sábado, mayo 20, 2017

LA NOVELA COMO "SIMULADOR" DE LA VIDA HUMANA

Supongo que ocurre en todos los oficios: conforme alguien se ejercita, conforme profundiza y persevera en la práctica, cambian sus ideas, su entendimiento y, por tanto, su discurso acerca de dicho oficio. Mi forma de entender la escritura de historias ha variado con los años.

Esta mañana, en charla con un grupo de estudiantes universitarios, me escuché decir  una expresión que jamás había utilizado para referirme al tema, pero que creo sintetiza  mi visión actual de lo que es (o aspiro a que sea) una novela o un cuento: un simulador de la vida humana.

Cuando hablo de un simulador quisiera evocar, de alguna forma, los simuladores utilizados en otras disciplinas: un simulador, del tipo que sea, pretende recrear o reconstruir, bajo condiciones controladas, las condiciones reales en las que actúan ciertos elementos (átomos, moléculas, organismos vivos, animales, personas) con el fin de observar y evaluar sus reacciones. Creo que esa, ni más ni menos, es la aspiración de las historias que leemos y escribimos: presentarnos una simulación de vidas humanas para que podamos observar y evaluar sus reacciones y de ahí sacar conclusiones para la vida, nuestra vida, la vida de verdad.

Eso sí: las novelas y los cuentos son simuladores muy particulares, pues están hechos solo de palabras,  y las palabras son objetos de naturaleza muy singular. Pero dejemos de lado por ahora la singularidad de las palabras, y concentrémonos solo en los simuladores que fabricamos con ellas.

La eficacia de un simulador se mide por su capacidad de recrear las condiciones reales de existencia en la que se desenvuelve aquello que deseamos observar. Siendo las vidas humanas el objeto único y último de la literatura, el reto consiste en recrear con la mayor precisión posible las condiciones que intervienen en nuestra existencia. Esto solo es posible a partir del ejercicio de la observación atenta de otras vidas y de la propia vida. Hay un ejercicio, una práctica de la conciencia que se materializa o se concreta en las historias, de ahí el hechizo, el encantamiento que nos producen. Ese es el saber que se transmite en ellas.

 ¿Cuáles son las condiciones que intervienen en nuestra existencia? Sea cual sea la respuesta que ensayemos, tendremos siempre un número considerable de aspectos. Mencionemos los más evidentes: el espacio geográfico, el momento histórico (desarrollo tecnológico, organización política, etc.), la cultura (valores, creencias, atavismos, tabúes, ideas, etc.), el género/sexo, las características físicas (aptitudes, limitaciones, incluso la genética, etc.), las relaciones sociales en las que estamos inmersos, las relaciones familiares (modelos, expectativas, complejos, etc.), el carácter o temperamento individual, nuestras experiencias previas, incluyendo aquellas que elegimos y las de carácter fortuito, etc., etc...

Una cosa son las condiciones que determinan nuestra existencia, y otra diferente (pero igualmente importante), es lo que nos proponemos o deseamos hacer. El deseo es el meollo de la individualidad, el sustrato de la subjetividad.  El deseo moviliza a los personajes y desencadena la reacción que llamamos "historia". Por ello es un elemento fundamental en nuestro simulador. En términos más abstractos, podemos decir que en la vida de los personajes (y en la nuestra) intervienen las circunstancias, la libertad y el azar. Y acaso debamos agregar también: lo desconocido y el misterio.

Reducir o integrar en una historia  (en un simulador) todos estos elementos, resulta un desafío inmenso. Pero cuanto más complejidad logremos introducir en ella, más rica y provechosa será la experiencia de leerla (y de escribirla.) Integrar la complejidad significa darle a cada uno de estos elementos la atención y la importancia debida, ni más ni menos. "Lo justo es lo correcto", dice la máxima, y nos será útil tenerla presente al calibrar nuestro simulador de vidas humanas. Y, desde luego, integrar complejidad no significa servirse de palabras difíciles ni hacer un discurso obscuro o incomprensible. La única obscuridad que debería tener cabida en una historia, es la de un cielo nublado o la de un pensamiento sombrío, y el único pasaje incomprensible, un diálogo en el que uno de los personajes dice un galimatías.

Presentar los elementos que intervienen y determinan la vida de los personajes, para que podamos observarlos, valorarlos  y sacar conclusiones acerca de ellos (y acerca de nosotros mismos), es el propósito y la utilidad de estos "simuladores de la vida humana" hechos de palabras: las novelas y los cuentos.