“¿Y cómo así”, dirán algunos, “el rostro de la Pelona es siempre el mismo: gélido y hediondo.” Pues no. Resulta que no. Hasta no hace mucho, morirse era volver a la tierra, “porque polvo eres y en polvo te convertirás”, es decir, alimentar con nuestros despojos la fecundidad terrenal, pues nos veíamos como frutos, luego de haber sido semillas, destinados a regresar a la tierra para que el ciclo continuara… Sin ir más lejos: el mismísimo Yavhé-Dios nos modeló con barro muy terrenal. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, en las ciudades superpobladas por habitantes conectados a la Internet, la muerte ya no sabe tierra, a Tierra, sino a cosmos, a Cosmos, a polvo estelar, a luz galáctica, a Energía Primordial. Los tiempos han cambiado y los Nuevos Sacerdotes -físicos y cosmólogos- poseedores de la Última Palabra, de la explicación definitiva sobre el funcionamiento del universo, nos hablan de mecánica cuántica y de colapso gravitacional, y también la Muerte -vieja compañera de andanzas- cambia de rostro o de máscara y asume, cada vez más, la investidura de fenómeno galáctico o de transmutación estelar --nada más trascendental que un cielo estrellado--. No me burlo ni critico esto -todos necesitamos y buscamos consuelo-, solo anoto la curiosa mutación de la muerte a la que asistimos.