Leyendo los Salmos, no recuerdo cuál, salta a mi vista la palabra “integridad” (por cierto referida a los pobres). Por contraste, pienso también en la palabra “coherencia”, tan en boga, tan querida para muchos intelectuales de mi generación.
La proximidad y, a la vez, distancia entre estos dos conceptos, me fascina y sobrecoge...
Cuando hablamos de coherencia nos referimos a la lealtad, a la congruencia con ciertos principios externos a nosotros: hablamos de ser coherentes con nuestras ideas, con nuestros principios, con nuestras creencias; se trata, en cierta forma, de mantener un trazo reconocible, identificable, legible para los demás...
Cuando hablamos de integridad, se trata más bien de la congruencia con nuestros impulsos y necesidades más profundos, aquellos que muchas veces resultan incomprensibles incluso para nosotros mismos... Aquí el referente es interno, somos nosotros, no algo exterior...
La integridad nos permite ser contradictorios y cambiantes; no así la coherencia... Y, hasta donde entiendo el baile, la única forma de desarrollarnos, de crecer, de integrar cada vez más mundo en nosotros, es asumir la contradicción, superándola. “Los opuestos desaparecen desde el momento en que los consideramos desde un plano diferente a aquél en que la oposición tiene lugar”, leí alguna vez, no recuerdo dónde...
Con todo y sus contradicciones, rupturas y desgarramientos, aspiro a la integridad; la coherencia se la dejo a los propagandistas y a los popes.
La proximidad y, a la vez, distancia entre estos dos conceptos, me fascina y sobrecoge...
Cuando hablamos de coherencia nos referimos a la lealtad, a la congruencia con ciertos principios externos a nosotros: hablamos de ser coherentes con nuestras ideas, con nuestros principios, con nuestras creencias; se trata, en cierta forma, de mantener un trazo reconocible, identificable, legible para los demás...
Cuando hablamos de integridad, se trata más bien de la congruencia con nuestros impulsos y necesidades más profundos, aquellos que muchas veces resultan incomprensibles incluso para nosotros mismos... Aquí el referente es interno, somos nosotros, no algo exterior...
La integridad nos permite ser contradictorios y cambiantes; no así la coherencia... Y, hasta donde entiendo el baile, la única forma de desarrollarnos, de crecer, de integrar cada vez más mundo en nosotros, es asumir la contradicción, superándola. “Los opuestos desaparecen desde el momento en que los consideramos desde un plano diferente a aquél en que la oposición tiene lugar”, leí alguna vez, no recuerdo dónde...
Con todo y sus contradicciones, rupturas y desgarramientos, aspiro a la integridad; la coherencia se la dejo a los propagandistas y a los popes.