A veces la muerte trae consigo algo obsceno. No digo que siempre sea así: hay muertes naturales, razonables, quizás incluso elegidas y deseadas. Puede haber también –las hay sin duda- muertes injustas, indignantes, repulsivas, como las de los niños y los civiles en las guerras. En fin, el reino de la muerte es amplio, y no es del caso explorarlo aquí. Pero los obsceno propiamente no siempre viene con la muerte. Solo a veces.
Hace un par de semanas murió mi amigo Hermann. Hermann –hombre culto, inteligente, agudo– hablaba varios idiomas, era fanático del rock (de cierto rock, por supuesto) y lector voraz. Desde hace años era también un hombre de Internet, si cabe la expresión. De hecho, cuando descubrió la red, se dedicó durante algunos años a explorar sus posibilidades. Estuvo convencido de que los medios electrónicos transformarían la literatura de manera radical e irremediable. Exploró –no sé hasta dónde- las posibilidades del hipertexto, los relatos de múltiples finales, el papel de co-creador que, mediante los medios electrónicos, el lector podría adquirir. Yo no lo seguí en ese camino y no sé, por eso, hasta dónde llegó su exploración. Curiosamente nunca tuvo un blog. Hasta este año, hasta enero de este año... La suya fue una muerte repentina, inesperada. Una noche se sintió un poco mal y se fue a acostar. No se levantó más.
Tras su muerte, visito su blog: http://nosetos.blogspot.com/
Visitarlo me produce una sensación extraña, profunda, indefinida. Es peor que visitar la casa de alguien que recién murió. Hay algo obsceno aquí, pero no sé muy bien en dónde ni cómo definirlo.
¿No hay forma de poner una cruz en el blog? ¿Nadie puede agregar un último post para explicar que el autor murió? ¿Cuánto tiempo permanecerá en línea esto? Y quienes lo visiten sin saber que Hermann murió, ¿qué pensarán? ¿Qué se dirán? ¿Ni una explicación, nada?
Lo obsceno, si entiendo bien a Coetzee en “Elizabeth Costello”, es “mostrar aquello que jamás debió mostrarse”. Pero, a la luz de esto, habrá que decir también: obsceno es no mostrar aquello que debe ser mostrado.
Hace un par de semanas murió mi amigo Hermann. Hermann –hombre culto, inteligente, agudo– hablaba varios idiomas, era fanático del rock (de cierto rock, por supuesto) y lector voraz. Desde hace años era también un hombre de Internet, si cabe la expresión. De hecho, cuando descubrió la red, se dedicó durante algunos años a explorar sus posibilidades. Estuvo convencido de que los medios electrónicos transformarían la literatura de manera radical e irremediable. Exploró –no sé hasta dónde- las posibilidades del hipertexto, los relatos de múltiples finales, el papel de co-creador que, mediante los medios electrónicos, el lector podría adquirir. Yo no lo seguí en ese camino y no sé, por eso, hasta dónde llegó su exploración. Curiosamente nunca tuvo un blog. Hasta este año, hasta enero de este año... La suya fue una muerte repentina, inesperada. Una noche se sintió un poco mal y se fue a acostar. No se levantó más.
Tras su muerte, visito su blog: http://nosetos.blogspot.com/
Visitarlo me produce una sensación extraña, profunda, indefinida. Es peor que visitar la casa de alguien que recién murió. Hay algo obsceno aquí, pero no sé muy bien en dónde ni cómo definirlo.
¿No hay forma de poner una cruz en el blog? ¿Nadie puede agregar un último post para explicar que el autor murió? ¿Cuánto tiempo permanecerá en línea esto? Y quienes lo visiten sin saber que Hermann murió, ¿qué pensarán? ¿Qué se dirán? ¿Ni una explicación, nada?
Lo obsceno, si entiendo bien a Coetzee en “Elizabeth Costello”, es “mostrar aquello que jamás debió mostrarse”. Pero, a la luz de esto, habrá que decir también: obsceno es no mostrar aquello que debe ser mostrado.