jueves, agosto 28, 2008

LITERATURA (Los días y sus dones, 1980-2001)

La tendencia a superponer y confundir los planos de “la realidad” y “la literatura”, es expresión de un conflicto, mucho más profundo, entre la idealización fantasiosa y la aceptación de la realidad. Los personajes que optan por vivir en las páginas de un libro revelan una tendencia delirante y escapista. Por otra parte cabe preguntarse si no es ese, precisamente, el espíritu de casi toda la literatura “moderna”. En este sentido todos somos epígonos de Cervantes, quien en el Quijote/Quijano radiografió por primera vez este conflicto.
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La literatura psicologista, el realismo psicológico, la narrativa de personajes, etc., no tiene ahora interés para mi. Demasiado cacareo, demasiado ensalzar los ires y venires, los dimes y diretes de un "yo" por lo demás incierto, cuando no irrisorio. Me acerco más a la propuesta del texto de ficción que se evidencia como tal, que no se quiere sucedáneo de "lo real": la alegoría y el relato metafórico siguen siendo una posibilidad, pero también la farsa, el relato fantástico, el humor…
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Toda la literatura no responde más que a la absurda pretensión de mostrar en el lenguaje lo que está fuera del lenguaje.
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El relato de ficción: fantasma de un fantasma, aparición de una aparición. A la ficción argumental se suma la ficción semántica, la ambigüedad del lenguaje. No se trata, como creía Platón, de degradaciones sucesivas, fatalmente traicioneras, de una realidad última, ideal e inmutable, sino de traducciones de un ámbito contiguo, de los impulsos de un mundo paralelo que pugna por aparecer.
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En el fondo de toda literatura, de toda obra de creación, hay siempre una antropología.
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La literatura ha de ser un pretexto y un camino para hablar sobre la vida.
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No sólo hay que desconfiar, es preciso impugnar la división estricta de los géneros literarios. Pero no es que lo narrativo, lo poético y lo ensayístico no se distingan, es que la vida los contiene o los incluye a todos, y a eso mismo debe aspirar la obra.
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Veo tres niveles como círculos concéntricos para analizar un texto: el del texto en sí mismo –estructura y escritura–; el de la intertextualidad –los otros textos, la tradición–, y el de su inserción y relación con su época y su sociedad –su "más allá", su universo referencial, para decirlo pedantemente–.
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Cortázar: la ciudad y los gatos.
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Si buena parte del sustento de la actividad creadora es la con­testación, los escritores costarricenses no hemos sacado provecho de nuestra debilidad: con una situación política relativamente estable, y con significativas áreas de la vida social caracterizadas por su democratización (antes que ninguna, el consumo), la posibilidad de contestación que tenemos no es sólo la de la injusticia del Sis­tema, sino la de su esencial equivocación. Este tema, más propio de los llamados "países desarrollados", ¿qué filones ofrece desde la perspectiva de un país marginal?
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Aquella era una mala novela muy bien escrita.
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Con Kundera parece llegar a su fin la novela del yo, del sujeto, de la subjetividad. Él no necesariamente simpatiza con sus personajes: realiza en ellos una vivisección existencial, los examina desde algo que a veces parece crueldad. Es la culminación previsi­ble de todo el proceso de "psicologización" de los personajes novelescos iniciado a mediados del siglo XIX, que recibió un segundo aire con Joyce, Proust, Woolf, etc. La primera reacción ante la crisis de esta novelística de la subjetividad ha sido un retorno, muchas veces banal, a los relatos de aventuras, la recuperación de la tradición épica de la que tam­bién es hija la novela.
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Quizás (o quizás sin duda), ahora son menos que en la adolescen­cia los escritores que me producen algún impacto, con quienes consigo entenderme. Pero también sin duda, y por ello mismo, su impacto es mucho mayor.
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"La generación del caparacho": en los 60's se inicia el proceso hacia la "subjetivización" del mundo narrativo en la literatura costarricense; el contorno social se desdibuja y el foco de atención se centra en el individuo. Esto coincide plenamente con la modesta urbanización de San José. Quizás por eso mismo, también, en los años 70 se produjo una abundancia bíblica de poetas y una ausencia casi total de narradores.
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Hay dos razones para que un creador se niegue a mostrar su obra: porque considera indigna a su criatura, o porque consi­dera indignos a los espectadores. ¿A cuál de ellas respondía, por ejemplo, Kafka?