martes, noviembre 13, 2012

"EN LA OSCURANA" (Capítulo 2)


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          En esos días trabajaba de lleno sobre el resurgir del movimiento autonomista en Guanacaste, pero el tono perentorio de la convocatoria presagiaba que debería abandonar la investigación y dedicarse a otro tema. Solo ante la evidencia de que las oficinas administrativas están desiertas -las luces de los cubículos apagadas-, Sylvia cae en la cuenta de que la citaron a una reunión el día de la independencia; el resto del personal está libre, solo los periodistas fueron convocados.
         Cuando entra en la sala de reuniones los demás ya están ahí, Tomás López se interrumpe en mitad de una frase, acompaña el ingreso de Sylvia con un silencio cargado de reproches y sigue su trayectoria con la mirada. Ella balbucea una disculpa y, apagando el teléfono celular y alisándose la falda, se dirige hacia la única silla libre.
         De ordinario, los periodistas free-lance solo eran convocados a las reuniones de la redacción en ocasiones especiales, cuando surgían temas que requerían la coordinación de todo el equipo o cuando tenía lugar un cambio importante en el área gerencial, administrativa o directiva de la revista. Tan pronto como Sylvia descubre en la silla junto a López a un hombre rubio, vestido con un elegante traje azul y corbata roja a rayas, comprende que en esta ocasión se trata de lo último. Mientras se desliza en su asiento y López la pone al tanto con un par de frases –Carlos Claramunt era el nuevo gerente administrativo desde la semana anterior, se implementaría una nueva política en este campo–, el tipo individualiza a Sylvia con una mirada. Enseguida, López cede la palabra a  Claramunt, quien por un momento parece titubear entre levantarse para hablar o hacerlo desde su asiento. Por fin se incorpora y comienza a hablar con cierto nerviosismo.
         Entonces es el turno de Sylvia de mirarlo con atención: blanco, mucho más alto que López y con bastante sobrepeso, hace gala de modales refinados y salpica su charla con términos técnicos que nadie, ni siquiera López, parece comprender. Tras un arranque más bien vacilante, encuentra la suficiencia y convicción que distingue a los hijos de las clases poderosas, y sus palabras y sus gestos confirman esa impresión. Sylvia calcula que no tendrá más de treinta años, aunque la formalidad del traje y del peinado lo hacen parecer mayor. Claramunt habla durante algunos minutos hasta caer en cuenta de que nadie comprende muy bien su cháchara. Entonces se interrumpe de golpe y, a modo de conclusión, agrega que los cambios serán graduales y se verán en la práctica, en cualquier caso no quiere hacerles perder tiempo explicándoselos ahí, algo en lo que todos coinciden y agradecen en silencio.  Finaliza diciendo que está a las órdenes para lo que pueda ser de utilidad, que confía en que podrán trabajar de la mejor manera juntos, etc. Cuando  Claramunt se sienta hay un vago murmullo entre los presentes, ese tipo de murmullos de donde sobresalen, aisladas, palabras que nunca se sabe quién pronunció: “¡bienvenido!”, “igualmente...”, “¡buena suerte!” y otras de ocasión.
         Tras la salida de Claramunt el ambiente se distiende y durante algunos minutos germinan, simultáneas, varias conversaciones. López se ha puesto de pie como para dirigirse al grupo, pero Goicoechea había llegado hasta él para decirle algo. Sylvia intercambia un escueto saludo con Yolanda, sentada frente a ella, y con Herrera, a su izquierda, y revisa en la pantalla de su teléfono si recibió mensajes: no. Cuando alza de nuevo la vista, Goicoechea retorna a su sitio y López se dispone a hablar. Sin necesidad de decir palabra, el Jefe de Redacción impondrá silencio, luego llevará los anteojos hasta la punta de su nariz, arqueará las cejas y fruncirá la boca, en un gesto de frustración que a Sylvia le resultará cómico.
     —Y... ¿qué le vamos a hacer? —dice por fin—. La misma carajada de siempre...
          Dedican el resto de la reunión a ponerse al día sobre lo que están haciendo. Cuando  le llega el turno a Sylvia –la última, a modo de castigo por su llegada tardía, según dictaba la tradición–, ella refiere sus dificultades para ahondar en la organización clandestina que, durante los últimos meses, ha sembrado una creciente agitación en la provincia norteña, reviviendo añejos sentimientos regionalistas y reivindicando la singularidad del estatuto colonial de Guanacaste como fundamento para reclamar su independencia. No es la primera vez que surgen movimientos de este tipo –todos, menos Sylvia y Oscar, recordarán que a mediados de los años 80 del siglo XX hubo un movimiento similar, que propugnaba la anexión de la provincia a los Estados Unidos en calidad de “Estado Libre Asociado”; otros mencionarán a un grupo de familias que, años después, pretendió fundar una “república” en una estrecha franja limítrofe entre Costa Rica y Nicaragua–; lo particular, en este caso, reside en la cantidad de recursos con los que el movimiento parece disponer y que en varias ocasiones realizaron acciones de sabotaje y declararon que no renunciaban al terrorismo como medio de lucha.
         Tras una desordenada discusión en la que varios opinan sobre el tema (de la cual Sylvia no sacará nada en claro), López le pregunta cuánto tiempo más necesitará para concluir su reportaje y como ella titubea y es incapaz de responder algo concreto, López le pide conversar al finalizar la reunión. 
     —Llevás casi dos meses metida en eso y necesito que me echés una mano con otras cosas —le dice López sin preámbulos, cuando la reunión ha concluido y los otros conversan en la sala o se alejan por los pasillos. Aunque jamás alzaba la voz, sus palabras emergían comprimidas de la boca; siempre da la impresión de estar tenso.
     —¡Jefe! Usted sabe que el asunto es complicado... Necesito un poco más de tiempo, por favor...
         Veinte años mayor que Sylvia, bajito y con la tupida cabellera platinada, López enmascaraba su timidez tras sus gruesos lentes y tras una dureza seca y aguerrida. Era un periodista incómodo y maleducado, de esos que todos –pero en especial los políticos–, temen y rehúyen. Fue profesor de Sylvia en la facultad y también quien la acercó a la revista, solicitándole colaboraciones esporádicas al inicio y ofreciéndole luego una relación más formal, aunque siempre en calidad de colaboradora. “Vos sabés que, en época de neoliberalismo y de reformas del mercado laboral, nadie quiere personal de planta ni se contrata a alguien permanentemente. Ese privilegio se acabó con mi generación...”.
         Durante años, Sylvia admiró en él algo que solo se le ocurría llamar “su entereza”, refiriéndose a cierta tozudez, a cierta terquedad para defender sus posiciones a contrapelo de las conveniencias y los vientos de moda. Con los años, la luz con que lo consideraba dejó de ser tan favorable y, con frecuencia, le resultaba intransigente y arrogante, una suerte de jacobino adelantado a su revolución, con opiniones definitivas sobre lo que ocurría, que juzgaba por anticipado a las personas y se entregaba sin reparos a pronósticos y visiones apocalípticas. Eso sí, Sylvia le agradece que nunca, durante los casi diez años que tienen de conocerse, haya aventurado una insinuación de otra índole. Y es que López –se decía Sylvia a veces– era una suerte de ser asexual, alguien para quien el trabajo y sus otras dos pasiones –la política y, desafortunadamente para ella, el fútbol– significaban todo. En alguna ocasión Sylvia conoció a uno de sus hijos –un muchacho pálido y tímido, apenas unos años menor que ella– y sabía (porque en la redacción siempre se sabía todo), que su mujer lo dejó tras declarar y asumir su lesbianismo.
     —Lo siento... Hay cosas más urgentes... No tenés que abandonarlo definitivamente, pero necesito que me echés una mano...
         Sylvia sabe que es inútil discutir, todo lo que hace es bajar la vista hacia su falda de corduroy azul oscuro en la que brillan, impertinentes, algunas hebras de hilo blanco que ella atrapará con sus dedos y con las que hará velozmente una pelotita.
     —Está bien, jefe... ¿Qué le voy a decir? Si no hay más remedio... —Y colocando la pelotita de hilo entre el índice y el pulgar derechos la catapulta hasta el centro de la mesa de reuniones—.  ¿Qué es el asunto?
         (En su mente relampaguea la imagen de James Bond, citado por sus superiores para recibir la encomienda de una nueva misión: el escritorio pulcrísimo del comisionado, las enormes ventanas con vista al Támesis y el perfil brumoso de la ciudad de Londres... Ese ambiente elegante e impenetrablemente masculino, en el que Bond se conducía como pez en el agua... Así, apenas reclinado contra el escritorio de su superior, Bond agradecía impávido la felicitación por el éxito de su misión recién concluida y, antes de escuchar los pormenores de su nuevo objetivo, tomaba, solicitándolo apenas con un gesto, un enorme habano de la caja de madera que reposaba sobre el escritorio de su jefe... La evocación estuvo a punto de desembocar en una sonrisa que, no obstante, Sylvia ahoga).
     —Estamos preparando un especial sobre el impacto del turismo en el país. Necesito algo sobre las amenazas al turismo y ahí es donde entrás vos... ¿Recordás el caso de la holandesa que asesinaron hace poco en Nosara? —López no le dio oportunidad de responder—.  El asunto de la inseguridad en las playas, los robos a los turistas, la infraestructura vial, todo eso... Necesito que me ayudés. Me gustaría que te le metás al caso de la holandesa, porque tuvo mucha prensa afuera. Entiendo que los sospechosos ya cayeron. Sería cosa de ir a verlos. En fin, vos sabrás. Pero lo necesito y rápido.
—Fue en Sámara...
—¿Cómo?
—Que fue en Sámara, no en Nosara...
—Sámara, Nosara… alguna de esas playas, lo mismo da. ¿Qué te parece un borrador para el fin de semana?
—¿El fin de semana? ¡No bromee, jefe! (James Bond termina de desvanecerse en su imaginación).
 —No puedo darte más.
         López se incorpora y pone fin a la conversación. Sylvia permanece sentada unos momentos y busca, en vano, la pelotita de hilo blanco en el caos de la mesa repleta de tazas de café a medio vaciar y platitos con servilletas sucias y galletas mordisqueadas.