. (Esto, con la salvedad de la muerte, que obviamente es el horizonte que nos aguarda a todos sin excepción.)
Lo dicho también me lleva a pensar en la imaginería revolucionaria. Históricamente, las revoluciones sociales han apelado a una suerte de “tábula rasa” con el pasado, tal y como lo hacía (y continúa haciéndolo) la imaginería del capitalismo avanzado, con sus imágenes de innovación tecnológica y velocidad.  (No es casual que uno de los estribillos recurrentes de la publicidad sea el que nos presenta a los nuevos productos como “revolucionarios”.) Pero, tal y como en el capitalismo avanzado “el futuro” carece de la radicalidad con que lo imaginábamos, ocurre con las revoluciones sociales. Incluso aquellas consideradas exitosas, como la francesa, han debido lidiar con el pasado que se niega a morir y se las arregla para regresar, en ocasiones transformado, investido de nuevos ropajes y características.
Para el cambio y las transformaciones no hay atajos, sobrevienen cuando las condiciones son propicias. Ello supone la obsolescencia y descomposición de lo viejo, la vitalidad impaciente de lo nuevo y un entorno general favorable. Pero en la complejidad multidimensional de la sociedad –y del individuo-, es improbable, por no decir imposible, que estas condiciones se den simultáneamente en todos los diversos planos o dimensiones que los integran.

Así pues, la naturaleza de los cambios societales –la transformación de las tecnologías, los valores, los usos y costumbres y las relaciones sociales– es un proceso lento,  contradictorio, de afirmaciones y rechazos. Y lo mismo ocurre con los cambios personales, intrapsíquicos. Salvo en la mentalidad mágica o infantil o en la comunicación propagandística y publicitaria, es imposible el reemplazo de todo lo existente por algo enteramente nuevo. El surgimiento o la implantación de lo nuevo es progresivo y ocurre en medio de contradicciones, tanteos y resistencias. El futuro es por definición impuro y en él confluyen nuestra historia y nuestros  anhelos: los míos, los tuyos, los nuestros y los de ellos...

domingo, enero 05, 2014

2666, de Roberto Bolaño

Evitemos frases grandilocuentes. 2666 es una novela, o un conjunto de novelas, desconcertantes y al mismo tiempo inquietantes. Desde mi punto de vista, de lo que Bolaño ha querido hablarnos aquí es de lo inexplicable de la conducta humana  y de lo absurdo de nuestra condición, así como también (y por ello mismo) de la irracionalidad de la Historia. Por eso la narración es casi siempre impredecible, los personajes actúan impulsados por motivos o razones que ellos ni justifican ni entienden y que nosotros, como lectores, rara vez logramos comprender, pero en donde sin embargo entrevemos cierta coherencia que se nos escapa. Supongo que, para abordar el mismo tema, un escritor francés de los años cuarenta o cincuenta (ciertamente, no Camus) habría puesto a los personajes a reflexionar y a dialogar acerca de lo absurdo de nuestra condición y de la Historia como el escenario donde esta se despliega, pero en lugar de hacer esto, Bolaño recrea este accionar absurdo y casi siempre incomprensible. El que todos los hilos narrativos queden deliberadamente abiertos, sin ningún asomo de algo que pueda  ni remotamente considerarse un "cierre" o "final", contribuye a este efecto.
Las historias que se nos relatan en el libro son, hasta cierto punto, accesorias, secundarias. No creo que lo importante aquí sean los crímenes de mujeres en Ciudad Juárez, como algunos han querido ver. Los crímenes son útiles en tanto ilustran a la perfección (más como telón de fondo) el absurdo inabordable de nuestra condición. Lo mismo ocurre con la estupenda recreación que Bolaño hace de algunos episodios de la Segunda Guerra Mundial. Pero el mismo carácter inexplicable tiene la conducta, por lo demás inocua, de los críticos literarios especialistas en Archimboldi, el autor alemán cuya figura atraviesa (a veces más como una sombra) varios libros del conjunto. Tan inexplicables e incomprensibles como los crímenes de Ciudad Juárez son la mayoría de nuestras acciones.
Por ello pienso que lo esencial en 2666 es la visión de los personajes o, con mayor precisión, de la conducta de los personajes, de su accionar. Bolaño nos propone aquí su visión (o al menos una visión) del ser humano en donde, insisto, lo irracional, lo absurdo, lo inexplicable, son la nota central. Ni siquiera las pasiones humanas ni los vicios o las perversiones consiguen explicar nuestra conducta.
Creo que este es el sustrato más inquietante de esta obra, pues mal que bien, todos alentamos la ilusión de que nuestra vida (es decir, nuestro actuar), obedece a ciertos fines u objetivos, y que en virtud de ellos nos podemos redimir y justificar. El desierto de Sonora es el escenario donde todas las historias se extinguen, van a morir como arroyos devorados por las tierra reseca, y me parece que la imagen es lo bastante explícita como para obviar cualquier comentario.

En definitiva, creo que 2666 es una larga (tal vez demasiado, pero ese es Bolaño y al que no le guste, que lea Pedro Páramo) glosa de aquella frase de Shakespeare, en Macbeth: "La vida es un cuento contado por un idiota, llena de ruido de furia, que no significa nada."