lunes, febrero 14, 2011

EL DETECTOR DE MIERDA

Me refiero, desde luego, al de Hemingway: “el primer y único requisito para ser un buen escritor, es tener un detector de mierda a prueba de balas…” Imposible no fascinarse con lo simple y preciso de la frase. (Simplicidad y precisión que, por lo demás, caracterizan el estilo de este autor…)
¿Pero qué es el “shit-detector”? (Solo formular la interrogación me avergüenza un poco y me recuerda la respuesta de Louis Armstrong a una periodista que le preguntó qué es el jazz: If you dare to ask it, babe, I´m afraid you´ll never know the answer…) En primera instancia y antes que nada, el shit-detector es la capacidad de reconocer lo falso, lo impostado, lo pre-fabricado -o como diría el piedrero de mi barrio, lo hediondo- en todo lo que nos rodea: personas, situaciones, discursos, etcétera.
Como un software malicioso, el shit-detector se instala en uno a raíz de un disloque, una disonancia, una desavenencia con la realidad: algo hay podrido en Dinamarca. No basta el éxito, no basta el dinero, no basta la felicidad comprada a plazos o de contado, en baratillo o por docena. El shit-detector es esa mala leche amarga que nos permite penetrar en los resquicios de las buenas conciencias y olfatear la podredumbre bajo la alfombra blanca o bajo el piso de tierra. Algo hay podrido en Dinamarca: no creo en tu inocencia, Adán de porcelana, Eva de melanina... Esa pose de santulona iluminada reservala para las vecinas en la verdulería, y la tuya de perdonavidas para los amigos en el club o en la cantina, porque aquí, desde siempre y hasta que alguien me demuestre lo contrario, todos tenemos las manos sucias…
Pero, como diría Cantinflas, “ahí está el detalle”: todos tenemos sucias las manos: empezando por mí. Sí, empezando por mí…
Fue Hemingway -y no yo- quien escogió la metáfora escatológica: la capacidad de olfatear y reconocer la mierda ajena surge y se desarrolla a partir de olfatear la propia. Ahí está el detalle. Ya lo decía algún personaje de Cien Años de Soledad refiriéndose despectivamente a otro: Efe safa efes defe lafas quefe tiefe nefen afas cofo defe sufu profo piafa miefer dafa…
Es a partir de olfatear la propia mierda que se desarrolla la capacidad de reconocer la ajena. Y de juzgarla. La mierda propia emerge, desde luego, en las poses, impostaciones e infinidad de falsedades en las que incurrimos, pero en tanto escritores, debemos ocuparnos ante todo de la que se materializa en nuestros discursos y palabras. Por eso, como decía no sé quién con muy buen tino, hacer una obra es, en gran medida, un trabajo de demolición. Hundirse en la contradicción de construir-se demoliendo-se.
Es de esta contradicción incesante, de esta agonía, de donde surge la libertad que permite a los creadores reconocer la falsedad y la impostación en lo que les rodea, y la que les da alguna autoridad moral para denunciarla. De otra forma sus palabras resultan doblemente huecas y más ridículas que las de aquellos que pretenden denunciar.