“Solo las palabras verdaderas merecen existir, porque sólo ellas son mejores que el silencio”. (J. C. Onetti.)
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Como toda obra humana, el lenguaje es susceptible de destruirse, es vulnerable. Para que la comunicación sea posible es necesaria la complicidad entre las partes, el acuerdo tácito en el poder de la palabra.
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Con los años he tomado conciencia de que las palabras son equívocas y frágiles, pero también de su poder y hermosura.
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Yo quiero acariciar las palabras.
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Me cobijo en el silencio como en la penumbra. Hay algo acogedor, íntimo y fértil en la soledad que me abraza entonces. Hilvano palabras, deshilacho pensamientos, rumio sensaciones. Todo tiene su tiempo y este es el más secretamente mío, cuando no soy nada más que este pausado deambular, esta errancia en busca de espejismos que me den sustento. Soy fuerte entonces porque soy sólo un silencio que respira, una pausa entre dos grietas que se abren. Las palabras hablan por mi boca. Soy una cuerda en donde vibra el mundo, una cosa ínfima y grandiosa en su insignificancia. Elegí la palabra, las palabras me eligieron. Vivo en su precariedad airosa, en su reino de jilgueros.
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Tal vez es cierto que las palabras son inevitablemente equívocas, pero en el silencio, o más bien en la mudez, el equívoco es mayor, pues ni siquiera tenemos la aproximación que ellas nos brindan para entendernos.
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¡Nada que decir y sin embargo esta irresistible voluptuosidad de sucumbir a la palabra!
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Que con nombrarlas las cosas resplandezcan.
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Como toda obra humana, el lenguaje es susceptible de destruirse, es vulnerable. Para que la comunicación sea posible es necesaria la complicidad entre las partes, el acuerdo tácito en el poder de la palabra.
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Con los años he tomado conciencia de que las palabras son equívocas y frágiles, pero también de su poder y hermosura.
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Yo quiero acariciar las palabras.
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Me cobijo en el silencio como en la penumbra. Hay algo acogedor, íntimo y fértil en la soledad que me abraza entonces. Hilvano palabras, deshilacho pensamientos, rumio sensaciones. Todo tiene su tiempo y este es el más secretamente mío, cuando no soy nada más que este pausado deambular, esta errancia en busca de espejismos que me den sustento. Soy fuerte entonces porque soy sólo un silencio que respira, una pausa entre dos grietas que se abren. Las palabras hablan por mi boca. Soy una cuerda en donde vibra el mundo, una cosa ínfima y grandiosa en su insignificancia. Elegí la palabra, las palabras me eligieron. Vivo en su precariedad airosa, en su reino de jilgueros.
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Tal vez es cierto que las palabras son inevitablemente equívocas, pero en el silencio, o más bien en la mudez, el equívoco es mayor, pues ni siquiera tenemos la aproximación que ellas nos brindan para entendernos.
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¡Nada que decir y sin embargo esta irresistible voluptuosidad de sucumbir a la palabra!
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Que con nombrarlas las cosas resplandezcan.