En sus “Diarios de la II Guerra Mundial”, el escritor alemán Ernst Jünger se refiere a los bombardeos realizados a partir de 1943 por la aviación aliada sobre las ciudades alemanas. En muchas ocasiones estos bombardeos se realizaron con fósforo líquido y sobre ciudades habitadas enteramente por población civil. Por su descripción, cabe concluir que el fósforo líquido es el antecedente directo del napalm: una sustancia inflamable que, una vez que toca un cuerpo, no puede desprenderse de él... Nadie sabe con certeza cuántas personas murieron en aquellos bombardeos, pero se estima que solo en la ciudad de Hamburgo murieron en una noche cerca de 200 mil. Algo similar ocurrió después, cuando los aviones norteamericanos lanzaron miles de bombas incendiarias sobre Tokio, borrándola del mapa junto a más de 100 mil de sus habitantes, para no hablar aquí una vez más de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki... Estos horrores son conocidos, aunque no tanto como las atrocidades del bando opuesto.
Desde siempre hemos tenido por incuestionable la superioridad de la causa aliada, pero a la luz de estos hechos, surgen algunas preguntas.
No pretendo poner en entredicho el carácter abominable del nazifacismo como ideología, ni tampoco el hecho de que la agresión militar surgió de los ejércitos alemán, italiano y japonés, y por tanto, que los demás pueblos de la Tierra tenían el derecho y el deber de defenderse hasta las últimas consecuencias... Ciertamente el desprecio de la vida humana y de muchos otros valores que consideramos el fundamento de nuestra civilización, encontraron en los gobiernos y ejércitos amparados en aquella ideología una expresión hasta entonces desconocida... Sin duda, el asesinato de millones de inocentes consumado con frialdad y cinismo en los campos de exterminio, resulta monstruoso, incomprensible y desolador... Tampoco discuto nuestra deuda con los millones de seres humanos que ofrendaron su vida para salvar la democracia y otros valores sobre los cuales se edifica nuestra convivencia.
Pero, si la causa que ahí se abanderaba me resulta, como dije, justa y superior, ¿estuvieron a su altura los métodos y medios empleados para defenderla? ¿Hay alguna diferencia –y si la hay, cuál es–, entre el horror de los campos de exterminio y el bombardeo ilimitado y masivo sobre ciudades enteras habitadas por población civil? Los aliados sabían que en cada uno de aquellos bombardeos morirían decenas de miles de inocentes, pero los justificaron aduciendo que “desmoralizaban al enemigo”.
¿Se puede, entonces, matar inocentes en defensa de la justicia y de la libertad sin que estos principios o valores se degraden? Si la respuesta es negativa, tendremos que admitir que la superioridad ética de la causa aliada se perdió en el camino, puesto que ambos bandos actuaron con similar salvajismo.
Y si esto es así, entonces cabe preguntarnos ¿quién ganó la guerra? ¿Sobre qué está edificada nuestra actual convivencia, es decir, cuál es nuestro legado y de qué somos herederos?
Si, por el contrario, aceptásemos que “el fin justifica los medios” (o más matizadamente, que en ciertas circunstancias extremas, esto es así), tendríamos que asumir las consecuencias que de ahí se derivan... Pues entonces resultará difícil condenar muchos de los actos de terrorismo que hoy condenamos sin titubeo, y más difícil aún explicar a millones de personas y a decenas de naciones y pueblos cuya existencia está amenazada en este momento, por qué no es razonable ni justo que ellos recurran a todos los medios a su alcance para garantizársela...
Tal vez sí; tal vez debemos aceptar como un hecho terrible pero inevitable que, en circunstancias extremas, los fines que defendemos justifican el uso de cualquier medio... Pero entonces, ¿quién y cómo determinará cuáles fines son legítimos y cuándo son verdaderamente extremas las circunstancias? ¿Y qué hemos de hacer si, por una situación fortuita, resultamos nosotros en el bando de los que según otros deben morir, como ocurrió a los judíos que cayeron en manos de los nazis, a las mujeres, ancianos y niños de las ciudades japonesas y alemanas, o a los turistas y empleados de las Torres Gemelas?
De la misma forma como los vencidos en aquel conflicto han debido realizar un profundo y doloroso examen de lo ocurrido, los vencedores deberían abandonar su comodidad y conformismo éticos y hacer otro tanto.
En lo que a todos los demás respecta, creo que debemos asumir que, entre los sacrificados en defensa de la democracia y de los valores que consideramos el fundamento de nuestra civilización, debemos contabilizar también a los cientos de miles de niños y mujeres y ancianos y hombres inocentes que murieron calcinados en las ciudades japonesas y alemanas durante los bombardeos aliados...
Esa deuda con la verdad, con la justicia y con la historia continúa pendiente, y asumirla y honrarla haría mucho bien a la conciencia de todos los pueblos que se vieron involucrados en aquel torbellino de horrores... “La verdad os hará libres”.
FLORES PARA UNA JOVEN JAPONESA Y UN NIÑO ALEMAN
MUERTOS EN LOS BOMBARDEOS (1943-45)
Nadie les preguntó si estaban de acuerdo
en ofrendar su vida por la libertad
la democracia la justicia
y otras palabras que ellos
nunca oyeron
Eran niños y sus cuerpos
de repente
ardieron
Sombras
Sus vidas fueron cortas
Sus risas las recuerdo
Desde siempre hemos tenido por incuestionable la superioridad de la causa aliada, pero a la luz de estos hechos, surgen algunas preguntas.
No pretendo poner en entredicho el carácter abominable del nazifacismo como ideología, ni tampoco el hecho de que la agresión militar surgió de los ejércitos alemán, italiano y japonés, y por tanto, que los demás pueblos de la Tierra tenían el derecho y el deber de defenderse hasta las últimas consecuencias... Ciertamente el desprecio de la vida humana y de muchos otros valores que consideramos el fundamento de nuestra civilización, encontraron en los gobiernos y ejércitos amparados en aquella ideología una expresión hasta entonces desconocida... Sin duda, el asesinato de millones de inocentes consumado con frialdad y cinismo en los campos de exterminio, resulta monstruoso, incomprensible y desolador... Tampoco discuto nuestra deuda con los millones de seres humanos que ofrendaron su vida para salvar la democracia y otros valores sobre los cuales se edifica nuestra convivencia.
Pero, si la causa que ahí se abanderaba me resulta, como dije, justa y superior, ¿estuvieron a su altura los métodos y medios empleados para defenderla? ¿Hay alguna diferencia –y si la hay, cuál es–, entre el horror de los campos de exterminio y el bombardeo ilimitado y masivo sobre ciudades enteras habitadas por población civil? Los aliados sabían que en cada uno de aquellos bombardeos morirían decenas de miles de inocentes, pero los justificaron aduciendo que “desmoralizaban al enemigo”.
¿Se puede, entonces, matar inocentes en defensa de la justicia y de la libertad sin que estos principios o valores se degraden? Si la respuesta es negativa, tendremos que admitir que la superioridad ética de la causa aliada se perdió en el camino, puesto que ambos bandos actuaron con similar salvajismo.
Y si esto es así, entonces cabe preguntarnos ¿quién ganó la guerra? ¿Sobre qué está edificada nuestra actual convivencia, es decir, cuál es nuestro legado y de qué somos herederos?
Si, por el contrario, aceptásemos que “el fin justifica los medios” (o más matizadamente, que en ciertas circunstancias extremas, esto es así), tendríamos que asumir las consecuencias que de ahí se derivan... Pues entonces resultará difícil condenar muchos de los actos de terrorismo que hoy condenamos sin titubeo, y más difícil aún explicar a millones de personas y a decenas de naciones y pueblos cuya existencia está amenazada en este momento, por qué no es razonable ni justo que ellos recurran a todos los medios a su alcance para garantizársela...
Tal vez sí; tal vez debemos aceptar como un hecho terrible pero inevitable que, en circunstancias extremas, los fines que defendemos justifican el uso de cualquier medio... Pero entonces, ¿quién y cómo determinará cuáles fines son legítimos y cuándo son verdaderamente extremas las circunstancias? ¿Y qué hemos de hacer si, por una situación fortuita, resultamos nosotros en el bando de los que según otros deben morir, como ocurrió a los judíos que cayeron en manos de los nazis, a las mujeres, ancianos y niños de las ciudades japonesas y alemanas, o a los turistas y empleados de las Torres Gemelas?
De la misma forma como los vencidos en aquel conflicto han debido realizar un profundo y doloroso examen de lo ocurrido, los vencedores deberían abandonar su comodidad y conformismo éticos y hacer otro tanto.
En lo que a todos los demás respecta, creo que debemos asumir que, entre los sacrificados en defensa de la democracia y de los valores que consideramos el fundamento de nuestra civilización, debemos contabilizar también a los cientos de miles de niños y mujeres y ancianos y hombres inocentes que murieron calcinados en las ciudades japonesas y alemanas durante los bombardeos aliados...
Esa deuda con la verdad, con la justicia y con la historia continúa pendiente, y asumirla y honrarla haría mucho bien a la conciencia de todos los pueblos que se vieron involucrados en aquel torbellino de horrores... “La verdad os hará libres”.
FLORES PARA UNA JOVEN JAPONESA Y UN NIÑO ALEMAN
MUERTOS EN LOS BOMBARDEOS (1943-45)
Nadie les preguntó si estaban de acuerdo
en ofrendar su vida por la libertad
la democracia la justicia
y otras palabras que ellos
nunca oyeron
Eran niños y sus cuerpos
de repente
ardieron
Sombras
Sus vidas fueron cortas
Sus risas las recuerdo