martes, enero 09, 2018

FIN DE PARTIDA


Maybe Managua, de Catalina Murillo. Uruk Editores (San José, 2017)

Es bien conocida aquella clasificación que afirma que existen básicamente dos tipos de relatos: los que centran su atención en los personajes y los que lo hacen en la acción o el argumento. Si hubiéramos de seguirla, no hay duda de que Maybe Managua (Uruk editores, 2017), la más reciente novela de Catalina Murillo (Costa Rica, 1970), se inscribe en la primera categoría, la de los relatos centrados en los personajes. En las 150 páginas de la novela, Murillo despliega su enorme capacidad para presentar los caracteres e interpretar su mundo emocional. Creeríamos estar ante una novela de corte psicológico, de no ser porque la autora construye a sus personajes desde una distancia implacable, sin piedad ni empatía, y parece tan interesada en dibujarlos como en juzgarlos. Esto, naturalmente, no es un defecto; antes bien, mucha de la fascinación que me produjo la lectura del libro deriva del juicio despiadado y certero que la autora destila párrafo a párrafo sobre ellos. Nadie se salva, ni el personaje principal, ni los secundarios; ni siquiera los extras o figurantes que aparecen fugazmente en alguna escena son redimidos por la mirada de la autora. Tampoco los escenarios urbanos –San José, Granada, Managua-, ni los naturales –playas, lagos y montañas de los dos países centroamericanos donde tiene lugar la acción–. El mundo completo que nos presenta Murillo está corroído por un malestar asfixiante: algo difuso pero omnipresente de lo que los personajes intentan vanamente huir, sin hacer otra cosa que hundirse más y más en él.
Lo que el argumento nos relata es, básicamente, el último acto en la vida de un cuarentón español que, en las postrimerías del siglo XX, ha venido a recalar a Centroamérica huyendo no sabe –ni sabemos– bien de qué, ni tampoco en busca de qué. El malestar en la cultura, que decía Freud, el hartazgo y el hastío del capitalismo avanzado, la inteligencia hiperinformada dirigida como daga contra sí misma.  Bastan algunos días acompañando los pasos de Juan, el protagonista, en su errática huída hacia ninguna parte, para comprender a cabalidad ante qué tipo de personaje estamos. El dibujo que de él hace la autora es, como he dicho, certero y amargo, y también lo es el de las tres mujeres con quienes se cruzará Juan en este “fin de partida”. Estos cuatro caracteres –y algún otro por ahí– están dibujados con precisión y mirada fría. El mundo emocional de los personajes ocupa el primer plano; más que sus acciones exteriores, o al menos tanto como ellas, la autora describe minuciosamente sus motivaciones y sentimientos. Y de todo ello desprende un juicio que, invariablemente, resulta amargo. “Mónica había hecho sufrir a pocos hombres, pero bien. Durante dos largas décadas, su única afición había sido esa: maltratar hombres, con el fervor de quien consuma una venganza.” (p. 126) El encuentro de Juan con esta especie de alter ego femenino se constituye en el climax de la novela y en una pre figuración del destino final del protagonista. El humor ácido que destilan muchos pasajes del libro es apenas un antídoto para el veneno que trasuntan sus páginas.
Una simple búsqueda en la Web me revela que, antes de ser la novela que es hoy, Maybe Managua fue un guión cinematográfico que, hasta la fecha, permanece sin realizarse. Aunque el palimpsesto no sea evidente, algunos trazos de esa antigua escritura permanecen en el libro.  Murillo no se interesa en esta novela por ningún tipo de exploración o búsqueda formal. El relato está construido linealmente y narrado de principio a fin por una voz omnisciente que se focaliza alternativamente en el protagonista y en los personajes con quienes este se cruza. Flaquea, quizás, la verosimilitud, con el truco de un pájaro estafador y, sobre todo, en el hecho de que un ave virtualmente extinta cruce legalmente por la frontera entre dos países sin ningún inconveniente. Mis amigas de UICN me darán la razón. Pero, a mi juicio, esto resulta peccata minuta. Quizás no estamos ante una novela ambiciosa desde el punto de vista del mundo narrado, pero sí ante una obra filosa, bien escrita y lograda.

Además de lo ya dicho, me interesa señalar al menos dos aspectos más de esta novela. Uno, que la acción tiene lugar en dos países centroamericanos (como ocurre también en La Casa de Moravia (2017), del salvadoreño Miguel Huezo Mixco). Tras consumarse la integración del espacio nacional en las literaturas centroamericanas, ¿estaremos acaso por iniciar un proceso de construcción del espacio regional en el plano literario? Y, segundo: a diferencia de otras novelas que, en las últimas décadas del siglo pasado nos propusieron relatos (y retratos) de aventureros europeos por tierras centroamericanas, en donde la mirada y la palabra fluían desde los centros de poder hacia las tristes periferias, aquí estamos ante la mirada ácida de una nativa que juzga descarnadamente al protagonista europeo de este extravío.