lunes, febrero 01, 2010

PATRIA (Los días y sus dones, 1980-2001)

La extraña –y poderosa– sensación de útero protector que me produce Costa Rica, como un lugar “fuera del mundo”.
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Tu país es donde no te sentís obligado a explicarle a todo el mundo qué estás haciendo ahí.
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La pregunta es qué vamos a ser en el futuro: costarricenses de primera o gringos de segunda…
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Escuchado en un autobús en San José: “Allá en Cielo Roto está lloviendo sabroso”
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¿Por qué existe el ser y no la nada? (Heiddegger)
¡Por dicha! (Un tico).
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En Costa Rica, los únicos que se ganan la vida con sus palabras son los políticos.
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La reforma al Estado costarricense en la década de los 40 fue a un tiempo progresista y modernizante. Progresista en lo social, modernizante en lo económico. A su término, el Estado patriarcal había desaparecido para ser reemplazado por otro tipo de Estado que, a falta de mejor palabra, podemos llamar "pa­ternal". La figura del patriarca bondadoso y severo, cuyo mejor representante fue tal vez don Ricardo Jiménez, desapareció en los pasillos del Seguro Social y en las filas ante las ventanillas de la Banca Estatal. Estamos en la inmediata posguerra, el último período de expansión del Imperio. ¿Qué tiene que hacer ahí la vieja oligarquía liberal, de bombín o chapó?
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Demasiado fácilmente se estableció que la afirmación de la nacionalidad costarricense se llevó a cabo en la Guerra del 1856. Sin embargo el fusilamiento de Francisco Morazán, 14 años antes, evidencia ya una voluntad soberana indiscutible.
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Para hacer dinero en Costa Rica habría que montar una industria de tintes para pelo.
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Muy fácil criticar el carácter populista de la democracia costa­rricense, es cierto, pero ¿qué hacés para hacerla más real, profunda, efectiva, verdadera? Viendo los toros desde la barrera, todos los gatos son pardos y el torero más audaz un pendejo... De modo que cuidado te descubrís un día señalando como defecto principal de este régimen lo que se hace y no lo que se deja de hacer.
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En Costa Rica son más bien pocos los tontos que, por tener más, se creen más que los otros, y pocos también los tontos que, por tener menos, se sienten menos que los demás.
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Durante la segunda mitad del siglo XX, la política en Costa Rica se movió entre un partido sin periódico y un periódico sin partido.
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La prueba más palpable de nuestro aldeanismo centroamericano, es la desintegración.
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Está claro que los costarricenses seremos centroamericanos o no seremos nada. Está claro que los costarricenses seguiremos siendo nada.
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La extrema cercanía, envolvente y a veces levemente servil, con que los costarricenses abrazamos a los extraños, extranjeros y desconocidos, se compensa con un trato más bien reservado y distante en la auténtica intimidad. Por el contrario, la distancia un poco irónica y autosuficiente que los argentinos imponen a los desconocidos, se compensa con una intimidad calurosa y fraterna.