Maybe Managua, de Catalina Murillo. Uruk Editores (San José, 2017)
Es bien conocida aquella
clasificación que afirma que existen básicamente dos tipos de relatos: los que
centran su atención en los personajes y los que lo hacen en la acción o el
argumento. Si hubiéramos de seguirla, no hay duda de que Maybe Managua (Uruk editores, 2017), la más reciente novela de
Catalina Murillo (Costa Rica, 1970), se inscribe en la primera categoría, la de
los relatos centrados en los personajes. En las 150 páginas de la novela,
Murillo despliega su enorme capacidad para presentar los caracteres e interpretar
su mundo emocional. Creeríamos estar ante una novela de corte psicológico, de
no ser porque la autora construye a sus personajes desde una distancia implacable,
sin piedad ni empatía, y parece tan interesada en dibujarlos como en juzgarlos.
Esto, naturalmente, no es un defecto; antes bien, mucha de la fascinación que
me produjo la lectura del libro deriva del juicio despiadado y certero que la
autora destila párrafo a párrafo sobre ellos. Nadie se salva, ni el personaje
principal, ni los secundarios; ni siquiera los extras o figurantes que aparecen
fugazmente en alguna escena son redimidos por la mirada de la autora. Tampoco
los escenarios urbanos –San José, Granada, Managua-, ni los naturales –playas, lagos
y montañas de los dos países centroamericanos donde tiene lugar la acción–. El
mundo completo que nos presenta Murillo está corroído por un malestar asfixiante:
algo difuso pero omnipresente de lo que los personajes intentan vanamente huir,
sin hacer otra cosa que hundirse más y más en él.
Lo que el argumento nos relata es,
básicamente, el último acto en la vida de un cuarentón español que, en las
postrimerías del siglo XX, ha venido a recalar a Centroamérica huyendo no sabe –ni
sabemos– bien de qué, ni tampoco en busca de qué. El malestar en la cultura,
que decía Freud, el hartazgo y el hastío del capitalismo avanzado, la inteligencia
hiperinformada dirigida como daga contra sí misma. Bastan algunos días acompañando los pasos de
Juan, el protagonista, en su errática huída hacia ninguna parte, para
comprender a cabalidad ante qué tipo de personaje estamos. El dibujo que de él
hace la autora es, como he dicho, certero y amargo, y también lo es el de las
tres mujeres con quienes se cruzará Juan en este “fin de partida”. Estos cuatro
caracteres –y algún otro por ahí– están dibujados con precisión y mirada fría.
El mundo emocional de los personajes ocupa el primer plano; más que sus
acciones exteriores, o al menos tanto como ellas, la autora describe
minuciosamente sus motivaciones y sentimientos. Y de todo ello desprende un
juicio que, invariablemente, resulta amargo. “Mónica había hecho sufrir a pocos
hombres, pero bien. Durante dos largas décadas, su única afición había sido
esa: maltratar hombres, con el fervor de quien consuma una venganza.” (p. 126) El
encuentro de Juan con esta especie de alter
ego femenino se constituye en el climax de la novela y en una pre
figuración del destino final del protagonista. El humor ácido que destilan muchos
pasajes del libro es apenas un antídoto para el veneno que trasuntan sus
páginas.
Una simple búsqueda en la Web me
revela que, antes de ser la novela que es hoy, Maybe Managua fue un guión cinematográfico que, hasta la fecha,
permanece sin realizarse. Aunque el palimpsesto no sea evidente, algunos trazos
de esa antigua escritura permanecen en el libro. Murillo no se interesa en esta novela por ningún
tipo de exploración o búsqueda formal. El relato está construido linealmente y
narrado de principio a fin por una voz omnisciente que se focaliza alternativamente
en el protagonista y en los personajes con quienes este se cruza. Flaquea,
quizás, la verosimilitud, con el truco de un pájaro estafador y, sobre todo, en
el hecho de que un ave virtualmente extinta cruce legalmente por la frontera
entre dos países sin ningún inconveniente. Mis amigas de UICN me darán la
razón. Pero, a mi juicio, esto resulta peccata
minuta. Quizás no estamos ante una novela ambiciosa desde el punto de vista
del mundo narrado, pero sí ante una obra filosa, bien escrita y lograda.
Además de lo ya dicho, me
interesa señalar al menos dos aspectos más de esta novela. Uno, que la acción
tiene lugar en dos países centroamericanos (como ocurre también en La Casa de Moravia (2017), del
salvadoreño Miguel Huezo Mixco). Tras consumarse la integración del espacio
nacional en las literaturas centroamericanas, ¿estaremos acaso por iniciar un proceso
de construcción del espacio regional en el plano literario? Y, segundo: a
diferencia de otras novelas que, en las últimas décadas del siglo pasado nos
propusieron relatos (y retratos) de aventureros europeos por tierras
centroamericanas, en donde la mirada y la palabra fluían desde los centros de
poder hacia las tristes periferias, aquí estamos ante la mirada ácida de una nativa
que juzga descarnadamente al protagonista europeo de este extravío.