El cine Royal, en una de las principales avenidas de Rabat, es un viejo y hermoso edificio de los años cincuenta o sesenta. La sala es enorme, de tres pisos, con unas (calculo) 600 ó 700 butacas. Un cartel me informa que Road to Kabul alcanza ya su tercera semana de proyección; otro me indica que la semana próxima iniciará la exhibición de otra película.
Es sábado, sesión de las tres de la tarde. La sala está bastante llena y el público son hombres y mujeres marroquíes de todas las edades. La sala cuenta con un solo proyector, de modo que, cuando debe cambiarse el rollo de película, la proyección se interrumpe, las luces de la sala se encienden, y los parlantes emiten música árabe contemporánea. La cinta está subtitulada al francés, lo que me permite seguir bastante bien los diálogos.
Es sábado, sesión de las tres de la tarde. La sala está bastante llena y el público son hombres y mujeres marroquíes de todas las edades. La sala cuenta con un solo proyector, de modo que, cuando debe cambiarse el rollo de película, la proyección se interrumpe, las luces de la sala se encienden, y los parlantes emiten música árabe contemporánea. La cinta está subtitulada al francés, lo que me permite seguir bastante bien los diálogos.
- O -
Cuatro amigos residentes en una gran ciudad marroquí --¿Casablanca, Rabat, Marrakech?-- resuelven emigrar a Europa. No se trata de jóvenes veinteañeros sino de hombres en sus treintas, cuya vida no ha terminado de arrancar. Trabajan precariamente, ninguno ha hecho familia, y su afición y actividad principal es fumar hachís. Esto los coloca bajo la bota y el chantaje permanente de un corrupto policía local. Dada su afición por el hachís, escogen Holanda como destino final. Para emigrar, entran en contacto con un pillo y estafador quien, por una enorme suma de dinero, se compromete a hacerlos llegar a su destino. Les asegura que, para evitar los controles migratorios europeos, la forma de llegar a Holanda es vía oriente medio, Turkmenistán, etc. Los amigos intentan reunir el dinero pero comprenden que será imposible hacerlo y deciden que uno solo de ellos sea quien viaje; una vez en Holanda, él se encargará de conseguir y enviarles el dinero para que los demás se le unan. Tras someterlo a la suerte, uno de ellos resulta elegido y emprende viaje. Tras varios meses sin recibir noticias suyas, los amigos lo descubren por casualidad en la imagen de un telenoticiario originada en Afganistán. El viajero, quien asume que la nota será vista por sus amigos en Marruecos, se dirige a la cámara vocalizando un silencioso pedido de auxilio.
Sin más, los tres amigos resuelven partir al rescate del amigo extraviado. Lo primero que hacen es buscar al pillo estafador que prometió hacerlo llegar a Holanda, a quien someten y obligan a viajar con ellos. A este grupo se suma la madre del amigo perdido, una mujer mayor que gana buen dinero en oficios adivinatorios y de brujería.
En la frontera entre Afganistan y Turkmenistan el grupo es interceptado por una patrulla militar que los despoja de todas sus pertenencias, incluyendo la ropa. Se salva de la humillación la madre del amigo, ausente en ese momento. Tras robar unos hiyabs a una mujer que los lavaba en el río, los cuatro amigos se visten con ellos. Disfrazados de mujeres, consiguen llegar a un pueblo remoto en Afganistán. Ahí son ayudados por un niño cuyo padre y madre han muerto (en la guerra, se sobre entiende) y a quien el grupo termina adoptando. Ahí también se reencuentran casualmente con la madre del amigo buscado.
Lo primero que hacen los viajeros es comprar ropas masculinas. Uno de ellos es comisionado para ir al pueblo y regresa con unos trajes anaranjados idénticos a los que llevan los prisioneros en Guantánamo. Vestidos así, los cuatro hombres salen a la aldea para proseguir su viaje. Sin embargo, dos soldados norteamericanos los descubren y persiguen. El grupo consigue huir de la pequeña y miserable aldea.
Tras su huída, entran en contacto con una banda de traficantes de armas afganos, a quienes hacen creer que comprarán armamentos. Tras algunas negociaciones, los traficantes adivinan el engaño y tratan de matarlos. Pero los amigos consiguen huir. En su huida, encuentran a un hombre secuestrado por los traficantes, a quien liberan tras algún titubeo. Resulta ser un desertor del ejército norteamericano -se trata al parecer de un musulmán, ¡llamado John Wayne!-, que se ha enamorado locamente de una bella mujer afgana. A pesar de haber sido salvado por el grupo marroquí (y el niño afgano), John Wayne traiciona a sus libertadores y huye en el precario vehículo que ellos, a su vez, habían robado para huir.
El grupo debe adentrarse en las montañas a pie. Tras sortear un campo minado, son capturados por una patrulla del ejército norteamericano y llevados a una base militar de ese país. Ahí son torturados para que confiesen su vinculación con los terroristas, incluso la vieja señora. Los militares norteamericcanos resuelven trasladar a los prisioneros a Guantánamo. (Las secuencias de la tortura hacen referencia explícita a las fotografías de la prisión de Abu Ghraib que todos conocimos.) La noche antes del traslado, el jefe militar de la base llega a fumar hachis con ellos. Aprovechando un descuido de los celadores, el grupo consigue escapar.
De nuevo en la huida, el grupo llega a un sitio donde se alzan unas gigantescas estatuas de piedra, parcialmente destruidas. Justo cuando ellos las admiran y se preguntan quién podría haberlas destruido, las esculturas terminan de volar en pedazos alcanzadas por misiles. Pronto, el grupo de viajeros se ve rodeado por el grupo de talibanes que disparó los misiles. Los capturan y, tras un juicio absurdo en el curso del cual les leen la ley del país (constituida por tres únicos artículos, en el primero de los cuales ya son declarados culpables, mientras que en el tercero les piden perdón en el caso de haberse equivocado y ser inocentes), los viajeros son, efectivamente, condenados a morir a la mañana siguiente, acusados de colaborar con los invasores norteamericanos. En vano, ruegan clemencia argumentando que son devotos del mismo Profeta y de la misma fe.
Justo cuando la sentencia va a ejecutarse, una orden externa conmuta la pena. Un emisario los lleva ante quien ha resuelto salvarlos en el último momento y es... ¡el amigo perdido! No tiene relación directa con los talibanes sino que se ha convertido en un experto catador de hachís. En esa condición, ha intercedido por ellos y conseguido su liberación. Reencuentro feliz de los amigos, y de la madre con su hijo. Fin.
Colofón: carteles en la pantalla nos informan de la suerte de los personajes tras su regreso a Marruecos. No recuerdo bien la de todos, salvo la de aquel que fue a Afganistán. De él, se nos dice que decidió regresar a ese país, para continuar ejerciendo su oficio de catador de hachís. Se nos dice también que su madre volvió a ir a Afganistán en su búsqueda.
- 0 -
Cuando termina la proyección y abandono la sala, hay una fila considerable de gente esperando para hacer su ingreso a la siguiente sesión.
En el tratamiento que el director ha dado a esta rocambolesca trama, predominan los acentos picarescos. No obstante, la película bascula entre este tono y el filme de aventuras. Las escenas en que los hombres deben vestirse de mujeres hacen las delicias del público (especialmente de las chicas, me parece). Durante las escenas de tortura que evocan las imágenes de Abu Ghraib, la sala se mantiene en absoluto silencio y advierto (o imagino) la tensión entre los espectadores. No ocurre lo mismo cuando los protagonistas son sentenciados a muerte por los talibanes. El código de la ley bajo el cual son juzgados los personajes, suscita la ruidosa carcajada de algunos espectadores (yo entre ellos).
Interpreto que, a los ojos de los personajes (y espectadores) marroquíes, Afganistán resulta una tierra remota, pobrísima y, en algún sentido, ajena y semi-bárbara. En su aventura afgana el grupo se encontrará con diversos connacionales, incluyendo el abogado que debe "defenderlos" en el juicio al que son sometidos por los talibanes, quien, tras leerles la "ley" constituida por los tres artículos que mencioné, les pide dulce y amablemente firmar su confesión, sin darles otra alternativa.
La producción es relativamente pobre, aunque los responsables se han esforzado para que las escenas de persecuciones, explosiones y tiroteos (hay bastantes) alcancen cierto realismo. En una escena, aparecen dos o tres helicópteros. Los soldados y oficiales norteamericanos son, en algunos casos, interpretados por personas de fenotipo sajón; en otros (presumo) por marroquíes que hablan inglés. Los norteamericanos que interpretan a los oficiales tienen, casi todos, rostros y expresiones muy lejanos de los de un militar, más parecidos a los de alcohólicos, vagabundos o ex-hippies estacionados en Marruecos. En cierta escena, los uniformes de los oficiales fueron reemplazados por uniformes de pilotos aviación civil.
La historia tiene vacíos y elipsis difíciles de encajar, como la que hace pasar a los personajes de la ciudad marroquí donde viven, a la frontera entre Afganistán y Turkmenistán, o los mágicos reencuentros con la madre del amigo perdido cada vez que el grupo se disgrega. No obstante, los espectadores parecen asimilarlo todo sin protestar.
Comparto el enlace al trailer de la película: http://www.youtube.com/watch?v=0BFlqo0zKIw De paso, apunto que el trailer sugiere de manera equívoca que se trata de una película de acción, omitiendo la dimensión picaresca y cómica del tratamiento. El cartel publicitario en el cine, por el contrario, enfatiza este último aspecto, pues muestra a cuatro hombres en calzoncillos y camisetas en una carretera en medio de un desolado paisaje montañoso que asociamos fácilmente con Afganistán.