sábado, noviembre 19, 2005

Me adentro en la década de mis 40...

Me adentro en la década de mis 40 años, más o menos como lo hice en la de mis 30: separándome de una mujer, y con la convicción, entre esperanzada y ansiosa, de que tal vez en el futuro habrá otras.

Sin embargo hay diferencias...

El miedo, por ejemplo. Antes me gobernaba sin que yo fuera conciente de él; ahora nos hemos visto a la cara y sé por qué caminos inocula su veneno en mi ser. A mí el miedo nunca me ha paralizado; por el contrario, me ha empujado a actuar. Por ello puedo decir que he sido, en cierta forma, su títere, su esclavo.

Otra diferencia es la densidad del pasado, la nostalgia. Hace diez años vivía mi presente de manera más directa e inmediata; ahora hay un cúmulo mayor de experiencias, de historias, de recuerdos que me acompañan –médano, humus, fermento y lodo en el que a veces germino y otras me hundo-. Hoy los días caen sobre una capa de hojas que ya se han descompuesto y apelmazado... Esa es la naturaleza del tiempo en la conciencia humana: sedimentarse como estratos superpuestos, que nos van constituyendo.

La certeza de haber amado y de haber sido amado es hoy más viva que antes, aunque también lo son la certeza de los equívocos y del poder del ladrido amargo de la neurosis. “Neurosis”: fea palabra de cuño médico, científico, pero no encuentro otra para designar el ruido interno que a veces nos tiraniza, la fatalidad que nos lleva a actuar como autómatas en la dirección de nuestra desdicha.

Hoy, esta noche serena, una luz amable ilumina mi vida, pero hace apenas unas horas eran la ansiedad, la compulsión, la fantasía rota y enfermiza disparada en cualquier dirección.