domingo, diciembre 04, 2005

La última novela de Rosa Montero


Mi año literario inició con la lectura de La loca de la casa, de Rosa Montero, regalo navideño de una buena amiga. No había leído otras obras de esta autora, y ese brillante libro-ensayo dedicado al proceso de creación literaria me reveló a una escritora de pensamiento original y profundo conocimiento y amor por la literatura.
Ahora, cuando casi concluye el año, llega a mis manos su última novela, Historia del Rey transparente (Alfaguara, 2005).

En esta extensa novela la escritora española recrea en diversos planos y desde varias perspectivas el mundo medieval. Por un lado se trata de una obra que dialoga permanentemente con las novelas fantásticas de la época, muy en particular con las de la saga del Rey Arturo (los Caballeros de la Tabla Redonda, Merlín El Mago, etc). Por otro lado, la obra nos propone un cuadro verosímil y bien documentado –aunque sin pretensiones de rigor historiográfico–, de algunas de las contradicciones y características más notables de la Alta Edad Media en Europa occidental. Por último, es también un relato de aventuras: el del destino fabuloso de la joven protagonista de la obra, Leola, quien habiendo nacido sierva de la gleba, se convierte en el Señor de Zarco, caballero y mercenario, para culminar su loco peregrinaje por este mundo en calidad de mujer de letras y conocimiento.
Estos tres códigos narrativos –el de la novela fantástica, el de la novela histórica y el de la novela de aventuras– se alternan y superponen a lo largo de las más de 500 páginas de la obra. Ciertamente el “salto” de un código o plano narrativo a otro no resulta siempre fácil de realizar para la autora ni de digerir para los lectores, pero tironeando alternativamente de uno y otro, la obra se lee, en líneas generales, con agrado e interés.
Una cuarta lectura que admite esta obra –y es esta la que más me interesó–, viene a ser la de una suerte de épica sobre la integración del siquismo. El peregrinaje de la protagonista por los campos del sur de Francia puede interpretarse, en una suerte de “gestalt”, como la progresiva integración de diferentes dimensiones o planos síquicos de un mismo ser. Así, el curioso grupo de aliados(as)/amigos(as) que en el curso de la obra va agrupándose en torno a la protagonista, vendrían a ser facetas o planos o dimensiones de ella misma.
Desde este punto de vista, la novela nos propone una visión del ser humano en donde el equilibrio –siempre fugaz y trabajosamente logrado–, se logra por la integración de los opuestos: Así, para alcanzar Leola su plenitud, ha debido “integrar” a la aldeana ignorante y a la bruja-curandera-sabia, al caballero de honor y al mercenario a sueldo, a la mujer y al hombre, al gigante-niño y a la enana-vieja, a la doncella virginal y al amante varonil y fornido, al Sordomudo Señor de las Letras e incluso a lo Desconocido... Solo cuando esta suerte de rompecabezas se ha completado –insisto, en una “gestalt” en donde los personajes son dimensiones internas que la protagonista va conquistando conforme avanza su aprendizaje de la vida–, alcanza ella la plenitud humana, precisamente en la Cumbre de la Montaña –representación simbólica por excelencia de la Sabiduría. Sea o no deliberado este plano alegórico, la novela, ciertamente, da lugar a él.
Desde esta perspectiva, el texto nos sugiere también una especie de “dialéctica” en el espíritu, según la cual es imposible avanzar en el camino de la evolución en línea recta, y más bien es inevitable dar rodeos, perder muchas veces la ruta e incluso adentrarse por sendas equivocadas, pues de otra forma nos será posible reconocer la acertada.
En el plano propiamente histórico, la autora hace una denuncia apasionada de los horrores del fanatismo religioso, relevando el horrible exterminio de seres humanos adherentes a sectas consideradas “heréticas” como la de los Albigenses (de la que nos ofrece un retrato amable y seductor) consumado por la Santa Inquisición bajo las órdenes del Vaticano.
Agradable –y por momentos incluso apasionante–, es fácil advertir en las páginas de esta novela a una escritora de talla y oficio. Me deja, sin embargo, la impresión de que mejores páginas suyas ha habido, y que seguramente mejores vendrán.