miércoles, mayo 17, 2006

La puerta que llama (2)

En general, no elegimos la ciudad que habitamos, la casa donde pasamos la noche ni la encrucijada en la que nos encontramos. Llegamos aquí por una suma de circunstancias históricas, familiares y personales, y es aquí en donde nos corresponde vivir. Y vivir es actuar. Y actuar es elegir.
No elegimos nuestras circunstancias pero sí nuestra acción. Y nuestra acción modifica nuestras circunstancias. ¿Cómo y por qué elegimos algo? ¿Cómo llegamos a escoger una entre las muchas puertas que tenemos por delante, dentro de esa habitación que es cada situación humana, cada instante?
Sin embargo no siempre somos conscientes de encontrarnos en una encrucijada, y muchas veces tampoco tenemos claro cómo ni por qué llegamos ahí. Simplemente las circunstancias y nuestras decisiones anteriores nos trajeron hasta esta situación. Y tenemos que elegir. Y lo hacemos. Para bien o para mal, para nuestro bienestar o para nuestra desdicha, y muchas veces sin saber si es para una cosa o para la otra.
Nuestro elegir y nuestro actuar siempre están sujetos a la incertidumbre. Creemos saber a dónde podría llevarnos la puerta que elegimos, y por eso la escogemos. Pero muchas veces lo hacemos, también, convencidos de no tener otra opción. En todo caso, entre nosotros y lo que elegimos –entre nosotros y esa puerta que abrimos– se establece una relación intensa y especial. Es la puerta que nos llama.
¿Sabemos en definitiva a dónde nos lleva la puerta que llama? Sí y no. Entre la convicción y la esperanza, entre la duda y la certeza, elegimos y somos elegidos. Nuestro andar –ese acto irreversible que es transponer un umbral y cruzar al otro lado en un instante determinado–, es al mismo tiempo una apuesta, un desafío y una verificación. Queremos saber, queremos conocer, queremos experimentar.
Así, vamos de habitación en habitación por una Casa que construimos con cada decisión que tomamos.