lunes, julio 28, 2008

APUNTE

En la novela que escribo en la actualidad, se me plantea una especie de disyuntiva entre la eficacia argumental y lo que podríamos llamar la riqueza o –mejor aún– la densidad narrativa. Por una parte está la trama o argumento que organiza y precipita a los personajes en la acción; por el otro está el deseo o la necesidad de ensanchar el mundo de los personajes con sus impresiones, percepciones, pensamientos, imaginaciones, etc. Permanentemente advierto la tensión entre precipitarse en la trama argumental como quien se abandona a la corriente de un río, o demorarse en el mundo recreado dotándolo de espesor y densidad. Mientras el argumento puede graficarse con una línea horizontal –ilustrativa, además, de la temporalidad propia de la acción narrativa–, la densidad podría graficarse mediante el grosor de dicha línea: una línea demasiado delgada empobrecería el relato hasta reducirlo a su puro andamiaje, las acciones desnudas propias de un guión audiovisual, pero una línea demasiado gruesa atentará contra el interés del lector al impedirle especular, anticipar y dialogar con el curso de las acciones.