Tras muchos años de fabular
historias que a veces devienen relatos escritos y otras veces relatos
audiovisuales, he venido decantando una visión personal de “lo que es una
historia.” Digo que se trata de una visión personal no porque crea que hay algo
de original en ella, sino porque me he acercado a ella mediante una reflexión nacida
de la experiencia más que de lecturas sobre el tema.
Mi enunciación de lo que es una
historia resulta extremadamente sencilla: “una historia es un relato donde algo le sucede a alguien.”
Un relato es una relación de hechos representados
en un lenguaje, sea la palabra (oral o escrita), la imagen audiovisual o la escenificación
teatral o danzaria. Puesto que hablamos de una representación, por “alguien” debemos entender un personaje, es decir, una construcción
significativa que solo tiene entidad y sentido en el marco del sistema de
representaciones del relato. Desde luego, los personajes y los hechos de una
historia pueden ser ficticios o hacer
referencia a sucesos y personas objetivamente existentes; asimismo, los
personajes pueden ser individuales o colectivos. (El personaje principal de un
relato puede ser “El pueblo de Fuenteovejuna”, la familia Buendía o el Príncipe
Hamlet.)
Puntualizadas estas obviedades, cabe
preguntarnos: ¿qué significa, en definitiva, que “algo le suceda a alguien”? O
dicho en otras palabras: ¿qué debe de ocurrir
para que algo nos suceda? (Y aquí extiendo deliberadamente la interrogante a
personajes y seres humanos…)
El sujeto/personaje y el Deseo
A cada instante nos suceden cosas
-respiramos, parpadeamos, nos movemos, salivamos, hablamos- y no por ello consideramos
que “nos pasó algo”. La primera tentación sería decir entonces que “para que
algo nos suceda”, debe tratarse de cosas excepcionales,
fuera de lo común; sin embargo, solo de vez en cuándo tropezamos y caemos en la
calle, vamos donde el dentista o a un funeral, y no por ello consideramos que,
por sí mismos, estos acontecimientos den pie a un relato.
Una segunda tentativa sería señalar que “para que algo nos suceda”, debe tratarse de cosas importantes, pero eso nos obligaría a preguntarnos qué cosas pueden considerarse universalmente “importantes”: ganar la lotería puede ser un acontecimiento importantísimo en la vida de alguien e irrelevante en la de otra persona, y respirar puede ser algo totalmente trivial o investirse de la mayor importancia.
¿Qué significa, entonces, que algo nos suceda?
Que nos suceda algo quiere decir
que se trata de algo significativo.
Decir que algo es significativo implica necesariamente a un sujeto, pues los
hechos solo tienen significación para los sujetos: es la subjetividad la que
atribuye valor y sentido a los actos
propios y ajenos y a los acontecimientos en los que se ve involucrada. De modo
que para que haya una historia, debe haber un personaje al que le sucede algo
significativo para sí mismo o para otros personajes del relato.
Dicho esto, podemos todavía
preguntarnos: ¿pero cuándo nos ocurren cosas significativas?
Desde mi perspectiva, hechos significativos son aquellos en los
que el sujeto adquiere
o pierde algo a lo que está vinculado
mediante su Deseo, o bien logra conservarlo tras una lucha con fuerzas surgidas
de su entorno.
Desde luego, el objeto de Deseo
puede tomar mil rostros: el amor de un ser, la venganza de una ofensa, el
dinero, la autodestrucción, la superación de barreras físicas, psíquicas o
emocionales, la constitución de una familia, la emancipación, la independencia,
la justicia, la libertad, el conocimiento, la paz interior, el poder y la
gloria, la fama y la fortuna, la aniquilación de un enemigo, la amistad, el
ascenso o el éxito social, la sobrevivencia en una situación adversa, un bel
morir, etcétera, etcétera. Lo relevante, en cualquier caso, es que en las
historias hay un sujeto/personaje que
triunfará o fracasará en su cometido de obtener o conservar su objeto de Deseo.
Se dirá que lo dicho aquí no es
una ley universal, y es cierto. Relatos hay que narran historias en las que
nada ocurre, pero en ellas precisamente lo
que ocurre es que nada ocurre o, dicho
con mayor precisión, se trata de historias en donde nada ocurre ahí donde algo debería ocurrir. El contenido de la historia
es, por decirlo así, lo que no ocurre, la agonía y muerte del Deseo.
Al hablar de Deseo no lo hacemos
desde una perspectiva psicológica o psicoanalítica particular, y si distinguimos la palabra con una mayestática
mayúscula es tan solo para significar que, en aquello que el sujeto/personaje
desea, está comprometido algo profundo y relevante para él; algo que hace a su
idea de sí mismo y de su lugar en el mundo.
Por otro lado, cabe preguntarnos
por la relación entre el Deseo y la libertad. Con amarga, y tal vez sabia
ironía, decía Schopenhauer que somos libres de hacer lo que queremos pero no de
querer lo que queremos… Así, la tragedia, la comedia o el drama del Deseo vendrían
a ser también la tragedia, el drama o la comedia de la libertad humana, pero esa
es otra discusión que nos aleja de nuestra pregunta inicial.
La doble temporalidad y el arte
del relato
Si una historia nos relata el fracaso
o el éxito o de uno o varios sujetos/personajes en relación con su Deseo, esto crea
una temporalidad: ya se trate del objeto de deseo que se revela como una
epifanía, o de la amenaza que irrumpe en el mundo del sujeto/personaje, en donde
reinaba la comunión con su objeto de Deseo, asistimos ahí al inicio de una
historia. Lo que ocurra entre ese punto y el final, cuando ya no queden dudas
acerca del logro o el fracaso del personaje en su propósito, constituirá el
marco temporal de la historia.
Desde luego, el relato -la relación o representación de los
hechos mediante un lenguaje-, no necesariamente
replicará ese decurso, creándose
una doble temporalidad: la de la historia o “los hechos” y la del relato o
relación.
Contar una historia, todos la
contamos; hacer de ello un arte, es otra historia.
El manejo de esta doble
temporalidad es uno de los aspectos fundamentales del arte de relatar historias,
junto con otros elementos como las sugerencias, las ambigüedades y los símbolos…
Pero el tema de esta breve
reflexión es la naturaleza de las historias y no el arte de relatarlas. Por eso la
cerramos aquí.