Me encuentro en una encrucijada de caminos en la que todos los rótulos y leyendas han sido destruidos o borrados. En vano trato de leer o descifrar las palabras escritas en los muros. Sin embargo no estoy angustiado ni extraviado; ni siquiera diría que espero algo. De hecho, me siento tranquilo y orientado. Simplemente estoy ahí, mientras del camino enfrente de mi emergen con monótona regularidad autos conducidos por hombres vestidos de gala, como si se dirigieran a una graduación. Todos van en la misma dirección.
De pronto, en sentido opuesto, viene un carro manejado por una joven mujer. Ella detiene su auto frente a mi. Nos reconocemos con alegría y nos saludamos.
Sin bajarse del carro, ella me entrega un libro cuyo título es: “La puerta que llama”, escrito por una mujer egipcia. Una nota en francés, tal vez manuscrita, en la primera página: ¡Avec beacoup de surprises!