Hacía muchos meses anhelaba caminar por las montañas que rodean Madrid, tantas veces contempladas a lo lejos. (¡El mismo llamado que a menudo siento en Costa Rica, especialmente de los Cerros de Escazú...!) El domingo pasado, ¡por fin!, caminata solitaria por el Parque Regional de la Cuenca Alta del Río Manzanares. Caminata intuitiva, sin mapa ni guía, dejándome llevar tan solo por la visión de las montañas a lo lejos, anhelando ardientemente pisar esas peñas rocosas.
Al principio nada parecía ir bien: los caminos confusos, la entrada dificultosa, los accesos bloqueados....
Deliciosa sensación de pérdida, de extravío. Deleite de ignorar dónde se está.
Administrar el agua y las energías; mantenerse fiel al llamado de las rocas...
Por fin las piedras, los líquenes secos al final del verano. Los colores rosas, ocres, amarillos pálidos... Una conjunción extraña, inconcebible salvo ante la evidencia, de dureza y suavidad; de fuerza milenaria y sutileza...
Anidar, encontrar refugio durante algunas horas: el silencio, la alta soledad... Avidez, deleite...
Encuentro en la fotografía otra forma de jugar con las cosas.