miércoles, septiembre 14, 2011

¿QUÉ ES UNA HISTORIA?


Tras muchos años de fabular historias que a veces devienen relatos escritos y otras veces relatos audiovisuales, he venido decantando una visión personal de “lo que es una historia.” Digo que se trata de una visión personal no porque crea que hay algo de original en ella, sino porque me he acercado a ella mediante una reflexión nacida de la experiencia  más que de lecturas  sobre el tema.


Mi enunciación de lo que es una historia resulta extremadamente sencilla: “una historia es un relato donde algo le sucede a alguien.”

Un  relato es una relación de hechos representados en un lenguaje, sea la palabra (oral o escrita), la imagen audiovisual o la escenificación teatral o danzaria. Puesto que hablamos de una representación,  por “alguien” debemos entender  un personaje, es decir, una construcción significativa que solo tiene entidad y sentido en el marco del sistema de representaciones del relato. Desde luego, los personajes y los hechos de una historia pueden ser ficticios  o hacer referencia a sucesos y personas objetivamente existentes; asimismo, los personajes pueden ser individuales o colectivos. (El personaje principal de un relato puede ser “El pueblo de Fuenteovejuna”, la familia Buendía o el Príncipe Hamlet.)

Puntualizadas estas obviedades, cabe preguntarnos: ¿qué significa, en definitiva, que “algo le suceda a alguien”? O dicho en otras palabras: ¿qué debe de ocurrir para que algo nos suceda? (Y aquí extiendo deliberadamente la interrogante a personajes y seres humanos…)

El sujeto/personaje y el Deseo

A cada instante nos suceden cosas -respiramos, parpadeamos, nos movemos, salivamos, hablamos- y no por ello consideramos que “nos pasó algo”. La primera tentación sería decir entonces que “para que algo nos suceda”, debe tratarse de cosas excepcionales, fuera de lo común; sin embargo, solo de vez en cuándo tropezamos y caemos en la calle, vamos donde el dentista o a un funeral, y no por ello consideramos que, por sí mismos, estos acontecimientos den pie a un relato.

Una segunda tentativa sería señalar que “para que algo nos suceda”, debe tratarse de cosas importantes, pero eso nos obligaría a preguntarnos qué cosas pueden considerarse  universalmente “importantes”: ganar la lotería puede ser un acontecimiento importantísimo en la vida de alguien e irrelevante en la de otra persona, y respirar puede ser algo totalmente trivial o investirse de la mayor importancia.

¿Qué significa, entonces, que algo nos suceda?

Que nos suceda algo quiere decir que se trata de algo significativo. Decir que algo es significativo implica necesariamente a un sujeto, pues los hechos solo tienen significación para los sujetos: es la subjetividad la que atribuye valor y sentido a los actos propios y ajenos y a los acontecimientos en los que se ve involucrada. De modo que para que haya una historia, debe haber un personaje al que le sucede algo significativo para sí mismo o para otros personajes del relato.

Dicho esto, podemos todavía preguntarnos: ¿pero cuándo nos ocurren cosas significativas?

Desde mi perspectiva, hechos significativos son aquellos en los que el sujeto  adquiere o  pierde algo a lo que está vinculado mediante su Deseo, o bien logra conservarlo tras una lucha con fuerzas surgidas de su entorno.

Desde luego, el objeto de Deseo puede tomar mil rostros: el amor de un ser, la venganza de una ofensa, el dinero, la autodestrucción, la superación de barreras físicas, psíquicas o emocionales, la constitución de una familia, la emancipación, la independencia, la justicia, la libertad, el conocimiento, la paz interior, el poder y la gloria, la fama y la fortuna, la aniquilación de un enemigo, la amistad, el ascenso o el éxito social, la sobrevivencia en una situación adversa, un bel morir, etcétera, etcétera. Lo relevante, en cualquier caso, es que en las historias hay un sujeto/personaje que triunfará o fracasará en su cometido de obtener o conservar su objeto de Deseo.  

Se dirá que lo dicho aquí no es una ley universal, y es cierto. Relatos hay que narran historias en las que nada ocurre, pero en ellas precisamente lo que ocurre es que nada ocurre o, dicho con mayor precisión, se trata de historias en donde nada ocurre ahí donde algo debería ocurrir.  El contenido de la historia es, por decirlo así, lo que no ocurre, la agonía  y muerte del Deseo.

Al hablar de Deseo no lo hacemos desde una perspectiva psicológica o psicoanalítica  particular, y si  distinguimos la palabra con una mayestática mayúscula es tan solo para significar que, en aquello que el sujeto/personaje desea, está comprometido algo profundo y relevante para él; algo que hace a su idea de sí mismo y de su lugar en el mundo.

Por otro lado, cabe preguntarnos por la relación entre el Deseo y la libertad. Con amarga, y tal vez sabia ironía, decía Schopenhauer que somos libres de hacer lo que queremos pero no de querer lo que queremos… Así, la tragedia, la comedia o el drama del Deseo vendrían a ser también la tragedia, el drama o la comedia de la libertad humana, pero esa es otra discusión que nos aleja de nuestra pregunta inicial.

La doble temporalidad y el arte del relato

Si una historia nos relata el fracaso o el éxito o de uno o varios sujetos/personajes en relación con su Deseo, esto crea una temporalidad: ya se trate del objeto de deseo que se revela como una epifanía, o de la amenaza que irrumpe en el mundo del sujeto/personaje, en donde reinaba la comunión con su objeto de Deseo, asistimos ahí al inicio de una historia. Lo que ocurra entre ese punto y el final, cuando ya no queden dudas acerca del logro o el fracaso del personaje en su propósito, constituirá el marco temporal de la historia.

Desde luego,  el relato -la relación o representación de los hechos mediante un lenguaje-, no necesariamente 
replicará ese decurso, creándose una doble temporalidad: la de la historia o “los hechos” y la del relato o relación.

Contar una historia, todos la contamos; hacer de ello un arte, es otra historia.

El manejo de esta doble temporalidad es uno de los aspectos fundamentales del arte de relatar historias, junto con otros elementos como las sugerencias, las ambigüedades y los símbolos…

Pero el tema de esta breve reflexión es la naturaleza de las historias y no el arte de relatarlas. Por eso la cerramos aquí.